miércoles, 5 de junio de 2024

LOS DÍAS MUERTOS 6: Sola en casa

 

Estar sola en casa no es como Yukiko lo había imaginado. Todo estaba increíblemente silencioso. No se oía ni un alma. Ya no estaba en el salón. En su lugar, había echado la llave de la puerta principal (no la verja, que daba al patio, sino la que daba al interior de la casa), dejado las llaves puestas y colocado en la puerta un pequeño mueble blanco. Fácil de quitar, pero que tardarían en echar abajo y la alertaría a ella. Dejó la puerta de su cuarto abierta. Desde su posición, sentada en su escritorio (una mesa de madera con una silla azul), podía ver el patio de su casa. Así tenía controlada la verja. Pero seguía sin pasar un infectado, por fortuna.

No sabía cuánto tardarían Arturo y Javier en regresar, ni si lo harían. Esperaba que sí, pero tenía la impresión de que jamás volverían. Tenía las piernas temblando, aunque no hacía frío y tenía al lado suyo un cuchillo de cocina como toda arma. Además, había agarrado la tapa de un cubo de basura para usarlo como escudo. Pero ahí llegaba todo.

Trató de distraerse, pero le resultaba imposible. Temía distraerse tanto, que los infectados entraran a su casa. La recorrió, pero todas las habitaciones estaban vacías y cuando llamó otra vez a su padre, este siguió sin responder. Yukiko rompió a llorar. Sabía por qué no contestaba. Las lágrimas brotaban sin control de sus mejillas y los recuerdos que tenía con su padre solo añadieron más leña al fuego. Tardó media hora en serenarse y, con la boca seca por las lágrimas, bajó a beber agua. Fue entonces al salón, pero el patio y la calle seguían tranquilos. Ni rastro de Arturo ni Javier. Se habían ido en bicicleta, pero dijeron que tratarían de subirse a un coche para llegar antes al aeropuerto.

Dudo que vuelvan.

La calma con la que pensó aquello le erizó el cabello. Tragó saliva y volvió a subir a su habitación. Horas más tarde, cuando ya la noche caía en el firmamento y el reloj marcaba las diez, su teléfono vibró. Dado que las comunicaciones todavía no habían caído del todo, pudo recibir un mensaje de Javier, quien tenía su teléfono. Solo decía un mensaje:

Abre.

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