martes, 24 de diciembre de 2019

PESADILLA EN NAVIDAD


Veinticuatro de diciembre. Aquella noche, yo morí. Asesinado por Santa Claus.

Yo era un duende como los demás. Tez blanca, orejas puntiagudas como los elfos (aunque más largas que las de estos), nariz roja y una paleta sobresaliendo por mi boca. Siempre estaba alegre, tenía mis amigos, trabajaba bien... en fin, la vida normal de cualquier duende ayudante de Santa. Pero aquella noche, algo terrible sucedió. Para empezar, me extrañé mucho cuando Santa vino a verme a los establos (estaba preparando los renos para la Gran Noche).

— Jakie ¿podemos hablar?

— Claro señor.

Dije mientras volteaba hacia él. Me acerqué un poco a donde estaba. Era alto, mediría al menos 1'70 por ahí, si bien los duendes como yo no medíamos más de ochenta centímetros. El más alto quizá llegara a un metro. Yo medía ochenta centímetros precisamente. A lo que iba:

— Jakie, necesito un acompañante. Hay más regalos de lo habitual. No confío en más nadie que en ti para esa labor ¿lo harás?

La voz de santa era amable, pero no admitía réplica. Su rostro se hacía pequeño entre tanta barba blanca. Era medio calvo. En aquel momento no llevaba sombrero e iba ataviado con su traje clásico. Obviamente acepté su proposición y varias horas más tarde nos embarcamos en un viaje. Nos colamos en casas, tiramos regalos, comimos galletas... todo parecía marchar de maravilla.

Hasta que estuvimos de regreso.

Cuando aquello sucedió, ya no quedaban regalos en la bolsa.

— Jakie, mírame a ver si me falta algún regalo.

Lo hice, pero ya sabía que no quedaba ninguno. Al asomarme, Santa me empujó hacia el interior del saco.

— ¿Santa qué haces? ¡Sácame de aquí! ¡No tiene gracia!

— Que estereotipados tus comentarios — dijo burlón Santa —. Lo lamento Jakie, pero tengo planes y me estorbarías demasiado. ¡Arre!

Los renos se dieron más prisa. Noté como Santa agarraba el saco. Traté de salir, pero no tuve tiempo suficiente antes de sentir que estaba en el aire y entonces me di cuenta que me había soltado al vacío. Caía sin control, gritaba aterrado, casi llorando, suplicando a Santa que me rescatara. Aunque en el fondo supe que jamás lo haría. No recuerdo cuando, todo se volvió negro. Recuperé un momento la conciencia, lo suficiente para ver a una figura encapuchada.

Los reabrí poco después. Lo primero que vi fue un montón de monstruos a mi alrededor... ¡Monstruos! Me asusté, lo confieso. Había un hombre lobo, una momia, un vampiro, una vampiresa y un Frankenstein. 

— ¿Quiénes sois? ¿Dónde estoy? — pregunté asustado.

Fue el hombre lobo quien me respondió, no sin tristeza en la voz:

— Bienvenido. Estamos en el Reino de los Muertos.

Pasaron unos pocos días hasta que me habitué a mi nuevo hogar. Mi eterno hogar.

Resulta que, al morir, nuestras almas se reencarnaban en monstruos en el Reino de los Muertos. En este lugar siempre era de noche o hacía nublado. Me parecía muy triste la verdad. Había alcalde, cementerios (donde vivían los que reencarnaron en fantasmas) casas, calles... era toda una ciudad de monstruos. Y yo... el duende ayudante de santa, se convirtió en un simple esqueleto. Sin carne, sin nada más que mis extremidades. Se podía comer e inclusive sentir el gusto por la comida, pero ya no sentíamos el hambre. Total, estábamos muertos. El gusto por comer era simple cortesía del regente del Inframundo, Muerte. A él vi cuando caí. Vi la muerte cernirse sobre mí y llevarme al otro mundo.
Me asignaron una pequeña casita de solo una habitación. Era acogedora. Tenía un sillón, una chimenea y una pequeña cocina. Ya no era necesario ir al baño. Traté de comer, pero como esqueleto, todo acababa cayendo. El alcalde era el hombre lobo, quien se hacía llamar Bat.

Estaba furioso. Santa Claus me había traicionado y matado. Al principio no estaba enfadado, pero conforme iba explorando el lugar y me sentaba en el sillón, pensaba que aquel maldito gordo había terminado con mi vida. Mi feliz vida. Era un duende, con el mejor trabajo del mundo... y él terminó con eso.

