Siempre se han hablado de las supuestas casas embrujadas.
¿Qué pasaría si fueran reales? ¿Qué habría dentro? Estas y otras preguntas eran
las que Tom, un joven de quince años, se hacía en su casa. Fanático de las
cosas sobrenaturales, un verano decidió que descubriría si eran o no reales.
De modo que una noche salió a escondidas de casa, a eso de las dos de la madrugada. Sus padres dormían desde las once, de modo que no se percatarían de su marcha. Escapó por la ventana de su habitación, pues dormía en la planta baja, así que no había problema. Cayó sobre la hierba blanda. Gracias a eso, sus pisadas fueron amortiguadas, y pudo marcharse de forma más silenciosa si cabía.
La casa que buscaba se encontraba en el 221 de Street Clinton. Era un barrio de mala muerte, famoso por las drogas y la criminalidad. No obstante, la zona donde él iba no se hallaba en las profundidades del barrio y la gente no se acercaba a esa parte salvo por el día, debido a que era ahí donde se encontraba la casa embrujada. Era vieja, de madera y partes de la casa (tablones y demás) estaban caídos, mojados, rotos o roídos por las ratas. Tom solo llevaba en su mochila una linterna, algo de comer y beber y un poco de sal, que decía que funcionaba con los espíritus.
De modo que una noche salió a escondidas de casa, a eso de las dos de la madrugada. Sus padres dormían desde las once, de modo que no se percatarían de su marcha. Escapó por la ventana de su habitación, pues dormía en la planta baja, así que no había problema. Cayó sobre la hierba blanda. Gracias a eso, sus pisadas fueron amortiguadas, y pudo marcharse de forma más silenciosa si cabía.
La casa que buscaba se encontraba en el 221 de Street Clinton. Era un barrio de mala muerte, famoso por las drogas y la criminalidad. No obstante, la zona donde él iba no se hallaba en las profundidades del barrio y la gente no se acercaba a esa parte salvo por el día, debido a que era ahí donde se encontraba la casa embrujada. Era vieja, de madera y partes de la casa (tablones y demás) estaban caídos, mojados, rotos o roídos por las ratas. Tom solo llevaba en su mochila una linterna, algo de comer y beber y un poco de sal, que decía que funcionaba con los espíritus.
Se acercó al jardín.
Estaba descuidado; la hierba era corta pero mala y se veían varios bichos recorrer la zona. Los escalones de madera crujieron al pisarlos y uno se hundió. Al llegar a la puerta quiso abrirla, pero estaba estancada. Se detuvo entonces un instante. Entonces se le ocurrió como entrar. Tras un par de embestidas, la puerta cedió.
Entró.
Una vez adentro, la puerta se cerró. Tom no le prestó importancia. Ya saldría luego. La casa no era nada del otro mundo, pero estaba vieja. Tom sacó la linterna y se puso a investigar. Todo lleno de polvo, ratas... nada que no se esperase. En realidad, estaba convencido de que el supuesto fantasma no era más que un bulo, por eso no estaba asustado. La cocina, el comedor. Todo estaba igual. No era más que una casa vacía llena de polvo. Tom subió arriba, donde pudo verse en un mugriento espejo. Llevaba el cabello corto castaño, ojos negros y vestía vaqueros y camiseta. Se marchó de ahí y se coló en una habitación donde había una cama a la derecha y varios muebles rotos. Había papeles tirados en el suelo. Tom se agachó y leyó los papeles, movido por su innata curiosidad.
Fue ahí cuando Tom descubrió la verdadera naturaleza de aquella casa. Por esos papeles y porque luego le pareció ver un bulto en el suelo. Temeroso, miró y tuvo que ponerse una mano en la boca para no gritar.
Era un hombre. Y tenía una enorme brecha en la cabeza, por la salía sangre fresca.
Sin pensarlo un momento, trató de abrir la ventana más cercana pero no podía de lo oxidada que estaba. Trató entonces de romperla usando una lámpara cercana, pero no sirvió. Desesperado, usó el culo de la linterna para tratar de romper el cristal, consiguiéndolo. Notó una presencia. Rápido como el pensamiento, se dio la vuelta y vio al hombre de antes, levantado. Tom gritó y lanzó por puro instinto toda la sal que llevaba al tipo, que se echó para atrás rugiendo de dolor, permitiendo a Tom poder salir al exterior. Por desgracia, al estar en un segundo, al llegar al suelo se partió la pierna. Aun gritando de dolor, no paro y siguió, arrastrándose por el suelo. Mientras lo hacía, recordaba lo leído.
