PRÓLOGO: EL BOSQUE MÁGICO
Laura
entró en casa con una enorme sonrisa en el rostro y exclamando:
—
¡Hola!
Estaba
muy feliz después de pasar el día en la escuela con sus amigas. El
autobús acababa de dejarla en su hogar momentos antes.
Su
casa era sencilla: un rellano, un salón a la izquierda, un comedor a
la derecha; la cocina al fondo y unas escaleras que subían al piso
superior enfrente a la derecha. Los padres de Laura estaban sentados
al fondo, en la cocina. La voz de la madre llenó la casa llamando a
su hija. Esta acudió contenta, aunque la sonrisa se le borró de la
cara inmediatamente cuando vio a sus padres muy serios; sentados el
uno frente al otro.
—
¿Qué sucede? — Preguntó la niña
con temor.
Su
madre se inclinó hacia ella con delicadeza. Era una mujer guapa, de
unos treinta y cinco años, cabello castaño recogido en moño.
—
Cielo, he obtenido un nuevo trabajo
y debemos mudarnos a otra ciudad.
Lo
dijo de golpe, directamente, ya que no se le ocurría otra manera de
decir aquella triste noticia para la niña, que significaba dejar
toda su vida. Sus amigas, su colegio... todo.
La
niña entró en shock mientras asimilaba la información. Cuando se
dio cuenta de lo que implicaba, reaccionó:
—
¡No! ¡No podéis hacerme esto!
No
dijo que los odiara, ni ninguna palabrota. Laura no era así.
Simplemente subió corriendo a su habitación mientras sus padres la
observaban impotentes, sin saber qué decir. Laura se encerró en su
habitación a llorar durante las próximas tres horas. Más tarde
recibió la visita de su padre, un hombre calvo de ojos marrones que
había perdido el cabello con el paso del tiempo. Tenía la edad de
la madre de Laura. Se sentó en la cama con ella y acarició su
cabello.
—
Escucha cariño, no nos vamos tan
lejos. Estaremos a dos horas de aquí, podemos venir de vez en
cuando. Y ahora con Internet no perderás el contacto con tus amigas,
cielo.
Laura
abrazó a su padre sin decir nada. Pero su padre captó el mensaje.
Le dio un tierno beso en la mejilla y se marchó.
Laura
se secó las lágrimas y se incorporó para mirar su cara. Su carita
angelical estaba roja del llanto. Sus ojos marrones amenazaban con
soltar más lágrimas, aunque la fuerza del llanto era ya débil
gracias a las palabras reconfortantes de su padre. Su cabello negro
estaba totalmente despeinado, aunque no se preocupó por eso en
absoluto en aquel momento.
Aquella
noche en la cena, Laura preguntó con voz apagada:
—
¿Cuando nos marcharemos?
—
El mes que viene, el primer domingo
de la semana — respondió su madre con la voz más delicada que le
fue posible.
Estaba
claro que ninguno de ellos estaba cómodo en aquella sala. Evitaban
mirarse a los ojos y solo miraban el plato que estaban comiendo como
si no hubiera nada más importante en el mundo.
A
la mañana siguiente, Laura comunicó a sus amigas que se marchaba,
pero prometió visitarlas de vez en cuando. Salieron todos los días
ese mes e hicieron una gran fiesta de despedida el día anterior a su
marcha. Finalmente llegó el momento de partir. Metieron los
equipajes en el coche y partieron. Con lágrimas en los ojos, Laura
vio desaparecer poco a poco el que fue su hogar por más de diez
años.
Tardaron
tres horas en vez de dos, en llegar a su nuevo hogar debido al
tráfico. La tristeza de Laura fue sustituida por admiración. La
casa se prestaba enorme. El exterior tenía las paredes blancas
adornadas con ventanas que, gracias al sol, ofrecían alegría a las
estancias. Laura, como siempre que algo le llamaba la atención, se
bajó de inmediato del vehículo aún cuando estaba su madre
terminando de aparcar y se dirigió de inmediato hacia el interior
del hogar ignorando el reproche de sus padres. Intentó abrir la
puerta, aunque no pudo.
—
Paciencia amor, que ya entramos
¿tienes que ir al baño?
Preguntó
su madre al ver el ansia de su hija. Para nada sospechaba que aquella
urgencia era simplemente satisfacer su curiosidad ante un lugar que
había despertado su interés.
Al
menos eso la distraería un rato de su tristeza.
Nada
más entrar, había una agradable cocina alegremente iluminada. Laura
merodeó cada rincón de la enorme casa. Tenía dos plantas, un
sótano, una azotea y muchas habitaciones. Además se encontraba
situada en una carretera muy tranquila de aquel pueblo. Pero lo que
encandiló a la pequeña fue el jardín trasero.
Tenía
malas hierbas, pero también un columpio oxidado. Si bien el resto de
la casa estaba limpio,
el jardín lo habían descuidado completamente. Pero no eran
las malas hierbas ni el columpio lo que llamó la atención de Laura,
sino lo que había más allá:
Un
bosque.
Se
acercó embelesada. El bosque parecía ser hermoso y dulce, pero
conforme se acercaba, le pareció cada vez más siniestro. Tragando
saliva, Laura se detuvo.
¿Debería
entrar o no? Las dudas la atosigaron. Podría ser peligroso, pero
también encontrar cosas emocionantes. No sabía cuan largo sería el
bosque. Quizá debería convencer a sus padres para que la
acompañaran. Pero ¿y si decían que mejor no? Aquello fue
suficiente para ella. Se miró el bolsillo, donde tenía su móvil.
Un móvil normal para llamar y nada más, no esos teléfonos que ella
tanto deseaba y que habían prometido regalarle para su próximo
cumpleaños, dentro de tres meses.
Así
que decidió investigar. Si le pasaba algo, llamaría. No era tan
malo. Quizá uno de los mayores defectos y tal vez también, una
virtud, era su gran e irrefrenable curiosidad. Si su curiosidad hacía
acto de presencia, era casi imposible hacerla desaparecer.
Poco
a poco fue adentrándose en el interior del bosque hasta que pudo
sentir la hierba pisada bajo sus pies. Notaba el olor a limón y
naranja de algunos árboles que contenían dichos frutos en alguna
parte que Laura no podía identificar. Siguió caminando y
adentrándose cada vez más en el siniestro bosque.
No
sabría decir cuánto rato estuvo caminando , porque ni ella misma lo
sabía. Pero debía haber sido bastante tiempo, porque al mirar al
cielo, estaba negro. Y no porque los árboles taparan el cielo
precisamente. Eso la obligó a detenerse, confundida.
Qué
raro... no puedo haber estado todo un día caminando, me habría dado
cuenta.
Entonces
notó que algo se movía a su alrededor. Al mirar, notó como un
viento medianamente fuerte hacía acto de presencia, agitando con
fuerza las ramas de los árboles. Laura empezó a asustarse y decidió
volver a casa. Ya volvería con alguno de sus padres otro día.
Pero
cuando fue a dar marcha atrás algo llamó la atención hacia su
derecha. Uno de los árboles había cobrado vida.
Tenía
la boca parecida a las de las calabazas: retorcida y siniestra, con
muchos picos. Sus ojos eran ovalados y no tenía nariz. Agitaba sus
ramas amenazadoramente, golpeando el suelo; provocando pequeños
temblores. Asustada, Laura dio dos pasos hacia atrás. Notaba como
todo su cuerpo temblaba. Sus piernas se habían vuelto de gelatina y
sus manos hacían lo que querían. Pero aquella no fue la peor parte.
Al mirar alrededor, vio que los demás árboles también habían
cobrado vida y la miraban balanceando sus ramas. Laura tragó saliva
muerta de miedo. Entonces, movida por un resorte, se dio la vuelta
justo a tiempo de ver como una rama de árbol la golpeaba en la cara
provocándole un fino corte en la mejilla izquierda. Notó como caía
a la tierra, que era blanda y estaba
sucia y luego todo se apagó.
—
¿Puedes oírnos? Despierta bonita.
Laura
se resistía a despertar. Estaba tan a gusto... Le vinieron de
repente imágenes de lo sucedido en el bosque y abrió de par en par
los ojos, muerta de miedo. Sudaba por la frente y respiraba agitada.
Lo
primero que vio cuando abrió los ojos fue el rostro de una bella
mujer de cabello verde y ojos negros. Llevaba puesto un vestido hecho
de hojas verdes e iba descalza. En la espalda llevaba lo que parecían
ser alas. Pero no era lo único que veía. Estaba dentro de lo que
parecía ser un árbol. En el centro había un tocón con una vela
que iluminaba la estancia.
