Un
joven de diecisiete años llamado Ryan iba caminando deprisa. Llevaba
en la mano izquierda una bolsa con comida y agua y en la derecha un
paraguas gris. Llovía a mares y el paraguas apenas impedía que las
gotas de agua empaparan los vaqueros y zapatos de Ryan. Ryan sentía
frío. Llevaba una camisa roja y encima una cazadora. No esperaba
lluvia aquel día y mucho menos que hiciera frío. Cuando salió de
la tienda y se percató de la lluvia, tuvo que comprar allí mismo un
paraguas. El encargado de la tienda había sonreído satisfecho.
De
repente un gato negro hizo acto de presencia frente a él. Se paró
en seco frente a él y se mantuvo inmóvil.
— Te
vas a mojar — le dijo Ryan seco. No le gustaban los gatos.
El
gato empezó a maullar. Trotó con elegancia delante de Ryan. Este
siguió recto cuando de pronto el gato se detuvo frente a un cruce.
Ryan iba a seguir adelante cuando el gato le bloqueó el camino.
— Oye,
tengo que volver a casa ¿sabes?
El
gato volvió a maullar. Se apartó de su camino y se detuvo a la
derecha de Ryan.
— Gracias
— le dijo.
Iba
a seguir, cuando el gato otra vez maulló. Ryan lo miró y vio que el
animal lo miraba fijamente. Decidió ignorarlo y seguir, pero otra
vez el gato maulló y le bloqueó el paso.
— ¿Pero
qué te pasa? Maldito gato...
Ryan
empezaba a cabrearse. Odiaba la lluvia y tan solo deseaba regresar a
su hogar. El gato no dejaba de maullar, medio apartándose de su
camino. Ryan entonces comprendió que estaba sucediendo:
— ¿Quieres
que te siga? ¿Porqué?
El
gato trotó nuevamente por el camino de antes. Si bien Ryan deseaba
estar en casa, sentía curiosidad por saber porqué aquel felino
deseaba que lo siguiera. Ningún gato pedía nunca a un humano que lo
siguiera. Debía significar algo. Así que lo siguió. Se sentía
abatido, pero su curiosidad le dio fuerzas. Lo siguió por varias
calles, viendo su cuerpo ser empapado por el agua. La cola del gato
estaba hacia arriba, lo que indicaba que estaba contento. Llegaron
hasta una calle llena de fábricas viejas y abandonadas. Por el
aspecto, debían llevar inutilizadas casi cincuenta años o más. Su
aspecto indicaba que eran de 1950 en adelante. Uno de los almacenes
estaba abierto. El gato maulló.
Esto
me da mala espina pensó Ryan,
pero igualmente entró. El almacén estaba muy oscuro incluso para
ser un día nublado. La mala impresión de Rayan fue creciendo
conforme se adentraba en el almacén, repleto de cajas. El pavimento
estaba sucio, así como las paredes, pero no había signos de ratas o
bichos. De pronto, el gato se detuvo. Ryan miró alrededor, pero no
parecía haber nada del otro mundo.
— ¿Para
qué me has traído aquí?
No
tardó mucho en averiguarlo. Tan pronto como lo dijo, el gato empezó
a cambiar. Sus ojos, antes amarillos, se volvieron rojos. Sus dientes
se volvieron afilados como espadas, finos y puntiagudos como agujas.
Su pelaje se erizó. Su tamaño aumentó al de un leopardo. Era el
gato más temible que Ryan hubiese visto jamás. El ser lo observaba
con ira. El monstruo se abalanzó sobre Ryan... y entonces algo pasó
rozándolo y se abalanzó sobre el monstruo. Al fijarse, Ryan se
percató de que era ¡un gato negro! Pero este no tenía nada de
monstruoso. Era un gato corriente, pero tenía la altura de un
leopardo. Ambos seres se enzarzaron en una lucha. El gato monstruo
parecía tener las de ganar, pero luego el gato salvador se
sobreponía. Ryan no quiso saber como terminaba la lucha.
Aterrorizado, escapó del local, soltando el paraguas por el camino.
Corrió hasta su casa sin detenerse un segundo. Cuando entró, cerró
con llave y se escondió en su habitación. Aquella noche,tuvo
pesadillas y a partir de aquel día, siempre que podía esquivaba el
barrio. Al investigar por internet, se dio cuenta de que aquel
monstruo era un Nekomata, un gato con poderes sobrenaturales que
servía al mal. El otro gato parecía ser un Maneki Neko, la versión
benévola. El Nekomata lo había guiado a su guarida para devorarlo y
tal vez suplantarlo. Solo de pensarlo le daba escalofríos.
Sin
embargo, un día su curiosidad fue demasiado grande y decidió volver
al almacén. Allí no vio a ningún gato, bueno o malo, pero sí un
inquietante charco de sangre y huesos. Frescos. Aquello le dio pavor
nada más verlo. Temblando como una hoja, recorrió con la vista el
interior del almacén. Todo estaba en silencio. Al fijar más la
vista, vio que en el fondo, había un bulto peludo de gran tamaño.
¿Cual de los dos era? Quería saberlo, pero temía que el Nekomata
hubiera vencido y aún rondase por allí. Su curiosidad, igual de
grande que el miedo, lo empujó adelante. Llegó hasta el bulto. Era
el Maneki Neko. Ryan se horrorizó. Aquello implicaba que el Nekomata
estaba vivo.
He
sido un imbécil, no tendría que haber venido se
lamentó.
Escuchó
un gruñido tras él. El Nekomata, visiblemente herido, estaba tras
él. Llevaba el hocico en carne viva, le faltaba dos dientes y solo
le quedaba un ojo. El otro no era más que una cuenca vacía,
aterradora. Ryan no sabía si era cosa suya, pero le parecía que el
Nekomata era más grande que antes, como si hubiera doblado su
tamaño. Echó a correr y cerró la puerta del almacén. Eso no
sirvió, pues el Nekomata rompió la puerta. Ryan siguió corriendo
sin cesar, más veloz de lo que nunca se creyó capaz. El gato hacía
temblar todo el suelo, provocando terremotos. Finalmente Ryan perdió
el equilibrio y cayó. El ser se detuvo frente a él. Gruñó.
Es
mi fin pensó. Y estaba en lo
cierto. En instantes el Nekomata lo devoró, dejando medio cuerpo
suyo fuera. Desesperado, Ryan se resistió unos instantes y luego
sintió un dolor atroz en la espalda. Notó como sus piernas se
separaban del resto de su cuerpo ¿o era su torso? Y luego todo se
apagó. La curiosidad mató al humano.
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