Era viernes 13 de Octubre. Juan estaba tumbado en su cama cuando de pronto, el timbre sonó Se levantó, ansioso. A pesar de tener diecisiete años y considerarse así mismo un adulto, todavía se ponía nervioso cuando llegaban visitas nuevas. Y más aún la de Vanessa, la chica de dieciocho años de su instituto. La chica de sus ojos, la cual era animadora y estaba finalizando sus estudios.
Por toda ropa, Juan llevaba vaqueros y camiseta azul. Se calzó las deportivas y salió de su cuarto a tiempo de ver, al pie de la escalera, como en el rellano su madre, Sara, abría la puerta principal.
Entonces pudo ver a Vanessa entrando en su casa. Llevaba vaqueros y camiseta roja de tirantes. Su cabello negro caía en una cascada de rizos sobre su espalda. Los labios de ella dibujaron una sonrisa al verle y lo saludó.
Vanessa y él llevaban saliendo aproximadamente un mes. Se conocieron el año pasado y entablaron amistad a los pocos meses. Aunque a Juan le pareció increíble, ella se fijó en él.
Ver el pelo de Vanessa le hizo pensar en el suyo, negro también y algo revuelto de haber estado tumbado en la cama.
Juan bajó al rellano, y vio a su madre. Las dos mujeres de su vida, juntas en una misma habitación. Sara era alta, al menos 1,70 con el cabello rubio y los ojos azules. Por ropa llevaba un vestido negro muy elegante. No por nada, pues esa noche, ella y el padre de Juan, Miguel, saldrían.
— Hola, cielo — saludó tímidamente Vanessa.
— Hola — respondió él, más tímido si cabía.
Entonces hizo acto de presencia Pedro, el hermano de Juan. Pedro tenía el cabello negro lleno de rizos y por toda ropa llevaba un chándal. De altura, ambos hermanos medían exactamente lo mismo: 1,68 mientras que Vanessa medía incluso más que Sara, alrededor de 1,75. Tras saludar, llegó Miguel, un hombre alto y delgado, vestido con pantalón de vestir negro y camisa azul.
— Bueno Vanessa, encantada de tenerte aquí — dijo Sara.
— Chicos, portaos bien — dijo amablemente Miguel.
Se despidieron y los chicos por fin pudieron tener la casa sola.
— Que bien que vuestros padres hayan salido a celebrar su aniversario — sonrió Vanessa.
— Si, si, es cierto — respondió Juan.
— Una pena no haberme ido con ellos ¿eh? — rio Pedro.
— Tío, la única razón por la que he podido quedar aquí con Vanessa es porque estás tu —dijo molesto Juan.
— ¿Debería daros intimidad…?
Pero antes de que Juan pudiera responder, Vanessa se le adelantó:
— En realidad… he pensado que podríamos jugar a un juego de mesa los tres. O ver una película.
— Me parece bien — dijo Juan.
Y era cierto. Solo llevaban saliendo un mes. Era poco tiempo y no quería forzar a su pareja a hacer nada con la que se sintiera incómoda. Tampoco había prisa pensó. ¿Porqué habría de haberla? La noche pintaba realmente bien y su hermano no le resultaba una molestia realmente. Así pues, los tres bajaron al sótano de la casa donde vivían, pues allí los padres de Juan y Pedro tenían varios juegos de mesa. Allí, encontraron una Ouija.
— Que mal rollo — dijo Juan.
— ¿Creéis en esas chorradas? — dijo Vanessa con una risita que sonaba a burla.
— Yo no — respondió Pedro.
Pero Juan seguía sin mostrarse convencido, así que Vanessa dijo:
— Venga, que no va a pasar nada. Esas cosas no son reales.
— Bueno…
Aún sin estar convencido del todo, Vanessa y Pedro se lo tomaron como un sí y los tres subieron al salón, colocaron el juego en la mesa, se sentaron alrededor y abrieron el juego.
El tablero consistía en el abecedario escrito con letras negras que pusieron la piel de gallina a Juan. Un pequeño vasito de plástico venía con el juego.