La
situación empezó a volverse extraña para Laura cuando vio a un
caballo con un cuerno en el centro. Era tan blanco que relucía y sus
ojos eran tan negros que intimidaban. Sus crines eran plateadas. Era
el animal más hermoso que ella hubiera visto jamás. Elegante, bello
y temible. Pero la situación se volvió definitivamente extraña
cuando vio a una mujer diminuta, del tamaño de su mano, agitando
unas alitas para mantenerse en el aire. Llevaba un vestido de hojas
azules y tenía el cabello castaño recogido en un moño.
Eso
la dejó boquiabierta.
Vale...
estoy soñando.
Cerró
los ojos dispuesta a despertar, pero la mujer la agitó y Laura se
vio obligada a abrir los ojos nuevamente.
—
Despierta bonita. No estás soñando.
Laura
se incorporó. Necesitó un largo minuto para asimilar que lo que
estaba viendo era real. Un unicornio y un hada pequeña.
—
¡Qué guay!
Exclamó
la niña contenta. Los unicornios siempre fueron sus animales
favoritos, igual que las hadas. Con diez años le enseñaron que esos
seres eran tan solo ficción. Pero ¡eran reales! Necesitó más de
todo su ser para salir de su asombro y perplejidad y convencerse así
misma de que aquello era real.
—
¿Qué ha pasado? — Quiso saber
Laura.
—
Fuiste atacada por árboles
malditos. Tuviste suerte de que Luna (el unicornio) te viera y te
rescatara. Esos árboles fueron maldecidos por culpa de una bruja que
llegó aquí hace mucho. Se llama Madeleine. Ella llegó y conquistó
todo este bosque y a las hadas que aquí habitamos — Su tono al
decir aquella última frase era triste.
Después
de asimilar aquella información, Laura dijo:
—
Yo... lo lamento mucho. Pero tengo
que volver a casa ¿podríais ayudarme por favor?
La
mujer suspiró. Se sentó en el suelo de madera.
—
Nos gustaría que no te fueras
bonita. Te necesitamos.
—
¿Y eso? — Preguntó extrañada.
—
Verás, hay una leyenda que reza:
"aquel que sea capaz de ver el bosque mágico, será capaz de
salvar al reino cuando esté en peligro".
—
Y ¿Creéis que soy yo? — preguntó
anonadada señalándose a sí misma.
—
"Sabemos" que eres tú —
Puntualizó la mujer.
—
Pero... solo tengo doce años...
El
miedo volvió a apoderarse de ella. No quería pelear contra nadie.
—
No tengas miedo. Si viste el bosque
es que es el momento adecuado. Te entrenaré y te ayudaremos. No
estarás sola en la batalla.
Aquello
terminó convenciendo a la niña y aceptó.
—
Está bien.
—
¡Genial!
Respondió
la mujer contenta. La hadita y Luna también sonrieron.
—
Qué descortés por mi parte... No
me he presentado. Me llamo Lyan y soy la reina hada. La hadita de mi
lado es Luxy.
Iniciaron
así un viaje. Según Lyan, se dirigían hacia una antigua torre de
hechicería abandonada. Al parecer, antiguamente hubo muchos
hechiceros en ese bosque. Una guerra interna provocó que muchísimos
magos fueran eliminados. Y cuando llegó Madeleine, el resto de
hechiceros fueron masacrados. La razón por la que la gente en el
mundo de Laura sabía de unicornios y demás seres, fue porque
algunos pudieron adentrarse en aquel bosque. Y la razón por la que
Lyan podía hablar el idioma de Laura era porque los pocos humanos
que entraron en aquel lugar les enseñaron su idioma particular.
También le explicó que no se preocupara por sus padres. Un minuto
en la Tierra era un mes allí, lo que informó a Laura de que ya no
se encontraba dentro de su propia dimensión. Aunque no entendía por
qué ella había podido ser capaz de ver el bosque. Suponía que era
cosa de azar, pero más complejo que eso.
Lo
que Lyan quería comprobar era sí tal vez por las venas de Laura
corría la magia. Si resultaba ser así tendrían muchas más
posibilidades de vencer.
La
torre estaba rodeada de malas hierbas, como el patio de su jardín.
La torre, no obstante, se mantenía intacta. Seguramente por magia,
pensó Laura.
