jueves, 12 de enero de 2023

ISLA CRETÁCICA

 

Hola. Me llamo Laura. Soy muy fan de la paleontología. Tengo 18 años, pelo rubio largo, delgada. Ojos azules. Acabo de empezar la carrera, todavía más fascinada que antes. Y aterrada porque viví una experiencia… en fin, dudo que me creáis pero os juro que es cierto.

El año pasado, cuando todavía tenía diecisiete años, en Agosto, estaba de viaje de crucero con mis padres. Íbamos hacia una isla, no recuerdo el nombre, para alojarnos en un hotel de allí, donde pasaríamos al menos dos semanas.

En fin, para no aburrir con detalles, os diré que hubo un accidente en el barco y luego me desmayé.

Al despertar, me encontraba en la orilla de una isla. La isla donde íbamos a ir de vacaciones. Lo supe porque vi el hotel al fondo. A mi alrededor, vi cuerpos inertes en la arena y me asusté. Había al menos cuatro hombres y cinco mujeres. Les tomé el pulso a todos pero ninguno respondió. Todos habían muerto. Mi corazón bombeaba con violencia. Al menos, no eran mis padres, pensé.

Y hablando de eso, ¿donde estarían? Tampoco veía el barco. Me asusté pensando que se podrían haber ido sin mí.

Dado que no se me da muy bien nadar (y que había un gran mar detrás de mí), decidí que la mejor opción era pedir ayuda al hotel. Si, pensé. Podrían pedir que alguien viniera a rescatarme. Y de paso, ver si mis padres estaban por aquí. Seguramente, me estarían buscando. Así pues, decidí incursionarme en el bosque que tenía delante.

Estaba oscureciendo. No llevaba reloj, pero uno de los pasajeros inertes sí. Vi, en uno de sus relojes, que eran ya las ocho de la tarde. En pocos minutos sería de noche. Debía darme prisa.

Una vez me adentré en el bosque, todo cuanto vi a mi alrededor fueron arboles, hierba y un sendero serpenteante de tierra, que decidí seguir. Mi móvil estaba destrozado, debido al agua.

Genial, ahora necesito teléfono nuevo.

Una putada, porque me encantaba. ¡Y solo tenía siete meses! Bueno, en fin, sigo con la historia.

Seguí adelante por el sendero y el miedo me atenazó. ¿Habría lobos? Se suponía que era una isla segura, pero aún así, sabía que había algo de fauna salvaje. Tragué saliva. Seguí avanzando.

El hambre me atenazó. Por suerte, en los árboles pude encontrar algo de fruta. Y para más suerte aún, algunas manzanas habían caído de un árbol cercano. Cogí una y me la comí. Al cabo de un rato, hallé un pequeño río. Y desde ahí, podía ver el imponente edificio que era el hotel. Todavía estaba lejos, claro. Pero podía tomarlo como referencia para continuar. Bebí agua del riachuelo y, escondida tras un árbol, hice mis necesidades. Luego, seguí adelante.

Iba nerviosa, con las piernas temblando y mirando en todas direcciones. Fue entonces cuando dejé atrás los árboles y salí a campo abierto. Era un claro tan grande como una pista de fútbol y al fondo se veía otro sendero de árboles que conducía al hotel. Ese era mi objetivo.

Aumenté la velocidad de mis pasos. Casi iba corriendo. Estaba ansiosa. Respiraba agitada. Estaba deseando llegar al hotel.

Cuando casi llegaba a la mitad del claro, empecé a notar unos temblores. Me detuve, extrañada. ¿Estaba ocurriendo un terremoto? Pero, no parecía un terremoto. Más bien, como si una máquina gigante estuviera caminando.

BUM. BUM. BUM.

Me giré, despacio, justo cuando esos fuertes pisotones se detuvieron. Me quedé en shock. Delante de mí, (os lo juro, de verdad), había un gigantesco dinosaurio.

Si, un dinosaurio.

DI-NO-SA-U-RIO.

Del cretácico. Y no cualquier dino.

Era un T-rex.

Alto, imponente, de piel marrón. Se parecía a los de Jurassic park. Ojos negros, patas delanteras cortas, pero peligrosas. Cola larga y similar a un látigo.

