jueves, 31 de octubre de 2019

ESPECIAL HALLOWEEN: VECINITO VAMPIRITO


Todo empezó un treinta de octubre del año 2014.

Hola, me llamo Malcom, tengo quince años y digamos que soy un poco antisocial (MUCHO). Vivo en un pueblo de EEUU junto a mis padres y mi hermana de diez años, llamada Alicia. A continuación paso a describiros un poco mi físico y el de mi hermana.
Yo tengo el cabello negro, algo despeinado, ya que casi nunca puedo peinarlo bien. Cierto es que soy torpe, pero creo que hasta mi cabello la tiene tomada conmigo. Llevo gafas por causas de astigmatismo y un poco de miopía. Sin las gafas, veo bastante regular, si bien tampoco soy del todo vulnerable.

Mi hermanita tiene el cabello negro como la noche, ojos castaños y un rostro impasible. Es muy lista y se le dan genial las letras y las matemáticas así como el arte. Es esa clase extraña de persona que puede elegir el destino que desee. A mí el arte se me da bien, las letras también pero soy un completo inútil con las mates, apenas sí paso de algunas ecuaciones y problemas realmente complejos (suerte si consigo resolver siquiera dos de ellos).

Pero basta de hablar de mí y mi hermanita. No voy a desprestigiar a mis padres, así que os hablaré de ellos, pero más rápidamente, pues lo que interesa es la historia. Mi padre es empleado en una fábrica de teléfonos y mi madre trabaja de camarera en un restaurante bastante caro.

Todo empezó aquel fatídico día de Octubre, aunque no se extendería más allá de dos días. Fue el día en que se mudó a nuestra calle un nuevo vecino. Y fue Alicia la que me alarmó.
Ella y yo lo vimos a través de la ventana. Como mis padres estaban el noventa por cierto del día fuera (comían fuera y todo) pues casi siempre estábamos ella y yo solos. Vimos su camión aparcar, a él (al vecino) sacar cajas junto a sus ayudantes; entrando y saliendo de la casa y del camión.

El vecino tenía el cabello negro, ojos rojos y la piel muy pálida.

Un vampiro.

Dijo mi hermanita. Solo tenía diez años, así que hice caso omiso de sus palabras. Cuan equivocado estaba...

Aquella noche mis padres avisaron de que no vendrían, así que mientras mi hermana dormía, yo me encerré en mi cuarto a jugar a la Xbox. No juego Online. Soy antisocial hasta para eso, así que en su lugar estuve dándole caña a la campaña de un Shooter. Para los que no lo sepan, un Shooter es un juego de disparos ya sea en primera o tercera persona.

Era la una de la mañana cuando empezaron los ruidos.

Al principio solo fue un ruido aislado y casi ni me enteré. Aún así, yo, curioso, me puse a investigar. El ruido provenía de la calle, la cual se encontraba completamente desierta. No había luces, ni coches pasando. Supongo que por eso lo escuché. Estaba todo en un silencio sepulcral. La casa del vecino estaba completamente a oscuras, tal como las demás. Pero los dos siguientes ruidos que escuché provenían de ahí. Era como si alguien se golpeara con un mueble y gimiera. Curioso, me aseguré de que mi hermanita dormía plácidamente y salí afuera, llaves en mano. Las guardé en el bolsillo del pijama.

Entré en la propiedad de mi vecino (si, ya sé que eso se considera allanamiento de morada, pero deseaba saber que ocurría) y me puse a investigar. Al investigar una ventana, vi a mi vecino y un bulto en el suelo. Como estaba oscuro, no sabía qué era ese bulto. Ya os lo imaginaréis supongo. Sí, era un cadáver.

No llegué a ver el cuerpo de quien era, pero sí supe quien era al día siguiente. Lo que en ese momento llegué a ver fueron los colmillos de mi vecino llenos de sangre, sus ojos inyectados en sangre y una mirada astuta y sanguinaria. Se volteó hacia mí, pues había sentido mi presencia. Yo, cagado de miedo, me aparté inmediatamente y volví a casa lo más veloz que pude, escondiéndome de las ventanas. Al entrar en casa, vi a mi hermana de pie en la entrada.

¡Jesús! — exclamé en un susurro.

Nunca daba buen rollo ver una niña pequeña en medio de un pasillo en mitad de la noche, sin luz alguna.

