— Lucía ...
Dijo Jesús, conmovido. Habían pasado por tanto. Él, sobre todo, para que mentir. Cualquier otro podría juzgarlo de ególatra, pero Jesús se conocía demasiado bien.
Lucía lo miró con un brillo especial en sus ojos. No eran brillos de amor, o, al menos, amor romántico. Y por primera vez en todo un año, le dedicó una sonrisa. Una sonrisa auténtica, como las primeras que le dedicó.
— Tienes que seguir adelante, Jesús. Pasar página. Aún tienes muchas cosas por las que vivir. Así que ve, y vívelas.
Y dicho eso, Lucía desapareció de la faz de la tierra, como si nunca hubiera existido.
Cristina y Manuel, sus amigos de siempre, lo miraron fijamente, para comprobar como se sentía.
Pero Jesús sentía paz. Estaba triste, claro. Había llorado en incontables ocasiones y había cometido errores que al principio le habían parecido imperdonables. Pero todo eso había acabado. Estaba listo para una nueva etapa en su vida. Era, como Lucía le había dicho, hora de seguir adelante y pasar página.
— Siento que se haya marchado — le dijo Cristina, triste.
Lo sentía de verdad. Por su amigo. Pero él negó con la cabeza, con una gran sonrisa en su rostro, miró a ambos amigos y dijo:
— Pero Cris, nosotros (Lucía y yo) ya estamos juntos. No hay un segundo en el que no.
Confusa, Cristina iba a preguntar a qué se refería, cuando vio a su amigo señalar y tocar suavemente con los dedos su corazón.
— Sé que nuestra conexión se debilitó, pero no importa que tan lejos se marche, ni si no nos volvemos a ver nunca más. Ella seguirá aquí dentro.
Los tres sonrieron. Entonces, Cristina posó una mano en el aire y luego Manuel apoyó suavemente la suya encima de la de ella. Comprendiendo el mensaje, Jesús apoyó la suya encima de la de ellos, formando así la pose del "uno para todos, y todos para uno".
— Los tres medios vasos, juntos de nuevo — dijo Jesús.
— Los tres podemos con todo — añadio Cristina.
— Lo superarás — le aseguró Manuel a su amigo.
Jesús asintió, con una gran sonrisa. Podría con eso y con más.
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