Este estaba quieto, observándome fijamente, de forma amenazante. Yo tragué saliva y quedé inmóvil. Había visto las pelis de Jurassic pero ¿sería igual aquí? En aquel momento pensé que aquello debía ser una pesadilla. Pero era todo tan real, que cuando el T-rex rugió, mostrando aquellos dientes como sables, yo chillé también, con toda la energía que permitía mis pulmones y salí corriendo a toda velocidad.

BUM, BUM, BUM. Nuevamente, sus pisadas. Si, era él el causante de aquellos temblores. Y ahora me perseguía a toda velocidad. Si bien sus patas eran más cortas que las mías, al ser más grande, salvaba las distancias con facilidad. Por suerte para mí, llegué pronto a los árboles. Sin embargo, la persecución del imponente dinosaurio no acabó ahí. Él siguió persiguiéndome, destrozando árboles a su paso. Yo seguí huyendo. El hotel estaba ya muy cerca.

Entonces, vi que a mi derecha había un coche negro aparcado. Me desvié del camino que iba al hotel y llegué al vehículo, donde me escondí debajo (ya que no había tiempo de entrar, pues el monstruo me habría visto). Apenas cinco segundos más tarde, lo vi llegar. Aterrada, aguanté la respiración mientras, tumbada boca abajo en el vehículo, escuchaba nuevamente al T-rex rodear el vehículo, oliendo, buscándome. Sus patas me asustaban cada vez que las veía, acompañadas de aquel estruendo tan horrible. El T-rex dio una vuelta completa al vehículo, se posó tras él y rugió. No pude evitar que las lágrimas brotaran de mis ojos. No es así como había planeado morir. Devorada por un dinosaurio, que, se supone, no debía existir.

Pero cuando ya creía que el dino me había detectado, se fue, lentamente, en dirección contraria. Solo entonces, me atreví a respirar y tengo que reconocer, que del terror me hice, literalmente, pis encima. Todo mi cuerpo temblaba, mis ojos lloraban y sentía que el corazón se me iba a salir por la boca. Tras dar unas bocanadas de aire para calmarme, decidí salir del vehículo y retomar mi camino hacia el hotel, siempre vigilante por si aparecía el T-rex nuevamente. Todo mi cuerpo temblaba violentamente y cada pasó me costaba darlo sin tropezar o trastabillar ligeramente.

Y llegué al hotel.

La entrada a este era una verja de hierro que ya estaba abierta. Aquello me dio muy mala espina. Tras la verja, había un patio circular con una fuente que chorreaba agua clara en el medio. En el patio había algunos vehículos: turismos y furgonetas. Y tendidos en el suelo había cuerpos. Humanos. Inertes.

Tragué saliva. Aquello me dio mal augurio. Al acercarme a un cuerpo, el de un hombre de mediana edad (el cual tenía pelo negro corto y vestía pantalón negro y camisa blanca), vi que tenía el cuello desgarrado.

Algún tipo de animal pensé.

¿Habría sido el T-rex? Pero luego caí en que si hubiera sido él, el mordisco sería, o más grande, o bien lo habría devorado total o parcialmente. Aquello me recordó que el T-rex aún andaba cerca así que opté por entrar al hotel. Pensé que, fuera lo que fuera lo que los había atacado, debía estar en los bosques y no dentro. O eso quería creer, pues no me sentía a salvo allá afuera, donde el T-rex aún podía encontrarme y devorarme.

Cuan ilusa fui.

Una vez entré, me hallé en recepción. Esta era grande. ¿Estarían aquí mis padres?

A la derecha estaba el mostrador, a la izquierda un pasillo que llevaba a los ascensores, los baños y, al fondo, a la piscina cubierta que tenía el edificio. Enfrente había unas escaleras que llevaban a las plantas superiores.

En el mostrador, los recepcionistas (una chica rubia, que tendría treinta años y un hombre de veinti algo, calvo) estaban sentados en la silla, como dormidos. Al acercarme, temerosa, me di cuenta que les habían desgarrado el cuello y devorado, al hombre, una pierna.

En este punto, yo hiperventilaba. Aquí estaba pasando algo. Algo siniestro. Todo mi yo me chillaba que huyera. Pero ¿adónde? ¿Al bosque con el T-rex?

Vi un teléfono móvil en el mostrador y lo cogí. Este estaba bloqueado, pero podía llamar a emergencias. Eso hice.

El teléfono no sonó. Vi que no había cobertura. Alguien o algo la había cortado, seguro.

Genial.

