Hola. Me llamo Laura. Soy muy fan de
la paleontología. Tengo 18 años, pelo rubio largo, delgada. Ojos
azules. Acabo de empezar la carrera, todavía más fascinada que
antes. Y aterrada porque viví una experiencia… en fin, dudo que me
creáis pero os juro que es cierto.
El
año pasado, cuando todavía tenía diecisiete años, en Agosto,
estaba de viaje de crucero con mis padres. Íbamos hacia una isla, no
recuerdo el nombre, para alojarnos en un hotel de allí, donde
pasaríamos al menos dos semanas.
En
fin, para no aburrir con detalles, os diré que hubo un accidente en
el barco y luego me desmayé.
Al
despertar, me encontraba en la orilla de una isla. La isla donde
íbamos a ir de vacaciones. Lo supe porque vi el hotel al fondo. A mi
alrededor, vi cuerpos inertes en la arena y me asusté. Había al
menos cuatro hombres y cinco mujeres. Les tomé el pulso a todos pero
ninguno respondió. Todos habían muerto. Mi corazón bombeaba con
violencia. Al menos, no eran mis padres, pensé.
Y
hablando de eso, ¿donde estarían? Tampoco veía el barco. Me asusté
pensando que se podrían haber ido sin mí.
Dado
que no se me da muy bien nadar (y que había un gran mar detrás de
mí), decidí que la mejor opción era pedir ayuda al hotel. Si,
pensé. Podrían pedir que alguien viniera a rescatarme. Y de paso,
ver si mis padres estaban por aquí. Seguramente, me estarían
buscando. Así pues, decidí incursionarme en el bosque que tenía
delante.
Estaba
oscureciendo. No llevaba reloj, pero uno de los pasajeros inertes sí.
Vi, en uno de sus relojes, que eran ya las ocho de la tarde. En pocos
minutos sería de noche. Debía darme prisa.
Una
vez me adentré en el bosque, todo cuanto vi a mi alrededor fueron
arboles, hierba y un sendero serpenteante de tierra, que decidí
seguir. Mi móvil estaba destrozado, debido al agua.
Genial,
ahora necesito teléfono nuevo.
Una putada, porque me encantaba. ¡Y
solo tenía siete meses! Bueno, en fin, sigo con la historia.
Seguí adelante por el sendero y el
miedo me atenazó. ¿Habría lobos? Se suponía que era una isla
segura, pero aún así, sabía que había algo de fauna salvaje.
Tragué saliva. Seguí avanzando.
El hambre me atenazó. Por suerte,
en los árboles pude encontrar algo de fruta. Y para más suerte aún,
algunas manzanas habían caído de un árbol cercano. Cogí una y me
la comí. Al cabo de un rato, hallé un pequeño río. Y desde ahí,
podía ver el imponente edificio que era el hotel. Todavía estaba
lejos, claro. Pero podía tomarlo como referencia para continuar.
Bebí agua del riachuelo y, escondida tras un árbol, hice mis
necesidades. Luego, seguí adelante.
Iba nerviosa, con las piernas
temblando y mirando en todas direcciones. Fue entonces cuando dejé
atrás los árboles y salí a campo abierto. Era un claro tan grande
como una pista de fútbol y al fondo se veía otro sendero de árboles
que conducía al hotel. Ese era mi objetivo.
Aumenté la velocidad de mis pasos.
Casi iba corriendo. Estaba ansiosa. Respiraba agitada. Estaba
deseando llegar al hotel.
Cuando casi llegaba a la mitad del
claro, empecé a notar unos temblores. Me detuve, extrañada. ¿Estaba
ocurriendo un terremoto? Pero, no parecía un terremoto. Más bien,
como si una máquina gigante estuviera caminando.
BUM. BUM. BUM.
Me giré, despacio, justo cuando
esos fuertes pisotones se detuvieron. Me quedé en shock. Delante de
mí, (os lo juro, de verdad), había un gigantesco dinosaurio.
Si, un dinosaurio.
DI-NO-SA-U-RIO.
Del cretácico. Y no cualquier dino.
Era un T-rex.
Alto, imponente, de piel marrón. Se
parecía a los de Jurassic park. Ojos negros, patas delanteras
cortas, pero peligrosas. Cola larga y similar a un látigo.
Este estaba quieto, observándome
fijamente, de forma amenazante. Yo tragué saliva y quedé inmóvil.
