sábado, 14 de enero de 2023

LOS MONSTRUOS NO EXISTEN

 Era treinta de octubre, martes. Rebeca, una chica de veinte años, rubia y de ojos

castaños, delgada, se encontraba en clase de inglés, en una academia de su ciudad. Allí,

la profesora, Magdalena procedió a contarles una historia:

— Veréis, hace como un año, por estas fechas, tuve una alumna llamada Verónica. Un

día, dejó de venir a clase. Desapareció. Algunos vecinos dijeron que no paraba de mirar

nerviosa a todas partes. Algunas leyendas, dicen que un monstruo la seguía y que chupó

su sangre, antes de matarla.

Algunas personas rieron. No tenía nada de creíble la historia. Tras contar algunas

historias más de halloween, la clase acabó y Rebeca emprendió el camino hacia su casa.

Para llegar a casa, Rebeca debía salir del parque donde se hallaba la academia y,

además, algunas calles. Rebeca no tenía vehículo ni bici, así que le tocaba andar.

Eran las nueve de la noche. No sabía si era debido a las historias, pero Rebeca empezó a

sentir que alguien o algo la miraba. Miró alrededor, pero solo vio árboles. Delante de ella,

solo vio el suelo de albero y negrura. Tragó saliva. Seguramente, serían cosas suyas.

Prosiguió su camino hacia delante, con sus pisadas como único ruido.

Visualizó las enormes puertas con rejas que le permitirían a Rebeca salir del parque

cuando creyó oír pisadas. Se detuvo, tensa y se dio la vuelta. 

Pero tan solo vio oscuridad. No había nadie. Solo ella. Tragó saliva y retomó la marcha.

Cuanto antes llegara a casa, mejor.

Al salir del parque, dio con una amplia calle. Giró a la izquierda. A la derecha de Rebeca,

había algunas casas. Cruzó en el próximo paso de peatones y se metió en una calle

iluminada con luces led y con coches aparcados a ambos lados.

Qué raro está esto pensó ella. No había nadie en las calles. Para ser martes, y las nueve,

debería de haber alguien. Ya fuera volviendo del trabajo, yendo (quizás alguien que

trabajara de noche) o alguien yendo a cenar a algún bar. Pero no había nadie. Es como si

todo el mundo se hubiera esfumado.

Escuchó entonces un crujido. Se dio la vuelta, pero nuevamente no vio nada.

¿Eh?

No veía nada, pero si notó algo: uno de los coches que estaba aparcado en la calle, un

seat color blanco, tenía leves rasguños.

Qué raro, juraría que ese coche estaba bien hace un minuto.

Aunque quizás es que no había prestado la suficiente atención, supuso. Decidió seguir su

camino. No obstante, se sentía tensa. Los músculos agarrotados. Tragó saliva mientras

aligeraba el paso. Tenía un mal presentimiento.

Ya faltaba poco para regresar a casa. Solo dos calles más.

Giró a la izquierda. Aquella calle tenía las luces fundidas.

Genial pensó Rebeca, sarcástica.

Sin más opción, sacó el teléfono del bolsillo y con él, encendió la linterna.

Así es, ahora usamos el móvil de linterna. Aunque hubiera preferido una linterna normal y

ahorrar batería.

Aunque aún tenía un cincuenta por ciento de batería de su teléfono. Ayudándose con la

linterna, alumbró el camino, y siguió adelante.

De repente, volvió a detenerse, insegura y se dio la vuelta. Nuevamente, no vio nada,

pero le había parecido escuchar algo. Tuvo entonces una idea. Siguió adelante y

encendió la cámara de su móvil. Lo puso en modo selfie. Y entonces se hizo unas fotos,

para aparentar. Si alguien la estaba siguiendo, lo descubriría. Tomó unas tres fotos

mientras seguía adelante, con un nudo en la garganta y sin apartar la vista de la calle.

Finalmente, giró a la derecha, a una calle que estaba levemente iluminada con más luces

led. Esa era su calle. Ya faltaba poco para entrar en casa. Miró el teléfono y se quedó

petrificada. Vio un borrón. Fue muy rápido. Se había escondido tras un coche gris de la

calle. Rebeca no sabía qué o quien era. Pero ya tenía confirmado sus peores temores: la

estaban siguiendo. Tratando de disimular, aceleró el paso y fue sacando las llaves

mientras miraba fijamente el teléfono. No veía a quien lo seguía, pero si un borrón. Fuera

lo que fuera, se movía deprisa, más de lo que ella podría.

Por fin, tras dos minutos angustiosos, llegó a su casa. Abrió la puerta del patio y la cerró

con fuerza. Suspiró, aliviada. El corazón le bombeaba con fuerza. Atravesó el pequeño

patio y entró en la casa.

— ¡Ya he vuelto! — dijo.

Fue entonces cuando notó que sus padres todavía no habían vuelto del trabajo. Se

encogió de hombros y fue a la cocina. Allí recibió un mensaje de su madre en el teléfono:

“Tu padre y yo cenaremos fuera. Te he dejado pizza en el congelador y algo de dinero por

si quieres pedir comida.”

Con lo ocurrido, lo que menos le apetecía a Rebeca era comer, así que se sirvió un zumo

y se sentó en el sofá del salón. Necesitaba relajarse.

Se disponía a encender el televisor cuando de repente, quedó petrificada. Allí, justo detrás

de ella, y gracias al reflejo del televisor, lo vio.

Era una criatura deforme, sin pelo, escuálida. Con garras en lugar de dedos y dientes

puntiagudos. Ojos negros como el carbón. Rebeca se dio la vuelta y chilló.

La criatura soltó un rugido y se abalanzó sobre ella, propinándole un zarpazo en el cuello,

del cual brotó muchísima sangre...

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