Entonces, vi el teléfono fijo del hotel y revisé las últimas llamadas. Ya habían llamado a emergencias. Luego, la señal se cortó supongo. Así que un equipo de rescate debería llegar pronto. Entonces, caí. Quizás pudiera acceder a internet.

Justo cuando tuve esa idea, sentí que algo se movía al fondo de la sala. Al revisar con la vista, no vi nada, pero tenía los nervios muy delicados en aquel momento. Así pues, decidí ir a la que iba a ser nuestra habitación. Revisé la libreta de visitas que tenían allí, y vi que la nuestra iba a ser la 214. Al revisar las llaves del mostrador, la encontré, la recogí y me dispuse a subir las escaleras, pues cuando probé el ascensor, este no iba.

Llegué a la primera planta. La mía era la segunda. En solo una planta había ¡cien habitaciones! Que locura. Y el hotel tenía cuatro plantas. Subí a la segunda y nada más llegar, a mano izquierda, ahí estaba. Abrí la puerta y entré.

La habitación estaba intacta. Una cama en medio del cuarto, una tele de 42 pulgadas colgada de la pared izquierda, un baño a la derecha. Y una ventana enfrente de donde yo estaba.

Tras echar un vistazo al cuarto, vi que mis padres no estaban. Alicaída, me dirigí hacia la ventana, donde eché un vistazo. Y vi algo asombroso.

Dinosaurios voladores. ¡Voladores! Creo que se llamaban Quetzalcoatlus o algo así…

Vi sus hermosas alas batir el viento, sus delgados cuerpos elevarse en el aire. Tenían un largo pico y sus ojos eran negros.

Definitivamente, eso tenía que ser un sueño.

Pero os juro que no lo era.

Cuando ya pasaron, me dispuse a investigar la habitación. Y, en el baño, escondido tras el retrete, vi asomar algo. Era un papel. Lo recogí. Estaba escrito a bolígrafo negro y decía:


Rogamos a todos los huéspedes del hotel que permanezcan ocultos.

No traten de huir. Es demasiado peligroso. Por favor, mantengan la calma.

Un equipo de rescate está en camino.


Escrito y firmado por Dir. Anderson.



Dos cosas saqué en claro de aquel breve texto. Tres en verdad: Un tal Anderson era el director del hotel. Algo había ocurrido. Y por alguna razón, escribió esa nota a mano en lugar de a ordenador y darle fotocopiar. En fin, supuse que quizá era mayor y no se le daba bien la tecnología. Tampoco conocía al director. Ni quería. Solo quería hallar a mis padres y largarme cuanto antes. Dos, que sabía lo de los dinosaurios y tres, que seguramente tenía algo que ver.

Fue entonces cuando algo golpeó la puerta de la habitación.

Otra vez. PAM. PAM. Y de nuevo. PAM.

Escuché un rugido. O rugidito. Me sonaba de algo. Ya lo había oído antes. Pero no era el T-rex. No, si lo fuera, escucharía esos pasos como terremotos. Era algo más pequeño e igualmente letal.

Finalmente, rompió la puerta y entró. Apenas lo vi un milisegundo y me escondí en el baño. Cerré la puerta, eché el pestillo y me escondí en un pequeño armario que había bajo el lavabo. Era pequeño e incómodo, pero la bañera era demasiado obvia. Al cerrar de un portazo, el dinosaurio me escuchó.

Lo escuché golpear la puerta otra vez. PUM. PUM. Cerré la puerta del armario y ya todo cuanto pude ver fue oscuridad.

Escuché crujir y luego romperse la puerta. Escuché sus pasos, lentos y pausados. Lo oí sisear. Olisquear. Toda yo olía a miedo a pesar de que contenía la respiración todo cuanto podía. Lo sentí cerca del armario. ¿Y si le daba por romperlo? No solo me dañaría, sino que estaría a su merced, ya que casi no podía ni moverme. Empecé a arrepentirme de haberme escondido ahí cuando escuché gritar a otra persona. Oí más de esas cosas y luego el dinosaurio se marchó

Salí del armario (oh). ¿Qué dinosaurio era ese? Largo, delgado. Parecía… un velociraptor. O era muy rápido al menos.

La puerta del baño estaba destrozada. Lentamente, y con pavor, me asomé a la habitación. La puerta principal estaba destrozada también, así que no podía ocultarme ahí. Seguramente, el dino me escuchó o olió o algo. Y por eso me detectó.

