El grito de la mujer era desgarrador. Todo el hospital la escuchó. Parecía que la estuvieran asesinando o peor aún, torturando de la peor forma posible. En la cafetería, la pareja de la mujer la escuchó y se revolvió, inquieto. El hombre era alto, delgado, con el cabello castaño corto y ojos color esperanza. David tenía veinticinco años. Sus finos labios formaron una línea tensa. Todo él era tenso. Parecía a punto de estallar. El hombre que estaba a su lado, le dijo con voz grave:
— Tranquilo David. Eva estará bien.
El hombre en cuestión era alto, mediría al menos metro ochenta o cerca; de piel oscura y cabello corto negro. Sus ojos eran azules. Vestía vaqueros azules, zapatos negros y camisa blanca. Tendría unos treinta y pocos años de edad.
David respondió, nervioso:
— ¿Cómo puedes decirme que estará bien, Miguel? ¿Después de lo que nos has contado y lo que ha ocurrido?
Miguel entonces apartó a David bruscamente y de la nada sacó una espada. La hoja era recta y rezumaba un fuego blancuzco. David escuchó un chillido horripilante y pudo ver al hombre asestar un golpe contra lo que parecía ser una mujer. Sin embargo, cuando se acercó, se percató de que no era realmente una mujer: era un monstruo. Si bien tenía el traje de enfermera, este estaba raído y bañado en sangre. Además, sus manos ya no era tales, sino que eran garras. Finas y peligrosas. Su piel se había ennegrecido y adquirido un tono grisáceo quemado. Para más inri, sus ojos ya no estaban. En su lugar solo había dos cuencas vacías. Sus dientes eran afilados y finos como espadas. Sus piernas eran similares a los brazos; tenían garras también.
David sintió una mezcla de repulsión y terror.
— Esta es la amenaza de la que hablabas — comprendió David. — Demonios.
Miguel asintió.
— Y eso significa que Eva está en peligro.
— Démonos prisa — apremió él.
— Necesitarás esto — el hombre le tendió una espada, aunque esta no rezumaba fuego blanco.
— Gracias.
David la asió con firmeza. La hoja era idéntica a la de Miguel, salvo por el hecho de que esta no rezumaba fuego. Ambos echaron a correr en pos de Eva. Gracias a las ventanas del pasillo que ambos recorrían, David pudo ver que afuera la noche imperaba. Para colmo, las luces se habían fundido y solo estaban disponibles las de emergencias, dando al lugar un aspecto propio de una película de terror.
Manchas de sangre cubrían el pavimento blanco. Algunos pacientes y doctores del lugar estaban en el suelo, inertes, así como celadores y personal administrativo.
Esto es una masacre pensó David con desazón.
Dos Enfermeras Demonio le salieron al paso, pero David no se dejó achantar y de un tajo les cercenó la garganta a ambas. Sangre oscura brotó a borbotones de sus gargantas. David siguió corriendo sin parar mientras los cuerpos de ambos demonios caían por su propio peso. Miguel lo seguía detrás. Mientras que David ya estaba respirando agitado por la carrera, su acompañante no parecía estar igual de agotado como él. Finalmente llegaron a la habitación de Eva. Estaba a mitad del pasillo, por eso David podía escuchar sus gritos. Con la aparición de los demonios, David no había caído en que los gritos habían cesado. Y eso solo podía significar dos cosas. Y una de ellas lo aterraba sobremanera. Cuando entró, escuchó los llantos del bebé. Por un instante se tranquilizó, pero pronto se puso alerta de nuevo. Porque al lado de su pareja y del bebé recién nacido, había dos Enfermeras Demonio. Y a los pies de estas, tres enfermeras, dos matronas y una mujer (la encargada de protegerla), en el suelo muertas. Sangre fresca bañaba el suelo. Aquello parecía una obra creada por el propio Lucifer.
Miguel gritó unas palabras y extendió la mano derecha. Un haz de luz inundó la estancia, cegando a David. Para cuando David abrió de nuevo los ojos, las enfermeras se habían desintegrado. Entonces, sin perder un instante, se acercó a Eva y al bebé.
Eva tenía el cabello negro y los ojos azules. Respiraba con dificultad, pero asía con firmeza al pequeño en sus brazos. Le bastó con una mirada para comprobar que era un niño. David acarició a su mujer y le dio un suave beso en la frente. Luego acarició al bebé y lo besó en el mismo lugar.
— ¿Estás bien? — quiso asegurarse David.
Eva asintió y luego dijo:
— Vamos a tener que ponerle nombre, ¿no crees?
— Ya lo pensaréis luego — apremió Miguel. La pareja lo miró —. Este lugar está infestado. Dudo que pueda volver a ser el lugar que era. Hay que marcharse. Ahora.
La pareja no rechistó. A ninguno le hacía gracia poner la vida de su hijo recién nacido en un hospital repleto de demonios. Así que, con cuidado, Miguel y David ayudaron a Eva a incorporarse y juntos emprendieron el camino hacia la salida. El bebé había nacido por cesárea, pero ya habían cosido a Eva, quien se movía con dificultad. El bebé había dejado de llorar y David lo agradeció. Lo último que deseaba era llamar la atención de más demonios.
— Tranquilidad — dijo David, aunque no estaba seguro de a quién se dirigía exactamente, si a su familia o a él mismo. Quizá fuera ambas cosas —. Solo debemos coger el ascensor y...
— No hay electricidad — le recordó el hombre —. los demonios han hecho suyo este lugar.
— Genial — dijo Eva, sarcástica.
Salieron por una salida de emergencia que daba a las escaleras. Se hallaban en la primera planta, de modo que solo debían bajar a la planta baja para salir del hospital. Parecía sencillo; rápido, pero David sabía bien que no lo era.
