— Tranquila Susanita,
no te pasará nada.
Escuchaba la pequeña
niña mientras esperaba sentada en una silla de la sala de espera del
dentista. Ella y su pequeño osito de peluche marrón eran los
únicos presentes en la estancia.
Susanita tenía dentista
a esa hora y estaba aterrada. Estaba completamente segura de que
aquel dentista quería dañarla. Su mamá la había dejado allí sola
en compañía de su osito para que este la protegiera.
— ¿Porqué mami se ha
ido? — Quiso saber la niña.
— Mucho trabajo tesoro.
Pero tranquila, aquí estoy yo para protegerte.
Ella asintió. Su osito
Lulú siempre la protegía, incluso de los monstruos que trataban de
dañarla bajo la cama y de las pesadillas.
Susanita tenía tan solo
diez años, pero era una niña muy valiente, aunque se asustaba tanto
como cualquier niño y sentía una curiosidad aún mayor que su valor
y pavor. Su cabello era rubio y ligeramente trenzado, con unos
hermosos ojos azules. Vestía una camiseta azul con vaqueros. La
puerta del dentista se abrió y un señor de unos cuarenta años,
cabello negro corto, vestido entero de blanco (con una mascarilla y
gorro incluidos), dijo:
— Adelante Susanita, ya
puedes pasar.
La pequeña, atemorizada,
entró en la sala con Lulú en brazos. Se sentó en la camilla con su
osito y el dentista dijo:
— Lo siento cielo, pero
el osito debe quedarse en la silla — señaló una, varios metros
alejada de ella —. Para poder hacer la operación es necesario.
— No, quiero a mi
osito. Lulú — la niña se resistió.
No obstante, el dentista
logró convencerla (aunque no demasiado) al decirle que podría salir
lastimado sin querer. Aunque Susanita lo vio como una amenaza,
aceptó. En cuanto el dentista regresó con Susanita, los brazos de
Susanita y sus pies fueron abrazados por grilletes metálicos. La
niña se resistió.
— ¿Qué es esto?
¡Suélteme!
La niña chilló al ver
como el dentista reía malévolamente y agarraba una motosierra
(Susanita no tenía idea de donde la había sacado) y la arrancaba.
El sonido de aquel aparato aterró a la pequeña, que se retorció
inútilmente. Empezó a llorar de miedo mientras el malvado dentista
se dirigía a la niña y decía:
— Abre esa boquita
cielo...
De repente, el dentista
quedó inmóvil, soltó la motosierra y cayó desplomado al suelo.
Encima de él, a la altura de su corazón se hallaba Lulú con un
cuchillo en la mano. El osito usó la sierra para liberar a Susanita,
apagó la herramienta y la tiró a un lado.
— ¡Lulú! — gritó
la niña de emoción abrazando a su osito.
Susanita despertó.
Abrió los ojos con fuerza y empezó a respirar con dificultad a la
vez que sudaba . Su osito estaba a su lado. Todo había sido una
pesadilla. Miró en la oscuridad de su cuarto. Todo estaba tan
negro... notó entonces algo. Al mirar a su izquierda pudo ver una
sanguinolenta mano con dedos como garras.
Susanita chilló. Vio
como lentamente el monstruo iba surgiendo de debajo de su cama. Una
criatura horrenda, sin pelo, toda piel quemada y ensangrentada. La
criatura gemía conforme se arrastraba lentamente por la cama,
dejando regueros de sangre y rasgando las sábanas. Susanita acabó
en el suelo, golpeándose la cabeza. Se arrastró llorando por el
suelo mientras el ser se acercaba a ella. Y cuando por fin la
alcanzó, cuando ella lo tuvo encima, pudo verlo. Vio su horrenda
boca rugir, vio su lengua bípeda que la enrolló por el cuello y
comenzó a asfixiarla; vio sus colmillos casi morderla el cráneo. Y
vio como se evaporaba como niebla de repente. Ya no sentía el peso
de aquel ser, ni su aliento a podredumbre. En su lugar, Lulú se
encontraba ante ella, con el cuchillo con el que la había salvado
del dentista.
Solo que no fue un
sueño.
Susanita recordó. Tras
el abrazo se había desmayado y acababa de despertar.
Su osito la había vuelto
a salvar. Contenta, lo abrazó.
1 mes más tarde.
Los padres de Susanita
veían a su pequeña charlando con Lulú. Escuchaban como agradecía
haberla salvado de todos aquellos monstruos. La madre de Susanita
lloraba. Se parecía a su hija, con el cabello castaño recogido en
un moño, algo rechoncha de cuerpo. El padre era más delgado, calvo.
Y al lado de ambos se encontraba un médico, todo vestido de blanco,
con el cabello canoso.
— ¿Doctor, qué
podemos hacer? — Preguntó la madre entre lágrimas.
— Solo el tiempo dirá
— contestó el médico con pesar —. Su hija... se ha dejado
llevar demasiado por la imaginación. Asesinando ella sola al
dentista con una herramienta y a su hermana mayor (la cual,
tristemente acababa de sobrevivir a un incendio) con un cuchillo que
tenía escondido. Sufre de una severa esquizofrenia y no estoy seguro
de si se llegará a recuperar algún día. Arrebatarle al oso puede
ser... contraproducente. Lo tomaría como una amenaza.
— Entonces... habrá
que esperar.
El médico asintió.
— No debí dejarla sola
— se culpó la madre entre llantos —. El dentista era amigo de la
familia y no...
— Nadie podría haber
predicho eso amor — la consoló su marido abrazándola.
Y así, los tres se
quedaron observando a la pequeña Susanita. La niña, advirtiendo su
presencia les dedicó una mirada. Y esa mirada estaba llena de
resentimiento, odio y una promesa.
Una promesa de muerte.
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