jueves, 27 de junio de 2019

MALVADO ZOMBIE


Hoy voy a contaros una historia. La historia de cómo morí y regresé a la vida. Era una noche oscura cuando esto sucedió. Era sábado; medianoche. Iba caminando solo mirando el teléfono. Tenía por aquel entonces diecisiete años. Cabello rojo y tez blancuzca. Mis ojos eran verdes. Era alto, de metro ochenta y dos y delgado como una hoja. De repente resbalé. No había visto un socavón que había delante de mis narices. Tropecé, con tan mala suerte que mi cráneo golpeó la superficie de una roca. Y mi conciencia se apagó.

Cuando desperté, seguía siendo de noche. No obstante, me notaba torpe. Al mirar mis brazos, vi que estaban podridos. Como si los gusanos se hubieran comido su carne. Mi piel era verdosa y podía ver literalmente el hueso bajo mis tendones. Dos de mis dedos derechos (concretamente índice y pulgar) eran simples huesos.

¿Qué... qué está pasándome? Al principio pensé que simplemente era una pesadilla. Pero enseguida lo descarté. Era demasiado real para serlo. Me incorporé como pude. Me notaba extremadamente torpe. Mi cuerpo reaccionaba de forma errática. Lo achaqué a la caída. Mi ropa (vaqueros y sudadera) estaba raída. No entendía porqué. El socavón era pequeño, tan solo dí un traspié y quedé sin conocimiento un rato. No encontré mi móvil a pesar de que lo busqué. Tenía intención de llamar a urgencias.

Tendré que ir yo mismo Fue lo que pensé. Al salir del socavón, un nuevo pensamiento me inundó. Pensé en los médicos y pacientes que habría en el hospital. Me relamí. Por un segundo saboreé ganas de comer carne humana...

¿Qué dices? Idiota. La verdad era que tenía mucha hambre. Y eso que había cenado hacía poco... aunque claro, sin hora, era difícil saber cuanto rato llevaba inconsciente. Donde yo estaba ahora, no había nadie. Era una calle vacía, con una carretera al lado y nada más. Las viviendas estaban un poco más lejos. Caminé hacia adelante rodeando con cuidado el socavón. Mis movimientos eran erráticos. Parecía un zombi.
Mientras caminaba, me crucé con un hombre. Tenía aspecto fornido, se notaba que iba al gimnasio. Cabello negro, bien afeitado y vestido de traje. Sería abogado o vendedor de casas a lo mejor.

En cuanto lo vi, el hambre se apoderó nuevamente de mí y me abalancé sobre él sin pensarlo. Apenas era consciente de lo que hacía al tiempo que escuchaba las súplicas de aquel hombre y devoraba sus entrañas. Tenían un sabor exquisito. Me relamí, dominado por el hambre mientras regresaban a mí los pensamientos de ir al hospital. Sin duda ahí habría más gente... Y allí me dirigí. Cuando llegué, solo recordé el caos que hice. Gritos, sangre... mi conciencia iba haciéndose más difusa a cada paso que daba o mejor dicho, a cada trozo de carne que tragaba. Recuerdo ver a los S.W.A.T. Disparándome. Sus balas me perforaban las entrañas, pero ninguna me hería ni mataba. Y a cada herida, un sentimiento de ira se iba añadiendo. Eran demasiados, por lo que me obligué a huir. Pero había mucho odio en mi interior. ¿Cómo se atrevían a herirme? Para dar salida a esa furia, me permití cantar. Aún recordaba hacerlo.

Iba caminando por una calle oscura.
Me resbalé, me caí, me partí la cabeza, me desperté y me convertí
¡EN UN MALVADO ZOMBIE!
¡UN MALVADO ZOMBIE!

Descubrí, mi gusto por la carne humana, la sangre y las visceras.
Me alegra oir el terror de las victimas, ver como sufren.
Porque soy
¡UN MALVADO ZOMBIE! ¡MALVADO ZOMBIE! ¡SOY UN MALVADO ZOMBIE!
Yeah.


Después de cantar, decidí ocultarme. Acecho en las sombras. Si vas por un callejón oscuro, ten cuidado. Yo podría estar al acecho...

sábado, 15 de junio de 2019

EL SER


Rick terminó tarde de trabajar ese día. Para cuando consultó su reloj, eran casi las doce de la noche. El hambre no lo avisó. Su trabajo lo absorbió por completo. No porque le gustara, sino porque era lo que tenía para sobrevivir. Rick era autónomo con treinta y cuatro años y su negocio de vender libros era lo que traía el pan a casa, si bien soñaba con una vida mejor.
Se miró al espejo. Tenía el cabello castaño despeinado y bajo sus ojos negros podía verse las ojeras de dormir menos de seis horas al día. Estaba en octubre, casi en Halloween y últimamente a mucha gente le había dado por ir a comprar libros de terror.

Rick odiaba Halloween. Una fecha donde pasarlo mal no era precisamente su día ideal, aunque al resto de la gente le agradara aquello (cosa que no comprendía).

Aunque la tienda cara al público tenía tan solo cincuenta metros cuadrados, el almacén era mucho más grande, de doscientos metros cuadrados incluyendo cuarto de baño y una sala pequeña con sofá, por si tenía que quedarse hasta tarde. Eso planeaba hacer Rick. Fue hasta la sala, donde sacó de un armario una tortilla prefabricada de ese mismo día. La calentó en el microondas y comenzó a comer. Se dio cuenta de que necesitaba agua y cogió una botella pequeña de agua, también del armario. Y cuando estaba a medio comer la escuchó. Gemidos sobrenaturales. Gemidos que no eran de este mundo. Rick inmediatamente se levantó y llaves en mano, salió disparado de la sala.

No la veía, pero la escuchaba. Y sabía que si lo alcanzaba, todo habría acabado. Se lamentó entonces de haber desperdiciado su día trabajando, porque bien podía ser el último. Cada paso que daba corriendo, hacía un ruido que a Rick le pareció escandalosamente alto. Pero sabía que era producto de los nervios. Igual la criatura lo escuchaba.

Rick sabía que no debería haber hecho ese trato hacía trece días. Pero estaba tan desesperado… No vendía un solo céntimo desde hacía meses y estaba a punto de caer en bancarrota. El alcohol era su mejor amigo desde hacía un mes y si no llega a ser por la pelea de bar que tuvo, nunca hubiese despertado. Comprendió entonces que necesitaba ayuda. Rogar a Dios no fue muy productivo, así que tuvo que recurrir a otras artimañas más oscuras: llamó al 666 y recibió la visita de un hombre. No llevaba cuernos en la cabeza, pero sus ojos rojos despertaban una inquietud mortal. Selló el trato rápidamente con un apretón de manos. Y en tres días empezó a recibir nueva clientela que, motivados por Halloween, querían comprar libros de terror, así como otros enamorados compraban libros de amor y niños querían leer multitud de cuentos.

Pero nada nunca es gratis, y Rick lastimosamente lo comprobó al llegar a la verja de su oficina (para mala suerte de él, su oficina no tenía puerta trasera) que iba a pagar cara su desesperación. Mientras la criatura lo agarraba por una pierna y lo arrastraba al suelo, Rick pensó que aquello era un castigo divino. Vio a una mujer de cabello negro corto, desnuda, con dos brazos muy largos y garras en lugar de dedos. Su cuerpo entero estaba cubierto de sangre y sus dientes eran sables. Sus ojos eran dos cuencas vacías. La criatura empezó a aplastar su cráneo y su rostro, desfigurándolo de por vida. Y Rick sintió un dolor atroz mientras cada golpe iba apagando rápidamente su vida. Pero sabía que aquella criatura no solo acabaría con su vida y se alimentaría de su sangre. Su tormento continuaría mucho después, por toda la eternidad.

Esa criatura lo acompañaría en sus torturas más oscuras del infierno…

Por siempre.