Estaban bajando los escalones cuando de repente apareció una enfermera más. De un tajo, el hombre la mató y continuaron su camino. Pero no dieron ni dos pasos cuando dos enfermeras más, una adelante y otra atrás, hicieron acto de presencia.
¿Cómo aparecen tan rápido? ¿Dónde se ocultan?
David iba a atacar a la que tenía delante, pero esta detuvo su estocada, le arrancó la espada de las manos y la tiró al suelo. La espada chocó contra el suelo con un repiqueteo metálico.
Mierda pensó David. Sin su arma, estaba ahora indefenso.
Escuchó atrás suyo el grito de la enfermera que atacaba a su acompañante y vio de refilón un haz de luz. Aquello provocó que la enfermera que atacaba a David saliera huyeron dando un salto hacia atrás que se asemejaba al salto de una bailarina de ballet. Había cierto estilo en el movimiento de aquellos demonios, se dijo David.
Este aprovechó entonces para recoger la espada y se volvió hacia su familia y Miguel.
— Cada vez nos atacan más seguido — observó David —.
— Están desesperados — fue la respuesta de Miguel.
David asintió y volviendo a tomar la mano de su pareja, los tres terminaron de bajar a la planta baja.
Aquello era un hervidero.
En cuanto bajaron, fueron testigos de cómo la sala estaba infestada de Enfermeras Demonio. David las contó, pero no había terminado cuando todas se abalanzaron sobre ellos. Serían al menos quince, pero David pensó que fácilmente podían duplicar esa cantidad.
— Maldita sea, son demasiados — dijo David.
Pero Miguel nuevamente extendió la mano, gritó unas palabras y todas las enfermeras murieron, tras un haz de luz.
Pero la historia no había terminado.
Escucharon más chillidos agónicos y en cuanto se dieron la vuelta, se percataron de que otro grupo de al menos ocho enfermeras se abalanzaban sobre ellos. Nuevamente el hombre las destruyó con la luz. Y entonces David vio lo que antes no: Miguel empezaba a sudar.
— Estás abusando demasiado de tu poder — dedujo David.
El hombre lo miró y respondió:
— Intentan agotarme. Saben que soy lo único que se interpone entre vosotros y el bebé.
— Entonces hay que salir de aquí ya — decidió Eva.
Todos asintieron y corrieron. La sala había tenido sofás momentos antes, pero la luz de Miguel las había desintegrado. El lugar en sí estaba vacío, con tan solo el mostrador de la derecha y las puertas de las consultas a la izquierda. Recorrieron la sala a toda velocidad. Ya veían las puertas, que eran automáticas. Sin embargo, estas no se abrieron cuando llegaron.
— Al cortar la electricidad, han cortado también la apertura de la puerta — comprendió Miguel.
— Hay que romperla — decidió David.
Con un golpe de su espada, rompió los cristales, que cayeron adentro del hospital. Eva se alejó para que ni ella ni el bebé resultaran heridos. Por desgracia, el ruido alertó al resto de Enfermeras Demonio. Escucharon gritos horripilantes y se dieron la vuelta. Y lo que vieron no les gustó.
David no sabía cuántas de esas cosas había, pero de una cosa estaba seguro: eran demasiadas. El hombre extendió una vez más la mano, pero se lo notaba cansado.
— Son demasiados, podrías morir — le advirtió David.
— No hay elección — replicó él.
— Siempre la hay — rebatió David mirando hacia la calle.
— Esas cosas nos seguirán más allá del hospital si es necesario — le informó Miguel —. Nunca estaréis a salvo si no acabo con todas las criaturas de aquí.
Las Enfermeras Demonio estaban casi encima. Y David sabía que Miguel tenía razón. No importaba cuanto corrieran. Eran demasiadas para esconderse. Los encontrarían tarde o temprano. Con un suspiro de resignación, dijo:
— Huid.
Eva creyó no haber escuchado bien.
— ¿Cómo? — preguntó, estupefacta.
— ¡Rápido, ya vienen!
— ¿Estás seguro, David? — quiso saber Miguel.
David asintió, fingiendo estar convencido, pero lo cierto es que era todo lo contrario. Estaba aterrado. Sabía que le esperaba un destino terrible. No sabía cuánto tiempo más podría mantener aquella fachada de valor, pero sí sabía que, de no sacrificarse, todos morirían. Especialmente su bebé. Y eso no podía permitirlo.
— ¡NO DAVID! — Eva trató de acercarse, pero Miguel se interpuso. El bebé se puso a llorar al escuchar las voces.
Miguel miró a David y mientras agarraba a Eva en brazos, le dijo a David:
— Normalmente usaría el vuelo para llevaros. Pero usar esa habilidad puede ser peligroso. Sobre todo, si nunca la has experimentado antes.
David sabía lo que Miguel le quería decir: que el vuelo tenía riesgos que podían ser mortales. Sobre todo, para un bebé. Miguel también añadió:
— Esas criaturas te arrastrarán al Infierno. Pero te lo prometo: te rescataré. Iré personalmente. Tienes abiertas las puertas del cielo por esto, te lo aseguro.
La parte del infierno no le gustó a David, pero al menos le tranquilizó saber que sería temporal. Y le alegró saber que tendría una nueva vida después de esta. Una donde se reuniría con su hijo cuando este hubiera vivido su estancia en La Tierra.
Escuchó los gritos desconsolados de su pareja, el llanto de su bebé y los rugidos de las enfermeras.
Miguel y Eva salieron del hospital. David los observó por última vez con una sonrisa en el rostro, antes de ser avasallado por la avalancha de Enfermeras Demonio.
CONTINUARÁ...
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