domingo, 29 de septiembre de 2024

PARALISIS



 

Cristina despertó en medio de la noche. Se hallaba en su habitación. Trató de moverse pero descurbrió que no podía. Era otra de sus famosas parálisis de sueño. Últimamente había sufrido muchas. Ni siquiera podía saber qué hora era. Ni mover ninguna artículación. Estaba completamente inmóvil, sujetada por cuerdas invisibles que aprisionaban su pecho. Pero no estaba sola.

No podía verlo, pero sí podía oírlo reptar por las paredes de su habitación. Las cortinas tapaban la luz de la luna llena, sumiendo la habitación en la más profunda oscuridad. Cristina se sentía nerviosa. Notaba su respiración agitada, pero trató de serenarse. Solo era otra noche más de parálisis. En un rato quedaría nuevamente dormida y luego despertaría, lista para empezar el nuevo día.

Lentamente, su visión se adaptó a la oscuridad de la habitación. Pudo ver con claridad la mesita de noche apoyada a su lado, y el camisón blanco con el que dormía. Cristina tenía treinta años. Suspiró. Vio entonces algo reptar por la pared izquierda de su cuarto, donde había apoyada una estantería con varios libros. Algunos de estos se cayeron y la estantería tembló.

Solo es un sueño se dijo. Trató de emitir con su boca algún sonido, pero tampoco fue capaz de abrirla. La criatura reptó por el techo. Su cuerpo era alargado, sus extemidades también. No tenía dedos, en lugar de eso, eran garras. No podía verle los ojos, porque su larga melena negra los ocultaba, pero si pudo ver sus afilados dientes, que eran como sables.

La criatura seguía reptando mientras que el terror que sentía Cristina iba incrementándose. Y de pronto, tuve el rostro de la criatura delante de ella. Cara a cara. El pelo se apartó un poco del rostro de la criatura, dejando entrever dos profundos y terroríficos ojos completamente negros y sin iris. El ser soltó un gruñido, que Cristina entendió como una risa gutural con tono burlón. Notaba el aliento a podrido del ser. Las garras de la criatura acariciaron sus mejillas y un sudor frío la invadió. Parecía ser muy real para ser solo un sueño ¿no?

Creo... que no estoy soñando. O ¿es un sueño lucido?

El ser rugió, un rugido que llenó los oídos de la chica y encogió su corazón. Estaba inmóvil y no podía hacer nada contra aquella criatura. Iba a morir, lo presentía. La criatura abrió la boca, revelando una segunda hilera de dientes afilados y alzó el brazo derecho, extendiendo las garras, dispuesto a acabar con la vida de Cristina.

Y de repente, un cuchillo hendió el aire y se clavó en la espalda de la criatura, que expresó sorpresa y acto seguido se apartó de Cristina soltando un chillido gutural.

— Veo que te gusta atacar a victimas indefensas — dijo una voz femenina —. Veamos que tal te las apañas conmigo.

Cristina, al haberse apartado la criatura, pudo ver a una mujer delgada, de cabello castaño y ojos verdes. Portaba en la mano otro cuchillo. El ser estaba frente a ella y la miraba con rabia.

Que sueño tan raro es este pensó Cristina. Ella no tenía tanta imaginación. Era profesora de matemáticas, no utilizaba la imaginación a menudo.

La criatura se abalanzó sobre la chica, que lo esquivó. Un segundo más tarde, del cuello de la criatura brotó sangre negra y se desplomó en el suelo, muerto. Cristina se mostró desconcertada, hasta que vio que el cuchillo de la chica estaba lleno de sangre oscura. De alguna manera, la chica misteriosa se había movido tan deprisa que había cortado el cuello del ser con el cuchillo. De pronto, la pesadez de su cuerpo desapareció y ella pudo moverse.

Pero cuando se incorporó, ni la criatura ni la chica se encontraban ahí.

Definitivamente ha sido un sueño decidió Cristina.

Sin embargo, la sombra de una duda albergó en su corazón. 

miércoles, 14 de agosto de 2024

LOS DÍAS MUERTOS 9: Noche de terror

 

Seguimos con la historia de Rebeca.

Habían pasado dos horas desde lo ocurrido. Por puro nervio y, por temor a ser devorada, Rebeca se vio obligada a orinar en un rincón. Lo limpió con unos pañuelos que encontró. Debería haber tenido hambre, pero no le cabía nada en el estómago. Tampoco había comida ahí, aunque sí una botella de agua usada. Por sed, Rebeca bebió, aunque esperaba no enfermar. Tenía la oreja puesta en la puerta, temiendo que la silla se cayese, o que algún infectado entrara.

Aún trataba de asimilar lo que acababa de pasar. Los infectados corrían. Cuando por el día caminaban. Mirando los monitores, vio que volvían a estar en un estado de “tranquilidad”. Caminaban erráticamente, a la espera de algún estímulo.

Rebeca decidió que pasaría la noche en aquella sala. Si intentaba salir, sin duda la matarían. Ahora esas cosas eran mucho más letales que antes. Vio que uno olfateaba el aire. Parecían más espabilados que por el día. Por el interior del aeropuerto, vio como los infectados seguían caminando erráticamente. Todo en la calma de la noche. Rebeca no podía dormir. Sabía que no dormiría aquella noche. Afuera había demasiado peligro como para dormir. Necesitaba permanecer alerta.

En el escritorio no encontró nada. Ningún teléfono, ni comida, ni nada. Si encontró, sin embargo, las llaves de lo que debería ser un coche. Pero a saber cuál. Las cogió de todas formas y permaneció allí, en un rincón, oculta. Mirando fijamente a la puerta.

En un primer momento, se quedó dormida y creyó que un infectado entraba a su escondite y la devoraba. Despertó, agitada, pero solo fue una pesadilla. En los monitores, vio que eran las cuatro de la mañana. Llevaba cinco horas dormida. Bueno, algo había dormido.

Todo seguía estático afuera. Mientras ella no se moviera, no hiciera ruido. Sin embargo, luego de orinar por segunda vez y limpiarlo, las cosas se torcieron. Vio, por el monitor, que la puerta abollada, aquella que daba al pasillo contiguo de la sala donde se encontraba, se abría suavemente. Y la culpable era una mujer infectada, vestida con un vestido negro. Su cabello negro estaba enmarañado y su boca, roja de sangre. Rebeca tragó saliva. De alguna manera, había logrado abrir la puerta y, no solo eso, olfateaba el aire. Rebeca tuvo el presentimiento de que podía oler el miedo. Su miedo.

La mujer siguió caminando lentamente, olfateando el aire. Sus pasos resonaban en el suelo y en la sala de seguridad. Rebeca contuvo la respiración. Entonces, bruscamente, la mujer giró la cabeza hacia la puerta y soltó un gruñido leve. De alguna manera, la había detectado. El cuerpo de Rebeca tembló completamente al tiempo que buscaba desesperadamente un arma. Pero no había nada. No era una película. Estaba indefensa.

Notó como la mano de ella acariciaba el pomo de la puerta. Si giraba el pomo y abría la puerta, estaría muerta.

Sin embargo, Rebeca se dio cuenta de que la infectada no podía abrir la puerta. Gracias a su silla. La silla tembló ligeramente, amenazando con ceder y caerse al suelo. Tras unos intentos más, la mujer desistió y se marchó. Por la cámara, ella vio que hizo eso y se relajó un poco.

Pero su pesadilla no había terminado. Media hora más tarde, cuando ya faltaba poco para el amanecer, la mujer regresó y otro infectado pasó por el pasillo. Un hombre calvo vestido con camiseta y vaqueros. Nuevamente, la olieron y forcejearon la puerta. Y esa vez la silla cedió, cayendo al suelo con un fuerte estruendo.

Por puro instinto, Rebeca echó a correr, empujando a ambos infectados.

Fue entonces cuando echó a correr, presa del pánico, hacia el interior del aeropuerto. Era absurdo, pensó. Ya estaba muerta, hiciera lo que hiciera. Pero el instinto de supervivencia era más poderoso, así que continuó corriendo, tratando de salvarse. Fue entonces cuando la mujer infectada se incorporó y salió corriendo tras ella. Era increíblemente rápida y gruñía. O rugía, mejor dicho. Rebeca abrió la puerta que daba acceso al aeropuerto y la cerró. La mujer se dio de bruces y luego no escuchó nada más. A ningún infectado. Tal vez, habían quedado inconsciente. Fue entonces cuando escuchó gruñidos. Cientos de gruñidos. Rápidamente y, por puro nerviosismo, entró a una tienda de libros cercana. Tras el mostrador, había una pequeña puerta. Al abrirla, se topó con un pequeño despacho, vacío. Cerró la puerta.

