Por dentro, la iglesia era tal como Jesús la recordaba. Amplia, con bancos de madera al fondo y las cofradías a buen recaudo en las habitaciones laterales. Al fondo del todo se hallaba el altar. Jesús siguió a Ariel. La iglesia no era grande, más bien pequeña y estaba repleta de gente. En aquel momento no había misa.
Ariel se coló por un lateral del atril. Allí había dos puertas de hierro. Asegurándose de que no la vieran, abrió una de ellas e instó a Jesús a seguirla. Dieron con un pasillo que Jesús nunca había visto: tenía el mismo suelo que cualquier iglesia y ventanales a la derecha. Pero el pasillo era tan largo que Jesús no veía el fondo. A ambos lados del pasillo vio puertas talladas en madera.
No sabía que existía esto — mencionó él.
Hay muchas cosas que no sabes — le respondió ella, enigmática —. Antiguamente muchos sacerdotes y curas vivían en el interior de las iglesias. Ahora la mayoría no. Supuestamente esta tampoco. Lo cual nos da el escondite perfecto.
¿Y los ángeles vivís aquí? — Jesús estaba anonadado.
Ella asintió.
Es la Casa de Dios, después de todo. ¿Qué mejor lugar? Y hay más iglesias y más ángeles.
La cabeza le iba a estallar.
Siguiendo a Ariel, se cruzaron dos monjas en su camino, ataviadas con su tradicional atuendo negro y blanco. Si se sorprendieron de ver a Jesús, no lo demostraron. Saludaron a ambos cortésmente y siguieron su camino, charlando alegremente.
¿Las monjas saben de vuestra existencia?
Pues claro — respondió ella como si fuera lo más obvio del mundo —. Y los curas y monjes también.
Ah, que también hay monjes. Claro, porqué no.
Finalmente llegaron al final del pasillo, en el cual se formaba una T. Ariel indicó el camino izquierdo, el cual desembocaba en otro pasillo idéntico.
Como verás, los pasillos son todos muy parecidos aquí.
¿Parecidos? Idénticos, diría yo.
Ariel sonrió.
Tienen leves diferencias. Por ejemplo, en las ventanas.
Jesús se percató que, a diferencia de las que había visto antes, estas tenían dibujos de ángeles.
Cada pasillo con ventanas tiene diferentes dibujos. Algunos de La Ultima Cena, otros del Espíritu Santo… e incluso hay pasillos sin ventanas como — giraron a la derecha — este.
Era cierto. El pasillo no disponía de ventas. Solo la luz de las bombillas del techo iluminaba la estancia.
Jesús avanzó junto con Ariel por el pasillo. Este no tenía tantas puertas como los otros. Supuso que así era más fácil diferenciarlos.
Es fácil perderse por aquí. Ten cuidado — le advirtió Ariel.
No hacía falta que se lo dijera, pero de todas formas Jesús se alegró de que se lo avisara. Se veía a simple vista que aquel lugar era un laberinto en el que al menor despiste era rápido que te perdieras.
Por fin, llegaron a donde Ariel quería llegar. Para ello, tuvieron que girar otra vez a la izquierda, donde había ventanas a la izquierda que mostraban más ángeles. Ariel se detuvo a mitad de camino, frente a una enorme puerta doble de madera. Con los nudillos, llamó dos veces. Escuchó una voz de fondo que le resultó familiar a Jesús.
Al abrir Ariel la puerta, ambos entraron a un comedor. La estancia era grande; rectangular, con una mesa rectangular fabricada en madera colocada en medio de la estancia. Las paredes estaban adornadas con cuadros de Jesús en La Ultima Cena, así como con ángeles varios y algunas otras. En una cómoda situada a la izquierda de la estancia había apoyada varias copas de plata y oro. A la derecha de la estancia (desde el punto de vista de Jesús), se podía ver un ventanal enorme, que reflejaba la luz del sol perfectamente, dando alegría a la habitación. Las cortinas blancas estaban descorridas para permitir que el sol penetrase en la estancia.
Pero nada de eso impresionó a Jesús. Porque una vez hubo echado un vistazo rápido a la habitación, una voz familiar lo llamó y al mirar, este se quedó sin aliento.
La voz familiar correspondía a su padrastro. Miguel.
¿Miguel? — Jesús abrió los ojos como platos.
¿Qué haces aquí? — quiso saber él, anonadado.
Te podría hacer la misma pregunta.
Aquello no pilló desprevenida a Ariel.
Miguel la miró y le formuló la misma pregunta que a su hijastro. Ariel se explicó:
Le atacaron. Hace un rato. En el tren de regreso. Fue un Cerbero. Le he contado que soy un ángel y un poco sobre nuestra mitología.
Gracias por salvarle — Miguel le sonrió a Ariel.
Ariel le devolvió la sonrisa y respondió:
Es mi deber.
Jesús miraba a uno y a otro sin comprender.
Así que ¿os conocéis? — preguntó Jesús confuso.
Ambos lo miraron y se rieron.
Perdona Jesús — le dijo Miguel —. Si, nos conocemos. Al ser ella tu ángel de la guarda y yo su superior, le pedí que me mantuviera informado acerca de tu estado.