Había visto las pelis de Jurassic pero ¿sería igual aquí? En
aquel momento pensé que aquello debía ser una pesadilla. Pero era
todo tan real, que cuando el T-rex rugió, mostrando aquellos dientes
como sables, yo chillé también, con toda la energía que permitía
mis pulmones y salí corriendo a toda velocidad.
BUM, BUM, BUM. Nuevamente, sus
pisadas. Si, era él el causante de aquellos temblores. Y ahora me
perseguía a toda velocidad. Si bien sus patas eran más cortas que
las mías, al ser más grande, salvaba las distancias con facilidad.
Por suerte para mí, llegué pronto a los árboles. Sin embargo, la
persecución del imponente dinosaurio no acabó ahí. Él siguió
persiguiéndome, destrozando árboles a su paso. Yo seguí huyendo.
El hotel estaba ya muy cerca.
Entonces, vi que a mi derecha había
un coche negro aparcado. Me desvié del camino que iba al hotel y
llegué al vehículo, donde me escondí debajo (ya que no había
tiempo de entrar, pues el monstruo me habría visto). Apenas cinco
segundos más tarde, lo vi llegar. Aterrada, aguanté la respiración
mientras, tumbada boca abajo en el vehículo, escuchaba nuevamente al
T-rex rodear el vehículo, oliendo, buscándome. Sus patas me
asustaban cada vez que las veía, acompañadas de aquel estruendo tan
horrible. El T-rex dio una vuelta completa al vehículo, se posó
tras él y rugió. No pude evitar que las lágrimas brotaran de mis
ojos. No es así como había planeado morir. Devorada por un
dinosaurio, que, se supone, no debía existir.
Pero cuando ya creía que el dino me
había detectado, se fue, lentamente, en dirección contraria. Solo
entonces, me atreví a respirar y tengo que reconocer, que del terror
me hice, literalmente, pis encima. Todo mi cuerpo temblaba, mis ojos
lloraban y sentía que el corazón se me iba a salir por la boca.
Tras dar unas bocanadas de aire para calmarme, decidí salir del
vehículo y retomar mi camino hacia el hotel, siempre vigilante por
si aparecía el T-rex nuevamente. Todo mi cuerpo temblaba
violentamente y cada pasó me costaba darlo sin tropezar o
trastabillar ligeramente.
Y llegué al hotel.
La entrada a este era una verja de
hierro que ya estaba abierta. Aquello me dio muy mala espina. Tras la
verja, había un patio circular con una fuente que chorreaba agua
clara en el medio. En el patio había algunos vehículos: turismos y
furgonetas. Y tendidos en el suelo había cuerpos. Humanos. Inertes.
Tragué saliva. Aquello me dio mal
augurio. Al acercarme a un cuerpo, el de un hombre de mediana edad
(el cual tenía pelo negro corto y vestía pantalón negro y camisa
blanca), vi que tenía el cuello desgarrado.
Algún
tipo de animal pensé.
¿Habría sido el T-rex? Pero luego
caí en que si hubiera sido él, el mordisco sería, o más grande, o
bien lo habría devorado total o parcialmente. Aquello me recordó
que el T-rex aún andaba cerca así que opté por entrar al hotel.
Pensé que, fuera lo que fuera lo que los había atacado, debía
estar en los bosques y no dentro. O eso quería creer, pues no me
sentía a salvo allá afuera, donde el T-rex aún podía encontrarme
y devorarme.
Cuan ilusa fui.
Una vez entré, me hallé en
recepción. Esta era grande. ¿Estarían aquí mis padres?
A la derecha estaba el mostrador, a
la izquierda un pasillo que llevaba a los ascensores, los baños y,
al fondo, a la piscina cubierta que tenía el edificio. Enfrente
había unas escaleras que llevaban a las plantas superiores.
En el mostrador, los recepcionistas
(una chica rubia, que tendría treinta años y un hombre de veinti
algo, calvo) estaban sentados en la silla, como dormidos. Al
acercarme, temerosa, me di cuenta que les habían desgarrado el
cuello y devorado, al hombre, una pierna.
En este punto, yo hiperventilaba.
Aquí estaba pasando algo. Algo siniestro. Todo mi yo me chillaba que
huyera. Pero ¿adónde? ¿Al bosque con el T-rex?
Vi un teléfono móvil en el
mostrador y lo cogí. Este estaba bloqueado, pero podía llamar a
emergencias. Eso hice.
El
teléfono no sonó. Vi que no
había cobertura. Alguien o algo la había cortado, seguro.
Genial.
