domingo, 24 de marzo de 2024

ÁNGEL GUARDIÁN: LA CASA DE DIOS

 

Por dentro, la iglesia era tal como Jesús la recordaba. Amplia, con bancos de madera al fondo y las cofradías a buen recaudo en las habitaciones laterales. Al fondo del todo se hallaba el altar. Jesús siguió a Ariel. La iglesia no era grande, más bien pequeña y estaba repleta de gente. En aquel momento no había misa.

Ariel se coló por un lateral del atril. Allí había dos puertas de hierro. Asegurándose de que no la vieran, abrió una de ellas e instó a Jesús a seguirla. Dieron con un pasillo que Jesús nunca había visto: tenía el mismo suelo que cualquier iglesia y ventanales a la derecha. Pero el pasillo era tan largo que Jesús no veía el fondo. A ambos lados del pasillo vio puertas talladas en madera.

  • No sabía que existía esto — mencionó él.

  • Hay muchas cosas que no sabes — le respondió ella, enigmática —. Antiguamente muchos sacerdotes y curas vivían en el interior de las iglesias. Ahora la mayoría no. Supuestamente esta tampoco. Lo cual nos da el escondite perfecto.

  • ¿Y los ángeles vivís aquí? — Jesús estaba anonadado.

Ella asintió.

  • Es la Casa de Dios, después de todo. ¿Qué mejor lugar? Y hay más iglesias y más ángeles.

La cabeza le iba a estallar.

Siguiendo a Ariel, se cruzaron dos monjas en su camino, ataviadas con su tradicional atuendo negro y blanco. Si se sorprendieron de ver a Jesús, no lo demostraron. Saludaron a ambos cortésmente y siguieron su camino, charlando alegremente.

  • ¿Las monjas saben de vuestra existencia?

  • Pues claro — respondió ella como si fuera lo más obvio del mundo —. Y los curas y monjes también.

Ah, que también hay monjes. Claro, porqué no.

Finalmente llegaron al final del pasillo, en el cual se formaba una T. Ariel indicó el camino izquierdo, el cual desembocaba en otro pasillo idéntico.

  • Como verás, los pasillos son todos muy parecidos aquí.

  • ¿Parecidos? Idénticos, diría yo.

Ariel sonrió.

  • Tienen leves diferencias. Por ejemplo, en las ventanas.

Jesús se percató que, a diferencia de las que había visto antes, estas tenían dibujos de ángeles.

  • Cada pasillo con ventanas tiene diferentes dibujos. Algunos de La Ultima Cena, otros del Espíritu Santo… e incluso hay pasillos sin ventanas como — giraron a la derecha — este.

Era cierto. El pasillo no disponía de ventas. Solo la luz de las bombillas del techo iluminaba la estancia.

Jesús avanzó junto con Ariel por el pasillo. Este no tenía tantas puertas como los otros. Supuso que así era más fácil diferenciarlos.

  • Es fácil perderse por aquí. Ten cuidado — le advirtió Ariel.

No hacía falta que se lo dijera, pero de todas formas Jesús se alegró de que se lo avisara. Se veía a simple vista que aquel lugar era un laberinto en el que al menor despiste era rápido que te perdieras.

Por fin, llegaron a donde Ariel quería llegar. Para ello, tuvieron que girar otra vez a la izquierda, donde había ventanas a la izquierda que mostraban más ángeles. Ariel se detuvo a mitad de camino, frente a una enorme puerta doble de madera. Con los nudillos, llamó dos veces. Escuchó una voz de fondo que le resultó familiar a Jesús.

Al abrir Ariel la puerta, ambos entraron a un comedor. La estancia era grande; rectangular, con una mesa rectangular fabricada en madera colocada en medio de la estancia. Las paredes estaban adornadas con cuadros de Jesús en La Ultima Cena, así como con ángeles varios y algunas otras. En una cómoda situada a la izquierda de la estancia había apoyada varias copas de plata y oro. A la derecha de la estancia (desde el punto de vista de Jesús), se podía ver un ventanal enorme, que reflejaba la luz del sol perfectamente, dando alegría a la habitación. Las cortinas blancas estaban descorridas para permitir que el sol penetrase en la estancia.

Pero nada de eso impresionó a Jesús. Porque una vez hubo echado un vistazo rápido a la habitación, una voz familiar lo llamó y al mirar, este se quedó sin aliento.

La voz familiar correspondía a su padrastro. Miguel.

  • ¿Miguel? — Jesús abrió los ojos como platos.

  • ¿Qué haces aquí? — quiso saber él, anonadado.

  • Te podría hacer la misma pregunta.