¿Su superior? No entiendo nada — Jesús estaba ahora más confuso si cabía, que antes.
Miguel suspiró.
Explicar esto no va a ser sencillo. Quizás sea mejor que tomes asiento.
Jesús hizo lo que le sugería. Una vez se hubo sentado, Miguel y Ariel lo imitaron. Ariel se sentó al lado derecho de Miguel. Este último se sentó enfrente de Jesús. Solo entonces, Miguel le contó a Jesús:
Yo también soy un ángel. Como Ariel. Más concretamente un arcángel.
Espera un segundo — Jesús empezaba a atar cabos —. No me irás a decir — casi rio al decir eso —, que tú eres el mismísimo…
Arcángel Miguel, sí. En carne y hueso. El favorito de Dios — dijo con orgullo.
Jesús abrió mucho la boca. Más de lo que creía posible. Ariel y Miguel rieron entre dientes. Aquella situación debió de parecerles muy divertida, pero no a Jesús.
¿Me explicas cómo es eso posible?
Entonces Miguel si se puso más serio.
Quizás sea mejor que esa parte te la contemos con tu madre delante.
¿Por? — preguntó Jesús sin comprender. No le gustó el tono serio que su padrastro había tomado.
Porque le atañe a ella más que a mí — su respuesta fue tajante.
Jesús esperó a que Miguel llamara por teléfono a su madre. No escuchó que decía su madre por teléfono, pero sí a Miguel. Le escuchó contar toda la historia.
Ha descubierto la verdad Eva —le comentó, muy serio —. Pero hay una parte que no sabe. Ambos sabemos cuál es. Creo que deberías venir aquí a contárselo.
Algo debió de comentarle su madre, porque Miguel contestó:
Por favor. ¿Ni por esta vez?
De nuevo escuchó. Miguel resopló, abatido.
Está bien. Lleguemos a un punto medio. ¿Qué te parece si te quedas en la puerta? No hace falta que entres.
Tras un momento, Miguel se despidió finalmente de Eva y colgó.
Tu madre estará aquí en unos minutos. O, para ser más exactos, en la puerta.
Aquello le sorprendió. No el hecho de que no entrara a la iglesia (sabía que su madre tenía crisis de fe y se negaba a entrar en cualquier iglesia), sino al hecho en sí de que viniera. ¿Qué era eso tan importante que sólo podía contarle su madre?
Es mejor que salgamos de la iglesia — dijo Miguel —. O no podremos recibir a tu madre.
Así que regresaron por donde habían venido y salieron afuera, a la plaza de Los Jardines. Vieron a la gente que había por allí. Algunos aún estaban tomando café en los bares cercanos, mientras que otros solo paseaban. En pocos minutos apareció Eva, con cara de pocos amigos. Iba vestida con vaqueros y camisa verde. Se detuvo frente a Jesús y, sin saludar a su esposo ni a Ariel, le preguntó a Jesús como estaba. Este respondió:
Estoy bien. Gracias a ella — respondió sonriente Jesús mirando a su ángel.
Eva dirigió su mirada hacia ella. Esta se cohibió un poco, sonriendo tímidamente.
Gracias — le dijo seca, pero sinceramente, Eva a Ariel.
No hay que darlas. Es mi misión.
Entonces, Eva se dirigió finalmente a Miguel.
Imagino que le has contado quien eres y demás.
Este asintió.
Lo sabe casi todo. Excepto tu parte.
Y me gustaría saberla, la verdad — añadió Jesús —. Ya estoy intrigado.
Eva suspiró.
Supongo que tienes derecho a saberlo.
Eva entonces empezó a relatar lo sucedido el día que él nació. Le contó que ella cuando quedó embarazada de David, empezaron a asediarla monstruos y fue gracias a la intervención de Miguel, que salió airosa.
Yo era el ángel de la guarda de David — aquellas palabras le pesaron como losas a Miguel.
Jesús echó la cabeza hacia atrás y abrió mucho los ojos. Aquello no se lo esperaba. Implicaba muchas cosas. Entre ellas, que su protegido había muerto y él no lo había podido salvar por alguna razón. Razón que no tardó en averiguar.
El día de tu nacimiento, miles de monstruos nos atacaron — Eva se estremeció al recordar aquello —. Fue… tétrico. Salido de una pesadilla. Y solo pudimos huir porque tu padre se sacrificó.
¿Cómo no pudiste salvarle? — quiso saber Jesús, mirando a su padrastro. Lejos de reproche, solo había dudas.
Basta Jesús — lo riñó su madre —. Miguel no pudo hacer nada. Eran demasiados incluso para él.
De todas formas, Jesús — trató de animarlo Miguel —, ahora él se encuentra en el Cielo. Y está mejor que nunca.
Jesús no supo si eso debía alegrarle o no. Pero decidió dejar el tema. Había muchas otras cosas que necesitaba averiguar.
Entonces ¿a papá lo mataron esos demonios? — la voz de Jesús sonó como la de un niño.
Su madre asintió.