Me estorbarías me había dicho. ¿Estorbar? ¿Para qué? No lo sabía, pero necesitaba averiguarlo. Y en función de lo que Santa me contara, me vengaría de una forma u otra. No planeé mi venganza cuando me puse en marcha para hablar con Bat. La venganza es un plato que se sirve frío pero los planes nunca salían bien. Así que, llegado el momento según los imprevistos, me vengaría de una forma o de otra. Lo que sí tenía claro es que Santa iba a correr la misma suerte que yo.

Bat se volvió loco cuando le comenté mi proposición.

— ¡Estás loco! Jakie, piénsalo.

— Lo he pensado demasiado.

— No llevas ni un mes aquí...

— De sobra. ¿Me ayudas, o me busco yo mismo la "vida"?

Bat suspiró pesaroso.

— ¿Si puedes hacerlo tú, porque venir a pedirme ayuda?

— Contigo sería todo más fácil. Hablé con los vecinos. Y me enteré de que una vez fuiste a ver a Muerte a suplicarle volver a la vida para no abandonar a...

— Calla — su voz era triste. Bien. Un paso logrado.

— El caso es que sabes dónde está. Puedes guiarme y podré volver allá arriba y acabar con esa pelota roja.

— No funcionará. Muerte no revive a nadie.

— ¿Quien ha dicho nada de revivir?

Bat me miró con ojos atentos. Sonreí. Paso dos conseguido.

Tuvimos que pasar por duros lugares. Primero traspasamos el cementerio, donde hallamos fantasmas que nos marcaron el camino a seguir. Al parecer, los que murieron y conservaron sus cuerpos en forma de espíritus preferían "vivir" en sus tumbas. Yo también vi la mía. Me arrodillé apenado al verla. Bat trató de animarme, pero solo la venganza podía darme el descanso que merecía. O aquello pensaba. Tardamos todavía un día más en llegar a mi destino, pues la siguiente zona, un enorme bosque, era complicado de atravesar, por los recovecos y pasillos laberínticos que tenía. Pero por fin llegamos.

Mi destino: el hogar de Muerte. Esta vivía en el interior de una casa de árbol.

— Entra tú. Yo nada tengo que ver ya — dijo Bat.

Asentí. Le agradecí y entré solo. No sentía miedo. Solo podía pensar en mi venganza y en cómo convencer a la Muerte.

Muerte era un esqueleto como yo, vestido con túnica negra. Estaba rodeada de montañas de libros. Un portal brillaba. Suponía que por él accedía al mundo de los vivos. Muerte estaba escribiendo con una pluma en uno de sus innumerables libros cuando soltó la pluma y se dirigió a mí con voz impaciente:

— ¿Qué deseas?

— Volver al mundo de los vivos.

Muerte mostró lo que parecía una mueca burlona.

— Mira duendecillo, no puedes. Si lo hicieras, el caos que crearías sería enorme. Se rompería la barrera entre ambos mundos, los dos mundos colisionarían y sería el fin del universo.
— Pero ¿y si regresara antes de que todo eso pasase?

— No habría tiempo. En menos de diez minutos todo empezaría a ir al garete. Tampoco puedo revivirte ya que mi poder consiste en arrebatar las vidas de los demás.

Me quedé pensativo un momento. La cosa estaba peliaguda. Pensé en atravesar el portal, pero supuse que Muerte se interpondría antes de que pudiera hacerlo. Además, tal vez aquel portal no me llevara al mundo de los vivos sino a otro lado donde no quería acabar. Finalmente opté por otra idea:

— Santa me mató. No sé por qué.

— Ni yo ¿crees que me preocupo por vuestras tonterías duendecillo?

— ¿Tonterías? — Empecé a indignarme, pero de pronto decidí que no me importaba lo que él opinara —. Dijo que le estorbaba.

— Cuando Santa muera — dijo en un suspiro —, irá al Cementerio de los lamentos donde sufrirá eternamente. No te hace falta vengarte personalmente.

Pero aquello no me bastaba. Necesitaba venganza. Ya había caído en sus garras y estaba atrapado.

— ¿No hay manera de ir al mundo de los vivos, aunque sea por un rato?

Muerte, pensativa, respondió:

— No.

Entonces salí corriendo y atravesé el portal antes de que Muerte pudiera detenerme. Mi venganza iba a dar sus frutos. E iba a colapsar todo el universo, vivo o muerto. Solo esperaba que el portal me llevara a la Tierra.


Era navidad otra vez. El tiempo entre vivos y muertos era diferente. Santa lo tenía todo listo para sus planes. Rio con maldad. Con Jakie fuera de juego, podría efectuar su malvado plan. Cargó los regalos y se marchó ante la atemorizante mirada de sus camaradas. