lunes, 24 de julio de 2023

ANIMA

 


León se despertó.

Se hallaba tumbado en lo que parecía ser una camilla de hospital en una habitación vieja y muy descuidada. Las paredes eran grises, aunque habían sido blancas anteriormente. Esto lo supo por restos de yeso blanco. Había manchas de hollín y suciedad tanto en las paredes como en el suelo. Un retrete roto al lado de un lavabo viejo se situaban delante de él. Y a su derecha había una puerta sin ventanas. La habitación en sí no tenía ningún tipo de ventana.

León se incorporó.

Hizo sus necesidades.

¿Dónde estaba? No recordaba haber sido ingresado en ningún hospital. Quizás estaba soñando después de todo. No se había operado de apendicitis, ni se había hecho ningún esquince ni puesto enfermo, ni nada. De hecho, la noche anterior estaba muy bien. Había sido ascendido en su trabajo y, por raro que resultara, eso no había supuesto una carga extra de trabajo. Todo seguía igual, salvo que ahora cobraba más. Había salido a cenar con un amigo y luego había vuelto a casa a dormir plácidamente. No entendía nada.

Pero lo averiguaría.

León era un hombre de treinta y un años. Su cabello era negro y sus ojos, azules. De complexión atlética. Trabajaba como policía en su pueblo. Notó algo más extraño aún:

No iba en pijama. Alguien se había molestado en vestirlo. Llevaba pantalones marrones y camisa azul, junto a zapatos negros.

¿Quién…? Tengo que salir de aquí. Y averiguar que coño está pasando.

Probó a abrir la puerta, que para su sorpresa no estaba cerrada, y salió al pasillo. Delante de él había muchas puertas y a ambos lados se abría un camino. Cualquiera de ellos podía conducir a la salida. No había carteles indicativos, así que tendría que jugársela. Decidió ir a la izquierda.

Solo sus pasos resonaban en el lugar, provocando algo de eco. Algunas puertas estaban cerradas, y otras abiertas, pero no halló a nadie. El lugar parecía vacío, abandonado. En una de las habitaciones (o celdas, diría León), encontró un pequeño cuaderno rojo. Lo abrió. Era el diario de un paciente. No ponía nombre, pero decía:





Día 13.

Los experimentos son cada vez más agresivos. Odio cuando me suben al potro. Las cosas que te hacen son…

He vuelto a oírla otra vez. A esa maldita mujer. ¿QUÉ ERES?

Joder, solo quiero irme a casa…


La página estaba mojada. No había nada más escrito y León notó que esas palabras no habían sido escritas con tinta.

Sino con sangre.

Joder, que turbio.

Fue entonces cuando escuchó una risa. No era una risa humana. Sonó fría, cruel y espeluznante. Sonó cerca y lejos a la vez. Más bien, era como si alguien se hubiera reído lejos y su eco hubiera llegado hasta León. Este se sobresaltó y miró a todos lados, nervioso.

Calma. Solo es tu miedo. Tu mente juega contigo. No puedo distraerme, tengo que salir de aquí.

Y con esos pensamientos salió de la habitación y continuó hacia adelante, apretando el paso, hasta llegar a una sala circular, donde quedó paralizado.

Aquella sala estaba cubierta de camillas de hospital y enfrente había un espejo rectangular. Y el suelo estaba cubierto de cadáveres, tanto de enfermeras, como de pacientes.

¿Qué coño ha pasado aquí?

León escuchó un aullido y de nuevo aquella risa escalofriante. Por puro instinto, se ocultó tras una de las camillas y vio como el espejo se resquebrajaba y de él salía un ser como nunca antes había presenciado León. Primero apareció una mano grisácea cubierta por venas negras, seguido de un rostro medio tapado por una larga cabellera negra.

En sí, parecía una mujer. Una mujer muy alta, de al menos, metro noventa. Pero no caminaba, flotaba, cual fantasma y llevaba un vestido sin mangas. Era liso y blanco, pero estaba manchado de sangre. Su piel era grisácea y, al igual que su brazo, repleta de venas oscuras. No podía verle los ojos debido a que su cabello los tapaba, pero sus labios eran gruesos y estaban agrietados. Sus dedos parecían garras e iba descalza.