Entonces, vi el teléfono fijo del
hotel y revisé las últimas llamadas. Ya habían llamado a
emergencias. Luego, la señal se cortó supongo. Así que un equipo
de rescate debería llegar pronto. Entonces, caí. Quizás pudiera
acceder a internet.
Justo cuando tuve esa idea, sentí
que algo se movía al fondo de la sala. Al revisar con la vista, no
vi nada, pero tenía los nervios muy delicados en aquel momento. Así
pues, decidí ir a la que iba a ser nuestra habitación. Revisé la
libreta de visitas que tenían allí, y vi que la nuestra iba a ser
la 214. Al revisar las llaves del mostrador, la encontré, la recogí
y me dispuse a subir las escaleras, pues cuando probé el ascensor,
este no iba.
Llegué a la primera planta. La mía
era la segunda. En solo una planta había ¡cien habitaciones! Que
locura. Y el hotel tenía cuatro plantas. Subí a la segunda y nada
más llegar, a mano izquierda, ahí estaba. Abrí la puerta y entré.
La habitación estaba intacta. Una
cama en medio del cuarto, una tele de 42 pulgadas colgada de la pared
izquierda, un baño a la derecha. Y una ventana enfrente de donde yo
estaba.
Tras echar un vistazo al cuarto, vi
que mis padres no estaban. Alicaída, me dirigí hacia la ventana,
donde eché un vistazo. Y vi algo asombroso.
Dinosaurios voladores. ¡Voladores!
Creo que se llamaban Quetzalcoatlus o algo así…
Vi sus hermosas alas batir el
viento, sus delgados cuerpos elevarse en el aire. Tenían un largo
pico y sus ojos eran negros.
Definitivamente, eso tenía que ser
un sueño.
Pero os juro que no lo era.
Cuando ya pasaron, me dispuse a
investigar la habitación. Y, en el baño, escondido tras el retrete,
vi asomar algo. Era un papel. Lo recogí. Estaba escrito a bolígrafo
negro y decía:
Rogamos a todos los huéspedes
del hotel que permanezcan ocultos.
No traten de huir. Es demasiado
peligroso. Por favor, mantengan la calma.
Un equipo de rescate está en
camino.
Escrito y firmado por Dir.
Anderson.
Dos cosas saqué en claro de aquel
breve texto. Tres en verdad: Un tal Anderson era el director del
hotel. Algo había ocurrido. Y por alguna razón, escribió esa nota
a mano en lugar de a ordenador y darle fotocopiar. En fin, supuse
que quizá era mayor y no se le daba bien la tecnología. Tampoco
conocía al director. Ni quería. Solo quería hallar a mis padres y
largarme cuanto antes. Dos, que sabía lo de los dinosaurios y tres,
que seguramente tenía algo que ver.
Fue entonces cuando algo golpeó la
puerta de la habitación.
Otra vez. PAM. PAM. Y de nuevo. PAM.
Escuché un rugido. O rugidito. Me
sonaba de algo. Ya lo había oído antes. Pero no era el T-rex. No,
si lo fuera, escucharía esos pasos como terremotos. Era algo más
pequeño e igualmente letal.
Finalmente, rompió la puerta y
entró. Apenas lo vi un milisegundo y me escondí en el baño. Cerré
la puerta, eché el pestillo y me escondí en un pequeño armario que
había bajo el lavabo. Era pequeño e incómodo, pero la bañera era
demasiado obvia. Al cerrar de un portazo, el dinosaurio me escuchó.
Lo escuché golpear la puerta otra
vez. PUM. PUM. Cerré la puerta del armario y ya todo cuanto pude ver
fue oscuridad.
Escuché crujir y luego romperse la
puerta. Escuché sus pasos, lentos y pausados. Lo oí sisear.
Olisquear. Toda yo olía a miedo a pesar de que contenía la
respiración todo cuanto podía. Lo sentí cerca del armario. ¿Y si
le daba por romperlo? No solo me dañaría, sino que estaría a su
merced, ya que casi no podía ni moverme. Empecé a arrepentirme de
haberme escondido ahí cuando escuché gritar a otra persona. Oí más
de esas cosas y luego el dinosaurio se marchó
Salí del armario (oh). ¿Qué
dinosaurio era ese? Largo, delgado. Parecía… un velociraptor. O
era muy rápido al menos.
La puerta del baño estaba
destrozada. Lentamente, y con pavor, me asomé a la habitación. La
puerta principal estaba destrozada también, así que no podía
ocultarme ahí. Seguramente, el dino me escuchó o olió o algo. Y
por eso me detectó.
