jueves, 30 de abril de 2020

A TRAVÉS DEL ESPEJO


A Carol siempre le habían fascinado las leyendas. Siempre que podía, investigaba sobre ellas. La leyenda del hombre del saco, la leyenda de Bloody Mary. Sobre todo, le encantaba esa última. La última que estaba investigando hasta la fecha era una sobre los espejos. Hacía poco que había comprobado para su decepción, que la leyenda de Bloody Mary era totalmente falsa. Así que investigó aquella nueva. Sabía que sería falsa también. Todas lo eran. Pero al menos así se entretenía un rato.

Carol tenía tan solo catorce años. Cuando fue al espejo del baño a comprobar la leyenda (la cual hablaba de que, si te observabas unos diez minutos, empezabas a ver cosas raras), vio su reflejo. Su cabello era negro como la noche y le caía en cascada por los suaves hombros desnudos. Iba en pijama de verano: una camiseta blanca de tirantes y pantalones azul cielo. Sus ojos eran verdes.
Inspiró hondo y se miró fijamente al espejo. Había cerrado la puerta del baño con pestillo para evitar que su madre entrara a fisgonear.

Vivía solamente con su madre desde que podía recordar. Según le contó ella, su padre las abandonó por algún motivo que Carol aún no podía comprender. Nadie lo había encontrado hasta ahora.
Transcurrieron diez minutos. Tal y como sospechaba. Nada. Decidió mirarse fijamente unos minutos más. Estar allí de pie empezaba a agarrotarle los hombros y las piernas. Pero decidió aguantar cinco minutos más.

Carol extendió la mano hacia el peine que tenía cerca de ella, de color negro.
Solo que ella no había hecho eso.

Parpadeó. Se seguía viendo en el reflejo del espejo. Pero parecía haber algo diferente. Carol sonrió. Una sonrisa que le heló los huesos. Porque la auténtica Carol tenía el rostro desencajado y los músculos del cuerpo, tensos. Su reflejó la saludó y Carol chilló. Los ojos de la otra Carol se volvieron completamente oscuros, sin iris.

Amanda, la madre de Carol, se despertó de la siesta de golpe. Había oído a su hija gritar. Corrió hacia el baño, de donde su voz provenía. Escuchó correr el pestillo y abrirse la puerta apresuradamente.

     ¡Cielo! ¿Estás bien?

Su hija empezó a tranquilizarse cuando ella la abrazó.

     ¿Qué ha pasado?
     Creí ver algo en el espejo.

La voz alarmada y asustada de Carol convenció a su madre de entrar en el baño. Pero a excepción de su reflejo (cabello negro recogido en coleta y ojos verdes. Vestía vaqueros y camisa), no vio nada raro.

     Tienes demasiada imaginación mi vida — le dijo su madre, visiblemente aliviada y le depositó un suave beso en la frente.

Le acarició la mejilla y se quedó con ella hasta que estuvo totalmente segura de que estaba bien.
Esa noche, como todas las noches, Amanda le leyó un cuento a su hija antes de dormir (a Carol le gustaba que su madre le leyera, a pesar de que, en teoría, ya estaba grande para esas cosas), le depositó otro beso en la frente y se marchó de la habitación.

Carol sonrió. Expresó la misma sonrisa que su reflejo. Sus ojos dejaron de ser verdes para volverse totalmente oscuros, sin iris.
Por fin, libre.
Había sido sencillo, se dijo. Solo había tenido que dejar atrapada allí a su contraparte.

