miércoles, 14 de febrero de 2024

EL DESEO

 

Naomi iba caminando por la calle, a altas horas de la noche, cuando, en el suelo, justo al lado de su casa, encontró una especie de botella.

Le llamó la atención porque la botella era roja y tenía inscripciones en árabe. Trató de abrirla, pero no lo logró. Intrigada sobre quién y porqué alguien habría dejado aquella botella allí, decidió llevársela a casa. La botella parecía en perfecto estado e impoluta.

Naomi tenía veintiocho años y era programadora informática. Su tez era oscura, igual que su cabello y era alta, de 1,80.

Dado que era conocida por su insaciable curiosidad, Naomi investigó en internet sobre la botella. Ella sabía inglés y francés, pero ni papa de árabe, así que decidió traducirlo en google. Y leyó en voz alta lo que decía:


Aquel que logre descifrar el acertijo de la botella, será bendecido con la generosidad del Djinn.


Y entonces, ella escuchó un “click”. Por puro instinto, probó a abrir la botella y esta vez, pudo hacerlo. De ella salió un humo rojizo, del mismo tono que la botella y rápidamente tomó la apariencia de una mujer. O eso parecía.

Iba ataviada con una gran túnica gris oscura que le tapaba todo, hasta el rostro. Su larga cabellera negra ayudaba a tapar su cara. Sin embargo, el miedo atenazó a Naomi, pues las manos de aquella mujer parecían garras. Tragó saliva y, antes de que pudiera decir nada, una voz escalofriante salió de la garganta de aquella mujer y dijo:

Soy el genio de la lampara. Como agradecimiento por liberarme de mi prisión, te concederé un deseo.

Un deseo… ¿Puedo pedir lo que quiera?

La mujer asintió. La voz de la mujer heló la sangre de Naomi y encendió todas sus alarmas. Algo no marchaba bien. Aquello no era buena señal. ¿Quién querría librarse de esa botella? ¿Porqué dejarla en su casa?

Quería preguntar todas esas cosas, pero satisfacer esas necesidades podía ser interpretado como un deseo, y no quería malgastarlo así. Lo investigaría por sí misma, se dijo. Tenía que pedir un deseo, y sabía bien qué pedir.

Había una cosa que deseaba desde hacía mucho tiempo:

el amor del hombre del que llevaba enamorada dos años. Él nunca la correspondió, porque él tenía novia. Se casarían pronto. Aquello había roto su corazón en mil pedazos. Y por más que intentó conocer a otras personas, nadie era como él. Y aunque sabía, en lo más hondo de su ser, que lo que estaba a punto de pedir, no estaba bien, sus sentimientos bloquearon su lógica y dijo:

Deseo el amor del hombre al que amo.

No sabía si el genio entendería su deseo. Pero lo entendió perfectamente. Nuevamente, el genio volvió a asentir. Chasqueó los dedos y luego desapareció.

¿Ya se había cumplido su deseo? Naomi se quedó allí plantada, en la soledad de su habitación, con cara de tonta. A lo mejor la habían engañado y su deseo no había surtido efecto. Comprobó su teléfono, pero él no le escribió. Tampoco por ninguna otra red social.

Se acostó, agotada de cansancio, y no notó, hasta la mañana siguiente, que la botella había desaparecido. No la encontró por ningún lado y asumió que la botella desaparecía con el genio. También investigó sobre los genios y encontró respuestas inquietantes:

Por lo visto, los genios, o Djinn, concedían deseos sí, pero estos no eran como en Aladdín, sino que sus deseos solían tener consecuencias nefastas. Y no era posible revertirlos sino se encontraba nuevamente la botella. Algunos Djinn concedían un deseo, otros, tres.

Y en cuestión de días, ella no cesó de buscar la botella por su barrio, pero también, el hombre que amaba empezó a hablar con ella. Le empezó contando que tenía problemas con su pareja, quien se pensaba que él era infiel por haberle pillado con prendas de otra mujer (según él, su hermana). Luego, unos días más tarde, alrededor de dos semanas después de haber pedido el deseo, la novia del hombre al que amaba, cuyo nombre de ella era Amanda y el de él Arturo, tuvo un trágico accidente. Por lo visto, su coche se despeñó por un barranco, Naomi fue al funeral y consoló a Arturo, mientras por dentro, empezó a removerla la conciencia. Si, ahora podría estar con Arturo, pero había provocado primero una discusión entre ambos, que ella sospechara que él era infiel y posteriormente, la muerte de esta.

