viernes, 13 de septiembre de 2019

VIERNES 13


Era medianoche en Londres. La luna llena era muy clara en un cielo sin estrellas. El autobús dejó a Emma cerca de Picadilly. Era el último de la noche. Emma era una joven de dieciséis años. Cabello castaño, ojos verdes. Vestía vaqueros y camisa azul marino acompañados de unos zapatos negros. Sus pasos eran silenciosos. Nadie había allí esa noche, a pesar de ser viernes. Viernes 13. A Emma no le gustaban las calles solitarias y oscuras. Le fascinaban en las pelis de terror, no ahí.
Entonces escuchó pasos. Detrás de ella caminaba un hombre con máscara de hockey, vaqueros, deportes y camisa roja. Sus vaqueros tenían salpicaduras rojas. Emma no sabía de qué. ¿Sería carpintero tal vez? ¿Albañil? No lo sabía, pero ese hombre le inquietaba sobremanera. Se encontró caminando más veloz. Luego más y más.
Y de repente lo escuchó gritar. Al darse la vuelta, vio que llevaba encima una motosierra enorme y su sonido era horripilante. Emma gritó y corrió como nunca antes en su vida. Escuchaba el sonido de la motosierra al tiempo que corría. Las pisadas de Emma eran ahogadas por la motosierra.
Siguió corriendo, llegando de alguna manera al Big ben. Por las calles seguía sin encontrarse a nadie. Siguió corriendo mientras escuchaba a aquel siniestro hombre y su horripilante motosierra. La sola idea de morir por aquel instrumento la aterraba sobremanera. Aceleró más. Nunca pensó que pudiera correr tanto. Nunca había hecho una maratón ni nada parecido. Era bien cierto entonces que cuando tu vida peligraba, corrías lo que hacía falta.

Debo llegar a casa o encontrar a algún policía se dijo.

Aunque no se encontró ningún policía para su desgracia. Si vio en cambio un callejón oscuro. Sabía que no era buena idea, pero si seguía recto, aquel tipo acabaría por alcanzarla tarde o temprano. Ya notaba su corazón desbocado latiendo a mil por hora y estaba convencida de que aquel horrible hombre podía escucharlo latir. Se metió por el callejón.

El asesino que perseguía a la muchacha se detuvo ante el callejón. La había visto entrar ahí y él también entró. La escena lo sorprendió. Ante él se encontraba un hombre cuyo rostro no pudo ver debido a las sombras. Iba ataviado con gabardina y un cuchillo ensangrentado sostenido con fuerza en la mano izquierda. Y a los pies de aquel individuo, la muchacha a la que perseguía estaba muerta. Le habían cortado la garganta y su cuerpo yacía inmóvil, con el iris de sus dos ojos apagados. El de la gabardina y el de la motosierra se quedaron mirando breves instantes. Para cuando se quiso dar cuenta, el asesino del cuchillo se había esfumado.


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