Aquello no pilló desprevenida a Ariel.

Miguel la miró y le formuló la misma pregunta que a su hijastro. Ariel se explicó:

  • Le atacaron. Hace un rato. En el tren de regreso. Fue un Cerbero. Le he contado que soy un ángel y un poco sobre nuestra mitología.

  • Gracias por salvarle — Miguel le sonrió a Ariel.

Ariel le devolvió la sonrisa y respondió:

  • Es mi deber.

Jesús miraba a uno y a otro sin comprender.

  • Así que ¿os conocéis? — preguntó Jesús confuso.

Ambos lo miraron y se rieron.

  • Perdona Jesús — le dijo Miguel —. Si, nos conocemos. Al ser ella tu ángel de la guarda y yo su superior, le pedí que me mantuviera informado acerca de tu estado.

  • ¿Su superior? No entiendo nada — Jesús estaba ahora más confuso si cabía, que antes.

Miguel suspiró.

  • Explicar esto no va a ser sencillo. Quizás sea mejor que tomes asiento.

Jesús hizo lo que le sugería. Una vez se hubo sentado, Miguel y Ariel lo imitaron. Ariel se sentó al lado derecho de Miguel. Este último se sentó enfrente de Jesús. Solo entonces, Miguel le contó a Jesús:

  • Yo también soy un ángel. Como Ariel. Más concretamente un arcángel.

  • Espera un segundo — Jesús empezaba a atar cabos —. No me irás a decir — casi rio al decir eso —, que tú eres el mismísimo…

  • Arcángel Miguel, sí. En carne y hueso. El favorito de Dios — dijo con orgullo.

Jesús abrió mucho la boca. Más de lo que creía posible. Ariel y Miguel rieron entre dientes. Aquella situación debió de parecerles muy divertida, pero no a Jesús.

  • ¿Me explicas cómo es eso posible?

Entonces Miguel si se puso más serio.

  • Quizás sea mejor que esa parte te la contemos con tu madre delante.

  • ¿Por? — preguntó Jesús sin comprender. No le gustó el tono serio que su padrastro había tomado.

  • Porque le atañe a ella más que a mí — su respuesta fue tajante.

Jesús esperó a que Miguel llamara por teléfono a su madre. No escuchó que decía su madre por teléfono, pero sí a Miguel. Le escuchó contar toda la historia.

  • Ha descubierto la verdad Eva —le comentó, muy serio —. Pero hay una parte que no sabe. Ambos sabemos cuál es. Creo que deberías venir aquí a contárselo.

Algo debió de comentarle su madre, porque Miguel contestó:

  • Por favor. ¿Ni por esta vez?

De nuevo escuchó. Miguel resopló, abatido.

  • Está bien. Lleguemos a un punto medio. ¿Qué te parece si te quedas en la puerta? No hace falta que entres.

Tras un momento, Miguel se despidió finalmente de Eva y colgó.

  • Tu madre estará aquí en unos minutos. O, para ser más exactos, en la puerta.

Aquello le sorprendió. No el hecho de que no entrara a la iglesia (sabía que su madre tenía crisis de fe y se negaba a entrar en cualquier iglesia), sino al hecho en sí de que viniera. ¿Qué era eso tan importante que sólo podía contarle su madre?

  • Es mejor que salgamos de la iglesia — dijo Miguel —. O no podremos recibir a tu madre.

Así que regresaron por donde habían venido y salieron afuera, a la plaza de Los Jardines. Vieron a la gente que había por allí. Algunos aún estaban tomando café en los bares cercanos, mientras que otros solo paseaban. En pocos minutos apareció Eva, con cara de pocos amigos. Iba vestida con vaqueros y camisa verde. Se detuvo frente a Jesús y, sin saludar a su esposo ni a Ariel, le preguntó a Jesús como estaba. Este respondió:

  • Estoy bien. Gracias a ella — respondió sonriente Jesús mirando a su ángel.

Eva dirigió su mirada hacia ella. Esta se cohibió un poco, sonriendo tímidamente.

  • Gracias — le dijo seca, pero sinceramente, Eva a Ariel.

  • No hay que darlas. Es mi misión.

Entonces, Eva se dirigió finalmente a Miguel.

  • Imagino que le has contado quien eres y demás.

Este asintió.

  • Lo sabe casi todo. Excepto tu parte.

  • Y me gustaría saberla, la verdad — añadió Jesús —. Ya estoy intrigado.

Eva suspiró.

  • Supongo que tienes derecho a saberlo.

