Arturo y Javier lograron adquirir un coche abandonado en una calle cercana. Vieron que tenía el deposito a la mitad, hicieron un puente y condujeron, con Javier al volante, hacia el aeropuerto.
Pero llegar no sería sencillo. Necesitaban un plan, y eso discutieron durante todo el trayecto.
La cosa es infiltrarse — decía Arturo.
Primero habrá que observar el lugar — replicó Javier —. Ver cuántas de esas cosas hay.
Es un aeropuerto. Estará plagado.
Aquello dejó pensativo a Javier. Arturo esperaba que no cambiara de opinión y diera la vuelta. Estaban cerca. Cada segundo que pasaba, podía significar que Rebeca estaba muerta. Como si le hubiera leído el pensamiento, Javier preguntó:
¿Qué harás si llegas y ella está…?
Espero que no lo esté — le interrumpió Arturo.
No quería pensar en ello. Le resultaba demasiado doloroso.
El viaje en carretera transcurrió tranquilo. Sin embargo, tuvieron que dar un rodeo más de una vez, porque muchas carreteras estaban cortadas por tráfico de coches. Habría al menos veinte o más entre los que se incluían camiones. En una de esas carreteras cortadas se encontraron con un grupo numeroso de infectados. Gracias al coche, pudieron huir deprisa. Sin embargo, Javier miró la gasolina y dijo:
Hay que parar un momento a repostar.
¿No podemos hacerlo luego? — para Arturo, cualquier contratiempo no le hacía ni pizca de gracia.
Javier lo miró a los ojos. Arturo sabía que cuando él se ponía así, es que iba en serio.
Si ocurre un contratiempo y no tenemos gasolina, el rescate no servirá para nada.
De acuerdo — cedió Arturo de mala gana.
Pararon en una gasolinera de autoservicio. Si hubo un trabajador allí, hacía tiempo que se había marchado y tampoco había infectados. Ah, pero el aeropuerto si los tendría. Eso estaba claro.
Repostaron sin complicaciones, pero entonces, Arturo escuchó golpes en la puerta del servicio y gruñidos.
Infectado pensó Arturo.
Rápidamente, cogió dos botellas de agua grande y algunos bocadillos y ensaladas, que guardó en una bolsa y salió pitando de ahí. Le contó todo a Javier.
Tranquilo, acabo de repostar. Vámonos.
Retomaron el viaje. Cuando ya veían el aeropuerto a lo lejos, se detuvieron. El edifico desde allí parecía lejos. Estaban detenidos en medio de la carretera. No tenía prismáticos ni nada, así que miraron simplemente. Desde ahí, no parecía haber infectados. Pero los había.
Se acercaron un poco más y se detuvieron a la entrada del parking. Allí vieron mejor.
La entrada estaba colapsada por coches. Muchos habían tenido accidentes y se encontraban con las lunas rotas. Otros coches tenían las ventanas rotas o las puertas abolladas y los airbags activados. Había sangre tanto seca como fresca y por allí pululaban muchos infectados. Hombres, niños, mujeres… de todo. Caminaban erráticamente y con calma. Al menos, hasta que un estímulo los hiciera agresivos. Por eso el nombre de Agresores.
Estamos lo bastante lejos como para ser detectados — dijo Javier. Se le notaba el miedo en la voz. Siguió diciendo: — Si nos acercamos más, nos detectarán.
Tiene que haber alguna puerta pequeña. Algún sitio donde entrar discretamente.
Pues si no lo conoces tú…
Arturo quedó pensativo. No conocía ninguna, pero tenía que verse. Pidió a Javier que saliera y diera una vuelta por fuera al aeropuerto. Aquello pareció relajar un poco a su amigo. Tras dar la vuelta, Arturo trató de fijarse bien, pero sin prismáticos, era difícil. No obstante, usó el teléfono para hacer zoom, y creyó vislumbrar, en la parte trasera del aeropuerto, una pequeña puerta. Pidió a Javier que se acercaran. Para más precaución, dejaron el coche a las afueras. El ruido del motor podría atraer a los infectados. A pie, el aeropuerto propiamente dicho quedaba a unos diez minutos. Dejaron el vehículo estacionado a un lado de la calzada. Esperaban que nadie se llevara el coche. A unas muy malas, tendrían que coger uno del aeropuerto.
Al acercarse más, vieron que había algunos Agresores dando vueltas por ahí. Eran muchos menos que en la entrada principal, pues era donde todos habían intentado huir. Sin embargo, Arturo contó al menos a diez, aunque estaban dispersos. Por toda arma tenían un bate de béisbol, un cuchillo de cocina y nada más, ya que Yukiko no les había dado su arma. De todas formas, a Arturo no le importó. Un arma de fuego era complicada de manejar y, además, haría un ruido tremendo. Quizás como un petardo.
Nos verán — le avisó Arturo a su amigo.
No me hace ni pizca de gracia, pero sé también que nada te detendrá. Además, creo que es nuestra mejor opción.
