domingo, 23 de abril de 2023

SONG OF HORROR

 

¿Os gustan las historias ambientadas en el mar? ¿Las historias de sirenas y piratas? ¿Padecéis Talasafobia o terror al mar? ¡Pues me alegro mucho! Porque esta historia es sobre todo eso.

Lo que si tiene es una pequeña moraleja.

Esta historia tiene lugar en alguna zona del mar, en el año 1500. Y cuenta como un pirata joven llamado Smith, perdió algo más que la cabeza por una hermosa muchacha. Pero esta historia no está narrada por él, ni por ningún escritor. No, esta historia esta narrada por mí, una sirena. Podéis llamarme Molpe.

A diferencia de las otras sirenas, las cuales tenían la tez pálida, yo la tenía oscura, al igual que mi cabello, lo cual hacía resaltar mis brillantes ojos azules todavía más.

Y os voy a relatar el día que me crucé con un barco pirata, los cuales buscaban cazar sirenas como yo, los muy idiotas.


Era una tarde tranquila de verano en el Gran Mar. Yo nadaba en el fondo del mar. Muy al fondo. Donde los humanos no podéis bajar, porque os quedáis sin oxigeno y donde, todavía a día de hoy, ni siquiera podéis acceder. Me hallaba en la ciudad submarina de Atlantis. Aquella que se hundiera hacía ya tanto tiempo.

La ciudad no tenía luz. Estábamos en lo más hondo del mar y la oscuridad imperaba. Los humanos, aparte de un traje especial, necesitaríais luz para ver. En cambio, las sirenas y tritones teníamos los ojos adaptados.

Y mientras recorría la ciudad moviendo mi hermosa aleta azulada, me crucé con varios tritones y sirenas.

Ese día me disponía a salir a dar un paseo. Me detuve a las puertas de la ciudad y me di la vuelta para contemplarla. A lo lejos, vi el palacio, un edificio enorme, aunque algo agrietado por las batallas contra otros tritones y sirenas y contra algunos krakens. Quitando el palacio, Atlantis ya no tenía casas como tal. Mejor dicho, no las usábamos. No nos hacía falta. Solo usábamos el palacio, que era mi casa. Yo era una de sus princesas. Dormíamos al raso. Las calles eran todas idénticas, algunas con casas.

Me di la vuelta y nadé.

Conforme dejé la ciudad, me adentré en la más absoluta negrura. Ni siquiera mis ojos podían ver, porque no había nada que ver. Pronto vi una luz. Era un pez linterna. Con sus dientes picudos y sus cuencas vacías, eso a los humanos les resultaba aterrador. A mí me parecía tierno. Como un cachorrito. Sonreí y seguí nadando.

Subí. Nadé hacia arriba. Quería salir a la superficie.

Saqué la cabeza del agua y la negrura del mar dio paso al cielo soleado de la superficie. Un mundo prohibido para nosotras. Nosotras éramos peligrosas para los humanos, pero ellos también lo eran para nosotras.

Las aguas estaban tranquilas, pero a lo lejos vi asomarse un barco.

Un barco pirata.

Era bastante grande, pero no más que la mayoría de ellos. Construido en madera, con una bandera negra con el símbolo de una calavera con un parche en el ojo. Bastante tradicional. Detrás de mí vi una pequeña cala. Solté una risita y me dispuse a divertirme un rato. Me fui nadando hacia allí mientras entraba y salía del agua cual delfín. Mi aleta salpicaba agua de manera elegante.


Smith quedó embelesado por lo que acababa de presenciar. ¡Acababa de ver una hermosa aleta azul salpicar las aguas! Aunque no podía jurarlo, estaba bastante convencido de que acababa de ver una sirena. Pensó en decírselo a sus camaradas, pero seguramente, solo se reirían de él. Las sirenas eran mitos, eso todo el mundo lo sabía. Así que suspiró y se quedó allí embelesado mirando al mar y pensando en esa hermosa aleta de pez. ¿Porqué le fascinaba tanto? No lo sabía, pero así era.

Y entonces empezó a oír un cántico.

La voz era suave y melódica. Dulce también. No sabía qué estaba cantando, pero en su idioma no era seguro. Pero sí sabía que era la canción más bella que jamás hubiera escuchado. Tanto así, que incluso se le saltaron las lágrimas y su corazón se hinchó de alegría y, al mismo tiempo, de dolor. Era como si las emociones de quien fuera que estuviera cantando, se le hubieran adherido a su alma y las sintiera en carne propia.