Eva entonces empezó a relatar lo sucedido el día que él nació. Le contó que ella cuando quedó embarazada de David, empezaron a asediarla monstruos y fue gracias a la intervención de Miguel, que salió airosa.

  • Yo era el ángel de la guarda de David — aquellas palabras le pesaron como losas a Miguel.

Jesús echó la cabeza hacia atrás y abrió mucho los ojos. Aquello no se lo esperaba. Implicaba muchas cosas. Entre ellas, que su protegido había muerto y él no lo había podido salvar por alguna razón. Razón que no tardó en averiguar.

  • El día de tu nacimiento, miles de monstruos nos atacaron — Eva se estremeció al recordar aquello —. Fue… tétrico. Salido de una pesadilla. Y solo pudimos huir porque tu padre se sacrificó.

  • ¿Cómo no pudiste salvarle? — quiso saber Jesús, mirando a su padrastro. Lejos de reproche, solo había dudas.

  • Basta Jesús — lo riñó su madre —. Miguel no pudo hacer nada. Eran demasiados incluso para él.

  • De todas formas, Jesús — trató de animarlo Miguel —, ahora él se encuentra en el Cielo. Y está mejor que nunca.

Jesús no supo si eso debía alegrarle o no. Pero decidió dejar el tema. Había muchas otras cosas que necesitaba averiguar.

  • Entonces ¿a papá lo mataron esos demonios? — la voz de Jesús sonó como la de un niño.

Su madre asintió.

Jesús soltó aire. Sentía como si algo le oprimiera el pecho y le impidiera respirar.

  • ¿Fue culpa mía? — casi temió preguntar. Pero debía.

  • No se te ocurra pensar semejante cosa — le contestó muy seria Eva.

  • No tienes culpa de nada, chiquitín —. Le informó Ariel acercándose a él. Parecía afectarle especialmente que él se culpara. Tenía el rostro algo congestionado. Le acarició la mejilla. Jesús tragó saliva.

  • No tienes la culpa de nacer — dijo Miguel —. Fue la voluntad del Señor.

  • Le costó la vida a mi padre — Jesús no podía pensar en otra cosa.

  • Pero él se halla mejor ahora. En el cielo — le contó Eva, sonriendo y acariciando a su hijo en el mentón.

Jesús derramó una débil lágrima. Para cuando se quiso dar cuenta, su madre lo estaba abrazando. Notó sus manos acariciar suavemente su espalda y su cabello enredarse en su cara.

  • Después de aquello — siguió explicando Eva —, contraté a una bruja para que colocara hechizos protectores en casa.

Jesús abrió los ojos como platos. Tuvo que decir:

  • No sabía que la magia existía también.

Eva sonrió.

  • Hay tantas cosas que no sabes. ¿Sabes por qué elegí tu nombre?

Jesús negó con la cabeza, aunque la verdad era que le venían algunas ideas.

  • Pensé que, si llevabas el nombre del hijo de Dios, eso te mantendría a salvo. Además, un chico que es acosado por demonios y salvado por ángeles. ¿Qué mejor nombre?

Jesús sonrió con timidez.

  • Creo que mejor nos vamos a casa — decidió Eva, soltando el abrazo a su hijo —. Por demasiadas emociones has pasado ya. Es hora de que descanses.

  • Eva — le dijo Ariel. Esta la miró, interrogante —. ¿Te importa si os acompaño? Por hoy. Soy su protectora y…

  • Y te gustaría asegurarte de que esté a salvo —. Entendió Eva. Suspiró —. Bueno, hoy lo has mantenido a salvo bastante bien y te lo agradezco. Así que, si quieres, puedes quedarte en casa por esta noche.

Ariel le sonrió agradecida.

  • Yo me quedaré en la iglesia esta noche — informó Miguel —. Me gustaría investigar más a fondo este asunto.

  • Como gustes — estaba claro que a Eva no le hacía mucha gracia la decisión de Miguel, pero se aguantó.

  • Hay una cosa más que deberías saber, Jesús — dijo Miguel muy serio.

  • ¿El qué?

Eva y Miguel se miraron. Jesús no comprendía nada.

  • ¿Seguro que es buena idea que lo sepa ahora? — quiso saber Eva, insegura —. Tal vez sea mejor contárselo más adelante.

  • Yo quiero saberlo ahora — se quejó Jesús, aunque realmente no estaba seguro de si realmente quería. Pero la intriga lo estaba matando.

Eva suspiró de nuevo.

  • Tu madre y yo no estamos realmente juntos — soltó Miguel.

Jesús parpadeó.

  • ¿Cómo que no…? No comprendo.