Jesús soltó aire. Sentía como si algo le oprimiera el pecho y le impidiera respirar.
¿Fue culpa mía? — casi temió preguntar. Pero debía.
No se te ocurra pensar semejante cosa — le contestó muy seria Eva.
No tienes culpa de nada, chiquitín —. Le informó Ariel acercándose a él. Parecía afectarle especialmente que él se culpara. Tenía el rostro algo congestionado. Le acarició la mejilla. Jesús tragó saliva.
No tienes la culpa de nacer — dijo Miguel —. Fue la voluntad del Señor.
Le costó la vida a mi padre — Jesús no podía pensar en otra cosa.
Pero él se halla mejor ahora. En el cielo — le contó Eva, sonriendo y acariciando a su hijo en el mentón.
Jesús derramó una débil lágrima. Para cuando se quiso dar cuenta, su madre lo estaba abrazando. Notó sus manos acariciar suavemente su espalda y su cabello enredarse en su cara.
Después de aquello — siguió explicando Eva —, contraté a una bruja para que colocara hechizos protectores en casa.
Jesús abrió los ojos como platos. Tuvo que decir:
No sabía que la magia existía también.
Eva sonrió.
Hay tantas cosas que no sabes. ¿Sabes por qué elegí tu nombre?
Jesús negó con la cabeza, aunque la verdad era que le venían algunas ideas.
Pensé que, si llevabas el nombre del hijo de Dios, eso te mantendría a salvo. Además, un chico que es acosado por demonios y salvado por ángeles. ¿Qué mejor nombre?
Jesús sonrió con timidez.
Creo que mejor nos vamos a casa — decidió Eva, soltando el abrazo a su hijo —. Por demasiadas emociones has pasado ya. Es hora de que descanses.
Eva — le dijo Ariel. Esta la miró, interrogante —. ¿Te importa si os acompaño? Por hoy. Soy su protectora y…
Y te gustaría asegurarte de que esté a salvo —. Entendió Eva. Suspiró —. Bueno, hoy lo has mantenido a salvo bastante bien y te lo agradezco. Así que, si quieres, puedes quedarte en casa por esta noche.
Ariel le sonrió agradecida.
Yo me quedaré en la iglesia esta noche — informó Miguel —. Me gustaría investigar más a fondo este asunto.
Como gustes — estaba claro que a Eva no le hacía mucha gracia la decisión de Miguel, pero se aguantó.
Hay una cosa más que deberías saber, Jesús — dijo Miguel muy serio.
¿El qué?
Eva y Miguel se miraron. Jesús no comprendía nada.
¿Seguro que es buena idea que lo sepa ahora? — quiso saber Eva, insegura —. Tal vez sea mejor contárselo más adelante.
Yo quiero saberlo ahora — se quejó Jesús, aunque realmente no estaba seguro de si realmente quería. Pero la intriga lo estaba matando.
Eva suspiró de nuevo.
Tu madre y yo no estamos realmente juntos — soltó Miguel.
Jesús parpadeó.
¿Cómo que no…? No comprendo.
Jesús no estaba encajando bien el golpe. Sentía que le faltaba el aire, como si alguien le hubiera soltado de pronto una patada en el estómago.
Está prohibido que un ángel y un humano sean pareja — explicó apenada Eva.
¿Prohibido? ¿Porqué? — quiso saber él.
Ya ha habido antecedentes antes — explicó Miguel —. Humanos y ángeles que salieron juntos. Se enamoraron y todo iba bien, hasta que tuvieron hijos. La unión entre ángel y humano es conocida como Nefilim.
Tras un instante, Miguel siguió hablando:
Al principio parecía que los Nefilim eran inocuos, pero con el tiempo, se descubrió que eran muy peligrosos. Albergaban mayor poder que un ángel convencional, y el hecho de estar atrapados entre dos mundos los volvieron eventualmente locos. Llegando incluso a atentar al mismísimo Cielo.
Aquello horrorizó a Jesús, quien tenía los ojos muy abiertos y la boca entre abierta.
¿Entonces, vuestra relación…?
Una mentira — dijo con tristeza Eva —. Lo siento mucho Jesús. Pero teníamos que mantener una treta para mantener a raya a los demonios. Fingir que éramos pareja impedía levantar sospechas sobre quiénes éramos en realidad, ya que, si los demonios hubieran sospechado algo, aunque fuera mínimo, podríamos estar muertos.
Ariel miró a su protegido con infinita tristeza.
Pero siempre serás mi hijastro — le dijo Miguel —. Que tu madre y yo no tengamos una relación romántica no significa que no me considere tu padre.
Jesús lo miró con ojos apagados, aunque le agradeció el gesto. Eva añadió:
Además, el reino de los ángeles no está hecho para los humanos. Ellos son longevos. Vivirán para siempre a menos que los maten. Nosotros moriremos e iremos al Cielo.
Muy seriamente, Miguel le advirtió de una última cosa a su hijastro:
Nunca te enamores de un ángel, Jesús. Por tu bien. Lo pasarás muy mal.
Pero la advertencia llegaba ya tarde.
Continuará...