Rasgar, triturar,
tragar. Rasgar, triturar, tragar... ¡Qué delicia!
La niña rio de pura excitación. Su
risa ahuyentaba a los pájaros que por allí pasaban. La niña tendría once o doce
años. Su cabello era negro como la noche. Su inocente rostro estaba manchado de
sangre por las mejillas y la comisura de la boca. Usó el índice derecho para
recoger toda esa sangre y metérsela en la boca.
Exclamó un sonoro grito de júbilo.
Dos cortos colmillos le sobresalían de las encías superiores.
La niña era una vampira. Hacía ya
tres años que se había unido al clan de vampiros del norte de la ciudad.
Recordaba muy bien su transformación.
Convulsiones, vómitos, dolor... para
luego pasar a la más pura felicidad. Era una vampiresa. Segundos después su
felicidad se convirtió en tormento por el hambre atroz y sin poderlo remediar,
salió en busca de su presa. Resultó ser una tomadora de seguros que volvía a
casa tras un duro día de trabajo.
La devoró sin compasión y sus gemidos
atrajeron a varios vampiros, a los que se unió. Pero a pesar de disfrutar de la
comida, por dentro sentía una desgarradora soledad. Solo tenía once años cuando
la convirtieron. Toda su vida humana deshecha. No tenía amigos y no podía
considerar al clan su familia. Eran todos unos estúpidos. Solo estaba con ellos
por protección. Si iba por libre, algún cazador o vampiro la podría asesinar. Y
aquello la aterraba.
— Eh, Neófita. Es hora de volver al
nido.
La pequeña se dio la vuelta. Tras
ella se encontraba Eric, un joven vestido con chupa de cuero, camiseta blanca y
pantalones negros. Su cabello era estilo punk y sus ojos, rojos como la sangre.
Dos largos colmillos le sobresalían como a la niña, solo que estos eran más
largos.
— Estaba terminando de darme un
festín — objetó la neófita terriblemente molesta.
— Me importa un carajo. Nos largamos
de aquí YA. Tus estúpidos orgasmos no han hecho más que alertar a los cazadores
de la zona.
La niña sonrió.
— Está bien... por ahora. Supongo que
nuestro encuentro puede prosperar. ¡Vámonos Larita!
La niña se alejó canturreando
mientras daba saltitos. En el último salto se impulsó en el aire y salió
volando, dirección al nido. Eric la siguió, mientras pensaba que aquella
neófita estaba loca de atar.
Punk, como lo apodaban, todavía
recordaba cuando encontraron a la Neófita, devorando un cadáver de su zona.
Matías detuvo a Jerry cuando este quiso matarla por "robar comida".
Matías era el líder del clan. El rey vampiro. Matías dijo que los niños
vampiros ya no eran comunes y tener uno así en su clan, sin duda alguna
atraerían a más vampiros a sus filas por pura curiosidad. Y vaya si lo había
hecho. En los tres años que habían pasado, un total de cincuenta vampiros
estaban ya en el clan. Hubo otros setenta, pero Matías los mató a todos por
desertar o tratar de asesinar a la Neófita.
Siempre la llamaban así. Neófita.
Empezaron llamándola de aquella forma ya que era un vampiro iniciado. Al final
se le quedó el mote. A diferencia de otros vampiros que Eric hubiera conocido,
Neófita era un poco loca, demasiado impulsiva y exageraba demasiado con la
sangre. Comía el triple que el resto de vampiros y disfrutaba el cuádruple que
todos ellos.
Cuando llegaron al nido, la expresión
de Eric se volvió de puro horror.
El nido ardía.
Habían permanecido ocultos en una
casa de madera olvidada en medio del bosque, del cual nadie conocía su
ubicación... hasta ahora.
La Neófita aterrizó con suavidad
mientras sonreía con suficiencia. Por supuesto, debió haber esperado una cosa
así de él. Delante de las llamas se encontraba un muchacho fornido; apuesto,
con el cabello negro largo. Llevaba una escopeta de juguete en la mano derecha
y una espada de madera en la otra. Aquello, según la niña, le restaba seriedad.
Antes de que la pequeña dijera nada,
una estaca de madera salió volando a una velocidad increíble y segundos
después, Eric se convirtió en polvo al ser atravesado en el corazón. El último
pensamiento de Eric fue preguntándose como lo había hecho.
La niña ni siquiera se volvió al
escuchar desaparecer a su compañero. No le importaba lo más mínimo.
Entonces ella habló:
— Veo que no has perdido el toque,
hermano.
El muchacho sonrío sombrío.
— Y yo veo que no me has olvidado,
hermana.
Sobrevino un silencio. Ambos se
miraban sonrientes. No necesitaron palabras. Se atacaron mutuamente el uno al
otro, al mismo tiempo. La pequeña esquivó la espada del muchacho, ladeando la
cabeza hacia la izquierda mientras que al mismo tiempo pateaba la escopeta de
juguete con la pierna derecha. El arma salió volando hacia atrás y se perdió en
la lejanía.
Aterrizó en el suelo para acto
seguido volar justo cuando su hermano se posaba en el suelo.
Su hermano. Malcom. Ella era Alice. O
Alicia, según a quien preguntaras. Una niña normal hasta que un vecino vampiro
se interpuso en sus vidas y la infectó. Alice sentía lástima. Quería volver con
su familia, convertirlos y que fueran felices mutilando gente y bebiendo
sangre.
Los golpes continuaron durante varios
minutos. Malcom se sacó de la manga dos estacas más que apenas sí rozaron a
Alicia. Ella era físicamente más fuerte que su hermano, a pesar de que este
había hecho claramente ejercicio para aumentar la musculatura, fuerza y
resistencia.
— Alice... hermanita. Vuelve a casa.
Buscaremos una solución.
Quería irse con él más que nada en el
mundo. Pero no era idiota. Sabía a lo que se arriesgaba. No había salvación. No
para ella. Quería morir, lo ansiaba, pero la aterraba morir. Era todo un
conflicto muy complejo dentro de ella. Por una parte, quería ser vampira,
convertir a su familia; mutilar gente, hacer daño y beber sangre. Otra parte de
ella ansiaba volver a ser humana y estar con su familia feliz, como antaño. Y
otra solo deseaba la muerte.
Sea como fuere, ella sufría
enormemente.
Sonrío melancólica.
— Cuídate hermanito.
Antes de que este hiciera nada, ella
se pegó a él. Petrificado, no reaccionó. Podría haberlo matado, torturado, lo
que quisiera. Pero no podía. A él no. Le dio un suave beso en la mejilla, le
acarició el cabello y desapareció a súper velocidad. Malcom no reaccionó. Solo
tocó levemente la mejilla besada y tragó saliva mientras miraba por donde su
hermana se había marchado.
Su hermano era todo un cazador de
vampiros, pensó. Su gran dedicación hizo que fuera rápidamente famoso en la
ciudad, matando vampiros. Famoso entre los cazadores de vampiros y los propios
vampiros, claro. El ciudadano común no se creía todas esas “chorradas”. Ella
jamás reveló a nadie que era su hermano e inclusive, aunque este no lo supiera,
ella lo protegió en varias ocasiones, lo que llevó a especular que tenía un
cómplice. Su hermano solo la pilló salvándole una vez y se lo agradeció. Luego
se marchó.
Mientras corría, dios sabía adónde,
Alicia lloró amargamente en silencio.