Salí de la habitación. Y quedé
petrificada. En el pasillo, a mano izquierda y a menos de cinco
metros, había al menos tres velociraptores devorando algo.
O mejor dicho, a alguien.
Escuchaba sus bocas tragar, triturar
y masticar. Tragué saliva y el terror inundó mi corazón. Me quedé
un segundo inmóvil, solo observando. Pasado el shock inicial, y, muy
despacio, empecé a caminar dirección a las escaleras. Debía
esconderme. ¿Pero dónde? No tuve tiempo de pensar, pues uno de los
velociraptores me detectó. Estos eran delgados, sin pelo. Tenían
garras curvas, afiladas como dagas y dientes puntiagudos y finos. La
criatura, al detectarme, rugió y alertó a sus camaradas. Sin
pensar, me puse a correr y rápidamente fui perseguida por esas
cosas. Corrí por el pasillo. Escuchaba a los velociraptores detrás
de mí. Yo seguí corriendo sin cesar, hasta que empecé a sentirme
agotada. Llevaba un rato corriendo y no podría huir eternamente.
Giré a la izquierda al final del pasillo y vi que ese pasillo abría
otros caminos a ambos lados. Giré a la derecha, luego a la izquierda
y nuevamente a la izquierda, tratando de despistarlos. Luego, abrí
una puerta al azar y me escondí dentro. Cerré la puerta con
pestillo y coloqué una silla a modo de barrera.
Entonces caí al suelo.
Hiperventilaba. Tras asegurarme de que no me seguían (o al menos,
que ya no los escuchaba), me detuve a explorar la habitación.
Me di cuenta de que se trataba de un
despacho. El suelo era gris, pero las paredes y el techo no. Estos
eran blancos. Además, había un escritorio negro delante de mí, con
un portátil enchufado, un lapicero lleno de bolígrafos y una
papelera hasta arriba de papeles arrugados. Me senté en la silla de
oficina negra. Desde esa posición, yo estaba delante de la puerta,
vigilando que no se me colara ningún dino y, detrás de mí, había
una ventana. Estaba en la segunda planta, de modo que saltar era
menos que recomendable. Por si acaso, busqué en el despacho algo que
me sirviera de cuerda, pero no hallé nada. Suspiré, desanimada. Lo
quería por si tenía que huir por la ventana. Ya me veía teniendo
que hacer eso porque los dinos me detectaban.
El portátil tenía solo un treinta
por ciento de batería. Y estaba abierto por un email que no se había
llegado a enviar, pues estaba a medio escribir. En él decía:
Señor director. Esto se nos ha
ido de las manos. Los dinosaurios se han liberado y están matando al
resto de huéspedes. Por favor envíe un equipo de limp…
Ahí terminaba abruptamente el
mensaje.
No entendía gran cosa de lo que
estaba pasando. Pero al parecer, quien le escribió el mensaje estaba
en el ajo y el hotel también.
Los del hotel tenían
dinosaurios…
Fue entonces cuando me dio por
rebuscar en la montaña de papeles que había en la basura. Y pronto
encontré un papel arrugado que contenía lo que yo estaba buscando:
osea, pistas sobre lo que sucedía. El resto de papeles no decía
nada interesante, eran facturas, o actas normales de cualquier
empresa. Pero ese papel decía algo distinto:
Señorita Doris, por favor, le
ruego, elimine todos los documentos. Esto se nos ha ido de las manos.
Anoche, uno de los “huéspedes” logró liberarse de las
instalaciones y logró huir. La mordedura es contagiosa, similar a la
rabia. Ya sabe qué sucede cuando nuestros huéspedes se convierten.
Elimine este informe tan rápido
lo reciba.
Dir. Anderson.
El mensaje había sido escrito a
mano y, al parecer, Doris no había triturado el papel. Creo que no
le dio tiempo. Pero no entendía. ¿Transformación de huéspedes?
Sin saber qué hacer, me quedé allí
quieta. Estuve como alrededor de una hora. Esperando. Tenía
demasiado miedo para salir y tenía la esperanza de que me
rescatarían pronto. Pero nadie acudió. Ni humano ni dino. No sabía
cuando vendrían a por mí ni si lo harían. En el despacho de Doris
no había teléfono, así que no podía llamar. Finalmente no pude
soportarlo más y opté por salir. Lentamente, abrí la puerta. Miré
a derecha y a la izquierda. No se veía ningún dino. Respirando
aliviada, salí del despacho y traté de buscar las escaleras
mientras vigilaba que no hubiera ningún dino. Todo estaba demasiado
silencioso y tranquilo. Encontré las escaleras y bajé por estas.
