Esto sucedió en
una localidad de los Estados Unidos. Esta historia comienza con un
hombre conduciendo un coche.
Era de noche, a eso de la
una de la madrugada.
El hombre tenía treinta
y cuatro años. Pelo negro enmarañado, sin barba. Estaba recién
afeitado. Sus ojos grises miraban atentos al camino. Llevaba dos días
sin beber alcohol, eso era todo un éxito en él. Supongo que perder
a una esposa por cáncer tenía eso. Al menos en su caso. Había
sucedido apenas cinco días. Todavía notaba las lágrimas amenazando
con salir, pero necesitaba tener los ojos despejados, o tendría un
serio accidente. Al menos, no tenía hijos. Tampoco padres, aunque sí
amigos. La carretera estaba oscura, pero gracias a las largas podía
ver sin problemas. A la izquierda se extendía un barranco, por el
que podía visualizarse un pueblo. A la derecha, un oscuro bosque.
Frenó en seco.
— Joder.
Tuvo que decirlo. No era
para menos. Frente a él se hallaba una hermosa mujer, de cabello
rubio, ojos negros y vestida de blanco. Un blanco impecable, sin
manchas, como si estuviera recién lavado. El hombre, llamado Jon,
esperó a que la mujer llegara a su ventana. Entonces la bajó y
preguntó:
— ¿Te has perdido?
Ella asintió. Jon
suspiró, sin estar seguro de qué hacer, pero finalmente dijo:
— Sube anda. Te llevaré
a casa.
Ella, sin rechistar, se
subió al asiento del copiloto. Para eso primero tuvo que dar toda la
vuelta al coche. El momento le pareció eterno a Jon, hasta que
finalmente ella se subió. No se abrochó el cinturón, pero Jon
tampoco echó cuenta de esto. Se puso en marcha.
— ¿De dónde eres?
¿Cómo te perdiste?
— Solo quiero volver a
casa — respondió ella.
Su expresión era seria,
aunque Jon no era capaz de adivinar que se escondía tras sus ojos
negros.
— ¿Eres del pueblo?
Ella no dijo nada.
Entonces, Jon se inclinó hacia la guantera y la abrió, al tiempo
que sacaba un libro y decía:
— Perdona pero necesito
coger una cosa.
Entonces, sin previo
aviso, paró violentamente el vehículo y golpeó a la chica con
fuerza en la cabeza con el libro. Se soltó del cinturón, pero ella
fue más rápida y lo agarró del cuello, aprisionándolo. Ella se
sentó encima de Jon mientras a su vez, iba apretándole la garganta
sin compasión. Jon notaba el aire escapar de su cuerpo.
— ¡SOLO QUIERO VOLVER
CON MIS PEQUEÑOS! ¿TAN MALO ES ESO?
La voz de la chica era
una desgarradora súplica. Jon vio como la mujer lloraba de pena.
— Tus... hijos... están
muert... os chica.
Dijo como pudo.
— ¡MENTIRA! Pagarás
las mentiras... pagarás lo que le hiciste a tu esposa... ¿cómo te
atreves a no concebir hijos? Son lo más hermoso que hay...
Jon logró empujarla
hacia atrás. Tosió para recuperar el aire pero la mujer se abalanzó
nuevamente.
Esta vez, Jon se apartó a un lado al tiempo que
exclamaba:
— ¡Esas no son razones
para matar! ¿Qué no te das cuenta? ¡Eres un espíritu!
— Sé lo que soy — la
voz de la chica cambió ligeramente. Tenía un tono ahora más
sobrenatural —. Seré una Dama de Blanco desde hoy siempre.
Castigaré a los tipos como tú.
— Eso no es justicia.
Sin más dilación, la
Dama se abalanzó sobre Jon, pero este colocó entonces un crucifijo
sobre ella. La Dama chilló de dolor y se esfumó. Jon respiró
entrecortadamente. Cuando se recuperó, se puso nuevamente al volante
y guardó el libro y el crucifijo, que le había prestado un amigo
cura. Ambos, el Cura y él, eran conscientes de que aquella no era la
única Dama de Blanco. Había muchas más. Los Cazadores de Damas
como él, tenían la obligación de detenerlas. Algunas eran
inofensivas, otras malvadas, otras confusas, pero todas tenían que
descansar.
Próximo destino: Brasil.