Ya te lo dije: es un vampiro — me dijo.

Llegó el día de Halloween. Durante la mañana, me dediqué a espiar a mi vecino, pero este no movió un pie a ninguna parte. Aunque todas las ventanas estaban destapadas, había una, seguramente su cuarto, que tenía las cortinas corridas.

Seguro que el tío está durmiendo ahora que es de día. Jesús, María y José.

Jamás había rezado. Pero en aquel momento lo necesitaba más que nunca. Aprovechando que mi enemigo estaba dormido, salí a comprar agua bendita, madera, ajo y lo que fuera. No sabía qué era real y qué era mito, pero había que probar. Ya de paso compré algo para comer.

De vuelta a casa, me informé sobre vampiros en Internet. Algunos decían que eran reales, otros que no... nada me quedaba claro. Pero me fié de lo clásico. Pillé un mechero de casa y mi desodorante. Lanzallamas casero. Tallé dos estacas. Cogí también una espada de madera. Para el agua bendita, cogí una pistola de agua y coloqué el contenido del frasco en ella. Pistola, estacas y espada de madera, además de un collar de ajos. Más preparado no podía estar.

A quien el vampiro había matado se trataba de mi vecino de enfrente, un pastelero. Decían que le había dado un infarto. Solo tenía cuarenta y tres años y hacía ejercicio siempre. Por no decir que era vegetariano. Ignoro si a pesar de todo eso a alguien le podía dar un infarto, pero desde luego, el hombre estaba más sano que yo.

No, yo sabía que había sido el vampiro.

Llegó al fin la noche. Antes de salir, bebí un poco de agua y comí algo.

Afuera, la fiesta de Halloween ya había empezado. Los niños chillaban, corrían de un lado para otro; otros solo caminaban. Múltiples timbres llamando, muchos "trato o truco" por allí y allá...

Alicia, disfrazada de brujita, me acompañaba portando la pistola de agua y una estaca, además de ajo escondido bajo el disfraz. Ambos nos enfrentaríamos al vampiro. Cuando la noche anterior me descubrió regresando aterrorizado, le pregunté cómo sabía del vampiro. Ella solo me respondió:

Los niños siempre ven cosas que los adultos no.

Así pues decidí llevarla conmigo. Era sumamente inteligente y ambos nos protegeríamos las espaldas. Además no podía dejarla sola, pues seguro escaparía y vendría conmigo. Intenté que se quedara, de verdad, pero la conocía demasiado bien para saber que no obedecería.

Antes de enfrentarnos a una posible muerte, llamamos a algunas casas. Media hora después fuimos a por el vampiro. Intenté entrar de día, pero algunos vecinos salían a la calle y podían acusarme de homicidio si encontraban el cadáver del vampiro (a menos que se redujera en polvo, pero de aquello no andaba seguro) y de allanamiento. Y por si fuera poco, la puerta andaba bien cerrada y las ventanas lo mismo. Ahora en Halloween, era el único momento. Cuando él mismo nos abría las puertas. El agua bendita no solo sería excelente para averiguar si de verdad era vampiro, sino que si no lo era, no pasaría nada, y si lo era, le haríamos un buen golpe. Llamamos a su puerta. Dimos el trato o truco y mi hermanita, de acuerdo al plan, entró a la casa cuando mi vecino saludó.

¡Alicia! — dije fingiendo enfado.

Entré yo también en su busca. Me miró traviesa, como si estuviera haciendo la mejor broma del mundo.

Venga, hay que seguir recogiendo caramelos...

Le estaba diciendo cuando de repente ella le echó agua al vampiro.

¡QUEMA!

Gritó con una voz antinatural cuando el chorro le golpeó el pecho. El vampiro cerró la puerta y yo, rápido como el pensamiento, lancé mi estaca hacia su corazón. No obstante el vampiro era muy rápido, más de lo que yo me pensaba y arrojó la estaca. Entonces me aventuré con el mechero y el desodorante. Lo tenía guardado en una bolsita colgada al cinto. No, no se me quedó atascado el mechero como pasa en muchas series y películas "casualmente". Acerté, aunque solo lo golpeé parcialmente. Mi hermana entonces lanzó más agua bendita directa al vampiro. Este la alcanzó y antes de que yo pudiera hacer nada, la mordió. Usé el lanzallamas para alejarlo y, ya conseguido, seguí atacando pero el vampiro me golpeó en las costillas. Era tan rápido que apenas sí podía prever sus movimientos. Pero cuando no era uno, era el otro quien atacaba y en ese momento fue mi hermana. El vampiro se alejó y entonces ella y yo combinamos nuestros poderes. Usamos agua bendita y fuego. El vampiro chilló de dolor, pero nuevamente nos esquivó.