Su corazón bombeaba con violencia. Escuchaba rugidos de acá para allá. Gente correr. No sabía si la detectarían. Esa vez, ningún infectado la había visto y estaba algo más apartada que antes. Aun así, colocó otra silla, la única de aquella sala, en el picaporte. En el despacho no había monitores, pero sí un ordenador y, al lado, un destornillador, que agarró para usarlo como arma. Tragó saliva mientras afuera, seguía el caos.

No saldré viva de aquí se lamentó.

No quería morir. Quería regresar con Arturo, su novio. Volver a ver a sus padres. Tenía tantas cosas que hacer antes de morir.

Vio, a su espalda, que el despacho tenía una pequeña ventana por la que podría salir. Y afuera ya apuntaba el alba. Poco a poco, los rugidos cedieron y Rebeca dejó de escuchar gente correr. Lentamente, su estímulo violento desapareció y volvió a colocarlos en calma, transformándolos en infectados que no podían correr.

¿Qué tendrá que ver la noche? Se preguntó.

La ventana estaba demasiado alta para alcanzarla. Quizás con la silla. De todos modos, Rebeca no se atrevió. Por lo poco que veía desde donde estaba, la ventana daba a la pista. Es decir, donde estaban todos los demás infectados. Tenía que buscar otra salida. Y para ello tendría que adentrarse más en el aeropuerto.

Tras varias horas, el estómago de Rebeca rugió de hambre y decidió que era momento de tratar de intentarlo nuevamente. O moría por esas cosas, o de inanición.

Salió con cautela. Abrió lentamente la puerta, que no chirrió, sino que se abrió silenciosamente. La tienda estaba vacía. A lo lejos, veía a un infectado caminar erráticamente, pero eso era todo. Lentamente, empezó a caminar, agarrando con firmeza el destornillador. Según las indicaciones, si seguía caminando, llegaría a la salida. Se detuvo en seco.

Porque delante de ella, lo suficientemente lejos como para que no la detectaran, vio al menos a veinte infectados, niños entre ellos. Todos juntos. Le era imposible pasar sin que la viera.

Fue entonces cuando Rebeca comprendió que aquello era una trampa mortal. Y que tendría que buscar otra manera de salir.

La pista.

Por donde había venido. Era la única manera. Tendría que bordearla. De modo que, silenciosamente, regresó a la librería y, de vuelta al despacho, usó la silla a modo de escalera para atravesar la ventana. Debajo de ella no había mucha altura. Aterrizó en cuclillas. Todo despejado. Ahora solo debía bordear la pista y…

Fue entonces cuando su móvil vibró. Aquello la sobresaltó, ya que no sonaba desde hacía tiempo. ¿Se había restablecido la conexión a internet? Eso parecía, aunque la señal era muy baja. Al mirar, vio, asombrada, los mensajes de Arturo. Fue entonces cuando le contestó, revelando su ubicación.



























viernes, 9 de agosto de 2024

BUS DE MADRUGADA

 

Era la 1 de la madrugada, en algún lugar de España. Rubén, de solamente doce años, subió al autobús que lo llevaría de regreso al orfanato de donde se había escapado. Quizá otro chofer se hubiera preocupado de que un niño estuviera solo a esas horas, tan lejos de casa, pero aquel chofer, un hombre calvo de ojos cansados, ni siquiera giró la vista cuando el niño, de cabello negro y ojos verdes le entregó un euro con quince. Estaba algo lejos del orfanato, pero aquel autobús, a aquella hora lo debería llevar a las puertas de la ciudad, donde luego solo tendría que caminar durante media hora antes de llegar a su destino.

Mientras Rubén se sentaba al fondo del autobús, pegado a la ventana y se fundía con la oscuridad del lugar, reflexionó en las razones que lo llevaron a huir del orfanato donde llevaba viviendo toda su vida.

Lo triste de la situación, no es que sus padres hubieran muerto (eso sería triste, pero no tan triste como la verdadera razón), sino que él había sido abandonado a los dos años allí y no había rastro de ningún familiar suyo vivo. Nadie sabía su auténtico nombre, ni sus apellidos. El orfanato decidió llamarlo Rubén, por llamarlo de alguna manera y le habían puesto de apellido “Nieve”.

No es que lo trataran mal en el orfanato, pero sus ansias de respuesta lo habían llevado a huir del centro. Su impaciencia lo carcomía. Podría haber esperado a los dieciocho, pero él sabía que luego tendría que buscar una universidad, o trabajar de algo. No tendría tiempo para buscar sus origenes.

No obstante, su búsqueda acabó en nada.

Algunas pistas encontradas a lo largo de los años (la manta donde vino envuelto, la marca del chupete que llevaba), lo llevaron a una ciudad cercana y a algunas tiendas. Pero la tienda donde su madre o padre comprase el chupete no sirvió de nada, ya que la dependiente que en su día trabajó allí, se marchó y la tienda que hacía esa manta expiró. No tenía muchas más pistas y Rubén comprendió que, fuese el motivo que fuese el que llevó a ser abandonado, nunca lo averiguaría y tendría que aprender a convivir con eso. Tal vez, pensó mientras observaba el cielo negro y sin estrellas, ya no le importara con el tiempo. O quizá algún día podría descubrir algo más. Trató de consolarse con eso.

Fue entonces cuando, en mitad de la nada, el autobús se detuvo de repente.

Maldita rueda — dijo el chofer, maldiciendo.

Parecía haberse olvidado de él. Abrió las puertas y salió afuera. Rubén notó que, a esas horas, él era el único pasajero en el autobús.

El aire frío y húmedo del mes de noviembre se coló en el interior del vehículo y, a pesar de que Rubén llevaba puesto un pantalón de pana y el abrigo más grueso que tenía, sintió frío. Por suerte para él, se hallaba en la esquina más alejada del autobús y tapado con un gorro, guantes y bufada, por lo que el frío resultaba soportable.

Debido al cansancio acumulado del día, Rubén acabó dormido en el autobús. Se despertó de sopetón al cabo de una hora, cosa que supo porque comprobó su reloj digital, que le regalaron en su cumpleaños. Inquieto, Rubén descubrió que todavía seguían allí atrapados y no había señales del conductor. Se acercó al volante, pero no le vio allí y las puertas en algún momento se habían cerrado. El autobús estaba completamente a oscuras y eso, unido a la oscuridad de la noche, a la desaparición del chofer y de que se encontraba completamente solo, hizo que Rubén sintiera miedo. Le sudaban las manos y le temblaban las piernas ligeramente. Notaba también un nudo en la garganta y le costaba respirar. Inspiró y expiró para calmarse y justo entonces, vio al chofer. Al principio, Rubén se alegró, pero luego, su rostro se tornó en preocupación, cuando vio que el chofer venía corriendo de regreso al autobús.

Le faltaba media oreja y le sangraba, recorriendo una linea roja que iba desde donde antes tuviera el lóbulo hasta el final del cuello. Además, le habían herido en el abdomen, pues se lo sujetaba con una mano. El hombre iba a gritar algo cuando de repente, despareció.

O más bien, “algo” se lo llevó.

No pudo ver más que una sombra, tan oscura como la noche, pero si escuchó el grito de horror y desesperación del chofer. Fue entonces cuando Rubén sintió el verdadero terror.

Ahora temblaba violentamente. Una cosa era segura: tenía que huir cuánto antes.

Sin embargo, ¿qué podía hacer? No tenía idea de conducir, mucho menos un vehículo de tantas dimensiones. Revisó el lugar, por si había alguna manera de contactar por radio, pero no vio nada. Antes de poder seguir investigando, notó como “algo” se subía a lo alto del autobús. Rubén tragó saliva. Sabía perfectamente que “eso” era lo que había matado al conductor. Se asomó a la ventana del conductor. Allí donde había estado el chofer había un charco de sangre fresca. Fuera lo que fuera lo que lo había matado, Rubén tenía clara una cosa: no era humano. Ni animal.

Las pisadas del ser se notaban en el techo, lo hundían. Y de pronto, el techo del autobús se hundió y aquella criatura apareció delante de él, apenas una sombra. La sombra se abalanzó hacia él.

Rubén gritó.

A la mañana siguiente, una mañana nublada y fría, había varios coches patrulla rodeando el autobús. El sheriff observaba con pesar el lugar. El techo del autobús roto y había restos de sangre fuera del autobús. Pero no dentro de él. Cuando Rubén desapareció, el orfanato informó de su desaparición a la policía y sus pesquisas lo habían llevado hasta allí. Sabían que Rubén había comprado un boleto para ese autobús. Pero él ya no se encontraba allí. A juzgar por la sangre seca de la carretera, tenía pinta que algún tipo de animal había matado al chofer y probablemente, a Rubén también.

Se decía que aquel bosque estaba maldito por la noche. No tanto por el día. El sheriff empezaba a creerlo. A fin de cuentas, no era la primera vez que alguien desaparecía allí. Los perros no encontraron nada y ellos tampoco. Como no encontraron nada, decidieron marcharse. Con el tiempo, la gente dejó de internarse en aquel bosque o de pasar siquiera por allí. Pero los incautos seguían yendo y las desapariciones siguieron a la orden del día.