Llegué de nuevo al rellano. Decidí que en el hotel tampoco estaba
segura. Iría pues, a la orilla. De donde no me tendría que haber
movido. Pero claro ¿qué sabía yo sobre dinosaurios? Además,
aquella era la isla donde iríamos de vacaciones. Se suponía que en
el hotel podría pedir ayuda. Visto lo visto, no fue así.
Me quedé helada. En la puerta
principal, un velociraptor devoraba uno de los cadáveres. Tragué
saliva y caminé despacio, dirección a las piscinas.
El pasillo era corto y la puerta que
daba a la piscina se veía al fondo. Llegué a ella sin problemas y
la abrí con cautela, no queriendo toparme con más dinos. Pero
dentro solo estaba la piscina. No había restos de cuerpos ni nada.
Al fondo, se veía la puerta que daba a la terraza del lugar. Me
había estudiado de pasada el mapa del hotel, aunque claro, las
plantas superiores eran un laberinto para mí. Pero sabía que en esa
terraza debía haber unas escaleras que dieran con el parking del
hotel. Quizás pudiera escabullirme por allí. Decidida, pasé a la
piscina.
La piscina era rectangular y grande.
El agua era transparente y tenía matices rojos.
Matices rojos.
¿Qué?
Como soy muy lista (nótese la
ironía), iba yo caminando por el borde cuando una violenta sacudida
hizo temblar el agua de la piscina. Chillé de la impresión y caí
al agua. Esta medía como mucho dos metros de profundidad. Yo medía
1,60.
Al caer al agua, pude ver los restos
de un cuerpo humano, el cual era todo hueso. Entonces, vi que un
enorme monstruo marino se movía reptando por al agua a toda
velocidad hacia mí. Presa del pánico, rápidamente nadé hacia
abajo, esquivando por poco su boca. Me giré para verlo mejor. Era un
mossasaurio, pero más pequeño que el de Jurassic world. Sería tan
grande como un cocodrilo, era negro, o eso me parecía y tenía dos
grandes hileras de dientes, los cuales eran muy amenazantes. La
inmensa criatura volvió a arremeter contra mí. Rápidamente, saqué
la cabeza del agua y me agarré al bordillo de la piscina. No sé
como lo hice tan deprisa, pero logré sacar los pies de la piscina
justo cuando noté los dientes de la criatura rozarme. Presa del
pánico, me arrastré un poco más lejos en el suelo. Tumbada boca
arriba, mientras hiperventilaba, vi como tenía dos arañazos en mi
pierna izquierda. Escocía y dolía, pero a pesar de eso, logré
incorporarme. Entonces, tuve que saltar hacia atrás y pegarme a la
pared, pues el mossasaurio dio un gran impulso y salió de la
piscina. Sus dientes me rozaron, pero enseguida regresó a la
piscina. Con el corazón bombeando con violencia, salí de la
piscina.
Nada más salir, vi unas escaleras a
mano derecha, que bajé todavía con todo el cuerpo temblando. Había
estado a punto. A punto de palmarla. Y al parecer, otra persona no
había tenido tanta suerte.
Al bajar las escaleras, me detuve.
Me encontraba en un callejón con una puerta que estaba entreabierta
a mano izquierda y que rezaba: “Solo personal autorizado”. Y
delante de mí, bloqueando el camino, me encontré nuevamente con el
T-rex.
Este me miraba enfadado.
Seguramente, por no haberme podido atrapar antes. Yo volví a
quedarme inmóvil. Tragué saliva. Lo miraba sin saber qué hacer. No
terminaba de salir de una, que me metía en otra. El ser rugió
violentamente y esa fue la señal para colarme corriendo por la
puerta. Sentí al T-rex golpearla no una, sino dos veces hasta que
pude escuchar, mientras corría a toda velocidad por un pasillo
blanco iluminado, como la puerta volaba y se estrellaba a escasos
centímetros de mí. Yo hiperventilaba mientras huía.
Seguí corriendo por el pasillo, el
cual tenía muchas puertas. Pero ¿en cual entrar? Cualquiera de
ellas podía provocar que me metiera en una sala sin ventanas. Ese
sería mi fin. Escuchaba nuevamente el BUM, BUM, BUM y luego otro
rugido del T-rex.
Me colé entonces tras unas puertas
dobles. Reconocí la sala como un comedor. Pero aquel no era el
comedor del hotel.
¿Qué es este sitio?
Sin
importarme en aquel momento, seguí corriendo y me colé en una
puerta que había al fondo a la derecha y que dio lugar a otro
pasillo blanco iluminado. Seguí corriendo y me colé tras la última
puerta a la izquierda, pues ese pasillo, para mi desgracia no tenía
salida. Cerré la puerta y la atranqué con una silla que vi. Igual
que antes.
Respirando con dificultad (me dolía
el pecho y sentía las articulaciones agarrotadas), vi que me hallaba
en un despacho blanco de suelo alfombrado y mesa negra. Había una
ventana tras de mí, aunque, al asomarme, vi que estaba bastante
alto.
Es igual, tengo que saltar pensé.
No
sabía si me había vuelto loca o qué, pero no podía quedarme allí
esperando al T-rex. Sabía que me acabaría descubriendo y esa puerta
no resistiría. Sin embargo, antes de irme, noté que en la mesa
había un portátil apagado. Rápidamente,
lo encendí, pero pedía clave.
Mierda.
Fue entonces cuando escuché
nuevamente el BUM. BUM. BUM. Dado que no me quedaba tiempo, opté por
rebuscar en la papelera, pero no encontré nada, ni tampoco en los
cajones. Aquel debía ser el despacho del director Anderson y
esperaba aclarar algunas cosas, pero, viendo que el T-rex me andaba
buscando, abrí la ventana.
Me encontraba en lo que parecía ser
la segunda planta. Había un árbol al que poder asirme. Así pues,
salté a la rama, la cual tenía convenientemente cerca. Me agarré
y, justo en ese momento, el dino dio un solo embiste al cuarto,
echando la puerta abajo y destrozando la silla.
No ha aguantado nada pensé
atemorizada. Creí que resistiría más.
Me deslicé por el árbol hasta
acabar en el suelo.
Entonces se me cayó el alma a los
pies.
Ocho velociraptores me estaban
esperando ya abajo. Me escrutaron con la mirada y se dirigieron
lentamente hacia mí, gruñendo y olfateándome.
Se acabó pensé
mientras una lágrima se deslizaba por mi mejilla izquierda. Para
mejorar las cosas, el T-rex dio un salto en el despacho, destrozando
parte del edificio y aterrizando con un fuerte temblor que nos
desestabilizó a mí y a los velociraptores. Pronto, estos se
incorporaron mientras yo me quedaba sentada
en el suelo, derrotada. Ya no podía hacer nada. Incluso aunque
intentara levantarme, esas cosas me atraparían. Estaba condenada a
una muerte horrible.
Fue entonces cuando el sonido de un
helicóptero sonó en la distancia. Todos alzamos la cabeza. El T-rex
rugió.
— ¡Fuego! — gritó alguien.
El sonido de muchas metralletas
inundó el lugar abatió a dos Velociraptores. También hirió al
T-rex, que trató de dar un bocado al helicóptero negro que nos
sobrevolaba, pero este se hallaba lejos de su alcance y lo obligó a
huir. El resto de velociraptores hizo lo propio.
En pocos minutos, aquel lugar quedó
despejado y una escalera de mano bajó de inmediato hacia mi
posición. La voz del megáfono me indicó que subiera y eso hice.
Me costó subir. Tenía los brazos y
las piernas entumecidos. Pero lo hice deprisa y rápidamente, llegué
al helicóptero, donde recibí el abrazo de mis padres. Mi padre era
moreno y delgado, mi madre rubia como yo, algo rellenita. No pude
evitar llorar mientras era abrazada por ellos.
Gracias a Dios, están bien
pensé.
Mientras nos largábamos de aquella
asquerosa isla, nuestros salvadores, que eran del FBI, nos explicaron
todo:
Al parecer, en esa isla se hacían
experimentos con los huéspedes. La empresa se llamaba como el hotel:
King Summer. Usaban ADN fosilizado de dinosaurios y algunas cosas más
para mezclar su genética con la nuestra. Su idea era crear un
híbrido de dinosaurio y humano y así dominar la humanidad. Pero
como todo, los planes salieron mal y las personas convertidas se
escaparon del laboratorio (de donde acababa de venir yo). El doctor
Anderson y Doris presumiblemente habían muerto. Nosotros íbamos a
ir a esa isla de vacaciones por un sorteo que ganamos. Ahora veo que
todo fue una trampa. Nosotros íbamos a ser sus próximas victimas.
Ahora esa isla ha sido clausurada.
Parece que los dinosaurios han regresado.