Jesús no estaba encajando bien el golpe. Sentía que le faltaba el aire, como si alguien le hubiera soltado de pronto una patada en el estómago.

  • Está prohibido que un ángel y un humano sean pareja — explicó apenada Eva.

  • ¿Prohibido? ¿Porqué? — quiso saber él.

  • Ya ha habido antecedentes antes — explicó Miguel —. Humanos y ángeles que salieron juntos. Se enamoraron y todo iba bien, hasta que tuvieron hijos. La unión entre ángel y humano es conocida como Nefilim.

Tras un instante, Miguel siguió hablando:

  • Al principio parecía que los Nefilim eran inocuos, pero con el tiempo, se descubrió que eran muy peligrosos. Albergaban mayor poder que un ángel convencional, y el hecho de estar atrapados entre dos mundos los volvieron eventualmente locos. Llegando incluso a atentar al mismísimo Cielo.

Aquello horrorizó a Jesús, quien tenía los ojos muy abiertos y la boca entre abierta.

  • ¿Entonces, vuestra relación…?

  • Una mentira — dijo con tristeza Eva —. Lo siento mucho Jesús. Pero teníamos que mantener una treta para mantener a raya a los demonios. Fingir que éramos pareja impedía levantar sospechas sobre quiénes éramos en realidad, ya que, si los demonios hubieran sospechado algo, aunque fuera mínimo, podríamos estar muertos.

Ariel miró a su protegido con infinita tristeza.

  • Pero siempre serás mi hijastro — le dijo Miguel —. Que tu madre y yo no tengamos una relación romántica no significa que no me considere tu padre.

Jesús lo miró con ojos apagados, aunque le agradeció el gesto. Eva añadió:

  • Además, el reino de los ángeles no está hecho para los humanos. Ellos son longevos. Vivirán para siempre a menos que los maten. Nosotros moriremos e iremos al Cielo.

Muy seriamente, Miguel le advirtió de una última cosa a su hijastro:

  • Nunca te enamores de un ángel, Jesús. Por tu bien. Lo pasarás muy mal.

Pero la advertencia llegaba ya tarde.


Continuará...

miércoles, 20 de marzo de 2024

LOS DÍAS MUERTOS 1: El Polizón

 

Rebeca se miró en el espejo del baño. Llevaba el cabello rubio a la altura de los hombros y eso que se lo había cortado recientemente. Sus ojos castaños observaron su nariz ligeramente picuda y sus pocas pecas, las cuales odiaba, pero que su novio Arturo encontraba agradable. Solo eso la hacía sentirse algo mejor consigo misma.

No era una chica bajita precisamente. Medía 1,65 centímetros. Llevaba por toda vestimenta unos vaqueros, deportivas de color gris y una camiseta roja de manga corta. Era pleno julio y hacía bastante calor. Suspiró. No se hallaba en casa. Estaba en el cuarto de baño de un aeropuerto. Su vuelo salía en media hora y ya estaban avisando por megafonía. Había viajado desde Sevilla para Madrid para ver a sus abuelos y ahora cogía el vuelo de regreso. Aunque a Arturo le encantaban, a ella no le hacía mucha gracia los aviones. Ni nada que tuviera que tener con las alturas. Más que terror, era respeto. Por eso podía montarse en un avión a pesar de no hacerle mucha gracia.

Salió del cuarto de baño y se encaminó hacia la cola de embarque. Allí, sacó los billetes y el DNI, los mostró y entró al avión. Una vez recorrido el correspondiente pasillo, se encontró con un avión repleto de gente. Metían maletas por arriba, otros se sentaban y en definitiva había un poco de desorden. Por suerte, las azafatas estaban allí ayudando en lo que podían. Rebeca se sentó en su asiento, situado al lado del pasillo y respiró honda. No llevaba más que una pequeña mochila con un libro. Nada más. El resto de equipaje estaba facturado.

Todo fue tranquilo durante el vuelo. Al menos, durante la primera hora. Luego empezaron los problemas.

Escuchó un grito. Ese fue el detonante. Al darse la vuelta, sobresaltada (su libro, uno de género fantástico, cayó al suelo del susto), vio como un hombre de pelo corto negro vestido con vaqueros y camisa manchada de sangre reseca mordía el cuello de una anciana.

  • ¡Suéltala cabrón! — dijo el que debía ser su hijo, un hombre calvo de unos cuarenta años, delgado.

Pero el hombre rugió y procedió a morderle la cara al tipo. Aquello horrorizó a Rebeca, quien se incorporó de su asiento junto con otras personas. Al igual que ella, otros tantos se echaron para atrás, asustados y horrorizados por lo que estaba viendo. Pero eso no era todo. El tipo no solo estaba agrediendo a dos personas. Además, había soltado un rugido que Rebeca catalogaría como de bestia.

Todo el cuerpo de Rebeca temblaba violentamente. Sus manos, sus brazos. Sus piernas parecían gelatina. Vio a las azafatas pasar al lado suyo. La empujaron un poco para poder pasar. En otras circunstancias, eso habría molestado a Rebeca. Pero en ese momento le daba igual. Estaba en shock. Estaba presenciando dos agresiones y estaba viendo sangre brotar de las víctimas. La anciana fue rápidamente socorrida por dos pasajeros, que la llevaron a un lado mientras ella gritaba preocupada:

  • ¡Mi hijo!

Su hijo le dio una patada al agresor, enviándolo lejos, donde los demás pasajeros empezaron a propinarle patadas y puñetazos. Fue entonces cuando escuchó la voz del comandante decir:

  • ¡BASTA YA! ¡No quiero más violencia en mi avión!

  • ¿Qué hacemos con este cabronazo?

Estaba diciendo uno cuando el agresor mordió su pierna. Rebeca se fijó en que el agresor parecía fuera de sí. Sus ojos no tenían iris y su rostro y boca estaban cubiertos de sangre.

El hombre lo insultó y le propinó una patada en la boca, haciéndole saltar los dientes. Un azafato y una azafata agarraron al agresor por los brazos y lo arrastraron hasta el cuarto de baño más cercano, donde lo encerraron y bloquearon la puerta.

Los siguientes veinte minutos fueron insufribles para Rebeca. El ambiente estaba muy tenso. Las azafatas e incluso el comandante, ordenaron duramente que se sentaran y se prohibió expresamente levantarse salvo para ir al servicio. Pero esto último incluso se negó un par de veces, porque las azafatas no se fiaban del comportamiento de los pasajeros. El miedo era palpable. Además, los constantes golpes y gemidos del agresor no ayudaban. Fue entonces cuando, veinte minutos después, las azafatas descubrieron que el pasajero agresivo no tenía número de asiento asignado. Había saltado directamente de la bodega y había empezado a morder a la gente.

Era un polizón.

  • Avisaremos a las autoridades cuando aterricemos — prometió una azafata.

Eso pareció tranquilizar un poco los humos. El resto del viaje transcurrió tensa, pero sin percances. Por más golpes que diera el agresor, no podía salir. Aunque eso no tranquilizaba a Rebeca que miraba nerviosamente hacia el cuarto de baño. Movía las piernas incontrolablemente y parpadeaba. Incluso le temblaba el ojo izquierdo. Pidió agua a la azafata y ella le la concedió amablemente. También dijo (por orden del comandante), que estaban invitados a las bebidas no alcohólicas (Rebeca suponía que para no crear más problemas y calmar el ambiente). Aquello mejoró la situación y la tensión disminuyó. Pronto todos bebían diversos refrescos, aunque Rebeca solo bebió su agua. Luego fue al servicio y, más tranquila, esperó a que el avión aterrizara.

Fue entonces cuando todo se descontroló. El avión, cuando aterrizó, tuvo varias turbulencias. Al mirar por la ventana, Rebeca comprobó horrorizada que estaba chocando con muchas personas. Al ir rápido, no distinguió turistas de trabajadores, pero una cosa estaba clara: decenas de personas estaban muriendo y el cristal de la ventana pronto se dibujó de rojo, impidiendo a Rebeca seguir mirando. Ella chilló, presa del pánico y no fue la única. Vio a una mujer que no chillaba. Estaba muda de la impresión. La mujer herida y su hijo (que ya habían recibido atención médica) se habían desmayado.

  • Mantengan la calma, no se levanten…

Estaba diciendo el comandante, pero la voz se cortó de repente y solo se escuchó estática. Como era de esperar, muchos no le obedecieron y se incorporaron, presa del pánico. Algunos golpearon las ventanas, otros empezaron a empujarse, otros golpearon a las azafatas. Fue entonces cuando el avión chocó contra algo (seguramente, el propio aeropuerto). Todos los que estaban de pie cayeron al suelo. Una maleta cayó. Ella hizo ademán de recogerla cuando esta impactó sobre su cabeza. Perdió el sentido, pero antes de hacerlo, pudo ver como de su cabeza goteaba bastante sangre, que ensució sus piernas y acabó en el suelo.





sábado, 2 de marzo de 2024

LA COSA

 

Nunca olvidaré aquella cosa. Aquel ser amorfo e inmortal. Por más que lucháramos contra él, era imposible de derrotar.

Aquello fue hace años, y el desenlace fue bastante agridulce. Lo que tengo claro es que fue un desafío incluso para la capitana Carol.

Esta historia se sitúa en el espacio profundo. Da igual el año. Porque el planeta Tierra ni siquiera aparece. Dejamos ese hogar hace ya mucho tiempo.

Si bien en el espacio siempre está oscuro (a excepción quizá, de la luz de las estrellas), sabíamos que debía ser de noche en algún lugar, pues nuestros relojes aún seguían el ritmo circadiano de la Tierra.

Yo era bastante joven en aquella época, aunque lo de miedoso no ha cambiado mucho. Vivía en una gigantesca nave espacial, del tamaño quizá de un pueblo pequeño. Si, incluso desde esa perspectiva, la nave era enorme. Yo tenía por aquel entonces unos diecinueve años, mientras que Carol ya rondaba los veinte. Y yo andaba locamente enamorado de ella. Me llamo Charlie, por cierto.

Todos teníamos nuestro propio dormitorio, si bien algunos dormían juntos. Hacía ya años que dejamos la tierra, pues con esto del calentamiento global, acabó por morir, y ahora nos dirigíamos hacia otro planeta, situado a años luz. Para que os hagáis una idea del tiempo que llevábamos en la nave, yo tenía apenas cinco años cuando partimos al espacio. Todo cuanto recuerdo de mi planeta natal fue mares contaminados, animales muertos, plantas marchitas, un cielo gris, lluvias de fuego y ácido y miles de explosiones, entre otras cosas. No puedo decir que echara de menos mi planeta.

Durante todos esos años, la Guardia Espacial, a la cual Carol pertenecía, se había encargado de velar por la seguridad de la nave. Tengo que admitir que, lejos de ser un sistema corrupto, estábamos bastante bien.

Pero cuando esa cosa se coló en nuestra nave, llegó el caos.

Ocurrió esa noche de la que os estoy hablando. Me estaba orinando mucho, así que me levanté de la cama y fui al servicio. Los pasillos de la nave tenían ventanas con cristales de un material que desconocía, pues era prácticamente irrompible. Daba igual que lanzaras una granada, ni las paredes, ni el cristal se agrietarían. La nave estaba fuertemente fortificada. Y sin embargo, nada nos había preparado para aquella criatura.

Hice mis necesidades y tiré de la cadena pero, cuando estaba por salir del baño, escuché algo en el retrete de al lado de mi cubículo. Me quedé en silencio, escuchando atentamente, pero, tras unos segundos que no oí nada, iba a marcharme cuando nuevamente lo escuché.

Y entonces, del retrete surgió una especie de masa amorfa. Parecía una mezcla de gelatina con patas de araña. Tenía un color extraño, entre rosado y marrón. Abrí los ojos, sorprendido y pronto noté el terror invadir cada fibra de mi ser.

Uno de los guardias que pasaba por allí haciendo la ronda se fijó en mi expresión y corrió a socorrerme, cosa que agradecí. Aunque no sirvió de mucho. El guardia en cuestión llevaba la armadura (que a su vez servía como traje espacial) característica. Esta lo protegía de ataques y tenía una válvula de oxígeno, que duraría veinticuatro horas, con una toma de reserva de ocho horas. Llevaba en las manos una escopeta.

¿Estás bien? — me preguntó.

Antes de que yo pudiera responder nada, el guardia se fijó en el ser amorfo. Sin pensarlo dos veces, el guardia disparó con la escopeta. El ruido retumbó las paredes y las llenó de eco. Sangre abundante roja salió de ese ser, que chocó con la pared y quedó inmóvil.

Aquel guardia salvó a la tripulación y todos llegamos felices a nuestro nuevo hogar.


Ojalá hubiera sido tan sencillo ¿verdad? Pero aquella aparente victoria fue efímera. E hizo que todos bajáramos la guardia. Otros guardias aparecieron y mi salvador dio las explicaciones oportunas. Todos nos fuimos a dormir.

En mitad de la noche, me desperté de repente, inquieto. Me había parecido escuchar un grito. Sonó lejano y por unos momentos, creí haberlo soñado. Pero un minuto más tarde, los gritos se fueron intensificando y multiplicando. Me levanté de la cama rápidamente y me vestí. Salí de la habitación al pasillo y corrí dirección a los gritos. Tenía un mal presentimiento.