lunes, 3 de junio de 2019

DRAGONLAND




Todo comenzó en la hermosa tierra de Dragonland. Como su nombre indica, era un país gobernado por dragones, aunque también existían hechiceros, unicornios y hadas, aunque en menor medida. Los dragones vivían de distintas maneras: en manada (normalmente compuesta por varias familias y/o amigos), en solitario o en familia (con poco más de uno o dos hijos como máximo).
Todo comenzó con Pyrus. Pyrus era un dragón rojo que medía treinta y cinco metros de alto. Su cuerpo no tenía espinas a excepción de la cola, y un par de poderosos y robustos cuernos que adornaban su cabeza. Hasta sus ojos tenían el color de su piel. Pyrus era conocido por su bondad, pero también por su fiereza y sed de venganza.
Pyrus sobrevolaba el aire cuando avistó la enorme cueva en lo alto de las montañas donde vivía junto a su pareja Greenow, una dragona verde de veintinueve metros de alto.
Aterrizó suavemente, aunque aquello no impidió que sus enormes alas levantaran un suave viento. Un humano habría tenido que entrecerrar los ojos, pero la dragona ni se inmutó. Pyrus se acercó a ella y pudo ver con sus propios ojos lo que Greenow escondía bajo la cola: un hermoso huevo metalizado. Los ojos de Pyrus casi se salieron de sus órbitas al ver aquello. Solo podía significar una cosa: que iba a ser un dragón especial.
Hacía eones que no salía un huevo así y la última vez fue un dragón blanco fantasmagórico que era muy sabio. Murió a los mil años.
Esos huevos metalizados eran llamados “Huevos de la fortuna”, ya que era extremadamente raro que naciera uno así. De venderse uno de esos huevos, la suma total podría resolver la vida de millones de descendientes de una sola familia inclusive si estos era extremadamente derrochadores. Jamás les faltaría dinero. Los huevos metalizados no seguían la estela de nacimiento habituales de los dragones (nacían cuatro meses después de ser incubados) y podían nacer en cualquier momento.
— ¡Por las barbas de...! — Pyrus estaba asombrado.
Su boca quedó entreabierta, dejando ver todos sus afilados dientes. Su pareja sonrió.
— Será un gran dragón.
— Solo espero que no salga malvado.
— No digas eso amor. Las malas lenguas suelen cumplirse.
— Cierto. Perdona.
Greenow notó a su pareja sombría. Sin duda tenia sus temores. Solía ponerse en el peor de los casos mientras que ella en el mejor.
Tres días más tarde, Pyrus regresaba a casa después de haber cazado un par de conejos y un ciervo (los conejos los llevaba en la boca agarrados de sus orejas mientras que el ciervo iba en su lomo. Todos muertos). Al llegar, soltó sus presas y anunció que ya había llegado. No obstante nadie respondió. Aquello dio mala espina al dragón rojo, que avanzó rápidamente hacia donde estaba su dragona.
Se encontró su cadáver inmóvil; sin rastro de sangre. Pero tenía los ojos abiertos y estos no tenían vida.
— No... Greenow...
Susurró. La pena inundó su voz y sus pensamientos. Y en cuanto se percató de la ausencia del huevo, la ira se unió a la tristeza.
— Pagará por esto. Ya sean uno o varios los culpables.
Y salió volando de inmediato, abandonando el cadáver de su amada y la caza. Los cadáveres de los dragones, debido a su voluminosidad y a la magia de su interior, tardaban mucho más tiempo que los humanos en empezar a descomponerse.
Pyrus voló sin descanso durante horas, hasta aterrizar en un enorme jardín. En él se encontraban cientos de dragones que lo saludaron, pero este los ignoró. Iba por uno en concreto. Dicho dragón estaba apartado del resto, echando una pequeña siesta. Se llamaba Greyold y era uno de los dragones más sabios del mundo. Debido a su avanzada edad (casi mil años) el color de su piel, antaño rojo vivo (más vivo que el de Pyrus) se había vuelto gris y su tamaño alcanzaba los cincuenta metros de altitud. Dos bigotes enormes sobresalían de sus fosas nasales y tenia perilla bajo el labio inferior. Ambos de color blanco debido a su vejez, que marcaba que su fin estaba próximo, pues cada vez se encontraba más cansado que al día anterior. Sus ojos se estaban apagando también, aunque conservaban el iris almendrado de su época joven.