— ¿Y cómo va esto? — preguntó Juan, cuyos nervios iban en aumento.
— Pues — dijo Pedro —, supongo que habrá que usar el vaso y preguntar a un espíritu que haya en la casa o algo así…
— Aquí no hay fantasmas — dijo Juan —. Es más, los fantasmas no existen.
— Vamos a averiguarlo — dijo Vanessa, divertida.
Ella cogió el vaso, lo colocó en la “A” y preguntó:
— Hola, ¿hay algún espíritu ahí?
De pronto, la mano de Vanessa se movió hasta la S y luego hasta la I.
— Vanessa, deja de hacer…
El tonto iba a decir Juan, pero cuando vio la expresión de horror de ella, supo que no bromeaba. Y lo sabía porque era la misma expresión que puso cuando fueron asaltados por un ladrón hacía tan solo dos semanas. Por desgracia, el ladrón les robó y no recuperaron el dinero.
Y así supo que la cosa era seria.
— Vale, hay que terminar ya.
Se levantó, decidido y trató de separar la mano de ella del vaso. Pero comprobó, horrorizado, que la mano de ella estaba adherido al vaso. Como si fuera pegamento.
Tiró de ella, inútilmente. Pedro, viendo que había algo raro, preguntó:
— ¿Qué hacéis? Parad ya…
Entonces, todos los muebles del salón comenzaron a temblar. La lampara de noche se alzó, la televisión se encendió en estática y las luces parpadearon.
— Si es una broma, esto no mola — masculló Pedro, quien se veía visiblemente nervioso.
Juan miró hacia todos lados, nervioso. Luego miró a Vanessa, cuya mano empezó a moverse rápidamente por las letras del tablero, formando una frase:
“MI NOMBRE ES ARADIA. GRACIAS POR LIBERARME”.
Finalmente, no supo cómo, Juan pudo retirar la mano de Vanessa del vaso. Y fue entonces cuando de este, salió un torrente negro que se introdujo en la boca de Vanessa. Esta soltó un chillido que expulsó a Pedro y Juan contra el suelo. Juan cerró los ojos un momento y, al abrirlos, quedó petrificado.
Porque quien estaba delante de ellos ya no era Vanessa. Juan lo supo al instante:
Sus ojos sin iris, completamente negros, su rostro furioso. Gruñó. Pero no era el gruñido de ningún animal. Más bien, parecía un gruñido sobrenatural. Rugió y, a supervelocidad, subió las escaleras, dio un portazo en alguna habitación de la casa y luego silencio.
Pedro y Juan se miraron, todavía hiperventilando. Pedro tragó saliva y trató de tartamudear algo, pero no le salió. Juan dijo:
— Me parece que hemos liberado a un demonio.
— ¿Tu crees? — preguntó Pedro, sarcástico.
Los dos hermanos se incorporaron con lentitud. La habitación no tenía destrozos, pero sin duda ese rugido podría haber alertado a los vecinos. Juan comprendió que tenían que librarse del demonio cuanto antes. Sobre todo, antes de que llegaran sus padres y les echaran la bronca. O acabaran muertos.
— Vale, tengo una idea — dijo Juan.
Sacó el móvil.
— Excelente idea — dijo sarcástico otra vez Pedro —. Miremos instagram. O tik tok. O, ya que estamos, ¿Porqué no nos hacemos un selfie con la demonio?
— Voy a buscar algún exorcista, imbécil.
— Ah… ¡No me llames imbécil!
Aunque los hermanos podían pasarse horas discutiendo, aquel no era el momento y Juan lo sabía. Buscó exorcistas en google. Pero entonces, cuando iba por la tercera página, apareció un mensaje de error y Juan descubrió que ya no tenían conexión. Le pidió a su hermano que mirara si tenía conexión, pero tampoco él la tenía. El aparato de wifi estaba situado en la planta de arriba.
— Genial, ha desconectado el internet — dijo Juan.