Nunca encontraron a Rubén, ni supieron que era esa sombra. Quizá, lo que más asustaba a la gente fuera, precisamente, eso. Que nadie sabía qué o quien era aquella sombra.

miércoles, 7 de agosto de 2024

GASOLINERA A MEDIANOCHE

 

Claudia, una chica de veinticinco años, suspiró y se miró en el espejo del baño de la gasolinera. Llevaba el pelo recogido en una trenza. Sus ojos eran azules como el mar. Ya llevaba un año trabajando en aquella gasolinera en el turno de noche. La paga era buen para ser dependienta de gasolinera, pero a veces tenía que lidiar con clientes díficiles.

Lo que ella no sabía es que aquella noche sería la más horrible de todas.

Como de costumbre, su turno empezaba a las diez de la noche. Llegaba, se ponía el uniforme, y se preparaba para empezar a trabajar. Salió del baño.

La gasolinera era grande. Solo la tienda tenía cerca de cien metros cuadrados con algunas estanterías llenas de comida y bebida. Se dirigió al mostrador, desde donde podía observar las ventanas y la puerta de cristal, abierta de par en par. Un coche blanco había terminado de repostar y se marchaba. Entraba una ligera brisa por la ventana. Claudia lo agradeció. A fin de cuentas, era pleno verano.

Durante la siguiente hora, Claudia se dedicó a cobrar a dos clientes que pasaron a repostar, repuso las estanterías y limpió un poco la tienda. A las once, decidió sacar la basura. Afuera todo estaba muy oscuro. El contenedor de basura se encontraba en la parte trasera de la tienda, donde Claudia había aparcado su vehículo, un turismo de color verde. Tiró la basura en el contenedor y regresó a la tienda. Fue entonces cuando un vehículo negro aparcó delante de la tienda y de él salió un hombre calvo, vestido completamente de negro. Se dirigió a la tienda, entró y llegó al mostrador.

Una noche muy oscura, ¿verdad? — comentó el hombre con voz amable mientras sacaba del bolsillo derecho una cartera envuelta en piel.

Claudia asintió, tímida. El hombre sacó su tarjeta y procedió al pago de cuarenta euros. Realizado el pago, dijo:

Los trabajadores nocturnos no deberían trabajar solos.

Ella, extrañada, preguntó:

¿A qué se refiere?

Él se encogió de hombros, despreocupado, mientras hacía amago de irse:

Simplemente a que estás aquí sola, expuesta, en una gasolinera, a altas horas de la noche. Yo podría, ya sabe…

Le dedicó una sonrisa tan siniestra que le heló la sangre a Claudia. A ese tipo de cosas se refería con clientes dificiles. ¿Porqué tenía que soltar comentarios así? No ayudaba en nada. Además, había cámaras de seguridad en la tienda y un teléfono de emergencia. Y aunque estaba en mitad de la nada, el pueblo no quedaba demasiado lejos. A diez minutos en coche.

Pero en el fondo sabía que, de ocurrir algo grave, nada de eso la salvaría. No era más que mero farol, una falsa seguridad. ¿De verdad esperaba que si pasaba algo, no vieran las grabaciones hasta la mañana siguiente? ¿O qué, si lograba llamar a emergencias, estos llegarían a tiempo? No quería comprobarlo, tampoco.

No es que yo sea de esos, ¿sabe? — terminó de decir y se marchó.

El corazón de Claudia latía con fuerza. El reloj dio la medianoche.

Optó por entrar en el almacén, y ordenar un poco. Llevaba ya una hora (saliendo de vez en cuando a dar un paseo por alrededor de la gasolinera y verificar si entraba o no un cliente), cuando las luces se apagaron.

Lo que me faltaba.

Ella suspiró, aterrada. Si había algo que la hacía cagarse de miedo era que se fuera la luz, trabajando en un sitio sola, de noche.

Deberían pagarme un plus de peligrosidad. Y ni eso sería suficiente.

Agarró una linterna de un estante cercano y la encendió. Salió a la tienda. Vio que la puerta principal estaba cerrada.

Ella no la había cerrado.

Se acercó a la puerta y comprobó que podía volver a abrirla. Nadie la había dejado encerrada. Vio entonces una mancha en el suelo. Dejó la puerta cerrada y con la linterna, apuntó al suelo, donde vio un charco de sangre fresca. Claudia tragó saliva, cada vez más asustada. ¿Alguien había entrado, estando herido? Podía ser cualquier cosa. ¿Porqué acudiría a una gasolinera en vez de un hospital? Escuchó entonces gemidos en el baño. Tragó saliva y decidió dirigirse hacia allí. Lentamente, sus pasos se encaminaron hacia el baño. Vio que el baño de hombres estaba entre abierto y escuchó una tos. Sin pensarlo, abrió la puerta de par en par. Lo que encontró fue de todo menos aterrador.

Un hombre de mediana edad tosía sangre. Tenía una herida abierta en el abdomen y a juzgar por lo que vio Claudia, tenía pinta de haber sido mordido por alguna clase de animal. El hombre la miró y gimió:

La luz…

Ella, algo aturdida, apartó la luz y se quedó mirando al hombre.

Señor, ¿qué le ha pasado? Llamaré a emergencias.

Salió de la nada…

el hombre hablaba de forma inconexa. A Claudia le costó entender lo que decía:

Iba de camino… casa. Me atacó.

Con cada frase, más tosía el hombre.

Sea lo que sea, ya está a salvo señor. Solo deje que le trate la herida hasta que llegue la ambulancia. Iré a buscar…

Entonces, el hombre la miró muy serio y dijo:

Me perseguía.

Claudia quedó inmóvil. “Me perseguía” había dicho. Por eso acabó en la gasolinera. Fuera lo que fuera lo que le atacó, solo encontró refugio aquí. Y eso significaba…

No tuvo tiempo de seguir pensando, pues el hombre gimió y cayó al suelo.

¿Señor?

Claudia iba a agacharse cuando de repente, el hombre la agarró por la pierna derecha soltando un rugido. Ella se asustó tanto que le propinó una patada en la cara, logrando que la soltara de inmediato. Le rompió la nariz, que sangró abundante, manchando el suelo. Ella salió corriendo dirección al mostrador. Llamaría a emergencias. No obstante, comprobó que, como se había ido la luz, la línea no iba.

Maldito inconveniente trillado.

Se escondió debajo del mostrador justo cuando el hombre salía del baño. No obstante, su comportamiento ya no parecía humano. En su lugar, ahora le habían salido venas oscuras en el cuello y la herida no parecía un inconveniente para moverse que, dicho sea de paso, sus movimientos eran erráticos.

Parece un zombi. Pero es imposible.

A Claudia le encantaban las películas de zombis y de terror y tenía que admitir que alguna noche libre había mirado más de una aunque luego no pudiera dormir del miedo. Y había visto suficientes pelis como para saber que ese tipo se estaba comportando como uno.

No puede ser un zombi. Seguro solo se comporta parecido, nada más. Tendrá la rabia o algo.

El hombre “zombi” caminaba gruñendo por la gasolinera. Debido a la oscuridad, ella no podía verlo. Decidió apagar la linterna para no llamar su atención. El hombre gruñía, buscándola. Tenía que salir de allí. La puerta no estaba cerrada y también podía escapar por la trasera, lo cual, reflexionó Claudia, sería lo más efectivo, pues allí estaba su coche. Solo había un asunto a tratar: si quería huir en su coche, debía abrir la taquilla del almacén, donde había guardado todas sus cosas. El hombre aún estaba en el lado más alejado de la tienda así que Claudia respiró hondo y salió de su escondite. El almacén estaba justo al lado del mostrador. Lo abrió lentamente.

Pero eso fue todo lo que necesitó el hombre, que rugió y corrió hacia ella. Presa del pánico, Claudia entró al almacén y cerró de golpe la puerta, bloqueándola con una silla cercana. Escuchó como el hombre, presa de la furia, golpeaba la puerta y la hacía temblar.

Si sigue así, la romperá pensó ella, temerosa.

Rápidamente abrió la taquilla, de donde sacó una bolsa. No iba a perder el tiempo en cambiarse. Sacó su móvil y las llaves del coche. Dejó todo tal cual y mientras marcaba a emergencias, salió al callejón, donde tenía aparcado su vehículo. Al primer toque, se lo cogieron.

Emergencias, dígame.

Un hombre loco me está queriendo matar — dijo deprisa Claudia.

Señorita por favor, cálmese. ¿Dónde está? ¿Quien la quiere matar?

Claudia ya estaba montada en el coche. Arrancó el motor y justo entonces escuchó un fuerte estruendo. El hombre ya había logrado acceder al almacén.

En la gasolinera de la autopista 14. Un hombre quiere matarme. Yo ya estoy en el vehículo. Me voy a la policía.

Fue entonces cuando la llamada se cortó.

Que extraño pensó ella.

Pero igualmente logró salir de allí con vida, dejando muy atrás al hombre, que salió al callejón momentos después. Sin embargo, cuando llegó a la ciudad, quedó de piedra.

Las calles estaban ardiendo, la gente era devorada viva por otras personas. Algunas personas la vieron y rugieron. Ella tragó saliva y pisó el acelerador. Mirara por donde mirara, era todo un caos. Ahora comprendía que aquel hombre, el que la había perseguido, había sido atacado por uno de ellos. Un zombi. Los zombis eran reales. No sabía si eran muertos vivientes o simplemente gente infectada. Lo que estaba claro es que ahora ningún lugar era seguro.

El apocalipsis zombi había empezado.

sábado, 27 de julio de 2024

RETAZOS #2

 — Lucía ...

Dijo Jesús, conmovido. Habían pasado por tanto. Él, sobre todo, para que mentir. Cualquier otro podría juzgarlo de ególatra, pero Jesús se conocía demasiado bien.

Lucía lo miró con un brillo especial en sus ojos. No eran brillos de amor, o, al menos, amor romántico. Y por primera vez en todo un año, le dedicó una sonrisa. Una sonrisa auténtica, como las primeras que le dedicó.

— Tienes que seguir adelante, Jesús. Pasar página. Aún tienes muchas cosas por las que vivir. Así que ve, y vívelas.

Y dicho eso, Lucía desapareció de la faz de la tierra, como si nunca hubiera existido.

Cristina y Manuel, sus amigos de siempre, lo miraron fijamente, para comprobar como se sentía.

Pero Jesús sentía paz. Estaba triste, claro. Había llorado en incontables ocasiones y había cometido errores que al principio le habían parecido imperdonables. Pero todo eso había acabado. Estaba listo para una nueva etapa en su vida. Era, como Lucía le había dicho, hora de seguir adelante y pasar página. 

— Siento que se haya marchado — le dijo Cristina, triste.

Lo sentía de verdad. Por su amigo. Pero él negó con la cabeza, con una gran sonrisa en su rostro, miró a ambos amigos y dijo:

— Pero Cris, nosotros (Lucía y yo) ya estamos juntos. No hay un segundo en el que no.

Confusa, Cristina iba a preguntar a qué se refería, cuando vio a su amigo señalar y tocar suavemente con los dedos su corazón.

— Sé que nuestra conexión se debilitó, pero no importa que tan lejos se marche, ni si no nos volvemos a ver nunca más. Ella seguirá aquí dentro.

Los tres sonrieron. Entonces, Cristina posó una mano en el aire y luego Manuel apoyó suavemente la suya encima de la de ella. Comprendiendo el mensaje, Jesús apoyó la suya encima de la de ellos, formando así la pose del "uno para todos, y todos para uno".

— Los tres medios vasos, juntos de nuevo — dijo Jesús.

— Los tres podemos con todo — añadio Cristina.

— Lo superarás — le aseguró Manuel a su amigo.

Jesús asintió, con una gran sonrisa. Podría con eso y con más.

viernes, 19 de julio de 2024

LOS DÍAS MUERTOS 8: RODEADA

 

Volviendo al día anterior con Rebeca.

Rebeca despertó. Se hallaba aún en el avión, con el cinturón de seguridad colocado. Sentía ganas de orinar, aunque se le olvidó cuando vio en qué situación se encontraba. A su alrededor, la mayoría de pasajeros permanecía inerte en el suelo o en sus asientos. Rebeca vio que la puerta del baño atrás suya estaba abierta. Entonces, horrorizada, recordó todo cuanto había sucedido: el polizón, el accidente…

Se desabrochó el cinturón. Sentía un dolor atroz en la cabeza. Al tocarse la frente, notó sangre reseca. Probablemente, tendría una contusión leve.

Se levantó. Un poco mareada, se apoyó en el asiento. Luego, procedió a continuar. Su objetivo: salir del avión y del aeropuerto. No recogió la maleta de mano. Ya regresaría por ella luego. Ahora no se sentía con fuerzas para recogerla y mucho menos para cargar con ella. Y, aunque en ese momento no lo sabía, había tomado una buena decisión, ya que sería un lastre.

Al avanzar, se detuvo en seco. La parte delantera del avión no se veía. Allá donde tendría que estar la puerta. En su lugar, vio muchos cristales rotos y una abertura por la que salir. Una parte del avión que había sido arrancada en el accidente. Al asomarse, encontró la pista vacía. No se llenaría hasta unas horas después. Si escuchó, a lo lejos, disparos. O petardos, no sabía bien. Tragó saliva.

¿Qué está pasando aquí?

Necesitaba ayuda médica y una explicación. Salió del avión. Ella no lo sabía, pero cuando se fue, los pasajeros abrieron los ojos. Pero estos ya no tenían iris. Se libró por muy poco. Factor suerte.

Para llegar a la pista, Rebeca tuvo que saltar. Un salto pequeño, pero un salto, al fin y al cabo. Al caer al suelo se rasguñó la rodilla y agradeció no partirse el tobillo. Ahogó un grito y se levantó como pudo. Se revisó la herida. Sangraba, pero era una herida superficial. Tenía los vaqueros algo raspados, pero no le dio importancia. Ya compraría otros.

Caminó por la pista, quedando anonadada por lo que veía. El avión se había estrellado en el propio aeropuerto, y estaba en llamas, liberando un humo que hizo toser a Rebeca. Por alguna razón, el avión no explotaba, pero Rebeca decidió aligerar el paso. Podía hacerlo en cualquier momento.

El cielo había tomado un matiz anaranjado. Pronto anochecería.

Entró en el aeropuerto y vio a lo lejos una salida de emergencia y algunas tiendas. También vio el cuarto de baño al que más tarde iría Arturo en su busca. Recordando sus ganas de orinar, se dirigió hacia allí.

El aeropuerto estaba tranquilo. No vio cadáveres donde el accidente, aunque sí le pareció ver a algunas personas al fondo a la izquierda, según por donde había entrado.

Una vez en el cuarto de baño, entró en el cubículo y orinó. Cuando ya se estaba limpiando, vio aparecer unos pies bajo la puerta del cubículo. Tenía tacones y piernas delgadas y depiladas. Tocó la puerta con una brusquedad tal, que a Rebeca se le cayó el papel con el que se limpiaba. Se subió los vaqueros rápidamente y dijo:

  • Ya va, un momento por favor.

Escuchó gruñidos y de nuevo, más golpes. Rebeca tembló. Eran los mismos gruñidos que hizo el polizón, el cual estaba rabioso y, de alguna manera, había escapado del baño gracias al accidente.

De nuevo el golpe, provocando que Rebeca pegara un bote. Su instinto le dijo que no podía abrirle. La atacaría y luego, la mataría. Debía salir. Y pedir ayuda.

Miró hacia arriba. Sí, eso es. Podría escalar y escapar. Cerrando la tapa del inodoro, se subió a ella y saltó. Al auparse a la pared de al lado, pudo ver el rostro de la mujer. Rebeca enmudeció. El rostro de la mujer, parte de él, al menos, estaba quemado. No tenía ojos y sus dientes estaban ensangrentados. Parecía un monstruo sacado de sus pesadillas.

Mientras saltaba al siguiente cubículo (estaba originalmente en el tercero, de los cuatro), Rebeca pensó que esa mujer tenía que haber sido víctima del accidente de avión.

¿Cómo sigue viva?

No lo sabía, pero en aquel momento tampoco le importó. Tenía que huir cuanto antes.

Saltó los otros dos cubículos, pero, para su horror, la mujer la seguía. Caminaba, aporreando las puertas y sin dejar de mirarla, con sus ojos muertos.

Prepárate a correr. Se dijo a sí misma.

Saltó al suelo y corrió todo lo que pudo. Notó el aliento podrido de la mujer y sus dedos, largos y delgaduchos, rozarla. Un segundo más, y la habría agarrado. Tragando saliva, Rebeca corrió cuanto pudo por el pasillo del aeropuerto. Fue entonces cuando otro infectado, un hombre con traje gris y pelo negro, de unos veinti tantos años, le salió al paso, obligando a Rebeca a recular, y olvidarse de la salida de emergencia por la que planeaba salir, virando a su derecha en su lugar y corriendo todo lo que podía. Se dio cuenta entonces de que los infectados no corrían. Se detuvo en seco. En su lugar, los infectados caminaban rápidamente hacia ella. Querían correr, observó Rebeca. Lo notaba. Pero algo se lo impedía.

Mejor pensó.

Pero, aunque no corrieran, debía tomar una rápida decisión. ¿Adónde ir? Debía salir del aeropuerto, eso estaba claro. Tenía que buscar una salida.