— Pyrus — saludó el viejo dragón.
— Maestro — respondió Pyrus con voz sombría.
Maestro era el título de mayor respeto entre dragones. Significaba un dragón muy querido y sabio. Pyrus no perdió tiempo y le explicó la situación.
— ¿Y qué me pides que haga? Sabes que ya no puedo pelear. Estoy muy viejo.
— Solo necesito que use su sentido mágico. Usted lo tiene más desarrollado que nadie aquí. Quiero saber si es cosa de magia.
Greyold lo sopesó por un largo rato que se le hizo eterno a Pyrus. Pero no se quejó. La sabiduría requería de paciencia y aunque Pyrus estaba falto de esta, comprendía que ahora la necesitaba más que nunca. Si el dragón no lo ayudaba, tendría que buscar una ayuda menos útil o ir en busca de pistas. Y para entonces el culpable podría haberse escondido lo suficiente. ¿Qué harían con su pequeño? La angustia lo consumió. Trató de concentrarse en cómo iba a castigar al culpable cuando lo encontrara. De otra manera se volvería loco de dolor.
— Lo haré — aceptó finalmente Greyold —. Llévame al lugar.
El rostro de Pyrus se volvió puro alivio.
Horas más tardes estaban de vuelta en la cueva. Todo seguía exactamente igual, excepto que las moscas y algunos cuervos ya estaban devorando la carne de las presas. Huyeron en cuanto avistaron a ambos dragones. El corazón de Pyrus se hinchó de dolor nuevamente al ver a su amada sin vida.
Te vengaré, lo prometo.
Greyold se acercó al cuerpo sin vida de Greenow. Pyrus no supo exactamente qué hizo, pero regresó a los pocos minutos y dijo:
— Sin duda es obra de un hechicero. El rastro conduce hacia el bosque y se pierde en las montañas. Sin duda, ahí se encuentra el culpable y tu hijo.
Después de agradecer al sabio dragón, Pyrus partió deprisa hacia donde el dragón le indicó. Vio unicornios corriendo y a las hadas plantando nuevos árboles. Dos días después llegó a las montañas. Investigó todas y cada una hasta que comprobó algo: todas las montañas tenían huecos para entrar. Pensó que tal vez pudiera tener algo extraño y trató de acceder a ellas. Estuvo horas investigando en cada cueva y tres días más tarde, dio por fin con la adecuada, pues al tratar de entrar, una barrera invisible se lo impidió.
Magia pensó disgustado.
— ¿Necesitas ayuda? — dijo una voz.
Pyrus se volvió y vio a una dragona azul muy hermosa.
— Aspira.
Ella sonrió. Aspira era su hermana.
— Déjame a mí hermanito.
Pyrus lo hizo. Aspira era apenas unos meses mayor que ella y era muy sabia para su edad. Aspira inhaló y exhaló un chorro de fuego azul. La barrera no se rompió pero si tembló levemente.
— Como imaginaba — confirmó ella —. Como somos pura magia, nuestro fuego puede contra la barrera. El mago parece bastante poderoso. Greyold me contó todo y fui a buscarte. Creo que te vendría bien mi ayuda.
Pyrus estaba contento en parte, ya que aunque podría recibir ayuda, no quería poner a nadie en peligro. Pero si el sabio la había avisado para ayudarlo, suponía que la necesitaría. Además conocía la terquedad de su hermana y sabía que nada la haría cambiar de opinión. Juntos atacaron la barrera y una vez rota, se adentraron.
Nada más entrar se encontraron ante una sala circular. Las paredes eran blancas y el pavimento negro. En el centro de la sala se encontraba un hombre calvo de ojos amarillos vestido con una túnica roja que indicaba que era un mago muy poderoso. Tras el mago se encontraba el huevo de dragón.
La ira inundó a Pyrus.
