miércoles, 29 de mayo de 2019

URBAN FANTASY: TEKE-TEKE


Kashima Reiko miraba despistada por la ventana de su clase. Algo impactó entonces en su cabello. Al mirar hacia abajo, curiosa, vio que se trataba de una bolita de papel. Al echar la vista atrás, descubrió que se la había tirado Thomas.

Thomas era uno de sus “acosadores”. Le gastaba bromas pesadas todo el tiempo. Y todo por su personalidad despistada. Se pasaba más tiempo en las musarañas que en la realidad. Y aquello sus “acosadores” lo sabían y se aprovechaban de ella. Aunque Reiko empezaba estar harta de la situación, no veía el valor de decírselo a ellos y menos de denunciarlos a la directora, por miedo a las represalias.

Miró a Thomas más fijamente: era corpulento, cabello castaño, ojos azules. Aunque era guapo, era también un estúpido, pensaba ella. Reiko no era especialmente bella, pero tampoco fea.  Cabello negro, ojos azules y cara redonda. Delgadita.

Ella pasó de las burlas de sus compañeros y esperó con impaciencia a que terminaran las clases para regresar a casa. Era temporada de cigarras, su favorita, en Japón.
Vivía en un pueblo cualquiera de Japón, pero su escuela estaba en otra ciudad y debía coger el tren para volver a casa. Así pues se dirigió a la estación de tren.

Mientras esperaba, se quedó perdida en las musarañas nuevamente. No había nadie en la estación, de modo que ella se encontraba completamente sola y en calma.

Se apoyaba de pie cerca de la línea roja pintada en el suelo (si la traspasabas, podías morir). Y aquella fue su perdición. De repente, notó como alguien la empujaba hacia las vías. Reiko nunca vio al culpable, pero sí escuchó las risas de los culpables.

Las risas de los acosadores, pensó ella.

Para su mala suerte, cayó justo al momento en el que un tren de alta velocidad (shinkansen) hacía su entrada. Y entonces sintió un dolor tan atroz que deseó estar muerta. Cayó de bruces a las vías y el tren la arrolló.

Pero no murió inmediatamente.

En su lugar, la partió por la mitad, dejando su torso y el resto de su cuerpo separados. Ella chilló de horror al tiempo que escupía sangre por la boca. Podía verse las entrañas deslizarse por los ferrocarriles e inclusive sus piernas en el otro extremo moverse solas. Aquello fue un trauma tan feroz, que Reiko perdió la conciencia tras soltar un último chillido agónico.

Era noche cerrada. Habían transcurrido tres años desde lo ocurrido con Reiko.

Anzu, una colegiala de diecisiete años, había escuchado la historia. No se sabía quien la empujó, ni quería saberlo. Ahora mismo se encontraba en la misma estación donde ella murió y solo deseaba marcharse de allí. Pero el Shinkansen aún tardaría cinco minutos en aparecer y a ella no le quedaba más remedio que esperar. Había salido tarde de la escuela por quedarse a hacer ensayos de teatro y nadie podía acompañarla. Así que estaba sola.

Anzu sacó el teléfono para entretenerse. En el reflejo de su pantalla vio su aspecto: cabello rojo, ojos verdes. Rostro asimétrico. Iba a encender el móvil cuando de repente, vio algo tras ella. Al dar la vuelta, se quedó muda de horror:

Una mujer de cabello negro, garras en lugar de dedos, ojos puramente negros (no tenía iris ni pupila) y dientes puntiagudos la miraba con odio. Pero lo que más la impactó fue ver lo baja que era. Al principio pensó que sufría de enanismo, pero no. En realidad, no tenía piernas.
Aquello la dejó anonadada. La sangre corría por su torso, goteando incansablemente. Toda ella era sangre y su pelo estaba sucio y revuelto.
Ella reconoció al ser.

— Re… ¿Reiko? — preguntó entre incrédula y tímida.

Reiko chilló. Un chillido que no era de este mundo. Un chillido sobrenatural, que heló la sangre de Anzu. Su instinto le dijo que huyera… y eso hizo.

Corrió escaleras arriba, con el ser pisándole los talones. Para solo disponer de dos brazos, corría muy rápido. Era asombrosamente veloz. Para cuando Anzu terminó de subir los escalones, Reiko casi se le había echado encima.

Siguió corriendo hasta que Reiko (si la podía seguir llamando así) la atrapó.

Anzu cayó y aquel ser la arañó con furia en la espalda. Anzu gritó.

No obstante logró librarse y huir. Aquel ser la había dañado tanto que ahora solo podía arrastrarse por el suelo. Llegó hasta un callejón oscuro donde se detuvo, asfixiada.

Ya está… me va a matar.

Pero Reiko no apareció. Anzu no comprendió porqué hasta que miró al suelo. Y entonces chilló. Chilló mucho.

Ya no tenía piernas. Su torso se había separado del resto de su cuerpo y de él, colgaban las entrañas.

Así que cuando ella me atacó…

De nada sirvió que llorara.

Tiempo después, la leyenda del Teke-Teke se extendió. El ser atacaba o mutilaba a sus enemigos. Los transformaba en lo mismo que ella o simplemente los mataba. Atacaba tanto inocentes como culpables. Si sus acosadores fueron castigados o no, nunca se supo. Un día simplemente dejaron de ir a la escuela y nadie los volvió a ver nunca más.

Pero la leyenda del Teke-Teke vivirá por siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario