Claudia, una chica de veinticinco años, suspiró y se miró en el espejo del baño de la gasolinera. Llevaba el pelo recogido en una trenza. Sus ojos eran azules como el mar. Ya llevaba un año trabajando en aquella gasolinera en el turno de noche. La paga era buen para ser dependienta de gasolinera, pero a veces tenía que lidiar con clientes díficiles.
Lo que ella no sabía es que aquella noche sería la más horrible de todas.
Como de costumbre, su turno empezaba a las diez de la noche. Llegaba, se ponía el uniforme, y se preparaba para empezar a trabajar. Salió del baño.
La gasolinera era grande. Solo la tienda tenía cerca de cien metros cuadrados con algunas estanterías llenas de comida y bebida. Se dirigió al mostrador, desde donde podía observar las ventanas y la puerta de cristal, abierta de par en par. Un coche blanco había terminado de repostar y se marchaba. Entraba una ligera brisa por la ventana. Claudia lo agradeció. A fin de cuentas, era pleno verano.
Durante la siguiente hora, Claudia se dedicó a cobrar a dos clientes que pasaron a repostar, repuso las estanterías y limpió un poco la tienda. A las once, decidió sacar la basura. Afuera todo estaba muy oscuro. El contenedor de basura se encontraba en la parte trasera de la tienda, donde Claudia había aparcado su vehículo, un turismo de color verde. Tiró la basura en el contenedor y regresó a la tienda. Fue entonces cuando un vehículo negro aparcó delante de la tienda y de él salió un hombre calvo, vestido completamente de negro. Se dirigió a la tienda, entró y llegó al mostrador.
— Una noche muy oscura, ¿verdad? — comentó el hombre con voz amable mientras sacaba del bolsillo derecho una cartera envuelta en piel.
Claudia asintió, tímida. El hombre sacó su tarjeta y procedió al pago de cuarenta euros. Realizado el pago, dijo:
— Los trabajadores nocturnos no deberían trabajar solos.
Ella, extrañada, preguntó:
— ¿A qué se refiere?
Él se encogió de hombros, despreocupado, mientras hacía amago de irse:
— Simplemente a que estás aquí sola, expuesta, en una gasolinera, a altas horas de la noche. Yo podría, ya sabe…
Le dedicó una sonrisa tan siniestra que le heló la sangre a Claudia. A ese tipo de cosas se refería con clientes dificiles. ¿Porqué tenía que soltar comentarios así? No ayudaba en nada. Además, había cámaras de seguridad en la tienda y un teléfono de emergencia. Y aunque estaba en mitad de la nada, el pueblo no quedaba demasiado lejos. A diez minutos en coche.
Pero en el fondo sabía que, de ocurrir algo grave, nada de eso la salvaría. No era más que mero farol, una falsa seguridad. ¿De verdad esperaba que si pasaba algo, no vieran las grabaciones hasta la mañana siguiente? ¿O qué, si lograba llamar a emergencias, estos llegarían a tiempo? No quería comprobarlo, tampoco.
— No es que yo sea de esos, ¿sabe? — terminó de decir y se marchó.
El corazón de Claudia latía con fuerza. El reloj dio la medianoche.
Optó por entrar en el almacén, y ordenar un poco. Llevaba ya una hora (saliendo de vez en cuando a dar un paseo por alrededor de la gasolinera y verificar si entraba o no un cliente), cuando las luces se apagaron.
— Lo que me faltaba.
Ella suspiró, aterrada. Si había algo que la hacía cagarse de miedo era que se fuera la luz, trabajando en un sitio sola, de noche.
Deberían pagarme un plus de peligrosidad. Y ni eso sería suficiente.
Agarró una linterna de un estante cercano y la encendió. Salió a la tienda. Vio que la puerta principal estaba cerrada.
Ella no la había cerrado.
Se acercó a la puerta y comprobó que podía volver a abrirla. Nadie la había dejado encerrada. Vio entonces una mancha en el suelo. Dejó la puerta cerrada y con la linterna, apuntó al suelo, donde vio un charco de sangre fresca. Claudia tragó saliva, cada vez más asustada. ¿Alguien había entrado, estando herido? Podía ser cualquier cosa. ¿Porqué acudiría a una gasolinera en vez de un hospital? Escuchó entonces gemidos en el baño. Tragó saliva y decidió dirigirse hacia allí. Lentamente, sus pasos se encaminaron hacia el baño. Vio que el baño de hombres estaba entre abierto y escuchó una tos. Sin pensarlo, abrió la puerta de par en par. Lo que encontró fue de todo menos aterrador.