Entraron
en la torre. La entrada ya de por sí era bastante deprimente, al
contrario de lo que pensó la niña. Todo estaba recubierto de
telarañas, polvo y suciedad. Jarrones rotos, paredes agrietadas
levemente. Enfrente se encontraban unos escalones en forma de la
letra "T". Laura siguió a Lyan, que iba a la cabeza
mientras que Luxy y Luna iban atrás. Lyan la condujo hasta lo alto
de la torre, lo que provocó que estuviera reventada al llegar. En
aquella planta habían tres habitaciones: un dormitorio a la derecha,
un baño a la izquierda y la sala de entrenamiento enfrente.
—
Aquí permanecerás durante el
entrenamiento — la informó Lyan —. Comerás, vestirás y bañarás
aquí unos días hasta que veamos si tienes potencial. Si así es,
practicarás hasta tener un manejo total de tus habilidades y luego,
te llevaré al reino de las hadas.
Su
voz era firme pero sus últimas palabras emocionaron a Laura. ¡País
de las hadas! Conocería como vivían, qué comían y más.
Los
días se le pasaron volando. Se levantaba por la mañana, desayunaba
fruta, pan o queso, luego iba y leía sobre cómo hacer hechizos y
practicaba los movimientos que según los antiguos brujos, había que
hacer. Un día logró hacer salir chispas de sus dedos. Era un
comienzo. Y significaba que efectivamente, corría magia por sus
venas, probablemente de algún antepasado suyo. Pasaron dos meses
antes de que pudiera aprender toda la teoría de la magia y unos
cuantos hechizos (había tantos que tardaría años en saberlos
todos). Entonces, tras pasar un examen, se marcharon de la torre.
Tardaron
tan solo un momento en llegar al Reino de las hadas, pues se
teleportaron. Para alguien no capacitado con magia aquella
experiencia podía marearla o provocar que alguna parte de su cuerpo
acabara donde no debía. Por eso no se teleportaron para la torre.
Nuevamente,
el lugar no era lo que ella esperaba. Esperaba suelos de cristal,
enormes ciudades y todo enorme. Pero solo veía cabañas en el
interior de árboles y tierra fangosa. Aunque al fondo del todo sí
que vio un enorme castillo de cristal.
—
Esto es cuanto queda — dijo
apenada Lyan.
Lyan
y ella se habían hecho muy amigas durante el entrenamiento a pesar
de que esta era dura con ella.
—
La batalla contra Madeleine dejó el
antaño hermoso reino en esto. Pero cuando acabemos con la bruja
recuperaremos lo nuestro — hablaba con ímpetu —. Venga, vamos al
palacio. Es ahí nuestro destino.
Conforme
caminaba, Laura podía observar a las demás hadas del lugar. Algunas
con poco pelo, otras con el pelo muy largo y otras llevaban moño y
coletas. Miraban a Laura extrañadas, aunque ninguna dijo nada.
Llevaban los clásicos vestidos de hojas ya que las hadas no comían
carne ni mataban animales para satisfacer su necesidad. Eran
completamente vegetarianas. Su dieta podía llevar desde ramitas
caídas hasta hojas y fruta. Tras unos veinte minutos llegaron al
palacio. El enorme castillo de al menos treinta metros de altura
estaba fuertemente vigilado por dos hadas de vestidas de rojo. Una
llevaba cabello rojo recogido en moño y la otra cabello largo azul.
Portaban lanzas. Se acercaron a Lyan en cuanto la vieron.
—
Majestad, ¿quién es la humana? —
preguntó la de cabello rojo.
—
Se llama Laura y es quien nos
salvará.
Oír
aquellas palabras no animó en absoluto a Laura. Las inseguridades se
la comían viva. A pesar de la emoción de poder hacer magia y de
sentirse poderosa, no se veía capaz de derrotar a una bruja que
derrotó a hechiceros mucho más poderosos que ella. Pero Lyan estaba
desesperada y aceptaría creer cualquier cosa para salvar a su
pueblo. Laura sopesó sino sería mejor huir...
La
reanudación de la marcha cortaron esos pensamientos.
La
entrada sí era espectacular en esta ocasión. Todo blanco y
reluciente. La entrada era similar a la de la torre de hechicería,
pero esta al menos era limpia e impresionante. Enfrente había una
escalera de cristal en forma de caracol. La subieron pasando varias
plantas hasta que llegaron a los aposentos de Lyan. La habitación
era enorme. Las paredes eran blancas aunque el suelo estaba hecho de
cristal reforzado con magia para evitar que se partiera. Allí se
encontraban varias hadas y en el fondo, un trono donde estaba posado
un bastón negro con una bola de cristal.
