martes, 10 de septiembre de 2019

EL SABUESO INFERNAL


Todo comenzó con una joven de catorce años llamada Laura, la cual tenía el cabello largo castaño y los ojos del mismo color. Desde hacía unas semanas, ella ansiaba tener un perro para jugar con él, cuidarlo y todo eso. No obstante, cuando hizo la petición a sus padres, estos se negaron en rotundo:

— No tenemos dinero hija — quiso hacerle entender su madre con la voz más amable que pudo —. 

Quizá más adelante podamos cariño, no te apures.

Laura se quejó, pero no dio más la lata. Al menos en unos días. Cuando ya insistió varias veces, sus padres hartos, le dijeron:

— ¡Basta! ¡Hemos dicho que no puede ser y punto! ¿A qué te quedas sin perro?

Enfadada, la niña se fue a su habitación. Estuvo enfurruñada toda la tarde mientras buscaba por Internet como podía conseguir perros sin que sus padres lo supieran. Le salía de todo: desde respuestas de Yahoo diciendo a quien hubiera escrito la pregunta (ya que no era ella quien preguntaba, sino que leía por Internet) que era tonta y una egoísta, a foros por la red diciendo que podía adoptar uno de la calle y guardarlo en alguna parcela o colarlo en casa por la cara.

Pero finalmente encontró un foro que se llamaba " Web del diablo". Cuando pinchó en él, una oscura página surgió, con llamas como única decoración y letras rojas. Inmediatamente se abrió un chat que dijo:

Tengo entendido que buscas un perro.

La niña se quedó petrificada. "¿Cómo sabe quien quiera que esté en la pantalla que busco perro?" 

Laura casi entró en pánico, cuando el chat volvió a llenarse de palabras. Con temor, la niña leyó:

No temas. Puedo darte lo que deseas. Tan solo has de pedirlo.

Sin poder contenerse, Laura escribió en el chat:

¿Cómo sabes lo que quiero si no te lo he dicho?

¿Quieres tu perro o no?

Si hubiera sido más adulta, o si hubiera hecho caso a su instinto, hubiera cerrado la página web enseguida, pero sus ganas por tener un perro la superaron y dijo:


Bien. Lee entonces lo que voy a escribir ahora y pronuncialo en voz alta de la forma que voy a explicarte.

La niña lo hizo, pero al leer, hizo una mueca de disgusto.

Este solo quiere tomarme el pelo. Intentó cerrar la página, pero descubrió con horror que el ratón no obedecía. Por más que pinchaba en la equis situada en la esquina superior derecha, no sucedía nada. El tipo misterioso volvió a hablar:

¿Te vas? ¿No deseas ese perro?

Asustada, la niña desenchufó el cable del ordenador. Pero la pantalla seguía estando ahí y el tipo hablando. Y ya no era amable.

¿De veras crees que puedes esquivarme a mí? Esto te pasa por ser tan egoísta. Haz el favor de hacer lo que te he pedido o habrá consecuencias.

Atemorizada, procedió a obedecer.

Siguiendo sus indicaciones, se colocó en el centro de su habitación, extendió ambos brazos, separó las piernas y dijo con voz alta y clara mientras daba giros cada vez más deprisa:

— ¡Oh Lucifer, señor de los Infiernos, dame un perro! ¡Yo te lo suplico!

El texto no tenía mayor complicación que esa. Cuando cesó de dar vueltas (el desconocido le dijo que lo hiciera por diez segundos, que eso bastaría) se sintió mareada y se sentó en el suelo con las rodillas flexionadas a recuperar la compostura. Hubo entonces un terremoto. Los libros cayeron, la mesa y la cama temblaron, los lápices rodaron por el suelo...

Laura se incorporó y notó entonces como el pavimento empezaba a crujir. Siguiendo ya sí, su instinto de supervivencia, saltó hacia la derecha justo cuando el suelo terminaba de romperse completamente, dejando un gran agujero. Movida por la curiosidad, se acercó al agujero a gatas. Se quedo muda de asombro.

Bajo el agujero, podía vislumbrarse lenguas de fuego, tierra calcinada y podía escucharse lamentos. Unos gruñidos atrajo la atención de Laura hacia su derecha. Allí, cerca del borde del agujero, se hallaba el perro más horrendo que Laura jamás hubiera visto: se le veían los huesos en la parte izquierda del lomo, su nariz, medio rota, goteaba sangre; sus ojos eran dos cuencas vacías sanguinolentas. De las comisuras de la boca le chorreaba sangre fresca. Y gruñía amenazadoramente. La chiquilla gritó de terror y antes de que pudiera hacer nada, la bestia se abalanzó sobre ella.

Los padres de Laura corrieron velozmente hacia su habitación en cuanto oyeron el estruendo del agujero. Trataron de abrirla mientras gritaban el nombre de su hija con preocupación. El pomo estaba atascado y fueron necesarios ambos para echar la puerta abajo. Ambos eran padres treintañeros, podían hacerlo sin problemas. Para cuando entraron, el agujero había desaparecido y no había rastro del can ni de la niña... aunque sí un charco de sangre fresca y huesos. La madre gritó de dolor, pues enseguida entendió que había sucedido:

— Mi niña... mi dulce niña...

Sollozaba mientras se dejaba caer de rodillas. Estupefacto, el padre vio la pantalla del ordenador encendida y se acercó a él. La madre, como pudo lo siguió. Ambos leyeron y se quedaron a cuadros. El padre empezó a llorar silenciosamente mientras la mujer lo abrazaba y lloraba, muerta de pena.
Su hija había muerto. Y su última conversación fue una discusión. Aunque se presentó el caso a la policía, esta no daba crédito y finalmente el caso quedó archivado sin resolver. Años después, cuando su mujer ya se había suicidado por sobredosis de pastillas, el padre de Laura aún recordaba las aterradoras palabras de la pantalla:

Querías un perro ¿no? Pues aquí lo tienes. Bienvenida al Infierno.

¿FIN?

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