Agradecido con su amigo por su inestimable apoyo, urdieron un torpe plan: ir corriendo y golpear al que se metiera en su camino. Sin gritos ni nada, en silencio. Y así lo hicieron.
Primero caminaron y luego, cuando ya se veía claramente la puerta y el cartel que rezaba “Solo personal autorizado”, echaron a correr.
Pronto los vieron los infectados y estos gritaron. Uno que estaba demasiado cerca de Javier se llevó una patada de este que lo tumbó al suelo. Rápidamente, Javier le atravesó el cerebro con el cuchillo. Este se hundió en su cráneo, salpicando su mano de sangre y ensuciando la hoja. La retiró rápidamente y siguió corriendo. Arturo dio un batazo a otro infectado. Una mujer de cabello negro que aparentaba tener unos cuarenta años cuando tenía vida. Sin embargo, Arturo no se detuvo a rematarla y siguió corriendo. Ambos llegaron a la puerta y la abrieron.
Todo él estaba tenso. Dentro podría haber perfectamente una jauría. Si así resultaba ser, tendrían que irse o morir. Pero dieron con un pasillo totalmente vacío. Javier y él entraron y cerraron la puerta.
La traspasaran.
El pomo era redondo, color negro, de modo que no se podía atrancar. Así que Arturo dijo:
Vamos rápido pues. Alejémonos cuanto podamos. Quizás luego podamos volver por aquí, si está despejado para entonces.
Javier tenía dudas sobre eso, pero siguieron adelante.
Ya no corrían, sino que caminaban deprisa. Detrás de ellos, se escuchaba los gemidos de los infectados y sus golpes aporreando la puerta. Al caminar y no correr, eran más fáciles de esquivar, por fortuna.
El pasillo era totalmente lineal, sin puertas de ningún tipo, pero corto. Pronto llegaron a la siguiente puerta y Arturo abrió con cuidado mientras Javier vigilaba la puerta por la que habían venido. La abrió un poco y miró. Daba al propio aeropuerto. Desde la perspectiva de Arturo, podía ver algunas tiendas enfrente y ventanales. Y esos ventanales mostraban la pista. Había un avión allí que se había estrellado.
Y un hervidero de infectados. De hecho, casi no se veía la pista. Solo se veían Agresores. Y dentro del propio aeropuerto había también algunos. Dispersos también. Probablemente, habría muchos más.
Arturo ¿podemos pasar? — la voz de Javier era puro nerviosismo.
Arturo empezó a pensar si su plan no fracasaría. Había muchos, demasiados. Más de los que él mismo habría creído posible. Y ellos eran solo dos. Haría falta un ejército para entrar allí.
Un ejército.
Fue entonces cuando Arturo cayó en la cuenta. Uno de los hastags que había leído en Twitter el día anterior, fue sobre el ejército. Todavía no habían caído los países. Simplemente, estaban en guerra. Y el ejército se encontraba luchando contra ellos, igual que la policía. Pero al ser tan repentino, el factor sorpresa causó que las primeras horas los infectados ganaran la batalla. Pero la guerra seguía. Por eso había zonas muy tranquilas.
Hay algunos infectados, pero creo que podemos pasar.
¿Sabes siquiera dónde buscar?
Si yo fuera Rebeca me escondería en algún baño o sala donde no pudiera ir nadie que no estuviera autorizado.
Puede que ni siquiera esté ya aquí.
Recorreré todo el aeropuerto si hace falta.
Tú… Joder.
Venga, vamos.
No había tiempo para discutir. No era el momento. La puerta por la que habían entrado siguió sonando, golpeada por los infectados.
Una vez entraron al aeropuerto propiamente dicho, una mujer vestida con falda negra y camisa los vio y gimió.
Vamos — susurro Arturo.
Cerca de ellos había un baño. Arturo decidió entrar ahí. En el pasillo antes de entrar se encontraron a un Agresor. Arturo le dio un golpe y luego Javier lo remató, atravesando el cerebro con su cuchillo. Luego, procedieron a entrar al baño de mujeres.
El baño de mujeres tenía cuatro cubículos a la derecha y un espejo a la izquierda con sus correspondientes grifos para lavarse las manos. Enfrente había una pequeña ventana por la cual cabía una persona. Arturo miró por debajo de los cubículos, procurando hacer poco ruido mientras su amigo, sujetando el cuchillo con tensión, vigilaba la puerta, a la cual no quitaba ojo de encima. Ni pestañeaba siquiera.
Arturo no vio ningún pie en él, así que se arriesgó a abrir cada una de las puertas. Pero Rebeca no estaba ahí.
¿Y si ha huido? — dijo Javier.
Si lo había hecho, pensó Arturo, sería genial, aunque eso también significaría que su incursión habría sido en vano. Habían tenido mucha suerte de entrar. Según se mirase claro. Y, por la ventana, vio que estaba despejado. Todavía podían irse. Arturo lo consideró seriamente. Aquello era enorme, gigantesco. Plagado de Agresores. Rebeca podría haber huido y no recibía respuesta de ella.
Fue entonces cuando su teléfono vibró. Al mirar, vio que tenía un mensaje de Rebeca.