martes, 7 de abril de 2020

MEGACOR


Megacor. Era el nuevo Centro Comercial que había abierto en Abandonado. Arturo, Yukiko, Javier y Noah no pudieron aguantar las ganas, y al tercer fin de semana de su apertura, se dirigieron hacia allí.
Aparcaron en el parking de allí. Tuvieron suerte de no aparcar fuera, ya que por lo visto el parking se petaba. Pero ya se encontraban ahí.
El centro comercial era un edificio enorme: desde donde estaban, se podía observar un parking donde, según un cartel, cabían hasta 1000 coches. El grupo entró en el ascensor. Vistos en el espejo, cada uno era muy diferente:
Arturo tenía el cabello rojo, el cual le llegaba casi a los hombros. Sus ojos eran azules y vestía camisa blanca y vaqueros, combinados con unas deportivas.
Javier llevaba una camisa azul, vaqueros y deportivas, pero él era más fornido que Arturo, quien era delgado. Además, al contrario que su amigo, Javier no tenía cabello en su cabeza debido a alopecia temprana. Aunque no era algo de lo que se preocupase, a pesar de tener tan solo 18 años (como el resto del grupo). Se lo tomaba con humor.
Luego estaba Noah, un joven con el cabello plateado y ojos verdes. Su apariencia física le había ganado la admiración de más de una chica. Aunque tuvo pareja, eso fue en el pasado. Noah vestía una camisa roja con vaqueros también.  Y finalmente estaba Yukiko. Ella era originaria de Japón, pero por negocios su padre se mudó a España cuando ella era apenas un bebé. Su cabello era rojo y sus ojos, verdes. Vestía camiseta azul y pantalones vaqueros cortos, junto a unos tenis.  Sus piernas tenían algo de pelo. Ella se las miró, orgullosa. Le daba pereza depilarse las piernas y, aunque le gustaba verse sin pelo, dado que sus amigos no la juzgaban, se dejaba el vello.
Finalmente subieron a la primera planta. Estaba repleta de personas que iban de un lado a otro del lugar. Las tiendas eran variadas: de ropa friki, de deportes, de chorradas varias, de fragancias…
Rápidamente los amigos se dividieron en dos grupos: Noah y Yukiko fueron a ver unas cosas mientras que Javier y Arturo fueron por otro lado. Cuando acabaron, se reunieron en un buffet de pasta llamado PastLand, para cenar.
     ¿Uh? ¿Qué está pasando ahí? — quiso saber Yukiko.
Debido a que Arturo estaba sentado de espaldas a la ventana, no podía ver que había tras de sí. Javier, que estaba a su lado, tampoco podía. Ambos amigos se dieron la vuelta. Vieron a un grupo de hombres correr y abalanzarse de manera agresiva contra un joven.
     Lo están agrediendo — dijo alguien.
     Tenemos que ayudar — decidió Yukiko.
Antes de que nadie pudiera detenerla, ella salió corriendo. Así era ella. Ayudaba al más indefenso. No soportaba las injusticias. Tampoco ninguno de sus amigos, de modo que la siguieron (aunque Arturo no estaba seguro de si habría ido corriendo a ayudar al joven o habría llamado a Seguridad).
Los siguientes cinco minutos fueron muy confusos para Arturo. Aunque imaginó que para el resto también. Cuando llegaron al chaval, este estaba siendo ¿devorado? Así le parecía a Arturo.
     ¡Soltadle cabrones! — exigió Yukiko.
Varias personas secundaron su orden. No pasó mucho tiempo hasta que los tres hombres (que tendrían entre veinte y treinta años), obedecieron. Pero al girarse, todos quedaron mudos.
Sus rostros estaban ensangrentados. Sangre fresca. Dientes llenos de sangre. Gruñían. La ropa estaba sucia, llena de mugre y sangre. Ojos inyectados en sangre. Inmediatamente se incorporaron y los atacaron. Todos huyeron, asustados.
En la carrera, Arturo se metió por un pasillo. El pasillo que llevaba a los baños. No sabía si le seguían, pero estaba demasiado atemorizado para mirar atrás. Había perdido de vista a sus amigos. Se habían dispersado en la huida. ¿Dónde estarían? Arturo entró en el baño y se encerró en un cubículo. Cerró con pestillo. Hiperventilaba.
¿Qué eran esas cosas? Pensó. Parecían ¿zombis? Pero esas cosas no existían.
Pero tal vez sí un virus que los haga comportarse de forma similar.
De pronto, escuchó como golpeaban la puerta con violencia. A Arturo se le encogió el corazón. No podía ser. ¿Habían encontrado su escondite? Pero entonces escuchó una voz. Una voz llena de alarma.
     SOCORRO. POR FAVOR, AYU…
Los gritos de aquel hombre llenarían las pesadillas de Arturo durante semanas. Escuchó un gruñido. El mismo que había escuchado a los tres tipos agresivos de antes. Escuchó como algo se rasgaba y arañaba. Una boca masticar algo…
Luego silencio. Arturo volvía a hiperventilar. Debería haber abierto la puerta. Pero por alguna razón, no lo hizo. ¿Pánico, tal vez? O quizá estaba en Shock. Tal vez ambas respuestas eran correctas. Se sentó en el suelo y sacó el móvil. La mano le temblaba y por un segundo temió que el móvil se le cayera. Por puro instinto lo puso en silencio y con el brillo al mínimo. Luego, entró a Google y buscó noticias. Rápidamente encontró noticias de última hora.
Gente se comporta de forma agresiva y muerde a civiles en un autobús.
Esa noticia era de aquella mañana.
Ciudadanos se vuelven agresivos y asesinan a dos ancianos.
De hacía dos días.
De lo de hoy, nada aún. Era normal, se dijo. Acababa de pasar. No había dado tiempo todavía a informar nada. Arturo se metió en Twitter y envío un mensaje a la policía indicando que había habido otro caso de agresión en Megacor, que hacía nada un hombre había fallecido. Dio la dirección exacta. Luego envío el mismo mensaje a la policía en Facebook. No se atrevía a llamar. No sabía si había alguna criatura cerca. Cualquier sonido podía llamar su atención.