Naomi siguió sin encontrar la botella. Tampoco tenía fotografías ni nada, así que no podía enseñársela a nadie y no quería hablar con nadie del tema, por temor a que la tomaran por loca.

Pero poco a poco, ella fue consolándolo, salieron a comer, al cine, rieron juntos, y poco a poco, con el pasar de los meses, ambos fueron olvidando a Amanda. Naomi decidió enterrar todo ese dolor y decidió, egoístamente, que no era culpa suya. Si ella pidió el deseo, pero no pidió que la mataran ni que ambos discutieran. Así transcurrieron dos años, hasta que Naomi encontró restos de carmín en la camisa de él. No queriendo repetir lo de Amanda, decidió investigar en silencio. Otro día llegó con olor a otra mujer y ella le preguntó al respecto. Él se puso muy nervioso y llegó al punto de darle una bofetada. Ella lo miró anonadada y él se disculpó. Fue entonces cuando ella contrató un detective privado y descubrió, con todo el dolor de su corazón, que él tenía una doble vida. Tenía otra mujer, y un hijo y ella, al igual que Amanda, habían sido “la otra”. Así pues, Naomi reveló el pastel y provocó la separación de él con su auténtica mujer y ella misma.

Fue entonces cuando las cosas se pusieron todavía más siniestras. Y Naomi solo se salvó de su fatal destino porque tuvo un presentimiento. Una mañana que iba a arrancar su coche para salir, se acordó de Amanda y decidió revisar los frenos, movida por una inquietud.

Estaban cortados.

Notó como la respiración subía y bajaba de su pecho.

Amanda no tuvo un accidente comprendió horrorizada. Fue asesinada.

Para que ella pudiera estar con Arturo, el hombre que había amado durante años, había tenido que provocar que él fuera infiel y asesino y matara a Amanda, transformando las vidas de ellos y los de alrededor en una verdadera tragedia.

Necesitaba arreglarlo. Necesitaba al genio de nuevo. Pediría volver atrás. Si, eso haría. Así todo se arreglaría.

Pero ahora le quedaba otra cuestión. ¿Cómo encontrar la lámpara? Se le ocurrió que tal vez, habría alguna forma de invocarlo sin ella, suponiendo que, como ya conocía su existencia, quizás sería más sencillo. Escuchó leyendas que hablaban de lámparas mágicas en el desierto. Cierto que podía usar sus ahorros. También investigó a gente que aseguraba tener lámparas de djinn. Dio entonces, por internet, con un vendedor que aseguraba que su lámpara era cierta. Quedó en un callejón con él por la tarde y, en lugar de pagar, allí mismo decidió probarlo.

¡Y era cierto! El vendedor no esperó ni el dinero, inmediatamente huyó del lugar.

El humo negro se disipó y un genio distinto al anterior salió de la lámpara. Este tenía el aspecto de un hombre forzudo, de tez oscura. Una capucha tapaba su rostro. Ella rápidamente le explicó la situación. Y luego dijo:

Deseo poder retroceder en el tiempo tres horas antes de pedir mi deseo.

Eso es. Si volvía unas horas antes, podía retirar la lámpara y así ella nunca la encontraría, lo que significaría que jamás habría pedido el deseo. Todo se evitaría. Sin embargo, y una vez más, no tuvo en cuenta las consecuencias, y que los djinn no tomaban al pie de la letra el deseo.

Pronto todo a su alrededor se apagó y Naomi perdió la consciencia.

Cuando despertó, se encontraba tumbada en un sofá negro. El suelo estaba alfombrado. Era una especie de apartamento, pero ella nunca había estado ahí. Se incorporó. Había un baño y una cocina, pero nada más. No había ventanas, ni puertas.

¿Dónde estoy? Pensó asustada.

Cuando se miró al espejo del salón, lo entendió todo. Y gritó.

Sus brazos eran ahora grisáceos y sus dedos parecían garras. Su rostro era del mismo tono y sus dientes parecían sables. Sus ojos estaban inyectados en sangre.

Llevaba la misma ropa que la Djinn que invocó la primera vez.

