La leyenda de Medusa es famosa. Sin embargo, siempre ha sido retratada como una villana. Este relato pretende dar un poco de justicia a esta leyenda, más no justificar sus posteriores decisiones. Atenea, celosa de la belleza de Medusa, y de que Zeus la prefiriera a ella, decidió castigarla transformándola en una gorgona. La gorgona más peligrosa jamás creada.
Esta historia tiene lugar años después de haber sido transformada, pero años antes de la aparición de Perseo, el héroe que lograría derrotarla.
Medusa se encontraba en una cueva, rodeada de estatuas. Había de todos los tamaños: altos, bajos, medianos…
Algunos eran hombres. Delgados, gordos. No distinguían color de piel, pues todos eran de piedra. Algunos sin embargo, tenían rasgos asiáticos. Otras eran mujeres. Calvas, con pelo largo o corto. Daba lo mismo. Pero también había sátiros, un dragón (cuya estatua casi no cabía en la enorme cueva) y otras gorgonas.
Sus víctimas. Todo aquel que osó molestarla o entrar en sus dominios.
Y no serían las últimas.
Medusa llevaba una túnica gris oscura raída. Sus brazos eran delgados y esqueléticos. Se alimentaba sobre todo de peces y de sus propias víctimas, las que no transformaba, además de animales. Su cueva estaba oculta en el bosque, donde cerca había un lago.
Su cabello estaba tapado por un turbante y llevaba una venda sobre los ojos. Todo para pillar desprevenidas a sus víctimas.
Entonces, escuchó a un nuevo visitante. Otra de las habilidades de Medusa era su oído, el cual era excepcional, además de poseer la fuerza de diez hombres.
El visitante era un guerrero. Iba ataviado con una toga blanca y sandalias. Su cabello era pelirrojo y sus ojos eran del color del mar. Era musculoso y delgado y portaba una espada en ambas manos. Medusa se ocultó en una de sus estatuas.
El joven guerrero caminaba valerosamente por la cueva. Aunque por dentro estaba muerto de miedo, jamás lo admitiría. Tampoco se notaba. Sus pasos eran seguros y nada vacilantes, sujetaba con firmeza la espada. Quizá, con demasiada firmeza.
Miró con asombro las estatuas. Según las leyendas, esas eran todas las víctimas de Medusa. Convenientemente, él no conocía que Zeus había violado a Medusa. Atenea, quien le encargó la tarea de acabar con ella (pues se estaba cobrando demasiadas víctimas), le había contado que atentó contra el Olimpo y ese había sido su castigo. Pero ahora él tenía la misión de hacerla perecer y enviarla al Inframundo con Hades. Si hacía eso, Atenea lo recompensaría. Y él estaba dispuesto a satisfacerla. Solo un mortal idiota rechazaría los deseos de una diosa.
— ¡Medusa! — la llamó con fingida valentía —. Soy Nico. ¡He venido a matarte!
La risa de Medusa le heló la sangre a Nico.
Medusa salió de su escondite. Su sonrisa se ensanchó y mostró unos dientes puntiagudos, propios de un monstruo y menos de un humano.
— Nico… Bonito nombre.
Ella se detuvo frente a él, con calma. Nico se tensó. La voz de Medusa era melodiosa y fría como el hielo al mismo tiempo. Nico tragó saliva y dijo:
— ¿Últimas palabras?
Medusa dijo:
— Sí, solo una:
Entonces, al tiempo que lentamente se deshacía de su venda y retiraba el turbante, susurró:
— Mírame.
Pero Nico no era idiota y cerró los ojos. Sabía que, de mirar los ojos y cabello de Medusa, moriría. La tensión aumentó en Nico y Medusa empezó a divertirse.
Pobrecito. Piensa que eso lo salvará. Como si muchos no lo hubieran intentado ya antes.
— ¡Muere monstruo! — gritó Nico.
Y con un grito de guerra, corrió hacia ella. Sin duda, percibió Medusa, Nico había recibido un estricto entrenamiento, entrenando el oído y prescindiendo de la vista.
Ella esquivó el golpe de Nico, le agarró el brazo y le propinó una fuerte patada en el estómago, que lo dobló sobre sí mismo. Pero eso no provocó que soltara la espada ni que abriera los ojos.
Medusa habló entre susurros y con voz melodiosa dijo:
— Abre los ojosss. Mírameee.
— No…
Casi lo tenía. Era hábil en la lucha, sin duda, y había entrenado muy bien el oído, pero era débil de espíritu. Tampoco podía mover la espada porque ella seguía agarrando su brazo con firmeza, con unas manos que en lugar de uñas, eran garras.
— Mírame Nico. Observa este hermoso rostro. Nunca has visto nada igual. Sé que te mueres por verlo. Mírame…
Y finalmente, la frágil voluntad de Nico se rompió. Lentamente, abrió los ojos. En ese momento, gritó de horror:
El cabello de Medusa no era pelo, sino serpientes, vivas y sus ojos eran rojos. En cuanto miró, sus ojos brillaron y luego sobrevino la oscuridad.
El cuerpo de Nico fue transformándose en piedra. Primero fue su rostro, que fue volviéndose rápidamente grisáceo, seguido de sus brazos, torso y piernas.
Medusa sonrió, satisfecha. Su sonrisa era retorcida pero también mostraba algo de tristeza. Tristeza porque esto era cuanto podía aportar al mundo ahora: muerte y sufrimiento. Sus victimas, al transformarse en estatuas, morían, así que el alma de Nico iría al Campo Elíseo. En cambio, ella vagaría por La Tierra, inmortal, deseosa de venganza y sin poder escapar de su prisión. Pero ella se prometió a sí misma que algún día Atenea pagaría por lo que le había hecho.
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