Arturo despertó. No se había dado cuenta de que había cerrado los ojos. Solo un momento. Y se había quedado frito. Supuso que por las emociones que acababa de vivir. En cuanto estuvo medianamente seguro su cuerpo se relajó y se durmió.
Tenía ganas de orinar. Revisó sus redes sociales y no vio respuesta de la policía. Ignoraba si lo habrían visto y si le harían caso. Ojalá que sí. Vio la hora: había estado dormido dos horas. Eran las doce de la noche.
Se incorporó con esfuerzo. Abrió lentamente la tapa del inodoro y trató de orinar sin que se escuchara. Luego, no se molestó en cerrar la tapa. Más que por guarro, por miedo a que esta hiciera algún ruido y alertara a esas cosas.
Arturo suspiró. Miró la puerta fijamente. No sabía si abrirla era buen idea. Pero habían pasado dos horas. Tampoco podía quedarse allí eternamente.
Puso la oreja. No se escuchaba nada. Ni un alma. Volvió a coger el móvil. Envío un mensaje a sus amigos. Necesitaba saber dónde estaban. Si estaban bien. Esperó diez minutos, pero nadie respondió.
Maldita sea.
Decidió entonces salir en su busca. Necesitaba saber que se encontraban bien. Quizás hubiesen huido. Tal vez traían ayuda. No lo sabía. Pero tenía que asegurarse.
Abrió la puerta con lentitud. Temía que la puerta chirriara. Lo hizo. En cuanto sonó el chirrido, Arturo se detuvo. Con el corazón en un puño, se quedó inmóvil. Alerta, esperando oír a alguna de esas cosas. No pasó nada. Terminó de abrir la puerta. La escena que vio a continuación lo sobrecogió.
Había sangre reseca en el suelo, aunque ni rastro de ningún “Zombi”. Arturo decidió que los llamaría Agresores, a falta de un nombre mejor.
Caminando lento, salió del baño. Trataba de que no se escuchara sus pisadas, o lo hicieran lo mínimo posible. Estaba de regreso al pasillo por el que entró. Notó algo: las luces se habían ido. en algún momento, las luces del pasillo se habían fundido. Aunque no las del resto del centro comercial, pues se veía luz al fondo. Arturo esperaba que no hubiera ningún Agresor cerca. En la oscuridad no lo vería.
El camino hasta salir del pasillo oscuro se le hizo eterno. No oía nada. Por más que ponía la oreja. Nada de nada. Todo el centro comercial había quedado en un silencio sepulcral. Arturo sentía un nudo en la garganta. Le temblaban las manos, que además las tenía sudorosas. Temía por sus amigos. ¿Se encontrarían bien? Al salir del pasillo, escuchó rasgarse algo. Se detuvo un momento. Todo su cuerpo estaba inmóvil; tenso.
Pero fuera lo que fuera, se encontraba lejos de ahí. No se veía a nadie en el lugar. Las escaleras mecánicas, situadas a la izquierda, se habían detenido en algún momento. Las tiendas tenían las luces apagadas la mayoría. Por lo visto, también se habían fundido las luces. Por lo que vio Arturo en las tiendas iluminadas, estas estaban patas arriba.
Miró el teléfono. Le complació comprobar que Yukiko sí le había respondido a su mensaje. Este era breve:
Estoy en el vestuario. Tienda Mark.
Mark. La tienda de ropa barata que había abierto nueva en Abandonado junto con el centro comercial. Arturo se dirigió hacia allí. No se topó con ningún Agresor por el camino.