Siguió corriendo, aunque a menos velocidad, mirando cada dos por tres en todas direcciones. Esperaba que ningún infectado la atacase. No tenía teléfono, así que no podía llamar. Siguió corriendo, buscando la salida. Sin embargo, cuando se acercaba a una puerta giratoria que la dejaría salir a la entrada principal del aeropuerto, tuvo que detenerse.

La puerta estaba bloqueada por infectados. Al menos, veinte de ellos, sino más. Estos, al verla, se abalanzaron sobre ella. Rebeca no perdió el tiempo y se puso a correr.

No sabía hacia dónde ir. No corrían, pero los infectados eran muchos y pronto empezaron a cercarla. Sus pasos hacían ruido y eso los atraía. Estaba atrapada. Se pegó al cristal de un ventanal, mientras veía, bloqueada, como una enorme masa de gente infectada se acercaba hacia ella caminando rápidamente. Tragó saliva. Eran muchos y muchos de ellos tenían sangre en la boca o la ropa hecha jirones. Y todos tenían los ojos inyectados en sangre, sin iris. Rebeca no sabía qué hacer. A su espalda, casi había anochecido.

Movida por el instinto de supervivencia, usó el codo para romper el cristal. Se abalanzó dos veces y logró agrietarlo. A la tercera, la rompió, provocando que algunos cristales salieran disparados hacia fuera. Además, Rebeca se ganó un corte en el brazo, del cual brotó sangre rojiza. Sin prestar atención al dolor (aunque no pudo evitar una mueca), saltó a la pista otra vez y corrió hacia adelante. Siguió corriendo. Su idea era rodear la pista y así salir de allí. Su corazón bombeaba con fuerza, sus piernas le empezaban a pesar y ella hiperventilaba. Pero a pesar del cansancio, sabía que detenerse significaba morir.

Vio una puerta pequeña, que ponía “solo personal autorizado”, en una pared a la izquierda. Se metió ahí sin dudarlo y dio con un pasillo que tenía una puerta a la derecha. Al abrirla, vio que se trataba de la sala de seguridad del aeropuerto. Una de ellas, claro. La sala en cuestión era pequeña, con un escritorio enfrente y muchos monitores que habían quedado encendidos y que monitoreaban el aeropuerto entero. Vio la parte de fuera, por la que acababa de venir.

Cerró la puerta por la que había venido y usó una silla que había al lado para atrancarla. Luego, se sentó en la silla que había cerca del escritorio y miró la cámara que apuntaba al exterior, por donde ella acababa de entrar.

Y vio algo que la aterró. La noche ya había caído. Los infectados, que momentos antes solo estaban aporreando la puerta, empezaron a comportarse de manera más agresiva. Gruñían y gritaban más fuerte. Parecían monstruos. O animales rabiosos.

Habían logrado abollar la puerta.

No supo si fue suerte, pero en aquel momento, vio que pasaba corriendo un chico que iba con ella en el avión. Tendría unos veinte años, de cabello corto negro y vestido con chándal gris. Corría a toda velocidad por la pista. Los infectados lo vieron.

Y comenzaron a correr tras él.

A correr. Cuando hacía escasos minutos solo caminaban.

Rebeca siguió escuchando sus gritos de dolor y muerte muchas horas después mientras, agazapada, lloraba e hiperventilaba, rezando porque llegara la mañana siguiente y pudiera escapar de ahí.





domingo, 14 de julio de 2024

GHOST WRITER

 

El joven aspirante a escritor, llamado Rick, se hallaba en el despacho de su departamento. Era un viernes a las once de la noche. Llevaba toda la semana trabajando como conserje y era hora de volver a su verdadero oficio: la escritura.

Había hecho algunos encargos como escritor fantasma para ganar un dinero extra. Le iba bien económicamente, sin embargo, esperaba pronto sacar a la luz su propio proyecto, titulado, curiosamente: “Ghost Writer”.

¿El argumento de su novela? Un autor que había fallecido sin cumplir su sueño de vivir de la escritura. Tal tormento impidió a su alma la posibilidad de cruzar al más allá. Condenado a vivir como fantasma, descubre que puede escribir, al colocarse unos guantes especiales que le permiten interactuar con todo cuanto toca. Así, decide completar su última novela y enviarla en anónimo. No obstante, la historia tiene un conflicto interesante al, primero, descubrir que se han llevado su portátil y luego, al averiguar que fue asesinado por el mismo tipo que quiere atribuirse el mérito.

La idea era buena, pero Rick se hallaba atascado. Un bloqueo de escritor, lo llamaban. Ya tenía la idea, la mitad del libro escrita, pero no sabía como seguir. ¿Como solucionar el conflicto con el asesino? ¿Debería la victima tener pareja y que esta interceda por él? No sabía como seguir. Suspiró, apesadumbrado. Estaba tan concentrado en su historia, que no se percató como una sombra lo agarraba y le rajaba el cuello. Fue tan repentino que no tuvo siquiera la posibilidad de defenderse. Sangre roja salía a borbotones e incontrolable de su cuello. Trató de frenar la hemorragia con sus manos, inútilmente, mientras caía al suelo y veía el rostro de su asesino. Rick abrió mucho los ojos, asombrado, antes de morir.

Rick era de los que pensaban que, al morir, uno dejaba de existir. Antes no existías, así que luego tampoco. Por eso se sorprendió cuando se descubrió tirado en el suelo, aun consciente. ¿Había sido todo un sueño? Se incorporó. Para su sorpresa, notó que su cuerpo era ligero. Él era un chico delgado, pero ahora parecía una pluma. Se quedó en shock cuando vio el cuerpo tendido a la izquierda, cubierto de sangre.

Era él.

Tragó saliva. Sus ojos azules ya no tenían iris y su cabello pelirrojo rizado estaba empapado de su sangre. Llevaba un rato muerto, al parecer. Al mirarse al espejo de su desapacho, descubrió que ahora era transparente y no llevaba ropa.

Era un fantasma.

Notó que su portátil no estaba. Su asesino se lo había llevado. Su asesino. Su primo. El único a quien le había pasado la historia.

Entonces, Rick entendió todo. Celoso, su primo lo había matado para apropiarse de su obra, tal como ocurria en su propia novela (solo que en lugar de su primo, el asesino de su novela era un admirador que había leído algunas obras suyas).

Comprendió lo que tenía que hacer. Ahora sabía exactamente como romper el bloqueo de escritor. Decidido a vengarse, Rick salió de su despacho.

Llegar a casa de su primo no fue dificil. Simplemente atravesó la puerta (no la abrió) y caminó hasta allí. Vivía cerca, a pocas manzanas. Vio como su primo había soltado el portátil y se había cambiado de ropa. Con una sádica sonrisa, Rick probó a llamar a la puerta de su casa. Comprobó que, si se concentraba, podía tocar objetos sólidos. Supuso que no habría guantes mágicos en su historia. Su primo no tardó en abrir la puerta. Y entonces, Rick rugió. Rugió tan fuerte y puso la cara más terrorifica que pudo. Su primo pegó un bote, resbaló y acabó golpeándose la cabeza en el suelo, muriendo en el acto. Sangre roja y oscura salió de su cabeza y Rick sonrió con sadismo. Acto seguido, fue a la habitación donde ahora estaba el portátil, se sentó en la silla (tuvo que intentarlo cuatro veces, porque lo atravesaba y requería una concentración extraordinaria) y se dedicó a completar su obra. Sus dedos fríos y gélidos no se detuvieron hasta que su obra estuvo completa y entonces la envió a una editorial con su nombre y apellidos. Sabía que esa sería SU OBRA. La última que publicaría en vida y la primera y única como fantasma.

Porque él no era un simple fantasma. Era el Ghost Writer.

Terminada de enviar, sintió calidez, y al mirar hacia arriba, vio una luz. Así que esa era la luz de la que solían hablar.

Fue hacia la luz.

viernes, 12 de julio de 2024

RETAZOS #1

Nota aclaratoria: RETAZOS es un compendio de escenas de mi novela Ángel Guardián 2. La 1ra parte está siendo subida al blog. RETAZOS puede servir como adelanto de la segunda parte o simplemente, una forma de expresar mis ideas. No le busquéis mucho la lógica y os animo a disfrutar de su lectura en su lugar.


 Mery (O Bloody Mary, como anteriormente fue conocida) no podía creerlo: había sido derrotada por un mocoso que apenas si sabía entender su poder y sus dos amigos. Notó una opresión en su corazón y supo que moriría pronto. La muerte no la asustaba. Sabía que simplemente regresaría al Infierno, pero siendo ella el anticristo, eso no era problema. Nadie la molestaría allí. Simplemente, eso fastidiaba sus planes. Pero regresaría. Eso se decía mientras el dolor en el pecho se intensificaba, siendo todavía un dolor soportable. Pero también notaba cierto pesar. ¿Porqué? No eran sus metas fallidas, eso estaba claro. Era... algo más.