El
bastón de Lisa.
Laura parpadeó, confusa. Le había
parecido oír algo en su cabeza. Un suave murmullo.
Laura
ya había escuchado hablar sobre aquel bastón. Perteneció a un
poderoso hechicero que una vez intentó hacerse con el control del
bosque. Se decía que estaba maldito y que contenía un gran poder.
La idea era eliminar la maldición con ayuda de la magia de Laura,
para luego usarlo contra Madeleine. Laura se situó frente al bastón.
—
Adelante — la animó Lyan, quien
apoyó una mano en el hombro de Laura —. Haz lo que has aprendido.
Obedeciendo,
Laura hizo uso de su magia. Lanzó de sus dedos ráfagas luminosas
que atacaron al bastón parar liberarlo del mal. Pero algo increíble
sucedió. El bastón empezó a vibrar, lanzando a Laura por los
aires. Cuando se incorporó se percató de que todos en el lugar
habían sido golpeados y que frente al bastón se hallaba una oscura
figura. Se trataba de una sombra humanoide con garras en lugar de
dedos y orejas puntiagudas.
El
ser habló.
—
Soy el espíritu del hechicero
¿Quien osa poner sus asquerosas manos sobre mi tesoro?
Así
que el bastón no estaba maldito. Estaba custodiado por el espíritu
vengativo de aquel hechicero comprendió
Laura. Se puso en pie. Aunque tenía miedo, sabía que tenía que
derrotar a aquel tipo o todos morirían.
—
Yo — afirmó Laura.
El
ser no se lo pensó dos veces y se abalanzó sobre la pequeña, quien
inmediatamente creó un escudo de protección contra lo que chocó su
atacante. Lyan aprovechó entonces y atacó con rayos al ser, pero
este, a pesar de recibir el impacto, solo se retorció unos momentos.
Luego se sacudió y devolvió el doble de rayos a Lyan. Esta gritó y
cayó inconsciente al suelo.
—
¡No! — exclamó furiosa Laura.
Lanzó
entonces varias llamaradas que el ser esquivó. El hechicero regresó
al trono y entonces, con una mano, agarró el bastón. Un torbellino
de profunda oscuridad lo engulló.
¿Qué...
está pasando?
Laura
se estaba asustando de verdad. Cuando el torbellino desapareció el
ser regresó a la carga con más fuerza. Tenía el bastón en su mano
y aprovechó para lanzar enormes rayos negros a su oponente. Esta los
esquivó como pudo. Si quería vencerlo, necesitaba atacar sus puntos
débiles. El principal era el bastón. Si se lo arrebataba, lo
vencería. Otro punto a favor es que había notado que era vengativo.
Tenía que usar eso en su contra, arrebatarle el bastón y vencerle.
Transcurrieron cinco minutos esquivando y atacando hasta que se le
ocurrió la forma.
Usó
un hechizo de rayo para atacar el trono. Si ese hechicero gobernó
tantos siglos en aquel trono hasta el punto de impedir que nadie se
sentara en él, no le haría gracia que lo destruyera.
—
¡Qué haces mocosa!
Gritó
alarmado el hechicero y lanzó otro hechizo para detener el de Laura.
Esta aprovechó y lanzó otro rayo hacia el bastón. El ser gritó
cuando fue el bastón fue golpeado, soltando dicho objeto. Rápida
como el pensamiento, Laura usó un hechizo aire para atraer el arma
hacia sí y lo asió. Entonces sintió poder. Poder mágico. Un poder
que no debería estar en manos equívocas. El brujo había logrado
impedir la destrucción del trono, pero no pudo hacer nada cuando
Laura lo apuntó, gritó y una desgarradora luz penetró en la
estancia, desintegrando para siempre al espíritu.
Las
hadas agradecieron enormemente a Laura por haber salvado el lugar. Le
regalaron el bastón.
—
Te lo has ganado — afirmó Lyan a
pesar de las quejas de la niña —. Es hora de patear el trasero de
esa bruja malnacida.
—
¿Decías querida?
