sábado, 3 de febrero de 2024

NARA

 

Eran las once de la noche en Dos Hermanas, Sevilla. Ainara (comúnmente llamada Nara), una chica de trece años comía junto a su amiga Lana, de su misma edad. Fue entonces cuando a Nara le entraron ganas de ir al servicio.

El restaurante de comida rápida donde ambas estaban cenando se encontraba dentro de un centro comercial, y el cuarto de baño se hallaba fuera del restaurante. Para llegar a él, Nara atravesó el silencioso pasillo rodeado de tiendas cerradas. El silencio era inquietante y Nara solo oía sus pasos resonar en el suelo. Llegó al cuarto de baño y se lavó la cara en el lavabo, donde vio su aspecto: una chica que medía 1,50 y cuyo cabello negro estaba recogido en una trenza. Llevaba leggins y una sudadera. Parpadeó y visualizó sus propios ojos color verde.

Escuchó petardos.

Ni siquiera ha llegado navidad y ya están tirando petardos. Podríais meteroslo por el culo.

Se metió en el cubículo e hizo sus necesidades. Para cuando ya estuvo listo para salir, escuchó unos pasos.

En principio, aquello no tendría importancia (sería alguien que también necesitase ir al servicio), pero por alguna razón, algo en lo más profundo del subconsciente de Nara le dijo que no se moviese. Quizás, su instinto de supervivencia.

Fuera quien fuera aquella persona (ni idea de si era hombre o mujer), debía ser alta. Llevaba botas negras que bien podrían ser unisex. Sus pasos eran tranquilos y, por alguna razón, aquello la puso nerviosa. Tragó saliva. Tenía el presentimiento de que algo no iba bien. Escuchó como aquella persona llegaba al final del baño, para posteriormente, abrir agresivamente la puerta. Luego silencio.

La siguiente puerta debía estar abierta, porque pasó directamente a la tercera y la abrió más suavemente. Nara se subió con lentitud a la tapa del retrete, con el fin de que aquella persona no la viera en el baño. Tenía el pestillo puesto, así que le sería imposible abrir la puerta. Espero que no pensara que había alguien dentro.

Finalmente llegó a su puerta. Se detuvo, con las botas mirando en su dirección y trató de empujar la puerta. Esta no cedió. Creyó que se iría, pero, en su lugar, vio como se arrodillaba.

En una fracción de segundo, asomaría su cabeza y descubriría (o tal vez no) la identidad de aquella persona, que parecía estar buscando a algo o a alguien, quien sabía con qué fin.

Rápidamente, Nara tomó impulso y se agarró a la pared de al lado, que daba al cubículo de al lado. Dado que ya había mirado ahí, era improbable que regresara nuevamente. Se agarró del borde, metió una pierna y luego la otra justo cuando aquella persona agachaba la cabeza y miraba con sus inquietantes ojos azules. Pero eso fue todo cuanto ella pudo ver, pues aquella persona llevaba la máscara de una calavera, tapando su rostro.

Eso le recordó que halloween estaba al caer. Se sostuvo del borde de la pared del cubículo. Notaba como los brazos se le entumecían. Temía que, si se dejaba caer, el ruido de sus pies aterrizando en el suelo, por mínimo que fuera, alertara a aquella persona siniestra. Sin embargo, aquel rostro cubierto por una máscara se retiró tan rápido como apareció y luego escuchó como los pasos se alejaban lentamente del baño, hasta perderse en la lejanía. Solo entonces, Nara se atrevió a posar sus pies en el suelo mientras sus piernas temblaban como mantequilla y su cuerpo también temblaba, pero violentamente. Los nervios le erizaron la piel y la boca se le secó.

Con precaución y el corazón en un puño, Nara salió lentamente del cubículo y finalmente del baño.

Pero cuando llegó al restaurante, se quedó helada.

Su amiga y todos los demás clientes, incluyendo los trabajadores, estaban muertos. Parecían haber sido asesinados por un arma de fuego, a juzgar por la cantidad de sangre y las heridas que vio. Se acercó, temblando de pánico, al cuerpo de su amiga, cuyos ojos sin iris revelaban sorpresa.

Escuchó el sonido de un arma. Alzó la vista. Allí estaba la figura, tapada no solo por la máscara, sino también por una gran túnica negra con guantes negros. Era alto, de al menos, 1,80. En sus manos sostenía una escopeta.

Apuntó con su escopeta a Nara y disparó. Nara se movió rápidamente hacia un lado, esquivando la bala, que destrozó el mostrador. El sonido fue más potente que un petardo y provocó que los oídos de Nara pitaran durante unos angustiosos segundos. El asesino (porque eso es lo que era) volvió a disparar.

O lo intentó, porque cuando apretó el gatillo, no salió ninguna bala. Parecía ser, que ya había gastado todas las balas antes. En un momento de valentía, Nara se abalanzó sobre él y ambos rodaron por el suelo. El asesino le propinó una patada en el estómago enviándola a la pared más cercana, donde se golpeó. Gimiendo de dolor, Nara se incorporó al tiempo que veía al asesino sacar un cuchillo de carnicero de debajo de su túnica. Al parecer, había sido previsor.

El asesino se abalanzó sobre Nara, que, aterrada, quedó paralizada mientras observaba, como si fuera a cámara lenta, como su asesino se acercaba a velocidad vertiginosa hacia ella. En el último segundo, tal vez por instinto, se agachó y golpeó la entrepierna del asesino. No sabía su sexo, pero en cualquier caso, esperaba pararlo con eso.

Y funcionó. El asesino soltó el cuchillo, que cayó al suelo con un repiqueteo metálico al tiempo que se agachaba y caía al suelo entre gemidos de dolor. Sin pensarlo, Nara agarró el cuchillo y retiró la máscara.

No conocía a aquel tipo de nada. Lo único que sabía, es que era hombre, tenía cuarenta años, barba y pelo negro y era un peligroso asesino en serie que se había fugado de prisión hacía dos días. Mataba por el simple placer de hacerlo.

Nara nunca había matado a nadie. Pero, dada la masacre que provocó (y que había provocado en el pasado), no sintió remordimiento alguno cuarto le rajó la garganta. Una especie de placer sádico se incrustó en ella mientras veía la vida de aquel monstruo apagarse rápidamente, hasta que dejó de retorcerse.

La policía lo vio como un caso de defensa propia. Sin embargo, aquella noche fue algo con lo que Nara cargó el resto de su vida y que solo pudo superar gracias a una intensa terapia.

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