— Sé que tienes corazón — le dijo Jesús, mirándola fijamente. Esos malditos ojos castaños. El continuó hablando —: ¿Qué sientes? ¿Mereció la pena?

Fue entonces cuando Mery vio la oportunidad de abrirse. No lo hizo conscientemente. Más bien, en sus últimos momentos en La Tierra, lo vio una forma de hacer escapar aquella opresión que crecía en su corazón, y dijo:

— Siento, todo cuánto he sacrificado en pos de mis objetivos. Y... por extraño que resulte, también siento soledad. Todos a los que he amado, o respetado. Mi familia, amigas, mis compañeros. Todo y todos se han ido. Y todo cuánto queda es solamente dolor. ¿Lo ves?

Le dijo a Jesús, mirándolo fijamente a los ojos. Él, mejor que nadie, debería entenderlo. Él también había perdido a gente que amaba. Como a su ángel guardián.

— Amar solo significa dolor.

— El dolor forma parte de amar a alguien, Mery — le respondió Jesús, sintiendo que su voz le pesaba.

Mery se giró y miró el brillante atardecer sobre los campos que otrora fueron los Elíseos. Sonrió. Por alguna razón, esas palabras parecieron calmar la opresión de su corazón. Miró de soslayo a Jesús, y respondió, mientras notaba como aquellas eran las últimas palabras que salían de sus labios:

— ¿De verdad? En ese caso, se debe necesitar una fuerza increíble.

Acto seguido, Mery desapareció de la faz de la tierra, como si jamás hubiera existido.


lunes, 1 de julio de 2024

CRÓNICAS ELEMENTALES 3: EL ARMA DIVINA

 

PRÓLOGO: EL BOSQUE MÁGICO


Laura entró en casa con una enorme sonrisa en el rostro y exclamando:
— ¡Hola!

Estaba muy feliz después de pasar el día en la escuela con sus amigas. El autobús acababa de dejarla en su hogar momentos antes.

Su casa era sencilla: un rellano, un salón a la izquierda, un comedor a la derecha; la cocina al fondo y unas escaleras que subían al piso superior enfrente a la derecha. Los padres de Laura estaban sentados al fondo, en la cocina. La voz de la madre llenó la casa llamando a su hija. Esta acudió contenta, aunque la sonrisa se le borró de la cara inmediatamente cuando vio a sus padres muy serios; sentados el uno frente al otro.

¿Qué sucede? — Preguntó la niña con temor.

Su madre se inclinó hacia ella con delicadeza. Era una mujer guapa, de unos treinta y cinco años, cabello castaño recogido en moño.

Cielo, he obtenido un nuevo trabajo y debemos mudarnos a otra ciudad.

Lo dijo de golpe, directamente, ya que no se le ocurría otra manera de decir aquella triste noticia para la niña, que significaba dejar toda su vida. Sus amigas, su colegio... todo.

La niña entró en shock mientras asimilaba la información. Cuando se dio cuenta de lo que implicaba, reaccionó:

¡No! ¡No podéis hacerme esto!

No dijo que los odiara, ni ninguna palabrota. Laura no era así. Simplemente subió corriendo a su habitación mientras sus padres la observaban impotentes, sin saber qué decir. Laura se encerró en su habitación a llorar durante las próximas tres horas. Más tarde recibió la visita de su padre, un hombre calvo de ojos marrones que había perdido el cabello con el paso del tiempo. Tenía la edad de la madre de Laura. Se sentó en la cama con ella y acarició su cabello.

Escucha cariño, no nos vamos tan lejos. Estaremos a dos horas de aquí, podemos venir de vez en cuando. Y ahora con Internet no perderás el contacto con tus amigas, cielo.

Laura abrazó a su padre sin decir nada. Pero su padre captó el mensaje. Le dio un tierno beso en la mejilla y se marchó.

Laura se secó las lágrimas y se incorporó para mirar su cara. Su carita angelical estaba roja del llanto. Sus ojos marrones amenazaban con soltar más lágrimas, aunque la fuerza del llanto era ya débil gracias a las palabras reconfortantes de su padre. Su cabello negro estaba totalmente despeinado, aunque no se preocupó por eso en absoluto en aquel momento.

Aquella noche en la cena, Laura preguntó con voz apagada:

¿Cuando nos marcharemos?

El mes que viene, el primer domingo de la semana — respondió su madre con la voz más delicada que le fue posible.

Estaba claro que ninguno de ellos estaba cómodo en aquella sala. Evitaban mirarse a los ojos y solo miraban el plato que estaban comiendo como si no hubiera nada más importante en el mundo.


A la mañana siguiente, Laura comunicó a sus amigas que se marchaba, pero prometió visitarlas de vez en cuando. Salieron todos los días ese mes e hicieron una gran fiesta de despedida el día anterior a su marcha. Finalmente llegó el momento de partir. Metieron los equipajes en el coche y partieron. Con lágrimas en los ojos, Laura vio desaparecer poco a poco el que fue su hogar por más de diez años.

Tardaron tres horas en vez de dos, en llegar a su nuevo hogar debido al tráfico. La tristeza de Laura fue sustituida por admiración. La casa se prestaba enorme. El exterior tenía las paredes blancas adornadas con ventanas que, gracias al sol, ofrecían alegría a las estancias. Laura, como siempre que algo le llamaba la atención, se bajó de inmediato del vehículo aún cuando estaba su madre terminando de aparcar y se dirigió de inmediato hacia el interior del hogar ignorando el reproche de sus padres. Intentó abrir la puerta, aunque no pudo.

Paciencia amor, que ya entramos ¿tienes que ir al baño?

Preguntó su madre al ver el ansia de su hija. Para nada sospechaba que aquella urgencia era simplemente satisfacer su curiosidad ante un lugar que había despertado su interés.

Al menos eso la distraería un rato de su tristeza.

Nada más entrar, había una agradable cocina alegremente iluminada. Laura merodeó cada rincón de la enorme casa. Tenía dos plantas, un sótano, una azotea y muchas habitaciones. Además se encontraba situada en una carretera muy tranquila de aquel pueblo. Pero lo que encandiló a la pequeña fue el jardín trasero.

Tenía malas hierbas, pero también un columpio oxidado. Si bien el resto de la casa estaba limpio, el jardín lo habían descuidado completamente. Pero no eran las malas hierbas ni el columpio lo que llamó la atención de Laura, sino lo que había más allá:

Un bosque.

Se acercó embelesada. El bosque parecía ser hermoso y dulce, pero conforme se acercaba, le pareció cada vez más siniestro. Tragando saliva, Laura se detuvo.

¿Debería entrar o no? Las dudas la atosigaron. Podría ser peligroso, pero también encontrar cosas emocionantes. No sabía cuan largo sería el bosque. Quizá debería convencer a sus padres para que la acompañaran. Pero ¿y si decían que mejor no? Aquello fue suficiente para ella. Se miró el bolsillo, donde tenía su móvil. Un móvil normal para llamar y nada más, no esos teléfonos que ella tanto deseaba y que habían prometido regalarle para su próximo cumpleaños, dentro de tres meses.

Así que decidió investigar. Si le pasaba algo, llamaría. No era tan malo. Quizá uno de los mayores defectos y tal vez también, una virtud, era su gran e irrefrenable curiosidad. Si su curiosidad hacía acto de presencia, era casi imposible hacerla desaparecer.

Poco a poco fue adentrándose en el interior del bosque hasta que pudo sentir la hierba pisada bajo sus pies. Notaba el olor a limón y naranja de algunos árboles que contenían dichos frutos en alguna parte que Laura no podía identificar. Siguió caminando y adentrándose cada vez más en el siniestro bosque.

No sabría decir cuánto rato estuvo caminando , porque ni ella misma lo sabía. Pero debía haber sido bastante tiempo, porque al mirar al cielo, estaba negro. Y no porque los árboles taparan el cielo precisamente. Eso la obligó a detenerse, confundida.

Qué raro... no puedo haber estado todo un día caminando, me habría dado cuenta.

Entonces notó que algo se movía a su alrededor. Al mirar, notó como un viento medianamente fuerte hacía acto de presencia, agitando con fuerza las ramas de los árboles. Laura empezó a asustarse y decidió volver a casa. Ya volvería con alguno de sus padres otro día.

Pero cuando fue a dar marcha atrás algo llamó la atención hacia su derecha. Uno de los árboles había cobrado vida.