Salí de la habitación. Y quedé petrificada. En el pasillo, a mano izquierda y a menos de cinco metros, había al menos tres velociraptores devorando algo.

O mejor dicho, a alguien.

Escuchaba sus bocas tragar, triturar y masticar. Tragué saliva y el terror inundó mi corazón. Me quedé un segundo inmóvil, solo observando. Pasado el shock inicial, y, muy despacio, empecé a caminar dirección a las escaleras. Debía esconderme. ¿Pero dónde? No tuve tiempo de pensar, pues uno de los velociraptores me detectó. Estos eran delgados, sin pelo. Tenían garras curvas, afiladas como dagas y dientes puntiagudos y finos. La criatura, al detectarme, rugió y alertó a sus camaradas. Sin pensar, me puse a correr y rápidamente fui perseguida por esas cosas. Corrí por el pasillo. Escuchaba a los velociraptores detrás de mí. Yo seguí corriendo sin cesar, hasta que empecé a sentirme agotada. Llevaba un rato corriendo y no podría huir eternamente. Giré a la izquierda al final del pasillo y vi que ese pasillo abría otros caminos a ambos lados. Giré a la derecha, luego a la izquierda y nuevamente a la izquierda, tratando de despistarlos. Luego, abrí una puerta al azar y me escondí dentro. Cerré la puerta con pestillo y coloqué una silla a modo de barrera.

Entonces caí al suelo. Hiperventilaba. Tras asegurarme de que no me seguían (o al menos, que ya no los escuchaba), me detuve a explorar la habitación.

Me di cuenta de que se trataba de un despacho. El suelo era gris, pero las paredes y el techo no. Estos eran blancos. Además, había un escritorio negro delante de mí, con un portátil enchufado, un lapicero lleno de bolígrafos y una papelera hasta arriba de papeles arrugados. Me senté en la silla de oficina negra. Desde esa posición, yo estaba delante de la puerta, vigilando que no se me colara ningún dino y, detrás de mí, había una ventana. Estaba en la segunda planta, de modo que saltar era menos que recomendable. Por si acaso, busqué en el despacho algo que me sirviera de cuerda, pero no hallé nada. Suspiré, desanimada. Lo quería por si tenía que huir por la ventana. Ya me veía teniendo que hacer eso porque los dinos me detectaban.

El portátil tenía solo un treinta por ciento de batería. Y estaba abierto por un email que no se había llegado a enviar, pues estaba a medio escribir. En él decía:


Señor director. Esto se nos ha ido de las manos. Los dinosaurios se han liberado y están matando al resto de huéspedes. Por favor envíe un equipo de limp…


Ahí terminaba abruptamente el mensaje.

No entendía gran cosa de lo que estaba pasando. Pero al parecer, quien le escribió el mensaje estaba en el ajo y el hotel también.

Los del hotel tenían dinosaurios…

Fue entonces cuando me dio por rebuscar en la montaña de papeles que había en la basura. Y pronto encontré un papel arrugado que contenía lo que yo estaba buscando: osea, pistas sobre lo que sucedía. El resto de papeles no decía nada interesante, eran facturas, o actas normales de cualquier empresa. Pero ese papel decía algo distinto:


Señorita Doris, por favor, le ruego, elimine todos los documentos. Esto se nos ha ido de las manos. Anoche, uno de los “huéspedes” logró liberarse de las instalaciones y logró huir. La mordedura es contagiosa, similar a la rabia. Ya sabe qué sucede cuando nuestros huéspedes se convierten.

Elimine este informe tan rápido lo reciba.

Dir. Anderson.


El mensaje había sido escrito a mano y, al parecer, Doris no había triturado el papel. Creo que no le dio tiempo. Pero no entendía. ¿Transformación de huéspedes?

Sin saber qué hacer, me quedé allí quieta. Estuve como alrededor de una hora. Esperando. Tenía demasiado miedo para salir y tenía la esperanza de que me rescatarían pronto. Pero nadie acudió. Ni humano ni dino. No sabía cuando vendrían a por mí ni si lo harían. En el despacho de Doris no había teléfono, así que no podía llamar. Finalmente no pude soportarlo más y opté por salir. Lentamente, abrí la puerta. Miré a derecha y a la izquierda. No se veía ningún dino. Respirando aliviada, salí del despacho y traté de buscar las escaleras mientras vigilaba que no hubiera ningún dino. Todo estaba demasiado silencioso y tranquilo. Encontré las escaleras y bajé por estas. Llegué de nuevo al rellano. Decidí que en el hotel tampoco estaba segura. Iría pues, a la orilla. De donde no me tendría que haber movido. Pero claro ¿qué sabía yo sobre dinosaurios? Además, aquella era la isla donde iríamos de vacaciones. Se suponía que en el hotel podría pedir ayuda. Visto lo visto, no fue así.