— ¿Esa cosa sabe lo que es el internet?
— Quizá no, pero, probablemente esté destrozando todo.
— Muy bien genio, ¿y ahora qué hacemos?
— Irnos. Buscar ayuda. Tal vez algún cura o algo no sé… hay una iglesia cerca.
A Pedro le agradó la idea de salir de una casa gobernada por un demonio. Así pues, trataron de abrir la puerta principal. Excepto que no pudieron. Estaba fuertemente sellada.
— ¿También ha bloqueado las puertas? — exclamó asustado Pedro.
— Quizá si rompemos una ventana…
Juan sabía que se llevarían el castigo del siglo si hacían eso, pero no se le ocurrió otro plan mejor. Tenían que salir de la casa y buscar ayuda.
Golpeó la ventana con la silla, pero esta no se rompió. De alguna manera, el demonio los había atrapado dentro con él.
Juan trató de serenarse: estaban atrapados con un demonio poseyendo el cuerpo de su amiga, y estaban incomunicados.
No, desde luego, esto no pinta bien.
Solo les quedaba enfrentar ellos mismos al demonio. No era la mejor idea pero ¿qué otra elección les quedaba? Aunque tampoco tenían idea de como exorcizar a un demonio, Juan si tenía algunas cruces y agua bendita que su madre había comprado. Esperaba que eso bastara para exorcizar al demonio. O al menos, contenerlo lo suficiente como para que les dejara escapar.
Así pues, en el sótano, Juan recogió dos cruces: una para él, y otra para Pedro y un bote de agua bendita, el único que tenían. Lentamente, subieron las escaleras para la segunda planta. Allí, notaron la puerta del cuarto de ambos hermanos entreabierta. Se dirigieron hacia allí.
El demonio en el cuerpo de Vanessa se giró rápidamente. Los miró fijamente y su mirada los asustó. Juan sabía que esa mirada lo acompañaría en sus peores pesadillas. Alzando ambos hermanos la cruz, la colocaron a modo de defensa, pero el demonio pronto les dio una manotazo a tal velocidad, que ninguno de los dos vio venir el golpe. Las cruces salieron desperdigadas al tiempo que el demonio rugía. Presa del pánico, Pedro intentó huir, pero la puerta de la habitación se cerró un fuerte portazo.
Estaban atrapados.
Por puro instinto, Juan lanzó todo el frasco de agua bendita a la cara del demonio. Este rugió de dolor y cayó al suelo. Rápidamente, Juan recogió las dos cruces y las pegó en el cuello y pecho del cuerpo de Vanessa. El demonio rugió de dolor, mientras Juan trataba de mantener inmóvil al ser.
— ¡Libera el cuerpo de mi novia y vuelve al Inframundo!
El demonio rugió nuevamente y un torrente de oscuridad salió de la boca de Vanessa, escapando por la rendija de la ventana de la habitación.
Juan cayó al suelo, respirando con dificultad. Pedro hiperventilaba. Vanessa se había quedado dormida, con el cabello y el rostro mojados del agua bendita. Ella despertó unos minutos después, y preguntó:
— ¿Qué ha pasado?
Se hallaba tumbada en la cama de Juan.
— Un demonio poseyó tu cuerpo — le dijo Pedro.
— ¿Qué?
Le explicaron lo sucedido. Al principio, Vanessa no les creyó, pero poco a poco fue recordando.
— El espíritu habrá regresado al Inframundo ¿no? — preguntó Vanessa.
Los tres se miraron, intranquilos. Lo cierto es que el demonio, llamado Aradia, salió del cuerpo de Vanessa, pero nadie podía asegurar que hubiera regresado al Inframundo.
El demonio tampoco causó demasiado destrozo. El router cayó y se desconectó, pero nada más. Aparte, se cargó algunos cajones y libros.
Con el regreso de Internet, Juan buscó sobre Aradia. Se quedó petrificado al ver que no habían liberado a cualquier demonio. Se trataba de un demonio mayor.
La hermana de Lucifer.