Noah se despertó. Al igual que Arturo, se había quedado frito. Se hallaba escondido en PastLand. Debajo de una mesa. Cerca suya, escuchó algo. Era un Agresor. Se movía con calma. Nada que ver con la actitud agresiva de antes. No obstante, se fijó Noah, el Agresor movía los pies de forma errática. Casi trastabillando. Pero nunca caía. Gruñía, mostrando una boca llena de sangre fresca. Sus ojos inyectados en sangre y la ropa sucia de sangre y suciedad. Noah tragó saliva. El agresor se dirigía en su dirección. Cerca de Noah estaba la salida. Y afuera de esta, no había nadie más. El lugar no estaba infestado de Agresores, como solía ocurrir en las películas. A decir verdad, Noah apenas había visto a cuatro o cinco de esas cosas. Pero el miedo era suficiente para tenerlos escondidos.
El teléfono de Noah vibró. No se había acordado de silenciarlo. Ni siquiera estaba puesto en vibración. El Agresor se dio la vuelta, pero al no verle, solo se quedó mirando, con aquella mirada llena de odio. Gruñendo como un perro rabioso. A punto de atacar. Noah contuvo la respiración y se mantuvo inmóvil. No hubiera podido mover un músculo, aunque hubiese querido.
Tras lo que pareció una eternidad, el Agresor siguió el camino que tenía pensado. Noah lo miró, pensativo. Se comportaba exactamente como un zombi. O casi. Podían correr y al parecer, tenían cierta inteligencia. Tras perderlo de vista, decidió salir. Sabía que corría el riesgo de toparse nuevamente con él, pero si no salía ahora, nunca saldría. Y quedarse en el restaurante era como quedar atrapado en una ratonera. Tarde o temprano lo atraparían. Miró el mensaje y vio que era Arturo. Le envió un mensaje diciéndole que lo esperaba en la entrada. Listos para huir.
Y mientras salía, decidió buscar a Javier, ya de paso.
Se lo cruzó de repente y casi se chocaron. No lo hicieron porque Javier se detuvo en seco. Sudaba a mares, tenía manchada toda la espalda de sudor y el rostro estaba congestionado. Noah nunca lo había visto así. Iba a preguntarle que ocurría cuando escuchó gritos.
Agresores, pensó Noah con un nudo en la garganta.