Maldición

Por si no fuera ya suficientemente difícil acabar con un vampiro, encima era realmente esquivo y frustrante. Saltó, corrió y acabó golpeándonos a mi hermana y a mí. Yo sangraba por la nariz; mi hermana estaba inconsciente... o muerta. No quería pensar eso último. De todas maneras casi no tuve tiempo de pensar, el vampiro se abalanzó sobre mí. Lo esquivé en el último segundo pero aún así me agarró. La velocidad vampírica era extremadamente superior a la humana. Quizá si hubiese previsto su movimiento dos segundos antes no me hubiera agarrado, pero esa es otra diferencia del humano con el vampiro: tardamos más en ver venir las cosas.

El vampiro fue a morderme...

Lo vi hacerse cenizas.

Parpadeé. Vi a mi hermanita, estaca en mano. Rostro impasible. Pero supe que estaba muy asustada. La abracé. Aún tenía la marca del vampiro en el cuello, dos pequeños agujeros en la yugular, del que manaba mucha sangre.

Intenté curarla. De veras que lo hice. Pero no hay cura. En cuanto el hambre la atinó, no pudo resistirlo y devoró a su primer ser humano: un joven de treinta años (supuse). Y entonces su transformación se completó. Al parecer, según leí en libros que tenía el vampiro en casa, una transformación no se completa sino se bebe sangre humana. Hasta entonces, una vez mordida, pasan varios minutos antes de que la sangre del vampiro y su saliva hagan efecto en la sangre humana. Se mezclan y entonces ya no hay cura. La única cura sería que aquella sangre infectada no se mezclase. Vamos, abría que sacarla. Desde entonces, mi hermana Alicia desapareció en la oscuridad. A veces la veo asomarse a mi ventana, otras, esta tan cerca de mí... me huele, huele mi miedo, mi tensión. Sabe que estoy despierto, que no quiero moverme. Cuando encuentro el valor para hacerlo, ella ya se ha ido. Y siempre me da un beso en la frente antes de marcharse. Mis padres lloraron amargamente su perdida. Solo saben que desapareció la noche de ellos volver. Y que nunca volvió. Pero ella me escribe notas. Notas que no puedo enseñar porque no me creerían. En una de ellas me cuenta que se ha unido a un clan de vampiros al norte de la ciudad. Cazan de noche, matan, mutilan... y que le encanta.

Y eso significa que tengo trabajo.

Te quiero hermanita. Por favor, perdóname.

lunes, 7 de octubre de 2019

MIEDOS INFANTILES


— Tranquila Susanita, no te pasará nada.

Escuchaba la pequeña niña mientras esperaba sentada en una silla de la sala de espera del dentista. Ella y su pequeño osito de peluche marrón eran los únicos presentes en la estancia.

Susanita tenía dentista a esa hora y estaba aterrada. Estaba completamente segura de que aquel dentista quería dañarla. Su mamá la había dejado allí sola en compañía de su osito para que este la protegiera.

— ¿Porqué mami se ha ido? — Quiso saber la niña.

— Mucho trabajo tesoro. Pero tranquila, aquí estoy yo para protegerte.

Ella asintió. Su osito Lulú siempre la protegía, incluso de los monstruos que trataban de dañarla bajo la cama y de las pesadillas.

Susanita tenía tan solo diez años, pero era una niña muy valiente, aunque se asustaba tanto como cualquier niño y sentía una curiosidad aún mayor que su valor y pavor. Su cabello era rubio y ligeramente trenzado, con unos hermosos ojos azules. Vestía una camiseta azul con vaqueros. La puerta del dentista se abrió y un señor de unos cuarenta años, cabello negro corto, vestido entero de blanco (con una mascarilla y gorro incluidos), dijo:

— Adelante Susanita, ya puedes pasar.

