sábado, 25 de noviembre de 2023

ÁNGEL GUARDIÁN 1: SOBRE ÁNGELES Y DEMONIOS

 

Ariel y Jesús caminaron deprisa un rato más hasta que finalmente la chica decidió que era buena idea salir de las vías del tren. Se veían las calles de Dos Hermanas a lo lejos.

  • Por aquí — indicó ella aún sin soltar su mano. Se sentía cálida.

Jesús había renunciado hacía rato a que le soltara. Al principio había resultado ser algo incómodo, pero ahora lo tranquilizaba. Le aportaba seguridad.

  • ¿Podrías decirme al menos hacia dónde vamos? — inquirió Jesús.

Ella resopló. Estaba claro que no quería decirle nada, pero era consciente de que tarde o temprano acabaría averiguándolo de todos modos, así que dijo:

  • A una iglesia.

  • ¿Necesitas rezar? — preguntó con sarcasmo Jesús.

  • Algo así — respondió la chica muy seria.

Jesús se preguntó si habría captado su sarcasmo.

Se adentraron en la ciudad campo a través y para cuando Jesús se quiso dar cuenta, se hallaban próximos al barrio La Motilla. Realmente no estaba cerca, pero se veía lo suficiente a lo lejos como para que Jesús lo considerara “cerca”. Si bien cerca podía ser un kilómetro, perfectamente. El nerviosismo de Jesús iba en aumento. Así debió de notarlo Ariel, porque esta comenzó a hablar para, supuso Jesús, distraerlo del peligro que en realidad les pisaba los talones. Las piernas de Jesús le comenzaban a doler y no sabía cuánto tiempo más resistiría.

  • Aguarda — le dijo ella —. En menos de una hora llegaremos a nuestro destino.

  • ¿Pero a qué iglesia te diriges? — la curiosidad del muchacho era ya gigantesca.

  • Ah, pronto lo sabrás.

  • ¿Por qué tanto misterio? — quiso saber él.

  • Porque si no se acabaría la sorpresa — le respondió ella guiñándole un ojo.

Jesús se quedó un poco confundido. ¿Sorpresa? ¿Porque aquella iglesia era tan especial?

Como supuso que pronto lo averiguaría, decidió no insistir más.

Ariel había aflojado el ritmo, lo cual Jesús agradeció. Un poco más y le habría dolido menos una amputación de ambas piernas. También el semblante de la chica para estar más apacible. Atravesaron la ciudad con un calor abrasador de treinta grados. Jesús habría agradecido ponerse unas bermudas, pero en su lugar había optado por pantalón largo, así que tuvo que aguantarse. De todas formas, no tuvo que aguantar demasiado el calor, pues Ariel buscó enseguida algo de sombra. Si bien el muchacho sudaba a mares, a Ariel no se la veía para nada cansada ni sudada. Toda ella era impoluta. Atravesaron el centro del pueblo, esquivando bares (con su correspondiente olor a pescado y carne, que hizo que le rugiera el estómago a Jesús) y las personas que regresaban a sus hogares. Llegaron a la plaza de la constitución. Se detuvieron frente a la Iglesia Santa María Magdalena.

  • Hemos llegado — anunció ella.

  • ¿Es aquí? — preguntó Jesús algo confundido.

Ariel tan solo asintió.

  • Es mi hogar.

  • ¿Tu hogar? ¿Me estás diciendo que vives aquí? — Preguntó con incredulidad.

Jesús no sabía si echarse a reír o no. Una mirada seria de Ariel le bastó para que le confirmara que hablaba en serio. Tal vez en otras circunstancias, habría pensado que estaba pirada. Pero después de haber sido atacado por un sabueso del infierno y haber visto el arma de su salvadora, ya no tenía tan claro quién era el falto de cordura.

Ariel suspiró. A su alrededor había muchas personas almorzando. Las tripas de Jesús rugieron otra vez y Ariel debió escucharlo, porque sonrió traviesa.

  • Será mejor que te lo cuente con el estómago lleno.

Jesús lo agradeció. Se moría de hambre. Pidieron unos bocadillos con jamón en un bar cercano y unas botellas de agua fría. Se sentaron en un banco de la plaza.

  • Soy un ángel.

Aquella afirmación casi hizo que Jesús se atragantara con el pedazo de bocata que había tragado. Unas palmaditas por parte de Ariel y un poco de agua solucionaron el asunto.

  • ¿Dices literalmente?

Ella asintió.

  • ¿Recuerdas la espada que mostré antes? — Jesús dijo que sí —. Bueno pues, es un arma angelical. Los ángeles somos los guerreros de Dios. Os protegemos a todos los seres vivos, especialmente a los humanos.

  • La especie favorita de Dios — dedujo él.

Ariel carraspeó divertida.

  • No exactamente.

  • ¿A qué te refieres? — quiso saber Jesús.

  • Dejemos eso para otro momento ¿vale? Hay asuntos más urgentes.

