viernes, 24 de marzo de 2023

EL INTRUSO

 El teléfono sonó. Me desperté bruscamente. Por el despertador, eran las cinco de la tarde. Afuera, una fea tormenta había hecho acto de presencia.

Mi nombre es Emma. Vivo en España, pero soy de nacionalidad americana. Me viene a vivir a este país después de ciertos hechos que ocurrieron hacía ya diez años, pero que no vienen a cuento ahora.

Me incorporé. Por el reflejo del teléfono, pude ver mi rostro: cabello castaño, ojos de igual color. Llevaba vaqueros y camiseta verde.

Vi el número. Bueno, mejor dicho, no lo vi, porque marcaba desconocido. Lo descolgué. Sin embargo, no escuché a nadie cuando pregunté quién era.

— ¿Hola? — repetí, pero no hubo respuesta.

Pensando que quizás se trataba de una broma, decidí colgar.

Entonces, alguien llamó a la puerta de mi apartamento, donde vivía. No al timbre, sino a la puerta.

Me incorporé, salí del dormitorio y crucé el pequeño pasillo que había al salir de mi cuarto. Miré por la mirilla, pero no encontré a nadie. Suspiré. ¿Qué clase de broma era aquella? Un trueno irrumpió en el cielo y pegué un bote, porque a la misma vez, sonó el teléfono nuevamente.

Al dirigirme hacia allí, vi que era desconocido de nuevo. Esa vez le colgué.

Y entonces, escuché la puerta de mi apartamento abrirse. Pegué un brinco. Se erizaron todos los pelos de mi cuerpo y tragué saliva. Otra persona tal vez se habría escondido, pero yo saqué valor y me dirigí hacia los pasos. Estos ya habían recorrido el pasillo y quien sea que hubiera entrado, se había dirigido hacia el salón. Así pues, también fui yo.

Y allí estaba ella. Sentí las piernas como gelatina cuando la vi. Sobre todo, porque realmente llegué a pensar que jamás volvería a verla.

Llevaba pantalones negros, botas, camiseta de tirantes y chaqueta de cuero roja. Su cabello rubio ondulado recogido en una sencilla coleta. Labios pintados de rojo y una sonrisa sádica mientras sostenía en la derecha un cuchillo de carnicero.

— Hola hermanita — me saludó.

Así era, éramos hermanas. Aunque para mí dejó de serlo hacía ya diez años. Cuando mató a nuestros padres. Por eso me fui a España. Me cambié legalmente el nombre y me marché. Era menor de edad en Estados Unidos, pero aquí en España era mayor, así que busqué un trabajo y me fui a vivir sola. Ya tenía una vida aquí. Y por algún motivo, ella me había encontrado.

— Lucy — dije.

Aunque reflejé firmeza en mi voz, estaba muerta de miedo. Iba desarmada y Lucy tenía muy claras sus intenciones.

— ¿Cómo me has encontrado?

Pero mi hermana solo sonrió misteriosa y entonces, procedió a atacarme. Lanzó el cuchillo hacia mí y, solo gracias a mis reflejos, pude agacharme rápidamente y esquivarlo. El cuchillo se clavó en la pared detrás de mí.

El salón tenía un sofá a la izquierda, un televisor de cincuenta pulgadas a la derecha y una mesa con sillas de madera a mi izquierda.

Agarré con firmeza el cuchillo, pero antes de poder retirarlo de la pared, Lucy me dio una patada en la boca que me tiró al suelo y me hizo expulsar algo de sangre de la boca. Ella agarró el cuchillo, pero yo le golpeé la pierna y la hice caer.

Entonces, nos enzarzamos en una pelea en el suelo. Ella me dio una patada en el muslo y, aunque gemí de dolor, yo le di varias bofetadas y puñetazos en la cara. En un momento dado, ella logró posarse encima de mí y con ambas manos empezó a estrangularme.

Había visto estrangulaciones en la tele, pero no tenía nada que ver con la realidad. Era exasperante ver como el aire escapaba de los pulmones, como tratabas de boquear para dejar entrar el aire, pero no podías. Reuní toda la fuerza que pude y le di un puñetazo a Lucy en la nariz. Esta gritó y cayó al suelo. Me habría incorporado para contraatacar, pero todo cuanto pude hacer fue toser para recuperar el aire. Eso fue todo cuanto mi hermana necesitó para levantarse y finalmente, recuperar el cuchillo. Pero cuando me atacó con él, yo ya estaba lista y, con la mano izquierda, detuve su brazo derecho, con el cual sujetaba el arma y procedí a darle una buena patada en su vagina. Esta puso los ojos en blanco. De haber sido hombre, ahí habría acabado todo. No obstante, no me detuve ahí. Golpeé con otra patada su mandíbula y con eso, ella soltó el cuchillo, que cayó al suelo con un repiqueteo metálico. Agarré el cuchillo y entonces, hizo algo que no me esperaba: rodó hacia un lado, se levantó y salió corriendo dirección a la ventana del salón. Saltó, rompiendo el cristal. Al asomarme, ella ya no estaba.

No había muerto, pues su cuerpo no se encontraba en la calle. No, ella estaba viva. ¿Dónde? A saber. Planeando su próximo movimiento, seguro. Lo que estaba claro es que quería matar a la única familia que le quedaba.

Llamé, por supuesto, a la policía, entregué el arma y, tras varios interrogatorios, me pusieron vigilancia policial, pero ni aun así me sentí segura. Tampoco lo estaban mis amigas. Así que decidí, no marcharme del país, pero sí de la ciudad y cambiar de nombre otra vez

La policía me comentó que Lucy había escapado de la cárcel matando a una policía y haciéndose pasar por ella. Aún en ese papel, interrogó a algunos policías (los torturó) por información mía y uno habló. Así supo donde trabajaba (era profesora de inglés) y de ahí sacó la dirección de mi casa. Todo en unos pocos días.

Ah ¿queréis saber por qué mató a mis padres? Celos. Aunque Lucy era menor que yo (un año menos), tenía celos porque en aquella época yo era buena estudiante y ella no, así como tenía pareja y ella no (aunque la arrestaron antes de matar a mi ahora ex pareja, que, por cierto, sigue viva). Y ese fue el móvil.

Sabía que ella se había fugado, pero no esperaba que llegara a España ni que me encontrara. Y si lo había hecho una vez, volvería a hacerlo. Y esa vez, estaré preparada.

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