Tenía la boca parecida a las de las calabazas: retorcida y siniestra, con muchos picos. Sus ojos eran ovalados y no tenía nariz. Agitaba sus ramas amenazadoramente, golpeando el suelo; provocando pequeños temblores. Asustada, Laura dio dos pasos hacia atrás. Notaba como todo su cuerpo temblaba. Sus piernas se habían vuelto de gelatina y sus manos hacían lo que querían. Pero aquella no fue la peor parte. Al mirar alrededor, vio que los demás árboles también habían cobrado vida y la miraban balanceando sus ramas. Laura tragó saliva muerta de miedo. Entonces, movida por un resorte, se dio la vuelta justo a tiempo de ver como una rama de árbol la golpeaba en la cara provocándole un fino corte en la mejilla izquierda. Notó como caía a la tierra, que era blanda y estaba sucia y luego todo se apagó.


¿Puedes oírnos? Despierta bonita.

Laura se resistía a despertar. Estaba tan a gusto... Le vinieron de repente imágenes de lo sucedido en el bosque y abrió de par en par los ojos, muerta de miedo. Sudaba por la frente y respiraba agitada.

Lo primero que vio cuando abrió los ojos fue el rostro de una bella mujer de cabello verde y ojos negros. Llevaba puesto un vestido hecho de hojas verdes e iba descalza. En la espalda llevaba lo que parecían ser alas. Pero no era lo único que veía. Estaba dentro de lo que parecía ser un árbol. En el centro había un tocón con una vela que iluminaba la estancia.

La situación empezó a volverse extraña para Laura cuando vio a un caballo con un cuerno en el centro. Era tan blanco que relucía y sus ojos eran tan negros que intimidaban. Sus crines eran plateadas. Era el animal más hermoso que ella hubiera visto jamás. Elegante, bello y temible. Pero la situación se volvió definitivamente extraña cuando vio a una mujer diminuta, del tamaño de su mano, agitando unas alitas para mantenerse en el aire. Llevaba un vestido de hojas azules y tenía el cabello castaño recogido en un moño.

Eso la dejó boquiabierta.

Vale... estoy soñando.

Cerró los ojos dispuesta a despertar, pero la mujer la agitó y Laura se vio obligada a abrir los ojos nuevamente.

Despierta bonita. No estás soñando.

Laura se incorporó. Necesitó un largo minuto para asimilar que lo que estaba viendo era real. Un unicornio y un hada pequeña.

¡Qué guay!

Exclamó la niña contenta. Los unicornios siempre fueron sus animales favoritos, igual que las hadas. Con diez años le enseñaron que esos seres eran tan solo ficción. Pero ¡eran reales! Necesitó más de todo su ser para salir de su asombro y perplejidad y convencerse así misma de que aquello era real.

¿Qué ha pasado? — Quiso saber Laura.

Fuiste atacada por árboles malditos. Tuviste suerte de que Luna (el unicornio) te viera y te rescatara. Esos árboles fueron maldecidos por culpa de una bruja que llegó aquí hace mucho. Se llama Madeleine. Ella llegó y conquistó todo este bosque y a las hadas que aquí habitamos — Su tono al decir aquella última frase era triste.

Después de asimilar aquella información, Laura dijo:

Yo... lo lamento mucho. Pero tengo que volver a casa ¿podríais ayudarme por favor?

La mujer suspiró. Se sentó en el suelo de madera.

Nos gustaría que no te fueras bonita. Te necesitamos.

¿Y eso? — Preguntó extrañada.

Verás, hay una leyenda que reza: "aquel que sea capaz de ver el bosque mágico, será capaz de salvar al reino cuando esté en peligro".

Y ¿Creéis que soy yo? — preguntó anonadada señalándose a sí misma.

"Sabemos" que eres tú — Puntualizó la mujer.

Pero... solo tengo doce años...

El miedo volvió a apoderarse de ella. No quería pelear contra nadie.

No tengas miedo. Si viste el bosque es que es el momento adecuado. Te entrenaré y te ayudaremos. No estarás sola en la batalla.

Aquello terminó convenciendo a la niña y aceptó.

Está bien.

¡Genial!

Respondió la mujer contenta. La hadita y Luna también sonrieron.

Qué descortés por mi parte... No me he presentado. Me llamo Lyan y soy la reina hada. La hadita de mi lado es Luxy.


Iniciaron así un viaje. Según Lyan, se dirigían hacia una antigua torre de hechicería abandonada. Al parecer, antiguamente hubo muchos hechiceros en ese bosque. Una guerra interna provocó que muchísimos magos fueran eliminados. Y cuando llegó Madeleine, el resto de hechiceros fueron masacrados. La razón por la que la gente en el mundo de Laura sabía de unicornios y demás seres, fue porque algunos pudieron adentrarse en aquel bosque. Y la razón por la que Lyan podía hablar el idioma de Laura era porque los pocos humanos que entraron en aquel lugar les enseñaron su idioma particular. También le explicó que no se preocupara por sus padres. Un minuto en la Tierra era un mes allí, lo que informó a Laura de que ya no se encontraba dentro de su propia dimensión. Aunque no entendía por qué ella había podido ser capaz de ver el bosque. Suponía que era cosa de azar, pero más complejo que eso.

Lo que Lyan quería comprobar era sí tal vez por las venas de Laura corría la magia. Si resultaba ser así tendrían muchas más posibilidades de vencer.

La torre estaba rodeada de malas hierbas, como el patio de su jardín. La torre, no obstante, se mantenía intacta. Seguramente por magia, pensó Laura.

Entraron en la torre. La entrada ya de por sí era bastante deprimente, al contrario de lo que pensó la niña. Todo estaba recubierto de telarañas, polvo y suciedad. Jarrones rotos, paredes agrietadas levemente. Enfrente se encontraban unos escalones en forma de la letra "T". Laura siguió a Lyan, que iba a la cabeza mientras que Luxy y Luna iban atrás. Lyan la condujo hasta lo alto de la torre, lo que provocó que estuviera reventada al llegar. En aquella planta habían tres habitaciones: un dormitorio a la derecha, un baño a la izquierda y la sala de entrenamiento enfrente.

Aquí permanecerás durante el entrenamiento — la informó Lyan —. Comerás, vestirás y bañarás aquí unos días hasta que veamos si tienes potencial. Si así es, practicarás hasta tener un manejo total de tus habilidades y luego, te llevaré al reino de las hadas.

Su voz era firme pero sus últimas palabras emocionaron a Laura. ¡País de las hadas! Conocería como vivían, qué comían y más.

Los días se le pasaron volando. Se levantaba por la mañana, desayunaba fruta, pan o queso, luego iba y leía sobre cómo hacer hechizos y practicaba los movimientos que según los antiguos brujos, había que hacer. Un día logró hacer salir chispas de sus dedos. Era un comienzo. Y significaba que efectivamente, corría magia por sus venas, probablemente de algún antepasado suyo. Pasaron dos meses antes de que pudiera aprender toda la teoría de la magia y unos cuantos hechizos (había tantos que tardaría años en saberlos todos). Entonces, tras pasar un examen, se marcharon de la torre.

Tardaron tan solo un momento en llegar al Reino de las hadas, pues se teleportaron. Para alguien no capacitado con magia aquella experiencia podía marearla o provocar que alguna parte de su cuerpo acabara donde no debía. Por eso no se teleportaron para la torre.

Nuevamente, el lugar no era lo que ella esperaba. Esperaba suelos de cristal, enormes ciudades y todo enorme. Pero solo veía cabañas en el interior de árboles y tierra fangosa. Aunque al fondo del todo sí que vio un enorme castillo de cristal.

Esto es cuanto queda — dijo apenada Lyan.

Lyan y ella se habían hecho muy amigas durante el entrenamiento a pesar de que esta era dura con ella.

La batalla contra Madeleine dejó el antaño hermoso reino en esto. Pero cuando acabemos con la bruja recuperaremos lo nuestro — hablaba con ímpetu —. Venga, vamos al palacio. Es ahí nuestro destino.

Conforme caminaba, Laura podía observar a las demás hadas del lugar. Algunas con poco pelo, otras con el pelo muy largo y otras llevaban moño y coletas. Miraban a Laura extrañadas, aunque ninguna dijo nada. Llevaban los clásicos vestidos de hojas ya que las hadas no comían carne ni mataban animales para satisfacer su necesidad. Eran completamente vegetarianas. Su dieta podía llevar desde ramitas caídas hasta hojas y fruta. Tras unos veinte minutos llegaron al palacio. El enorme castillo de al menos treinta metros de altura estaba fuertemente vigilado por dos hadas de vestidas de rojo. Una llevaba cabello rojo recogido en moño y la otra cabello largo azul. Portaban lanzas. Se acercaron a Lyan en cuanto la vieron.

Majestad, ¿quién es la humana? — preguntó la de cabello rojo.

Se llama Laura y es quien nos salvará.

Oír aquellas palabras no animó en absoluto a Laura. Las inseguridades se la comían viva. A pesar de la emoción de poder hacer magia y de sentirse poderosa, no se veía capaz de derrotar a una bruja que derrotó a hechiceros mucho más poderosos que ella. Pero Lyan estaba desesperada y aceptaría creer cualquier cosa para salvar a su pueblo. Laura sopesó sino sería mejor huir...