Me quedé helada. En la puerta principal, un velociraptor devoraba uno de los cadáveres. Tragué saliva y caminé despacio, dirección a las piscinas.

El pasillo era corto y la puerta que daba a la piscina se veía al fondo. Llegué a ella sin problemas y la abrí con cautela, no queriendo toparme con más dinos. Pero dentro solo estaba la piscina. No había restos de cuerpos ni nada. Al fondo, se veía la puerta que daba a la terraza del lugar. Me había estudiado de pasada el mapa del hotel, aunque claro, las plantas superiores eran un laberinto para mí. Pero sabía que en esa terraza debía haber unas escaleras que dieran con el parking del hotel. Quizás pudiera escabullirme por allí. Decidida, pasé a la piscina.

La piscina era rectangular y grande. El agua era transparente y tenía matices rojos.

Matices rojos.

¿Qué?

Como soy muy lista (nótese la ironía), iba yo caminando por el borde cuando una violenta sacudida hizo temblar el agua de la piscina. Chillé de la impresión y caí al agua. Esta medía como mucho dos metros de profundidad. Yo medía 1,60.

Al caer al agua, pude ver los restos de un cuerpo humano, el cual era todo hueso. Entonces, vi que un enorme monstruo marino se movía reptando por al agua a toda velocidad hacia mí. Presa del pánico, rápidamente nadé hacia abajo, esquivando por poco su boca. Me giré para verlo mejor. Era un mossasaurio, pero más pequeño que el de Jurassic world. Sería tan grande como un cocodrilo, era negro, o eso me parecía y tenía dos grandes hileras de dientes, los cuales eran muy amenazantes. La inmensa criatura volvió a arremeter contra mí. Rápidamente, saqué la cabeza del agua y me agarré al bordillo de la piscina. No sé como lo hice tan deprisa, pero logré sacar los pies de la piscina justo cuando noté los dientes de la criatura rozarme. Presa del pánico, me arrastré un poco más lejos en el suelo. Tumbada boca arriba, mientras hiperventilaba, vi como tenía dos arañazos en mi pierna izquierda. Escocía y dolía, pero a pesar de eso, logré incorporarme. Entonces, tuve que saltar hacia atrás y pegarme a la pared, pues el mossasaurio dio un gran impulso y salió de la piscina. Sus dientes me rozaron, pero enseguida regresó a la piscina. Con el corazón bombeando con violencia, salí de la piscina.

Nada más salir, vi unas escaleras a mano derecha, que bajé todavía con todo el cuerpo temblando. Había estado a punto. A punto de palmarla. Y al parecer, otra persona no había tenido tanta suerte.

Al bajar las escaleras, me detuve. Me encontraba en un callejón con una puerta que estaba entreabierta a mano izquierda y que rezaba: “Solo personal autorizado”. Y delante de mí, bloqueando el camino, me encontré nuevamente con el T-rex.

Este me miraba enfadado. Seguramente, por no haberme podido atrapar antes. Yo volví a quedarme inmóvil. Tragué saliva. Lo miraba sin saber qué hacer. No terminaba de salir de una, que me metía en otra. El ser rugió violentamente y esa fue la señal para colarme corriendo por la puerta. Sentí al T-rex golpearla no una, sino dos veces hasta que pude escuchar, mientras corría a toda velocidad por un pasillo blanco iluminado, como la puerta volaba y se estrellaba a escasos centímetros de mí. Yo hiperventilaba mientras huía.

Seguí corriendo por el pasillo, el cual tenía muchas puertas. Pero ¿en cual entrar? Cualquiera de ellas podía provocar que me metiera en una sala sin ventanas. Ese sería mi fin. Escuchaba nuevamente el BUM, BUM, BUM y luego otro rugido del T-rex.

Me colé entonces tras unas puertas dobles. Reconocí la sala como un comedor. Pero aquel no era el comedor del hotel.