Mejor dicho: ELLA era la Djinn.

No lo entiendo…

Trató de serenarse. Empezó a atar cabos. Ella deseó viajar en el tiempo. Pero claro, si ella impedía el deseo, entonces no habría motivo para viajar. Así que lo que el genio hizo, para evitar una paradoja fue transformarla en un genio y enviarla atrás en el tiempo. Ahora ella misma se concedería a sí misma el deseo.

Pero ahora puedo evitarlo. No lo concederé pensó decidida.

Pero, cuando se cumplieron las tres horas, ella notó una corriente de aire que la expulsó al techo. Aunque al mirar arriba inicialmente, no había visto más que una simple pared, su cuerpo (o espíritu, ya que no estaba claro si los Djinn estaban vivos o eran simples espíritus) salió afuera. Su capucha tapaba su rostro y pronto se encontró con ella misma, flipando. Naomi trató de hablar con su yo del pasado, pero notó, horrorizada, que las palabras no le salían. No podía comunicarse. Tampoco moverse. Es como si la lámpara le impidiera comunicarse de ninguna forma. Claro, esas lámparas mantenían presos a los Djinn. Obligándolos a conceder deseos. Escuchó el deseo de su yo del pasado y trató de no concederlo. Fue entonces cuando notó un dolor atroz en todo su ser.

Si tengo que morir para evitar que el deseo se cumpla, así sea…

pero, aunque para su yo del pasado fueron unos segundos, para ella fue eterno. Un dolor que se fue volviendo cada vez más insoportable y finalmente pensó:

¡Está bien, está bien! Joder…

Y tal como recordaba, chasqueó los dedos para cumplir el deseo.

Luego volvió a encontrarse en el sofá, respirando con dificultad. Le ardía todo el cuerpo. Sollozó. Al final, había resultado ser peor el remedio que la enfermedad y su castigo por querer a alguien que no podía corresponderle fue esa prisión eterna. No había podido cambiar el pasado y todo volvería a repetirse, como en un bucle.

Sería un genio para siempre. Y esa su prisión.

sábado, 3 de febrero de 2024

NARA

 

Eran las once de la noche en Dos Hermanas, Sevilla. Ainara (comúnmente llamada Nara), una chica de trece años comía junto a su amiga Lana, de su misma edad. Fue entonces cuando a Nara le entraron ganas de ir al servicio.

El restaurante de comida rápida donde ambas estaban cenando se encontraba dentro de un centro comercial, y el cuarto de baño se hallaba fuera del restaurante. Para llegar a él, Nara atravesó el silencioso pasillo rodeado de tiendas cerradas. El silencio era inquietante y Nara solo oía sus pasos resonar en el suelo. Llegó al cuarto de baño y se lavó la cara en el lavabo, donde vio su aspecto: una chica que medía 1,50 y cuyo cabello negro estaba recogido en una trenza. Llevaba leggins y una sudadera. Parpadeó y visualizó sus propios ojos color verde.

Escuchó petardos.

Ni siquiera ha llegado navidad y ya están tirando petardos. Podríais meteroslo por el culo.

Se metió en el cubículo e hizo sus necesidades. Para cuando ya estuvo listo para salir, escuchó unos pasos.

En principio, aquello no tendría importancia (sería alguien que también necesitase ir al servicio), pero por alguna razón, algo en lo más profundo del subconsciente de Nara le dijo que no se moviese. Quizás, su instinto de supervivencia.

Fuera quien fuera aquella persona (ni idea de si era hombre o mujer), debía ser alta. Llevaba botas negras que bien podrían ser unisex. Sus pasos eran tranquilos y, por alguna razón, aquello la puso nerviosa. Tragó saliva. Tenía el presentimiento de que algo no iba bien. Escuchó como aquella persona llegaba al final del baño, para posteriormente, abrir agresivamente la puerta. Luego silencio.

La siguiente puerta debía estar abierta, porque pasó directamente a la tercera y la abrió más suavemente. Nara se subió con lentitud a la tapa del retrete, con el fin de que aquella persona no la viera en el baño. Tenía el pestillo puesto, así que le sería imposible abrir la puerta. Espero que no pensara que había alguien dentro.

Finalmente llegó a su puerta. Se detuvo, con las botas mirando en su dirección y trató de empujar la puerta. Esta no cedió. Creyó que se iría, pero, en su lugar, vio como se arrodillaba.