La voz de Ariel sonó firme, pero amable. Jesús decidió que obedecerla en aquel momento era lo mejor, a fin de cuentas, no era un asunto tan importante como otros que tenían entre manos. Como, por ejemplo:

  • ¿Porque me ha atacado ese perro?

  • Quería llevarte al infierno.

Aquella revelación le heló la sangre. Ariel pareció darse cuenta, porque dijo:

  • Lo lamento, no se me da muy bien esto del tacto... quizás no debería haberte dicho eso.

  • No, no. Está bien saberlo.

La sola idea de ir a un lugar como el infierno no le agradaba nada. Y más si era como decían las leyendas.

  • Imagino que será un lugar tan terrible como cuentan — dijo Jesús.

  • Es aún más horrible. No existen palabras para describir lo que hay allí abajo.

Un escalofrío inundó el cuerpo de Jesús. Ariel le acarició el cabello. Jesús se sintió incómodo por este gesto, pero al mismo tiempo le gustaba. Si Ariel notó algo, no lo dijo, porque siguió acariciándolo unos segundos más y luego se detuvo.

  • ¿Y cómo es que apareciste de repente? No te vi subir al tren.

  • Ah eso. Jesús hay algo que deberías saber.

Jesús aguardó mientras ella se preparaba para decirle lo que sea que fuera a decirle.

  • Entre los ángeles existen varias categorías ¿de acuerdo? Estamos los Ángeles Guerreros que, básicamente somos todos, pero hay un grupo especial. Uno del que vosotros los humanos habéis oído hablar miles de veces.

  • ¿Cuál es? — preguntó, altamente intrigado.

  • Los Ángeles Guardianes. O de la guarda, como muchos decís. Os vigilamos, y procuramos que estéis bien. Aunque a veces no podamos interferir.

  • ¡Guau! ¿y tú eres el mío?

Ella asintió. Jesús no pudo evitar que asomara una leve sonrisa de satisfacción.

La chica que me gusta me protege le gustaba aquello, decidió. Vio que Ariel también sonreía.

  • ¿Y observáis desde el cielo, siempre?

Ella negó con la cabeza y luego respondió:

  • Estamos siempre en La Tierra. Así podemos estar más cerca vuestra. Os vigilamos incluso cuando creéis que nadie os mira. Por eso a veces sentís presencias u observados. Generalmente somos nosotros.

  • Ah, así que esos escalofríos que a veces noto...

  • Por lo general era yo, sí.

  • Y... ¿Siempre estás conmigo? ¿Las veinticuatro horas del día? ¿Todos los días?

Ariel volvió a mostrar aquella sonrisa traviesa, que parecía más propia del diablo que de un ángel y contestó:

  • Si a lo que quieres que responda es si he llegado a ver tus “asuntos”, diría que sí. Con mucho detalle, además. No tenía ni idea de que te gustara ver ese tipo de cosas...

  • Vale, vale — la cara de Jesús estaba rojísima de vergüenza. Su ángel solo se rio con dulzura y le acarició el cabello.

  • Tranquilo, Jesús, no pasa nada. No es pecado ni haces daño a nadie.

  • Bueno... — la cara de Jesús era algo menos roja, pero su voz temblaba de vergüenza — según la iglesia no.

  • Ya, bueno, la iglesia se tomó algunas licencias — Ariel parecía ligeramente molesta con ese tema, aunque Jesús no podría haberlo jurado completamente —. No miente en general, pero hay algunos tecnicismos. Las famosas contradicciones. ¿Crees que Dios habría puesto eso como pecado y os habría dejado las manos tan cerca de vuestro “amigo o amiga”?

  • Eso tiene sentido — reflexionó él.

  • Te conozco desde siempre — le dijo ella —. Desde que naciste. He estado cuidándote, y asegurándome de que estuvieras bien, la mayor parte del tiempo. Aunque hay cosas en las que un ángel no puede interferir, como en el libre albedrío. No puedo evitar que una persona quiera herirte si desea hacerlo, pero sí puedo minimizar los daños o “atar hilos”, por decirlo así, para que puedas encontrar la ayuda necesaria para afrontar ese daño. E inclusive si te hieren gravemente, puedo hilar un poco las cosas para que aparezca alguien que pueda llevarte al hospital. O llevarte yo misma.

Jesús se quedó pensando acerca de lo que Ariel le acababa de decir. Mucha información, se dijo.

  • Creí que los ángeles teníais alas — comentó Jesús de repente.

Aquello le provocó una carcajada a Ariel.

  • Es un mito. A medias. Digamos que podemos “volar” o, mejor dicho, teleportarnos de un lugar a otro. Pero no lo hacemos muy a menudo. No es un poder que se utilice a ligera. Por eso no lo utilicé antes. Echar el vuelo con alguien que no está acostumbrado puede ser peligroso.

  • Ah — dijo Jesús azorado.

  • Creo que es hora de que entremos en la iglesia — decidió Ariel.

Jesús la siguió. Ambos se levantaron y se dirigieron a las puertas de la iglesia. La atravesaron.























No hay comentarios:

Publicar un comentario