Preguntó
una voz. Lyan y Laura se dieron la vuelta. Se encontraban en ese
momento junto a Luxy y Luna en el jardín de la torre de hechicería
y allí acababa de aparecer una mujer regordeta, vestida de negro. Su
piel era verde, su nariz larga con una verruga en la punta. Llevaba
un sombrero picudo. Sus ojos eran grises y tenía garras en lugar de
dedos.
—
Madeleine — dijo asustada Lyan
El
rostro de Lyan era blanco como la leche. Estaba claro que no se la
esperaba.
—
Me han llegado rumores de que
planeabas usar a esta pequeña contra mí. Mira que ricura — dijo
mirando a Laura —. ¿De verdad crees que una mocosa de once años
puede vencerme? Estás realmente desesperada, Lyan. Estoy deseando
matarte y exterminar a las hadas. Así ¡toda magia será para mí!
Y
rió con maldad.
—
¡Lyan no morirá! ¡Y tengo doce
años! — Exclamó Laura enfadada.
Después
de ser capaz de derrotar al hechicero, se veía capaz de todo.
—
¡Moriréis las dos!
Exclamó
y lanzó rayos azules de sus garras. Aquello tomó por sorpresa a
Laura, quien se bloqueó. Pensó en crear un escudo pero ya no daba
tiempo. Decidió intentarlo de todos modos.
Pero
antes de que pudiera decir nada, un cuerpo se interpuso entre ella y
la muerte. Escuchó un grito agónico y las risas de Madeleine.
Cuando Laura miró, acababa de pasar exactamente lo que más temía.
En el suelo, agonizando, se encontraba Lyan.
—
¡Lyan!
Laura
se agachó, dejando el bastón en el suelo y le agarró una mano con
fuerza. Lyan estaba hecha polvo. El vestido estaba medio roto y
estaba llena de sangre por todas partes. Laura sabía sanación, pero
no contra esas heridas. No podría sanarla por completo a tiempo.
Trató de intentarlo usando la mano libre, pero Lyan la detuvo con
suavidad con la mano que no sujetaba Laura.
—
No pasa nada pequeña, he vivido
mucho. Moriré tranquila sabiendo que vas a vencer a esa bruja.
Luxy
y Luna se acercaron a ella, tristes. Luna lamió su cara y Luxy
suplicó entre lágrimas:
—
Por favor, no os vayáis.
—
No os preocupéis. Siempre...
es...taré en vuestr... interior.
Aquellas
palabras fueron su último suspiro. Con una sonrisa en el rostro,
Lyan abandonó la vida.
La
risa de la bruja se escuchó por todo el lugar.
—
¡Oh como me he divertido con esto!
Me habéis dado un buen entretenimiento.
Y
rió nuevamente. Furiosa, Laura chilló:
—
¡MONSTRUO!
Y
seguido de esto lanzó, con ayuda del bastón que recogió del suelo,
una ráfaga de luz que Madeleine no vio venir. Su rostro fue de pura
sorpresa y horror cuando el hechizo la alcanzó. Antes de
desintegrarse, Laura pudo escuchar con satisfacción los gritos de
dolor de la bruja.
Todo
había terminado.
Había
hecho falta entrenar a una niña, liberar un bastón y un sacrificio
para poder asesinar finalmente a la malvada bruja que tanto daño
causó. Enterraron dignamente a Lyan bajo el castillo, como se hacía
desde hacía generaciones. Celebraron una danza en su honor y
cubrieron su cuerpo con flores. Laura se despidió de sus amigas las
hadas, que elegirían nueva reina y regresó finalmente a su hogar
tras tres meses desaparecida. O tres minutos terrestres. Para
regresar, Laura usó el hechizo de teleportación, volviendo al
jardín. Allí apareció su madre.
—
Ah, aquí estás. Llevo un buen rato
buscándote.
Dijo
su madre sonriente. Laura, emocionada tras tanto tiempo sin verla, la
abrazó.
—
¿Y esto? — preguntó divertida su
madre. — ¡Vaya si estás llena de tierra! ¿Cómo te has manchado
tanto en un momento? Vas a tener que cambiarte.
Laura
miró hacia el bosque, el cual seguía allí, inamovible.
—
¿Qué ves? — Preguntó Laura a su
madre.
Su
madre, siguiendo la mirada de su hija, respondió:
—
Un bonito terreno para construir
casas. Anda, vamos dentro.
Laura
dirigió una última mirada al bosque. Antes de entrar
definitivamente en la casa, le pareció que Luxy y Luna la miraban y
guiñaban un ojo.