Querido nieto. Quizá para cuando leas esto ya sea demasiado tarde. Una terrible maldición acecha a esta casa, sobre todo de noche. No vengas. No debes venir. Si estás leyendo esto márchate enseguida.
Fue un terrible error enfadar a esa bruja. Ahora... la casa en sí está embrujada y, todo aquel que entre sufrirá una horrible muerte. Pero eso no es lo peor. Esa persona morirá, pero no se irá de la casa. Sus almas nunca descansarán. Permanecerán por siempre... aquí.
Como yo.
Tom entonces vio como unas ramas robustas lo agarraba de las piernas, los brazos y el cuello. Chilló de dolor cuando atraparon su pierna rota. Vio entonces, inmovilizado, como una terrible rama se dirigía a él. Pero tras ella venía otras tres más. Una impactó en su pecho y las otras dos en sus ojos, atravesándolos y haciéndole gritar de agonía. La última impactó en su garganta. Pero no murió inmediatamente. Estuvo agónico varios minutos más, antes de morir. Solo entonces las ramas lo soltaron. Ante él, una anciana de cabello canoso y vestida de blanco lo miraba, decepcionada y triste. No dijo nada.
Jamás encontraron el cadáver del niño.
Estaba descuidado; la hierba era corta pero mala y se veían varios bichos recorrer la zona. Los escalones de madera crujieron al pisarlos y uno se hundió. Al llegar a la puerta quiso abrirla, pero estaba estancada. Se detuvo entonces un instante. Entonces se le ocurrió como entrar. Tras un par de embestidas, la puerta cedió.
Entró.
Una vez adentro, la puerta se cerró. Tom no le prestó importancia. Ya saldría luego. La casa no era nada del otro mundo, pero estaba vieja. Tom sacó la linterna y se puso a investigar. Todo lleno de polvo, ratas... nada que no se esperase. En realidad, estaba convencido de que el supuesto fantasma no era más que un bulo, por eso no estaba asustado. La cocina, el comedor. Todo estaba igual. No era más que una casa vacía llena de polvo. Tom subió arriba, donde pudo verse en un mugriento espejo. Llevaba el cabello corto castaño, ojos negros y vestía vaqueros y camiseta. Se marchó de ahí y se coló en una habitación donde había una cama a la derecha y varios muebles rotos. Había papeles tirados en el suelo. Tom se agachó y leyó los papeles, movido por su innata curiosidad.
Fue ahí cuando Tom descubrió la verdadera naturaleza de aquella casa. Por esos papeles y porque luego le pareció ver un bulto en el suelo. Temeroso, miró y tuvo que ponerse una mano en la boca para no gritar.
Era un hombre. Y tenía una enorme brecha en la cabeza, por la salía sangre fresca.
Sin pensarlo un momento, trató de abrir la ventana más cercana pero no podía de lo oxidada que estaba. Trató entonces de romperla usando una lámpara cercana, pero no sirvió. Desesperado, usó el culo de la linterna para tratar de romper el cristal, consiguiéndolo. Notó una presencia. Rápido como el pensamiento, se dio la vuelta y vio al hombre de antes, levantado. Tom gritó y lanzó por puro instinto toda la sal que llevaba al tipo, que se echó para atrás rugiendo de dolor, permitiendo a Tom poder salir al exterior. Por desgracia, al estar en un segundo, al llegar al suelo se partió la pierna. Aun gritando de dolor, no paro y siguió, arrastrándose por el suelo. Mientras lo hacía, recordaba lo leído.
Querido nieto. Quizá para cuando leas esto ya sea demasiado tarde. Una terrible maldición acecha a esta casa, sobre todo de noche. No vengas. No debes venir. Si estás leyendo esto márchate enseguida.
Fue un terrible error enfadar a esa bruja. Ahora... la casa en sí está embrujada y, todo aquel que entre sufrirá una horrible muerte. Pero eso no es lo peor. Esa persona morirá, pero no se irá de la casa. Sus almas nunca descansarán. Permanecerán por siempre... aquí.
Como yo.
Tom entonces vio como unas ramas robustas lo agarraba de las piernas, los brazos y el cuello. Chilló de dolor cuando atraparon su pierna rota. Vio entonces, inmovilizado, como una terrible rama se dirigía a él. Pero tras ella venía otras tres más. Una impactó en su pecho y las otras dos en sus ojos, atravesándolos y haciéndole gritar de agonía. La última impactó en su garganta. Pero no murió inmediatamente. Estuvo agónico varios minutos más, antes de morir. Solo entonces las ramas lo soltaron. Ante él, una anciana de cabello canoso y vestida de blanco lo miraba, decepcionada y triste. No dijo nada.
Jamás encontraron el cadáver del niño.
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