En una fracción de segundo, asomaría su cabeza y descubriría (o tal vez no) la identidad de aquella persona, que parecía estar buscando a algo o a alguien, quien sabía con qué fin.

Rápidamente, Nara tomó impulso y se agarró a la pared de al lado, que daba al cubículo de al lado. Dado que ya había mirado ahí, era improbable que regresara nuevamente. Se agarró del borde, metió una pierna y luego la otra justo cuando aquella persona agachaba la cabeza y miraba con sus inquietantes ojos azules. Pero eso fue todo cuanto ella pudo ver, pues aquella persona llevaba la máscara de una calavera, tapando su rostro.

Eso le recordó que halloween estaba al caer. Se sostuvo del borde de la pared del cubículo. Notaba como los brazos se le entumecían. Temía que, si se dejaba caer, el ruido de sus pies aterrizando en el suelo, por mínimo que fuera, alertara a aquella persona siniestra. Sin embargo, aquel rostro cubierto por una máscara se retiró tan rápido como apareció y luego escuchó como los pasos se alejaban lentamente del baño, hasta perderse en la lejanía. Solo entonces, Nara se atrevió a posar sus pies en el suelo mientras sus piernas temblaban como mantequilla y su cuerpo también temblaba, pero violentamente. Los nervios le erizaron la piel y la boca se le secó.

Con precaución y el corazón en un puño, Nara salió lentamente del cubículo y finalmente del baño.

Pero cuando llegó al restaurante, se quedó helada.

Su amiga y todos los demás clientes, incluyendo los trabajadores, estaban muertos. Parecían haber sido asesinados por un arma de fuego, a juzgar por la cantidad de sangre y las heridas que vio. Se acercó, temblando de pánico, al cuerpo de su amiga, cuyos ojos sin iris revelaban sorpresa.

Escuchó el sonido de un arma. Alzó la vista. Allí estaba la figura, tapada no solo por la máscara, sino también por una gran túnica negra con guantes negros. Era alto, de al menos, 1,80. En sus manos sostenía una escopeta.

Apuntó con su escopeta a Nara y disparó. Nara se movió rápidamente hacia un lado, esquivando la bala, que destrozó el mostrador. El sonido fue más potente que un petardo y provocó que los oídos de Nara pitaran durante unos angustiosos segundos. El asesino (porque eso es lo que era) volvió a disparar.

O lo intentó, porque cuando apretó el gatillo, no salió ninguna bala. Parecía ser, que ya había gastado todas las balas antes. En un momento de valentía, Nara se abalanzó sobre él y ambos rodaron por el suelo. El asesino le propinó una patada en el estómago enviándola a la pared más cercana, donde se golpeó. Gimiendo de dolor, Nara se incorporó al tiempo que veía al asesino sacar un cuchillo de carnicero de debajo de su túnica. Al parecer, había sido previsor.

El asesino se abalanzó sobre Nara, que, aterrada, quedó paralizada mientras observaba, como si fuera a cámara lenta, como su asesino se acercaba a velocidad vertiginosa hacia ella. En el último segundo, tal vez por instinto, se agachó y golpeó la entrepierna del asesino. No sabía su sexo, pero en cualquier caso, esperaba pararlo con eso.

Y funcionó. El asesino soltó el cuchillo, que cayó al suelo con un repiqueteo metálico al tiempo que se agachaba y caía al suelo entre gemidos de dolor. Sin pensarlo, Nara agarró el cuchillo y retiró la máscara.

No conocía a aquel tipo de nada. Lo único que sabía, es que era hombre, tenía cuarenta años, barba y pelo negro y era un peligroso asesino en serie que se había fugado de prisión hacía dos días. Mataba por el simple placer de hacerlo.

Nara nunca había matado a nadie. Pero, dada la masacre que provocó (y que había provocado en el pasado), no sintió remordimiento alguno cuarto le rajó la garganta. Una especie de placer sádico se incrustó en ella mientras veía la vida de aquel monstruo apagarse rápidamente, hasta que dejó de retorcerse.

La policía lo vio como un caso de defensa propia. Sin embargo, aquella noche fue algo con lo que Nara cargó el resto de su vida y que solo pudo superar gracias a una intensa terapia.