Arturo llegó sin problemas a Mark. Le sobrecogió la escena que vio a continuación:
Mirara donde mirara solo había cuerpos tendidos en el suelo. Algunos tenían miembros amputados, aunque la mayoría tenían desgarrados el cuello, la cara o el estómago. Sangre roja fresca inundaba el lugar en grandes charcos. Arturo no tuvo más remedio que pisarlos, pues se interponían entre él y los vestuarios, que estaban enfrente. Con cara de asco, Arturo escuchó el sonido del charco al pisarlo con los deportes. Siguió caminando. Llegó al vestuario. Tres de ellos estaban cerrados. En voz baja, preguntó:
     Yukiko. Soy yo, he llegado.
La puerta de la derecha se abrió. Apareció Yukiko. Su cuerpo temblaba violentamente. Arturo la abrazó para calmarla. Yukiko no lloraba. Ella era así. No solía interpretar el papel de damisela en apuros. Arturo pensó que en aquel momento todos ellos (él y sus amigos) eran una dama en apuros. Pero tenían que salvarse ellos, porque al parecer la caballería aún tardaría en llegar. Tal vez no hubieran visto su mensaje o lo hubieran tomado a broma. Sea como fuere, tenían que salir de ahí y llegar hasta el coche. Era la única posibilidad. Esperaba encontrar a sus amigos en el camino.
Ambos iban a salir cuando de pronto Yukiko lo echó para atrás. Confuso, Arturo miró. Y vio que en el lugar había aparecido dos Agresores.
Dos que Arturo había visto instantes antes tendidos en el suelo. Los dos únicos que apenas sí tenían un par de mordidas en el cuello.
Yukiko y él se ocultaron tras la pared del pasillo de probadores. Los Agresores se movían despacio. Casi trastabillando. Estaban en modo “tranqui” entendió Arturo. Pero también entendía que su presencia allí los había despertado.  Habían estado inactivos hasta que notaron que un no Agresor aparecía en la sala. Y se disponían a encontrarlo.
     Tenemos que salir — susurró Arturo a Yukiko.
Creyó que ella se negaría, pero asintió. A pesar del miedo que veía en sus ojos, entendía que nadie vendría a rescatarlos. La única opción era esconderse y salir sin ser vistos.
El plan se fue al traste en cuanto salieron. Ambos Agresores se dieron la vuelta y los vieron. Chillaron.
     ¡CORRE! — Gritó Arturo, a quien ya le dio igual hacer ruido.
Había que huir, llegar hasta el coche. Ya no había tiempo de encontrar a Noah ni Javier. Irían a la policía y volverían a salvarlos. Si es que ellos no habían escapado ya o…
Prefirió no pensar en lo último y seguir huyendo. Pasaron en medio de los Agresores que empezaron a perseguirlos. Salieron de la tienda y siguieron corriendo. Oyeron más gritos. Pero no los perseguían a ellos. Arturo vio a Noah y Javier un poco más adelante, llegando al patio del centro comercial, el cual había que atravesar si querías llegar al Parking.  Y detrás de ellos al menos cuatro Agresores los seguían.
Arturo y Yukiko siguieron corriendo a toda pastilla. Arturo no se atrevió a mirar atrás, pero Yukiko si lo hizo, según se fijó Arturo por el rabillo del ojo. El rostro de ella, aterrorizado, se insinuó aún más. Siguieron corriendo hasta cruzarse con sus amigos, quienes mostraron un instante de alivio al verlos. Sus rostros se relajaron. Solo un momento, para luego congestionarse de nuevo y seguir huyendo. Los pasos de los chicos y de los Agresores resonaban por todo el lugar. Salieron al patio.
El suelo era de madera. A la derecha había bares y restaurantes y la izquierda había un pequeño lago. Algunos Agresores se añadieron al ataque, saliendo de dios sabía dónde y otros de algunos restaurantes. Uno de ellos rozó a Yukiko, quien soltó un chillido. Pero no logró agarrarla afortunadamente. Lograron atravesar el patio. Allí no había Agresores. Todos los del centro comercial los estaban siguiendo.
Siguieron huyendo, sin detenerse. Escucharon el grito de Javier. Cuando Arturo miró hacia atrás, se horrorizó, pero no pudo detenerse.
Habían atrapado a Javier. Y entre tres Agresores (y varios otros que se iban uniendo), se abalanzaron sobre él para devorarlo.
Eso los dejaba con solo cuatro Agresores detrás de ellos, de los diez que contó Arturo.
Los gritos de Javier aún resonaban en los oídos de Arturo cuando él y sus amigos estaban llegando a la entrada.
Vieron entonces entrar a tropel a varios miembros uniformados. Arturo los reconoció: eran la SWAT.
     ¡A cubierto! — chilló Noah.
Justo a tiempo. Arturo y Yukiko se ocultaron detrás de un banco y se tiraron al suelo, al tiempo que las fuerzas especiales abrían fuego. Los disparos eran como pequeños petardos o explosiones, los cuales retumbaban en los oídos de Arturo. Dos minutos después, los disparos cesaron.

Arturo y sus amigos lograron convencer a la SWAT de que eran humanos. No les fue difícil. Sus rostros asustados y el hecho de hablar y levantar las manos los convencieron rápidamente. Les hicieron pruebas para ver si estaban infectados.
Resultó que Yukiko si lo estaba.
Según les contaron, aquel virus era una mutación de un virus desconocido y para el cual aún no existía vacuna. No tenía un nombre oficial, pero algunos lo apodaban RABIA 2.0.
Había cada vez más casos y se estaba convirtiendo en toda una epidemia que pronto inundaría el mundo entero. El sujeto infectado tardaba de dos a tres días en estar totalmente infectado. A veces, una semana. Aunque Yukiko lloró amargamente, los médicos que la trataron le prometieron que ella no tenía que morir, pero que se la contendría hasta que hallaran una vacuna.
Aunque a día de hoy, seis meses después de lo ocurrido, y con el mundo mayormente infectado, todavía no hay vacuna. La gente está encerrada en sus casas, algunas civilizaciones, gracias a muros, siguen haciendo vida normal, pero muchos países han caído.
El mundo ya no pertenecía a la raza humana.
Pertenecía a los Agresores.