Más adelante, vi que la cocina estaba en llamas y en el pasillo, a pocos metros de la entrada a la cocina de la nave, se hallaba nuevamente la criatura. Pero ya no tenía forma de araña como antes. En su lugar, había adoptado forma semi humanoide. Su cuerpo era delgado, pero todavía gelatinoso y mantenía el color extraño de antes. Yo lo llamaba color vómito. No podía calificarlo de otra forma. Su cabeza era una masa sin forma, de la cual sobresalían dos grandes cuernos gelatinosos. No tenía piernas, pero sí brazos con forma de garras gelatinosas y en una de ellas sostenía una espada. A sus pies, los cadáveres de dos guardias permanecían inertes, con los ojos abiertos y sin iris, y rodeados por un charco de sangre rojiza.

Con las piernas temblando de puro terror, retrocedí varios pasos. La criatura se abalanzó sobre mí. Me habría matado de no haber aparecido Carol en el último segundo. En la mano izquierda portaba un escudo metálico, que usó para rechazar el ataque del ser. Ella le propinó una patada en la cabeza, pero todo cuánto logró fue atravesar su viscosa carne y ensuciarse el traje. Ella hizo una mueca de asco. La criatura la agarró de la pierna izquierda y la atrajo hacia sí. Creo que pretendía absorberla. Sin embargo, rápida como el pensamiento, Carol sacó su pistola y disparó varias veces a la cabeza de la criatura. Los disparos dieron en el blanco, haciendo que la criatura sangrara y la soltara. No sé porqué, las balas herían a esa criatura, más no la mataban. Una teoría que se me ocurrió fue que quizá tenía que ver con la fuerza y velocidad del impacto del proyectil. Tenía algo de científico, desde luego. Aquella cosa… ¿sería un experimento?

No iba muy desencaminado.

Carol, sin perder un segundo, disparó en más ocasiones. Cada disparo deformaba el cuerpo de la criatura, hasta que se volvió apenas un charco viscoso en el suelo. Ya sin balas en la pistola, Carol la guardó y sacó el subfúsil. Pero tras unos momentos, el charco quedó inmóvil.

¿Se ha acabado? — pregunté, no muy convencido.

Mi voz sonó bajita, revelando mi naturaleza tímida y asustadiza. Ella me miró seriamente y contestó:

Eso parece. Pero por si acaso…

Entró a la cocina. No sabía qué iba a hacer allí pero, segundos más tarde, salió portando una aspiradora. Con ella, atrapó el charco viscoso dentro para acto seguido ir a la sala de Válvulas de escape. Metió allí la aspiradora y eyectó la nave al espacio profundo. Vivo o no, la criatura no regresaría.

O eso pensábamos.

Problema resuelto — sonrió Carol.

Aliviado, emprendimos el camino de regreso mientras otros guardias y personal médico se encargaban de los muertos. Ahora quedaba la peor parte: informar a las familias. Pensarlo hizo que se me formara un nudo en la garganta. Aún asustado por lo que había sucedido, le pregunté a Carol, sin pensar:

Oye Carol, ¿Podría quedarme a dormir contigo?

Ella me miró, algo sorprendida por la pregunta. Enseguida me arrepentí, azorado. Ese tipo de preguntas no se hacían. Menos a la chica que te gustaba con la que no tenías ningún tipo de relación. Pero antes de poder retractarme, ella respondió:

Claro, sin problema. Ha sido una noche dificil. Tengo espacio de sobra en mi cama. Y no te preocupes por los monstruos, yo te protegeré.

Me guiñó el ojo. Su voz sonó dulce y cariñosa. Aquella me hizo sentir bien y me relajé. Llegamos a la habitación de Carol. Su cama medía 1,35 y como era de esperar, estaba deshecha. Sin desvestirme, me tumbé cuidadosamente sobre la cama de Carol. Ella fue al baño a cambiarse. Al salir, ya sin el traje espacial, no pude evitar sentir algo en el estómago. Carol dormía con un top gris de tirantes y un pantalón corto del mismo color. Se tumbó a mi derecha. Yo estaba en posición fetal. Ella se puso de cara a mí y sonrió al tiempo que me acariciaba con suavidad el cabello. Noté que me ruborizaba pero, si ella se dio cuenta de eso, no lo demostró.

¿Eras Charlie, cierto?

Yo asentí.

Si, te he visto alguna vez, por los pasillos. ¿Qué hacías levantado?

Oí un grito. Fui a investigar.

La próxima vez que oigas un grito, avísame. Iremos juntos a verlo. Pero no vayas tú solo. Es peligroso que un cívil vaya a la hora de dormir a investigar ruidos extraños.

¿Qué era esa cosa? — no pude evitar preguntar, aunque tenía serias dudas de que ella lo supiera.