¿Qué es este sitio?

Sin importarme en aquel momento, seguí corriendo y me colé en una puerta que había al fondo a la derecha y que dio lugar a otro pasillo blanco iluminado. Seguí corriendo y me colé tras la última puerta a la izquierda, pues ese pasillo, para mi desgracia no tenía salida. Cerré la puerta y la atranqué con una silla que vi. Igual que antes.

Respirando con dificultad (me dolía el pecho y sentía las articulaciones agarrotadas), vi que me hallaba en un despacho blanco de suelo alfombrado y mesa negra. Había una ventana tras de mí, aunque, al asomarme, vi que estaba bastante alto.

Es igual, tengo que saltar pensé.

No sabía si me había vuelto loca o qué, pero no podía quedarme allí esperando al T-rex. Sabía que me acabaría descubriendo y esa puerta no resistiría. Sin embargo, antes de irme, noté que en la mesa había un portátil apagado. Rápidamente, lo encendí, pero pedía clave.

Mierda.

Fue entonces cuando escuché nuevamente el BUM. BUM. BUM. Dado que no me quedaba tiempo, opté por rebuscar en la papelera, pero no encontré nada, ni tampoco en los cajones. Aquel debía ser el despacho del director Anderson y esperaba aclarar algunas cosas, pero, viendo que el T-rex me andaba buscando, abrí la ventana.

Me encontraba en lo que parecía ser la segunda planta. Había un árbol al que poder asirme. Así pues, salté a la rama, la cual tenía convenientemente cerca. Me agarré y, justo en ese momento, el dino dio un solo embiste al cuarto, echando la puerta abajo y destrozando la silla.

No ha aguantado nada pensé atemorizada. Creí que resistiría más.

Me deslicé por el árbol hasta acabar en el suelo.

Entonces se me cayó el alma a los pies.

Ocho velociraptores me estaban esperando ya abajo. Me escrutaron con la mirada y se dirigieron lentamente hacia mí, gruñendo y olfateándome.

Se acabó pensé mientras una lágrima se deslizaba por mi mejilla izquierda. Para mejorar las cosas, el T-rex dio un salto en el despacho, destrozando parte del edificio y aterrizando con un fuerte temblor que nos desestabilizó a mí y a los velociraptores. Pronto, estos se incorporaron mientras yo me quedaba sentada en el suelo, derrotada. Ya no podía hacer nada. Incluso aunque intentara levantarme, esas cosas me atraparían. Estaba condenada a una muerte horrible.

Fue entonces cuando el sonido de un helicóptero sonó en la distancia. Todos alzamos la cabeza. El T-rex rugió.

¡Fuego! — gritó alguien.

El sonido de muchas metralletas inundó el lugar abatió a dos Velociraptores. También hirió al T-rex, que trató de dar un bocado al helicóptero negro que nos sobrevolaba, pero este se hallaba lejos de su alcance y lo obligó a huir. El resto de velociraptores hizo lo propio.

En pocos minutos, aquel lugar quedó despejado y una escalera de mano bajó de inmediato hacia mi posición. La voz del megáfono me indicó que subiera y eso hice.

Me costó subir. Tenía los brazos y las piernas entumecidos. Pero lo hice deprisa y rápidamente, llegué al helicóptero, donde recibí el abrazo de mis padres. Mi padre era moreno y delgado, mi madre rubia como yo, algo rellenita. No pude evitar llorar mientras era abrazada por ellos.

Gracias a Dios, están bien pensé.

Mientras nos largábamos de aquella asquerosa isla, nuestros salvadores, que eran del FBI, nos explicaron todo:

Al parecer, en esa isla se hacían experimentos con los huéspedes. La empresa se llamaba como el hotel: King Summer. Usaban ADN fosilizado de dinosaurios y algunas cosas más para mezclar su genética con la nuestra. Su idea era crear un híbrido de dinosaurio y humano y así dominar la humanidad. Pero como todo, los planes salieron mal y las personas convertidas se escaparon del laboratorio (de donde acababa de venir yo). El doctor Anderson y Doris presumiblemente habían muerto. Nosotros íbamos a ir a esa isla de vacaciones por un sorteo que ganamos. Ahora veo que todo fue una trampa. Nosotros íbamos a ser sus próximas victimas.

Ahora esa isla ha sido clausurada. Parece que los dinosaurios han regresado.


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