— Tú...
El mago sonrió.
— Así es. Yo. Sabía que acabarías viniendo y hasta esperaba que tuvieras compañía. Me alegra saber que sois menos dragones de lo que esperaba. Esperaba todo un ejército. Os sobrestimé demasiado, supongo.
Aquello fue demasiado para Pyrus, quien se abalanzó sobre el poderoso mago lanzando una poderosa llamarada y haciendo caso omiso de la advertencia de su hermana:
— ¡No, pyrus! ¡Es una trampa!
El mago bloqueó el fuego con un escudo mágico y luego movió suavemente un par de dedos, lanzando a Pyrus hacia el otro lado del lugar. Chocó contra una columna que se desmoronó y cayó encima del dragón. De ser humano, Pyrus ya estaría muerto. El mago rió y la dragona lo miró con odio pero no atacó de forma imprudente. Sopesó sus posibilidades. Sin alguna duda atacar de inmediato provocaría al mago que la derrotara igual que a Pyrus. Antes de poder pensar en nada, Pyrus atacó nuevamente al mago, tomándola por sorpresa. No obstante, aquella fue una oportunidad de oro que no desaprovechó. Nada más Pyrus fue lanzado nuevamente hacia atrás, ella avanzó adelante y lanzó un poderoso chorro de fuego azul. El mago volvió a protegerse con el escudo y con otro hechizo la lanzó a ella hacia Pyrus.
— Pyrus — susurró Aspira antes de que este se abalanzara hecho una furia otra vez —. Así no ganaremos. Hay que intentar otra cosa.
— ¿Y qué pretendes?
— Tengo una idea — dijo mirando fijamente al hechicero.
Le explicó brevemente el plan. Pero Pyrus rugió:
— ¡De ninguna manera!
Y se abalanzó nuevamente a por el hechicero, quien río satisfecho:
— Bueno me he cansado de jugar ¡Es hora de que muráis!
Y dicho esto lanzó un poderoso hechizo de hielo con la intención de congelar al dragón, pero se sorprendió al ver que la dragona se dirigía hacia él a una velocidad de vértigo y lanzaba una poderosa llamarada conjunta a Pyrus. Fuego rojo y azul. La llamarada fue lo bastante potente para atravesar el hechizo de hielo, que fue devuelto a su dueño junto al fuego. En cuanto recibió el impacto, el mago gritó y su sonido llenó de satisfacción a ambos dragones. Sin lugar a dudas, el plan funcionó. Consistía en que Pyrus fingiera estar en desacuerdo con algo, atacar fingiendo ira y que el mago se confiara. Era la mejor baza que tenían en aquel momento. Un plan hecho de prisas.
No obstante, para su horror, el mago se resistió con un último hechizo de escudo. Ambos dragones estaban complemente petrificados. ¡El mago les había hecho parálisis! Si el mago atacaba, sin duda morirían. Entonces sucedió algo impensable: una tercera llamarada, de color dorado brillante, asomó por la espalda del malvado mago, sorprendiéndolo; provocando que su defensa se debilitara y permitiendo que los dos dragones se movieran de nuevo. Tras un segundo de sorpresa, Aspira atacó también y un segundo después la siguió Pyrus, lleno de asombro aún. Destruyeron al mago por completo.
Al mirar más atentamente, tanto Pyrus como Aspira no pudieron contener su asombro y alegría cuando descubrieron que el huevo estaba roto y su misterioso salvador se trataba ni más ni menos que del hijo de Pyrus: un hermoso bebé dragón dorado. Tenía el tamaño de un gato adulto. La boca mostraba una lengua rasposa roja. Pyrus corrió hacia su hijo y este, movido por el instinto, trató de avanzar hacia él, pero como no sabía como moverse, al tratar de avanzar cayó al suelo.
Tras aquella experiencia, Aspira ayudó a vigilar al dragoncito, y Pyrus encontró nueva pareja tres años después con la que tuvo tres dragoncitas. Al parecer, el dragón dorado, al que llamaron Jack, notó que su padre estaba en peligro y salió prematuramente de su cascarón para protegerlo.
Con el tiempo, Jack se convirtió en un sabio dragón que ayudo a derrocar muchos males, pero esa ya es otra historia.