La pequeña, atemorizada, entró en la sala con Lulú en brazos. Se sentó en la camilla con su osito y el dentista dijo:

— Lo siento cielo, pero el osito debe quedarse en la silla — señaló una, varios metros alejada de ella —. Para poder hacer la operación es necesario.

— No, quiero a mi osito. Lulú — la niña se resistió.

No obstante, el dentista logró convencerla (aunque no demasiado) al decirle que podría salir lastimado sin querer. Aunque Susanita lo vio como una amenaza, aceptó. En cuanto el dentista regresó con Susanita, los brazos de Susanita y sus pies fueron abrazados por grilletes metálicos. La niña se resistió.

— ¿Qué es esto? ¡Suélteme!

La niña chilló al ver como el dentista reía malévolamente y agarraba una motosierra (Susanita no tenía idea de donde la había sacado) y la arrancaba. El sonido de aquel aparato aterró a la pequeña, que se retorció inútilmente. Empezó a llorar de miedo mientras el malvado dentista se dirigía a la niña y decía:

— Abre esa boquita cielo...

De repente, el dentista quedó inmóvil, soltó la motosierra y cayó desplomado al suelo. Encima de él, a la altura de su corazón se hallaba Lulú con un cuchillo en la mano. El osito usó la sierra para liberar a Susanita, apagó la herramienta y la tiró a un lado.

— ¡Lulú! — gritó la niña de emoción abrazando a su osito.

Susanita despertó. Abrió los ojos con fuerza y empezó a respirar con dificultad a la vez que sudaba . Su osito estaba a su lado. Todo había sido una pesadilla. Miró en la oscuridad de su cuarto. Todo estaba tan negro... notó entonces algo. Al mirar a su izquierda pudo ver una sanguinolenta mano con dedos como garras.

Susanita chilló. Vio como lentamente el monstruo iba surgiendo de debajo de su cama. Una criatura horrenda, sin pelo, toda piel quemada y ensangrentada. La criatura gemía conforme se arrastraba lentamente por la cama, dejando regueros de sangre y rasgando las sábanas. Susanita acabó en el suelo, golpeándose la cabeza. Se arrastró llorando por el suelo mientras el ser se acercaba a ella. Y cuando por fin la alcanzó, cuando ella lo tuvo encima, pudo verlo. Vio su horrenda boca rugir, vio su lengua bípeda que la enrolló por el cuello y comenzó a asfixiarla; vio sus colmillos casi morderla el cráneo. Y vio como se evaporaba como niebla de repente. Ya no sentía el peso de aquel ser, ni su aliento a podredumbre. En su lugar, Lulú se encontraba ante ella, con el cuchillo con el que la había salvado del dentista.

Solo que no fue un sueño.

Susanita recordó. Tras el abrazo se había desmayado y acababa de despertar.

Su osito la había vuelto a salvar. Contenta, lo abrazó.

1 mes más tarde.

Los padres de Susanita veían a su pequeña charlando con Lulú. Escuchaban como agradecía haberla salvado de todos aquellos monstruos. La madre de Susanita lloraba. Se parecía a su hija, con el cabello castaño recogido en un moño, algo rechoncha de cuerpo. El padre era más delgado, calvo. Y al lado de ambos se encontraba un médico, todo vestido de blanco, con el cabello canoso.

— ¿Doctor, qué podemos hacer? — Preguntó la madre entre lágrimas.

— Solo el tiempo dirá — contestó el médico con pesar —. Su hija... se ha dejado llevar demasiado por la imaginación. Asesinando ella sola al dentista con una herramienta y a su hermana mayor (la cual, tristemente acababa de sobrevivir a un incendio) con un cuchillo que tenía escondido. Sufre de una severa esquizofrenia y no estoy seguro de si se llegará a recuperar algún día. Arrebatarle al oso puede ser... contraproducente. Lo tomaría como una amenaza.

— Entonces... habrá que esperar.

El médico asintió.

— No debí dejarla sola — se culpó la madre entre llantos —. El dentista era amigo de la familia y no...

— Nadie podría haber predicho eso amor — la consoló su marido abrazándola.

Y así, los tres se quedaron observando a la pequeña Susanita. La niña, advirtiendo su presencia les dedicó una mirada. Y esa mirada estaba llena de resentimiento, odio y una promesa.

Una promesa de muerte.