Lo que sí sabía con seguridad, es que aquella era la voz de una hermosa joven. Por el tono de voz, Smith estaba seguro de que rondaría su edad, alrededor de los veinte. Se asomó al mar y, en el reflejo del agua, vio su rostro: cabello rubio y ojos verdes, piel morena del sol. Llevaba pantalones cortos negros y camiseta negra corta. Una espada curva atada el cinto como toda arma.

A lo lejos vio una pequeña cala. Y allí, al fondo, vio a la sirena.

Porque era una sirena, estaba claro. Su cola de pez no dejaba lugar a dudas y, aunque estaba algo alejada, aún pudo ver que no llevaba ropa alguna en su torso. Solo su larga cabellera negra tapaba sus senos. Sus brazos eran fuertes, como si entrenara cada día y su abdomen era muy plano. Lo que muchos hombres considerarían la mujer perfecta, sino fuera por el fuerte racismo de la época. Sus camaradas desde luego, desaprobarían una relación así, pero a él le daba exactamente igual.

La voz lo tentó. Necesitaba acudir a la chica. Decirle que era bella, aunque ya lo supiera. Decirle que amaba su voz. Que cantaba como los propios ángeles.

Es un ángel, seguro pensó Smith, convencido.

Asegurándose de que sus camaradas no lo veían, tomó impulso y saltó al agua. La notó helada, pero también revigorizante. Nada de eso le importó a Smith. Con fuerza, nadó hasta la cala, donde se hallaba la sirena, tratando de no pensar en que un kraken gigante iba a salir de las profundidades para devorarlo.

Conforme se acercó, pudo escuchar la hermosa canción. Él no la entendió, porque estaba en un idioma que sólo las sirenas podían comprender, pero que traducida sería algo así:


Quiero encontrar, un príncipe que me comprenda.

Alguien que sea digno de mi amor.

Nos llaman sádicas, malignas.

Pero, solo tenemos una idea diferente de la diversión.

Diversión, diversión, diversión.

¿Serás tú ese príncipe? ¿O tendré que devorarte?

Si eres el indicado te llevaré conmigo a Atlantis.

Te veo acercarte, dulce, inocente, incauto.

Amo tu dolor, hacerte sufrir. ¿Soy tóxica?

El mundo no es blanco o negro.

No es blanco o negro

Si eres el indicado te llevaré conmigo a Atlantis


Llegó a la cala, donde la hermosa sirena estaba sentada en una roca. Toda ella era hermosa e imponente. Ella le dedicó una mirada dulce llena de amor.

O lo que Smith creía que era amor.


Vi llegar al joven. Lo olí en cuanto llegó. Virgen. No sabía lo que era el amor. Ese era mi tipo de presa favorita. Eran las más fáciles sí, y también las más divertidas después de hombres casados.

Hola hermosa — me dijo.

Yo solo solté una risita mientras hacía un rizo con mi cabello mojado. Lo miré divertida. Sin duda, él pensaba que era coqueteo. Ignorante.

Me llamo Smith — como si me importara su nombre —. Tienes una hermosa voz. Cantas como los propios ángeles. Sin duda, debes ser uno.

No dije nada. Smith, algo más nervioso, sacó otro as de la manga:

Nunca había visto una sirena. Sin duda sois un portento.

El chico me estaba aburriendo, así que le hice una seña con el dedo índice. Él se acercó, claro. Entonces yo acerqué mis labios a los suyos, y agarré con suavidad su rostro. Era suave y bonito. Él cerró los ojos y se dejó hacer.

Y fue entonces cuando le mordí la yugular. El chico no pudo hacer otra cosa sino gritar y retorcerse. Sin dejar de sujetarlo, clavé mis uñas en su cara y, sosteniendo mis dientes en su cuello, lo arrastré mar adentro nadando a toda velocidad.

Sus gritos fueron música para mis oídos.

Dije que esta historia tenía moraleja ¿cierto? Bien, allá va:

Nunca os fiéis de una cara bonita ni de una hermosa voz. Porque puede ser bella por fuera, pero estar podrida por dentro.

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