sábado, 1 de junio de 2019

LA FIGURA


Era noche cerrada cuando cinco jóvenes regresaban a casa después de una divertida salida entre amigos. Habían acudido a un Pub conocido de la zona, el cual estaba bastante concurrido en ocasiones. Esa había sido una de ellas. Eran tres chicas y dos chicos. Una era Laura, la cual tenía cabello castaño corto. Otra se llamaba Amanda. Llevaba el cabello rubio recogido en coleta y los ojos azules. Otra era una japonesa, se llamaba Yuko y tenía el cabello pelirrojo. Luego estaba Javier, que era calvo, de ojos negros y Manuel, el cual era alto, de cabello castaño. Tenían todos la misma edad: diecinueve. Eran las dos de la mañana, la calle se encontraba silenciosa; pobremente iluminada. Perfecta para una película de terror. Los chicos, al percatarse de esto, callaron.

Habían estado hablando tan despreocupadamente, que no se habían dado cuenta de lo silenciosa que había estado la calle. Laura se puso a mirar su móvil para ver si tenía buenas nuevas, pero entonces se quedó paralizada y su móvil cayó al suelo. No se rompió por un pelo.

— Laura ¿qué pasa? — le preguntó Yuko a la vez que colocaba una mano en su hombro y otra en la mejilla.

Amanda se agachó para recoger el móvil. Entonces palideció.

— Ya sé que ha pasado — dijo con voz débil, casi inaudible.

Al mirar todos la pantalla, sus rostros cambiaron. Primero estupefacción, luego horror. Entonces, Javier dijo en voz baja.

— Corred.

Porque tras el móvil, vieron una horripilante figura encapuchada, que sobrevolaba...

Corrieron a toda mecha. La figura los perseguía en silencio y congelaba todo cuando había a su alrededor. La capucha se le resbaló, mostrando un rostro quemado y grisáceo, sin ojos, aunque con boca. Una boca redonda. Sus manos eran pálidas y grisáceas. No se le veían los pies. Siguieron corriendo hasta perderlo de vista. Se escondieron en casa de Javier, quien esa noche estaba solo, pues sus padres se habían ido el fin de semana por trabajo.

— ¿Qué...era eso? — quiso saber Laura mientras jadeaba.

Javier colocó el pestillo en la puerta y fue Manuel quien respondió:

— No lo sé, pero espero no volver a verlo jamás.

Aquella noche durmieron aterrorizados todos juntos en la misma habitación. Las cortinas se movían en la oscuridad, provocando más de un resalto. A pesar de tener las puertas cerradas y las ventanas, no se sentían seguros. No obstante consiguieron dormirse a duras penas. Aunque mucho no durmieron. Todavía era de noche cuando al despertar, vieron horrorizados que Amanda había caído. En el interior de su pesadilla, la figura la atacó y la mató al instante con un zarpazo helado.

Y aquella no fue la única muerte.

Javier fue el segundo, años después. Al dormir, se encontraba en un parque, donde apareció la figura nuevamente. Javier huyó, desesperado, pero también murió por otro zarpazo helado.

Los forenses se fijaron en que las víctimas tenían el vientre más frío de lo normal en un cadáver, allá por donde las zarpas los alcanzaron. La marca de estas eran también visibles.

Semanas después de aquello, Yuko estaba duchándose por la noche cuando el ser apareció ante el espejo. Aterrada, Yuko se resbaló y mató.

Manuel estaba estudiando en casa a altas horas de la noche, meses después, cuando de pronto apareció la figura y lo asesinó.

Laura esperaba su hora. Cada día, atemorizada, esperaba su hora. Aterrada, muerta de miedo, pesadillas inundaban su mente. Tuvo novio, tuvo hijos y asistió a la muerte de sus padres. Por un tiempo, acudió a un centro médico unos meses por el fuerte estrés y síntomas de locura. Pero el momento jamás llegaba. Ella no lo entendía. Y no lo hizo hasta que cumplió los noventa y seis años. Entonces la figura al fin se le apareció. Ella estaba tendida sobre la cama, débil por una enfermedad. Su rostro convulsionó de terror.

— Adelante, monstruo. Hazlo — dijo mientras trataba de contener el miedo y el llanto.

Ya no le importaba tanto. Era débil y anciana y su hora ya prácticamente había llegado.

No quieres... saber ¿Porqué nunca antes vine a por ti? ¿Porqué fuiste tú quien se percató de mi presencia?

Laura se quedó asombrada de que aquel ser pudiera hablar. Antes de que pudiera decir nada, el ser habló:

— Yo soy aquello que vosotros, frágiles monos sin pelo, llamáis muerte. Lograsteis escapar de mí gracias a vuestro don de verme, don poco frecuente. Hacía milenios que nadie lo tenía. Tú estabas destinada a morir hoy. Y tus amigos esa noche. Tuve que hacer muchos cambios en el orden natural para poder llevármelos adecuadamente. Malformaciones, desgracias... con tu muerte, todo estará bien definitivamente. Al menos, por un corto plazo. Ahora es momento de partir... al más allá.

Para cuando los nietos e hijos de Laura llegaron, ella ya había fallecido. Lloraron mucho su pérdida y la enterraron dignamente junto a sus amigos. Arriba, ella se encontró con las almas de sus amigos. Se alegraron de verse y se dispusieron a pasar toda la eternidad juntos, a la espera del resto de sus seres queridos.