lunes, 7 de octubre de 2019

MIEDOS INFANTILES


— Tranquila Susanita, no te pasará nada.

Escuchaba la pequeña niña mientras esperaba sentada en una silla de la sala de espera del dentista. Ella y su pequeño osito de peluche marrón eran los únicos presentes en la estancia.

Susanita tenía dentista a esa hora y estaba aterrada. Estaba completamente segura de que aquel dentista quería dañarla. Su mamá la había dejado allí sola en compañía de su osito para que este la protegiera.

— ¿Porqué mami se ha ido? — Quiso saber la niña.

— Mucho trabajo tesoro. Pero tranquila, aquí estoy yo para protegerte.

Ella asintió. Su osito Lulú siempre la protegía, incluso de los monstruos que trataban de dañarla bajo la cama y de las pesadillas.

Susanita tenía tan solo diez años, pero era una niña muy valiente, aunque se asustaba tanto como cualquier niño y sentía una curiosidad aún mayor que su valor y pavor. Su cabello era rubio y ligeramente trenzado, con unos hermosos ojos azules. Vestía una camiseta azul con vaqueros. La puerta del dentista se abrió y un señor de unos cuarenta años, cabello negro corto, vestido entero de blanco (con una mascarilla y gorro incluidos), dijo:

— Adelante Susanita, ya puedes pasar.

La pequeña, atemorizada, entró en la sala con Lulú en brazos. Se sentó en la camilla con su osito y el dentista dijo:

— Lo siento cielo, pero el osito debe quedarse en la silla — señaló una, varios metros alejada de ella —. Para poder hacer la operación es necesario.

— No, quiero a mi osito. Lulú — la niña se resistió.

No obstante, el dentista logró convencerla (aunque no demasiado) al decirle que podría salir lastimado sin querer. Aunque Susanita lo vio como una amenaza, aceptó. En cuanto el dentista regresó con Susanita, los brazos de Susanita y sus pies fueron abrazados por grilletes metálicos. La niña se resistió.

— ¿Qué es esto? ¡Suélteme!

La niña chilló al ver como el dentista reía malévolamente y agarraba una motosierra (Susanita no tenía idea de donde la había sacado) y la arrancaba. El sonido de aquel aparato aterró a la pequeña, que se retorció inútilmente. Empezó a llorar de miedo mientras el malvado dentista se dirigía a la niña y decía:

— Abre esa boquita cielo...

De repente, el dentista quedó inmóvil, soltó la motosierra y cayó desplomado al suelo. Encima de él, a la altura de su corazón se hallaba Lulú con un cuchillo en la mano. El osito usó la sierra para liberar a Susanita, apagó la herramienta y la tiró a un lado.

— ¡Lulú! — gritó la niña de emoción abrazando a su osito.

Susanita despertó. Abrió los ojos con fuerza y empezó a respirar con dificultad a la vez que sudaba . Su osito estaba a su lado. Todo había sido una pesadilla. Miró en la oscuridad de su cuarto. Todo estaba tan negro... notó entonces algo. Al mirar a su izquierda pudo ver una sanguinolenta mano con dedos como garras.

Susanita chilló. Vio como lentamente el monstruo iba surgiendo de debajo de su cama. Una criatura horrenda, sin pelo, toda piel quemada y ensangrentada. La criatura gemía conforme se arrastraba lentamente por la cama, dejando regueros de sangre y rasgando las sábanas. Susanita acabó en el suelo, golpeándose la cabeza. Se arrastró llorando por el suelo mientras el ser se acercaba a ella. Y cuando por fin la alcanzó, cuando ella lo tuvo encima, pudo verlo. Vio su horrenda boca rugir, vio su lengua bípeda que la enrolló por el cuello y comenzó a asfixiarla; vio sus colmillos casi morderla el cráneo. Y vio como se evaporaba como niebla de repente. Ya no sentía el peso de aquel ser, ni su aliento a podredumbre. En su lugar, Lulú se encontraba ante ella, con el cuchillo con el que la había salvado del dentista.

Solo que no fue un sueño.

Susanita recordó. Tras el abrazo se había desmayado y acababa de despertar.

Su osito la había vuelto a salvar. Contenta, lo abrazó.

1 mes más tarde.

Los padres de Susanita veían a su pequeña charlando con Lulú. Escuchaban como agradecía haberla salvado de todos aquellos monstruos. La madre de Susanita lloraba. Se parecía a su hija, con el cabello castaño recogido en un moño, algo rechoncha de cuerpo. El padre era más delgado, calvo. Y al lado de ambos se encontraba un médico, todo vestido de blanco, con el cabello canoso.

— ¿Doctor, qué podemos hacer? — Preguntó la madre entre lágrimas.

— Solo el tiempo dirá — contestó el médico con pesar —. Su hija... se ha dejado llevar demasiado por la imaginación. Asesinando ella sola al dentista con una herramienta y a su hermana mayor (la cual, tristemente acababa de sobrevivir a un incendio) con un cuchillo que tenía escondido. Sufre de una severa esquizofrenia y no estoy seguro de si se llegará a recuperar algún día. Arrebatarle al oso puede ser... contraproducente. Lo tomaría como una amenaza.

— Entonces... habrá que esperar.

El médico asintió.

— No debí dejarla sola — se culpó la madre entre llantos —. El dentista era amigo de la familia y no...

— Nadie podría haber predicho eso amor — la consoló su marido abrazándola.

Y así, los tres se quedaron observando a la pequeña Susanita. La niña, advirtiendo su presencia les dedicó una mirada. Y esa mirada estaba llena de resentimiento, odio y una promesa.

Una promesa de muerte.

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