En silencio, la mujer flotó por la habitación. León tenía el corazón en un puño. Al más mínimo movimiento, lo vería. Pero la mujer pasó de largo y siguió por el pasillo que León había dejado atrás. Esperó hasta que se perdió de vista y entonces aprovechó para caminar rápidamente hacia la puerta. La abrió y la cerró con cuidado. Ante sí se topó con otro pasillo. Las paredes eran blancas y el suelo estaba viejo y gris. Caminó rápidamente. Ya no había puertas a ambos lados. León estaba deseando salir.

El pasillo parecía interminable, pero, tras unos veinte minutos, por fin llegó a lo que parecía ser la recepción del hospital. Esta estaba vacía, pero las paredes se caían a cachos y el suelo estaba bañado en sangre reseca. Todo su ser le decía a León que debía salir de allí cuanto antes. A la derecha había dos puertas, pero al fondo había una puerta doble que daba a otro pasillo. Se dirigió hacia allí y cuando trató de abrirla, se percató de que estaba cerrada con llave. Fue entonces cuando escuchó de nuevo la risa. Rápidamente, trató de abrir la puerta que tenía más cerca de sí. Lo logró y entró. Cerró la puerta. La habitación era una consulta médica. Sin embargo, la mesa, situada a su izquierda, la habían tirado al suelo y la camilla, situada enfrente, igual. Se ocultó tras la mesa tirada. Aunque no la vio, si escuchó la risa cruel y espeluznante de aquella mujer fantasmal. Percibió que, al flotar, dejaba correr una ligera brisa que se colaba en las habitaciones y así supo que iba en la misma dirección que él. Tras unos segundos, dejó de oírla.

Genial, va en mi misma dirección.

¿Cómo era aquello posible? ¡Fantasmas! ¡Mujeres que flotaban! ¿Y cómo había acabado él ahí?

Movido por la curiosidad, (y queriendo marcar la máxima distancia posible entre él y ese ser), León investigó los cajones del escritorio. Encontró lo que parecía ser un pequeño registro médico. Había anotaciones tomadas a mano, escrito en bolígrafo azul y con muy mala caligrafía:


19/09

El paciente n.º 15 está listo. Se le ha inyectado diversos calmantes y, se le ha atado a la cama. Tras pasarse los efectos, hemos procedido a extirparle ambas piernas y la lengua. El paciente ha gritado mucho. El director está muy molesto.

20/09

El paciente nº17 parece tener más tolerancia al dolor. Se le ha provocado varios cortes en brazos y piernas y no parecía sentir nada.

León llegó hasta la entrada 13/10:

Esa mujer…

Julia se llama la paciente nº31. Parece ser muy vulnerable al dolor. Trató de manipular a los médicos para que la soltaran. Hoy mismo ha fallecido. Hemos tenido que electrocutarla. Era demasiado peligrosa. Casi consigue escapar.

14/10

He empezado a oír cantos. Risas que me hielan la sangre por las noches. Creí que eran alucinaciones producidas por el estrés. Pero María también las ha oído. Y otros colegas también. Y el director.

Esto no me gusta.

17/10

Es esa maldita mujer. Julia. El experimento ha sido un éxito. ¿Pero a qué precio?


Por lo que León pudo deducir, Julia era la mujer que vagaba ahora por el hospital. Presumiblemente, ella acabó con todo el hospital, menos con él. A él lo habían secuestrado anoche, pues hoy era dieciocho de octubre. Por eso no recordaba haber ido allí. Porque se lo llevaron mientras dormía. Y era una buena victima, pensó: pocos amigos, ya no tenía familia. Y por lo visto, buscaban eliminar el dolor o algo así, o encontrar sujetos que no sintieran dolor. Y también transformarse en fantasma, por lo visto.

No entendía del todo sus maquinaciones, pero lo que estaba claro es que aquel hospital sin nombre era mera fachada para actos verdaderamente delictivos. Debía salir de allí.

Son unos salvajes.

Salió de la habitación. La puerta doble por la que él tenía que ir seguía cerrada. Así que dos cosas: o la había abierto y luego cerrado (cosa que dudaba) o la había traspasado.

Así que también puede traspasar cosas.

