Rick
terminó tarde de trabajar ese día. Para cuando consultó su reloj,
eran casi las doce de la noche. El hambre no lo avisó. Su trabajo lo
absorbió por completo. No porque le gustara, sino porque era lo que
tenía para sobrevivir. Rick era autónomo con treinta y cuatro años
y su negocio de vender libros era lo que traía el pan a casa, si
bien soñaba con una vida mejor.
Se miró al espejo. Tenía
el cabello castaño despeinado y bajo sus ojos negros podía verse
las ojeras de dormir menos de seis horas al día. Estaba en octubre,
casi en Halloween y últimamente a mucha gente le había dado por ir
a comprar libros de terror.
Rick odiaba Halloween.
Una fecha donde pasarlo mal no era precisamente su día ideal, aunque
al resto de la gente le agradara aquello (cosa que no comprendía).
Aunque la tienda cara al
público tenía tan solo cincuenta metros cuadrados, el almacén era
mucho más grande, de doscientos metros cuadrados incluyendo cuarto
de baño y una sala pequeña con sofá, por si tenía que quedarse
hasta tarde. Eso planeaba hacer Rick. Fue hasta la sala, donde sacó
de un armario una tortilla prefabricada de ese mismo día. La calentó
en el microondas y comenzó a comer. Se dio cuenta de que necesitaba
agua y cogió una botella pequeña de agua, también del armario. Y
cuando estaba a medio comer la escuchó. Gemidos sobrenaturales.
Gemidos que no eran de este mundo. Rick inmediatamente se levantó y
llaves en mano, salió disparado de la sala.
No la veía, pero la
escuchaba. Y sabía que si lo alcanzaba, todo habría acabado. Se
lamentó entonces de haber desperdiciado su día trabajando, porque
bien podía ser el último. Cada paso que daba corriendo, hacía un
ruido que a Rick le pareció escandalosamente alto. Pero sabía que
era producto de los nervios. Igual la criatura lo escuchaba.
Rick sabía que no
debería haber hecho ese trato hacía trece días. Pero estaba tan
desesperado… No vendía un solo céntimo desde hacía meses y
estaba a punto de caer en bancarrota. El alcohol era su mejor amigo
desde hacía un mes y si no llega a ser por la pelea de bar que tuvo,
nunca hubiese despertado. Comprendió entonces que necesitaba ayuda.
Rogar a Dios no fue muy productivo, así que tuvo que recurrir a
otras artimañas más oscuras: llamó al 666 y recibió la visita de
un hombre. No llevaba cuernos en la cabeza, pero sus ojos rojos
despertaban una inquietud mortal. Selló el trato rápidamente con un
apretón de manos. Y en tres días empezó a recibir nueva clientela
que, motivados por Halloween, querían comprar libros de terror, así
como otros enamorados compraban libros de amor y niños querían leer
multitud de cuentos.
Pero nada nunca es
gratis, y Rick lastimosamente lo comprobó al llegar a la verja de
su oficina (para mala suerte de él, su oficina no tenía puerta
trasera) que iba a pagar cara su desesperación. Mientras la criatura
lo agarraba por una pierna y lo arrastraba al suelo, Rick pensó que
aquello era un castigo divino. Vio a una mujer de cabello negro
corto, desnuda, con dos brazos muy largos y garras en lugar de dedos.
Su cuerpo entero estaba cubierto de sangre y sus dientes eran sables.
Sus ojos eran dos cuencas vacías. La criatura empezó a aplastar su
cráneo y su rostro, desfigurándolo de por vida. Y Rick sintió un
dolor atroz mientras cada golpe iba apagando rápidamente su vida.
Pero sabía que aquella criatura no solo acabaría con su vida y se
alimentaría de su sangre. Su tormento continuaría mucho después,
por toda la eternidad.
Esa criatura lo
acompañaría en sus torturas más oscuras del infierno…
Por siempre.
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