Un hombre de mediana edad tosía sangre. Tenía una herida abierta en el abdomen y a juzgar por lo que vio Claudia, tenía pinta de haber sido mordido por alguna clase de animal. El hombre la miró y gimió:
— La luz…
Ella, algo aturdida, apartó la luz y se quedó mirando al hombre.
— Señor, ¿qué le ha pasado? Llamaré a emergencias.
— Salió de la nada…
el hombre hablaba de forma inconexa. A Claudia le costó entender lo que decía:
— Iba de camino… casa. Me atacó.
Con cada frase, más tosía el hombre.
— Sea lo que sea, ya está a salvo señor. Solo deje que le trate la herida hasta que llegue la ambulancia. Iré a buscar…
Entonces, el hombre la miró muy serio y dijo:
— Me perseguía.
Claudia quedó inmóvil. “Me perseguía” había dicho. Por eso acabó en la gasolinera. Fuera lo que fuera lo que le atacó, solo encontró refugio aquí. Y eso significaba…
No tuvo tiempo de seguir pensando, pues el hombre gimió y cayó al suelo.
— ¿Señor?
Claudia iba a agacharse cuando de repente, el hombre la agarró por la pierna derecha soltando un rugido. Ella se asustó tanto que le propinó una patada en la cara, logrando que la soltara de inmediato. Le rompió la nariz, que sangró abundante, manchando el suelo. Ella salió corriendo dirección al mostrador. Llamaría a emergencias. No obstante, comprobó que, como se había ido la luz, la línea no iba.
Maldito inconveniente trillado.
Se escondió debajo del mostrador justo cuando el hombre salía del baño. No obstante, su comportamiento ya no parecía humano. En su lugar, ahora le habían salido venas oscuras en el cuello y la herida no parecía un inconveniente para moverse que, dicho sea de paso, sus movimientos eran erráticos.
Parece un zombi. Pero es imposible.
A Claudia le encantaban las películas de zombis y de terror y tenía que admitir que alguna noche libre había mirado más de una aunque luego no pudiera dormir del miedo. Y había visto suficientes pelis como para saber que ese tipo se estaba comportando como uno.
No puede ser un zombi. Seguro solo se comporta parecido, nada más. Tendrá la rabia o algo.
El hombre “zombi” caminaba gruñendo por la gasolinera. Debido a la oscuridad, ella no podía verlo. Decidió apagar la linterna para no llamar su atención. El hombre gruñía, buscándola. Tenía que salir de allí. La puerta no estaba cerrada y también podía escapar por la trasera, lo cual, reflexionó Claudia, sería lo más efectivo, pues allí estaba su coche. Solo había un asunto a tratar: si quería huir en su coche, debía abrir la taquilla del almacén, donde había guardado todas sus cosas. El hombre aún estaba en el lado más alejado de la tienda así que Claudia respiró hondo y salió de su escondite. El almacén estaba justo al lado del mostrador. Lo abrió lentamente.
Pero eso fue todo lo que necesitó el hombre, que rugió y corrió hacia ella. Presa del pánico, Claudia entró al almacén y cerró de golpe la puerta, bloqueándola con una silla cercana. Escuchó como el hombre, presa de la furia, golpeaba la puerta y la hacía temblar.
Si sigue así, la romperá pensó ella, temerosa.
Rápidamente abrió la taquilla, de donde sacó una bolsa. No iba a perder el tiempo en cambiarse. Sacó su móvil y las llaves del coche. Dejó todo tal cual y mientras marcaba a emergencias, salió al callejón, donde tenía aparcado su vehículo. Al primer toque, se lo cogieron.
— Emergencias, dígame.
— Un hombre loco me está queriendo matar — dijo deprisa Claudia.
— Señorita por favor, cálmese. ¿Dónde está? ¿Quien la quiere matar?
Claudia ya estaba montada en el coche. Arrancó el motor y justo entonces escuchó un fuerte estruendo. El hombre ya había logrado acceder al almacén.
— En la gasolinera de la autopista 14. Un hombre quiere matarme. Yo ya estoy en el vehículo. Me voy a la policía.
Fue entonces cuando la llamada se cortó.
Que extraño pensó ella.
Pero igualmente logró salir de allí con vida, dejando muy atrás al hombre, que salió al callejón momentos después. Sin embargo, cuando llegó a la ciudad, quedó de piedra.
Las calles estaban ardiendo, la gente era devorada viva por otras personas. Algunas personas la vieron y rugieron. Ella tragó saliva y pisó el acelerador. Mirara por donde mirara, era todo un caos. Ahora comprendía que aquel hombre, el que la había perseguido, había sido atacado por uno de ellos. Un zombi. Los zombis eran reales. No sabía si eran muertos vivientes o simplemente gente infectada. Lo que estaba claro es que ahora ningún lugar era seguro.
El apocalipsis zombi había empezado.
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