Era bueno saberlo, aunque para nada tranquilizador. El ser ya debería estar lo suficientemente lejos, pero León debía hallar todavía la llave así que decidió inspeccionar un momento el cuarto de al lado, el cual era otra consulta y cuya mesa estaba intacta. En él encontró el diario de un Enfermero. Y al lado se encontraba una llave. La llave estaba al lado del cuerpo sin vida el enfermero, cuyo cabello era corto y negro. Agarró la llave y leyó el diario:


DIARIO DE MARCUS

17/10

Aún puedo oírla reír. Esa cosa, esa ánima, agarra a sus victimas y con la boca les succiona el alma. Así se alimenta. Se pone muy violenta cuando encuentra a su víctima.

No quiero morir. Por favor, por favor por fa…


Ahí terminaba la entrada, pero le permitió a León comprender mejor a qué se estaba enfrentando.

Supongo que te lo merecías.

León salió del cuarto y siguió por el único camino disponible: la puerta doble. Probó la llave y encajaba.

A la boca del lobo pensó con resignación.

Siguió recorriendo el único pasillo. Cada vez parecía más viejo y deteriorado, lo cual a León no le cuadraba. Si ese lugar se había estado utilizando hasta el día anterior, ¿cómo estaba en ese estado? Se le ocurrió entonces, que tal vez fuera producto del anima. Quizá ella era quien lo dejaba así al atacar. No lo sabía, pero lo descubriría pronto. Un pensamiento inquietó su mente: si a esa cosa le daba por aparecer ahora, estaba perdido. No tenía donde esconderse y, si era intangible, entonces no había forma de poder destruirla. Tendría que echar a correr, y no estaba seguro de sí sería más rápido que el anima.

Finalmente llegó lo que comprobó que era la salida. Se trataba de otra recepción, pero unas puertas dobles de cristal permitían visualizar la calle. Y delante de la puerta, se hallaba el anima.

El pánico se apoderó de León. Rápidamente se escondió tras el mostrador de recepción situado a su derecha. Y entonces escuchó la voz del anima. Una voz que hablaba en susurros y era escalofriante:

Te veo…

Los pelos del cabello de León se le pusieron como escarpias. Tragó saliva y entonces, el anima procedió a alzar los brazos al tiempo que reía. Las sillas que había al lado de León se elevaron en el aire, los sofás de la sala también. Todo flotó en el aire, salvo el mostrador, que estaba firmemente anclado al suelo. Sin embargo, este tembló con violencia y todo el suelo también. Estaba sucediéndose un terremoto en el hospital. Y de repente, dos de los tres sofás salieron disparados directamente hacia León, quien se vio obligado a rodar a un lado para esquivarlos. Los sofás impactaron en el suelo y resquebrajaron el suelo, ocasionando de paso un gran estruendo.

León respiraba agitado. Lo único que lo salvaba de una muerte directa era el mostrador. Ahora ya entendía porqué el hospital estaba tan deteriorado y lleno de sangre. Sin duda, el anima mató a más de uno lanzándole objetos.

Tenía que escapar, pero ¿como? Vio acercarse entonces al anima al tiempo que esta reía con burla. Al no haber podido matarlo con objetos, ahora se lanzaba directamente a por él. Lo agarró con firmeza por ambos brazos y, junto a ella, lo elevó en el aire al tiempo que la boca del anima se abría. Pronto, León notó cómo iba succionando su alma, cual dementor. La vista se le nubló, las fuerzas le flaquearon y luego todo se apagó.


León se despertó sobresaltado. Respiraba agitadamente. Todo había sido un sueño, pensó aliviado. Parpadeó.

Y el alivio desapareció.

Porque volvía a encontrarse en la misma habitación que al despertar la primera vez.

Miró alrededor. Era exactamente la misma. Seguía atrapado en el hospital. ¿Había sido un sueño premonitorio? ¿O era todo real? Y de ser así, ¿Porqué al matarlo él se volvía a encontrar allí, como si hubiera retrocedido en el tiempo?

Se incorporó de la cama, dispuesto a escapar una vez más. Volvió de nuevo a la entrada, donde quedó petrificado. Le había resultado raro no haber escuchado al anima en su segundo escape, pero pronto lo entendió todo.

Su cuerpo físico yacía en el suelo, inerte, como el de todos los demás.

La diferencia es que ahora él era un espíritu, como Julia.

Estoy muerto…

Ahora que era consciente de su propia muerte, notaba su alma ligera. Probó a atravesar la salida del hospital, y comprobó que podía.

Su alma traspasó la salida y se encontró en las calles de la ciudad. Ahora que estaba muerto, era libre.