La reanudación de la marcha cortaron esos pensamientos.

La entrada sí era espectacular en esta ocasión. Todo blanco y reluciente. La entrada era similar a la de la torre de hechicería, pero esta al menos era limpia e impresionante. Enfrente había una escalera de cristal en forma de caracol. La subieron pasando varias plantas hasta que llegaron a los aposentos de Lyan. La habitación era enorme. Las paredes eran blancas aunque el suelo estaba hecho de cristal reforzado con magia para evitar que se partiera. Allí se encontraban varias hadas y en el fondo, un trono donde estaba posado un bastón negro con una bola de cristal.

El bastón de Lisa.

Laura parpadeó, confusa. Le había parecido oír algo en su cabeza. Un suave murmullo.

Laura ya había escuchado hablar sobre aquel bastón. Perteneció a un poderoso hechicero que una vez intentó hacerse con el control del bosque. Se decía que estaba maldito y que contenía un gran poder. La idea era eliminar la maldición con ayuda de la magia de Laura, para luego usarlo contra Madeleine. Laura se situó frente al bastón.

Adelante — la animó Lyan, quien apoyó una mano en el hombro de Laura —. Haz lo que has aprendido.

Obedeciendo, Laura hizo uso de su magia. Lanzó de sus dedos ráfagas luminosas que atacaron al bastón parar liberarlo del mal. Pero algo increíble sucedió. El bastón empezó a vibrar, lanzando a Laura por los aires. Cuando se incorporó se percató de que todos en el lugar habían sido golpeados y que frente al bastón se hallaba una oscura figura. Se trataba de una sombra humanoide con garras en lugar de dedos y orejas puntiagudas.

El ser habló.

Soy el espíritu del hechicero ¿Quien osa poner sus asquerosas manos sobre mi tesoro?

Así que el bastón no estaba maldito. Estaba custodiado por el espíritu vengativo de aquel hechicero comprendió Laura. Se puso en pie. Aunque tenía miedo, sabía que tenía que derrotar a aquel tipo o todos morirían.

Yo — afirmó Laura.

El ser no se lo pensó dos veces y se abalanzó sobre la pequeña, quien inmediatamente creó un escudo de protección contra lo que chocó su atacante. Lyan aprovechó entonces y atacó con rayos al ser, pero este, a pesar de recibir el impacto, solo se retorció unos momentos. Luego se sacudió y devolvió el doble de rayos a Lyan. Esta gritó y cayó inconsciente al suelo.

¡No! — exclamó furiosa Laura.

Lanzó entonces varias llamaradas que el ser esquivó. El hechicero regresó al trono y entonces, con una mano, agarró el bastón. Un torbellino de profunda oscuridad lo engulló.

¿Qué... está pasando?

Laura se estaba asustando de verdad. Cuando el torbellino desapareció el ser regresó a la carga con más fuerza. Tenía el bastón en su mano y aprovechó para lanzar enormes rayos negros a su oponente. Esta los esquivó como pudo. Si quería vencerlo, necesitaba atacar sus puntos débiles. El principal era el bastón. Si se lo arrebataba, lo vencería. Otro punto a favor es que había notado que era vengativo. Tenía que usar eso en su contra, arrebatarle el bastón y vencerle. Transcurrieron cinco minutos esquivando y atacando hasta que se le ocurrió la forma.

Usó un hechizo de rayo para atacar el trono. Si ese hechicero gobernó tantos siglos en aquel trono hasta el punto de impedir que nadie se sentara en él, no le haría gracia que lo destruyera.

¡Qué haces mocosa!

Gritó alarmado el hechicero y lanzó otro hechizo para detener el de Laura. Esta aprovechó y lanzó otro rayo hacia el bastón. El ser gritó cuando fue el bastón fue golpeado, soltando dicho objeto. Rápida como el pensamiento, Laura usó un hechizo aire para atraer el arma hacia sí y lo asió. Entonces sintió poder. Poder mágico. Un poder que no debería estar en manos equívocas. El brujo había logrado impedir la destrucción del trono, pero no pudo hacer nada cuando Laura lo apuntó, gritó y una desgarradora luz penetró en la estancia, desintegrando para siempre al espíritu.


Las hadas agradecieron enormemente a Laura por haber salvado el lugar. Le regalaron el bastón.

Te lo has ganado — afirmó Lyan a pesar de las quejas de la niña —. Es hora de patear el trasero de esa bruja malnacida.

¿Decías querida?

Preguntó una voz. Lyan y Laura se dieron la vuelta. Se encontraban en ese momento junto a Luxy y Luna en el jardín de la torre de hechicería y allí acababa de aparecer una mujer regordeta, vestida de negro. Su piel era verde, su nariz larga con una verruga en la punta. Llevaba un sombrero picudo. Sus ojos eran grises y tenía garras en lugar de dedos.

Madeleine — dijo asustada Lyan

El rostro de Lyan era blanco como la leche. Estaba claro que no se la esperaba.

Me han llegado rumores de que planeabas usar a esta pequeña contra mí. Mira que ricura — dijo mirando a Laura —. ¿De verdad crees que una mocosa de once años puede vencerme? Estás realmente desesperada, Lyan. Estoy deseando matarte y exterminar a las hadas. Así ¡toda magia será para mí!

Y rió con maldad.

¡Lyan no morirá! ¡Y tengo doce años! — Exclamó Laura enfadada.

Después de ser capaz de derrotar al hechicero, se veía capaz de todo.

¡Moriréis las dos!

Exclamó y lanzó rayos azules de sus garras. Aquello tomó por sorpresa a Laura, quien se bloqueó. Pensó en crear un escudo pero ya no daba tiempo. Decidió intentarlo de todos modos.

Pero antes de que pudiera decir nada, un cuerpo se interpuso entre ella y la muerte. Escuchó un grito agónico y las risas de Madeleine. Cuando Laura miró, acababa de pasar exactamente lo que más temía. En el suelo, agonizando, se encontraba Lyan.

¡Lyan!

Laura se agachó, dejando el bastón en el suelo y le agarró una mano con fuerza. Lyan estaba hecha polvo. El vestido estaba medio roto y estaba llena de sangre por todas partes. Laura sabía sanación, pero no contra esas heridas. No podría sanarla por completo a tiempo. Trató de intentarlo usando la mano libre, pero Lyan la detuvo con suavidad con la mano que no sujetaba Laura.

No pasa nada pequeña, he vivido mucho. Moriré tranquila sabiendo que vas a vencer a esa bruja.

Luxy y Luna se acercaron a ella, tristes. Luna lamió su cara y Luxy suplicó entre lágrimas:

Por favor, no os vayáis.

No os preocupéis. Siempre... es...taré en vuestr... interior.

Aquellas palabras fueron su último suspiro. Con una sonrisa en el rostro, Lyan abandonó la vida.

La risa de la bruja se escuchó por todo el lugar.

¡Oh como me he divertido con esto! Me habéis dado un buen entretenimiento.

Y rió nuevamente. Furiosa, Laura chilló:

¡MONSTRUO!

Y seguido de esto lanzó, con ayuda del bastón que recogió del suelo, una ráfaga de luz que Madeleine no vio venir. Su rostro fue de pura sorpresa y horror cuando el hechizo la alcanzó. Antes de desintegrarse, Laura pudo escuchar con satisfacción los gritos de dolor de la bruja.

Todo había terminado.

Había hecho falta entrenar a una niña, liberar un bastón y un sacrificio para poder asesinar finalmente a la malvada bruja que tanto daño causó. Enterraron dignamente a Lyan bajo el castillo, como se hacía desde hacía generaciones. Celebraron una danza en su honor y cubrieron su cuerpo con flores. Laura se despidió de sus amigas las hadas, que elegirían nueva reina y regresó finalmente a su hogar tras tres meses desaparecida. O tres minutos terrestres. Para regresar, Laura usó el hechizo de teleportación, volviendo al jardín. Allí apareció su madre.

Ah, aquí estás. Llevo un buen rato buscándote.

Dijo su madre sonriente. Laura, emocionada tras tanto tiempo sin verla, la abrazó.

¿Y esto? — preguntó divertida su madre. — ¡Vaya si estás llena de tierra! ¿Cómo te has manchado tanto en un momento? Vas a tener que cambiarte.

Laura miró hacia el bosque, el cual seguía allí, inamovible.

¿Qué ves? — Preguntó Laura a su madre.

Su madre, siguiendo la mirada de su hija, respondió:

Un bonito terreno para construir casas. Anda, vamos dentro.

Laura dirigió una última mirada al bosque. Antes de entrar definitivamente en la casa, le pareció que Luxy y Luna la miraban y guiñaban un ojo.