viernes, 14 de febrero de 2020

SANGRIENTO SAN VALENTÍN


San Valentín. El día del amor. O como algunos lo llamaban, un invento de las multinacionales para generar pasta aprovechándose de parejas que se enfadarían sino tenían un regalo.
El amor que una persona siente por su media naranja puede llegar a ser tan poderoso... tan hermoso... a veces piensas que te la comerías entera.

Hay personas que se tomaban esa frase demasiado literal.

Nuestra historia comienza la noche de San Valentín. Una pareja conformada por un chico de treinta años y una mujer de treinta y uno. Ella era rubia de ojos verdes mientras que él llevaba el cabello negro corto y los ojos azules. Se besaban apasionadamente. Sus lenguas se entrelazaban y jugaban entre ellas como si tuvieran vida propia. Ella rodeaba el cuello de él con tanta fuerza que parecía que fuese a pasar algo malo si lo soltaba. En consecuencia, él la abrazaba a ella con ímpetu. Y empezó la masacre: de repente ella lo mordió en los labios.

    ¡Auch! — se quejó él.

No era un mordisquito juguetón que se le hubiera ido de las manos. Otra mordida.

    ¡Para tía! ¡Ah! Pareces una zombi... ¡Ah! ¡Ah!

Ella siguió mordiendo. En consecuencia, él la mordió a ella. Pero esta no parecía sentir dolor. Volvió a morder. Obsesionado, él también la mordió de nuevo. No dejaban de morderse. Los labios, el cuello y hasta los brazos. Sangraban en abundancia, pero no parecía importarles mucho. Y no pararon de morderse hasta se devoraron el uno al otro. Literalmente. En el otro extremo del cuarto, un hombre adulto vestido solo con un pañal, los miraba con rostro enfurecido. Portaba en las manos un arco con una flecha. En la espalda llevaba un carcaj con tres flechas más. Las flechas en lugar de punta, tenían forma de corazón.

Cupido sonreía maquiavélicamente.

Cupido no lograba entender por qué, pero hacía unos días, tras lograr que una pareja se enamorara y otra rompiera (preservando así el orden natural), empezó a estar harto. Nada más veía parejas felices. Y sin entender por qué, eso lo ponía furioso. Así que decidió cambiar su trabajo. No solo enamoraría parejas: haría que estas se amaran en demasía. Y, por el contrario, cuando estas rompieran, haría que uno de los dos odiara tanto al otro que...

Se teleportó para verlo. Vio como una pareja rompía gracias a una flecha que había clavado dos días antes en uno de los dos. Ella empezó a alejarse y de repente frenó. Él la llamó suplicando. Se encontraban en un parque. Nadie había allí. Nadie podía escucharlos. Furiosa, ella se volvió. Portaba un arma de fuego en la mano: una pistola 9mm.
    Cielo — dijo temeroso el joven. No tendría más de 18 años —. Por favor...

Ella disparó sin compasión, llenando de sangre los sesos del que un día fue su novio. Ella soltó entonces el arma y cayó de rodillas al suelo con una expresión de horror en el rostro.

    Oh no... ¿qué hice? — lloró desolada.

Cupido no pudo evitarlo y rio. Pero nadie podía escucharlo ni verlo. Y aunque no podía verlo, sabía que había incluso parejas torturándose mutuamente. O uno de los dos era el torturado. Al fin se divertía un poco.

    Espero que te hayas divertido — le dijo una voz, como si hubiera escuchado sus pensamientos.
Al darse la vuelta, Cupido vio quien se hallaba ante él.
Alto, ligeramente fornido, vestido con traje negro de combate y portando una espada plateada cuya hoja rezumaba fuego blancuzco. Su cabello era negro, el mismo color que su piel. Y sus ojos eran de un azul claro intenso.
Se trataba de un ángel. Y no de uno cualquiera.
Era el arcángel Miguel.
    Miguel, hola — saludó el ángel del amor, como si nada raro estuviera sucediéndose.
Miguel suspiró y dijo:
    No te atrevas a tutearme. A mí me tratarás con el máximo respeto. Me dirás Señor. Y ahora respóndeme: ¿Qué estás haciendo? Esta no era tu misión.
    ¡Estoy harto! — se quejó Cupido. Miguel enarcó una ceja —. ¡Este es un trabajo monótono! No he hecho nada distinto en toda la creación. Solo quiero pasarlo bien un tiempo.
Miguel se tomó un momento para responder. Entendía que Cupido estuviera agotado, pero aquel no era el camino.
    Tómate unas vacaciones entonces. Reflexiona sobre lo que has hecho.
    ¿Qué…?
Pero antes de que Cupido pudiera siquiera reaccionar, los ojos del arcángel brillaron con un azul blanquecino intenso. Cupido se vio cegado por el poder de Miguel. Cuando abrió los ojos de nuevo, se hallaba en una sala blanca.
—¡NO!
Gritó con consternación. Sabía que significaba aquella sala. Significaba máximo confinamiento. Formaba parte del Cielo. De las celdas del Cielo. Pero Cupido tenía suerte. Las salas blancas no eran eternas. Miguel quería que Cupido reflexionara sobre lo que había hecho. Pero si seguía en sus trece, entonces el castigo sería mucho peor. Podían enviarlo al Infierno.
Cupido se sentó en el suelo. Ni siquiera trató de escapar.  Sabía que aquello era imposible. Su corazón estaba lleno de ira.
Y allí quedó, durante muchísimo tiempo. Tal vez por eso ahora no hay tanto amor como antes. Aunque sí es cierto que los humanos seguían enamorándose, pues Cupido, a pesar de enamorar a personas, no era sino una ayuda. El amor ya debía existir entre esas dos personas.
Un día, saltaron las alarmas.
Cupido había escapado.