La verdad, no lo sé. Nunca había visto un alien así. Su cuerpo es muy extraño. Además, ha cambiado de forma por alguna razón.

¿Crees que estará muerto?

Tras un instante de vacilación, respondió:

Sino lo está, lo estará. O no sobrevive en el espacio o no sobrevive encerrado en esa capsula.

Mi yo interior chillaba que le dijera cuánto la amaba. Pero no era el momento. Apenas si nos conocíamos. Me conformé con cerrar los ojos y escuchar, antes de caer dormido un dulce “buenas noches”, por parte de Carol.

Pero la pesadilla estaba lejos de terminar.

Al día siguiente todo transcurrió con normalidad. Yo fui a mi entrenamiento militar, para ser guardia espacial, y vi a Carol observarme con una sonrisa. En aquel momento yo todavía no lo sabía, pero ella ya me había pillado mirándola. Yo era un chico muy reservado, tímido. No tenía muchos amigos, salvo a Ned, un chico de cabello negro y tez oscura, que era mi único amigo desde hacía unos años. También tenía algo de relación con Nerea, una amiga de Carol, la cual tenía el cabello lleno de rizos negros. Ned era el cocinero de la nave mientras que Nerea se encargaba de dar clases a los más pequeños. Ese día, almorcé y cené con Carol y luego nos fuimos cada uno a nuestro dormitorio.

Pero, cuando estaba llegando a mi dormitorio, quedé paralizado.

Allí de pie, intimidante, se hallaba la criatura. Había adoptado la forma inicial, pero ahora tenía el tamaño de una tarántula gigante.

Quedé paralizado del terror. ¿Cómo había logrado sobrevivir en medio del espacio? ¿Acaso esa cosa podía sobrevivir sin oxígeno? El ser me atacó. Yo, paralizado de terror, habría muerto de no ser porque Carol apareció de repente y disparó varias veces, hiriendo a la criatura, que se volvió nuevamente un amasijo sin forma. Carol siguió disparando. Sin embargo, al mismo tiempo, el ser empezó a tomar forma de nuevo. ¿Qué aspecto obtendría esta vez?

¡Atrás, Charlie! — la voz de Carol era puro pánico.

Di varios pasos atrás. La criatura volvió a adoptar la forma humanoide y portaba su espada gelatinosa. Ahora parecía más resistente. Atacó a Carol, quien saltó hacia atrás. Trató de disparar nuevamente, pero se había quedado sin munición, de modo que tiró el arma contra esa cosa, que la esquivó con suma facilidad. Aquella criatura, además de poder sobrevivir sin oxígeno, era increíblemente resistente a cualquier ataque. Era imparable. ¿Cómo deteníamos a una criatura así? Debería poder morir, pensé, solo que no sabíamos como matarlo. Observé su cuerpo gelatinoso. Ciertamente, parecía tener un cuerpo semi líquido o líquido completo. Era algo así como gelatina.

Entonces caí. Quizá pudiéramos matarlo si…

Debía funcionar. Mientras Carol luchaba contra esa criatura, yo corrí a la armería. Allí encontré lo que buscaba: el desintegrador. Regresé corriendo y encontré a Carol recibiendo un golpe de la criatura.

¡Eh, pedazo de gelatina!

La llamé. Esta se giró hacia mí al tiempo que yo activaba el desintegrador. Un rayo azulado salió disparado contra la criatura, que soltó un chillido agónico antes de desaparecer para siempre.

Solté el desintegrador y me acerqué a Carol, quien se incorporó, algo desorientada.

¿Estás bien?

Ella asintió. Sin esperarmelo, me agarró el rostro y me plantó un beso en los labios. Noté sus dulces labios pegarse a los míos, cosa que me dejó sin aliento por un momento. Luego me abrazó. Mi rostro se pegó al de ella, muy cerca de su cuello. Olía a sudor debido a la pelea, pero me dio igual. Notaba su respiración agitada. Me acarició el pelo con dulzura y dijo:

Has sido muy valiente, Charlie.

Sonreí.

Habíamos ganado, cierto. Pero como dije, la victoria fue agridulce. Muchos guardias y civiles fueron asesinados antes de ganar. No sabíamos de dónde había salido aquel ser, pero lo que teníamos claro es que era algún tipo de bactería, que había tomado un tamaño enorme y vagaba por el espacio. Y parecía ser que lo habían creado en algún planeta…

Pero esa historia será contada en otro momento. Lo que sí os puedo decir, es que Carol y yo somos pareja, que me ascendieron en la Guardia espacial, que vivimos más aventuras y acabamos descubriendo el origen de aquella criatura.


¿CONTINUARÁ?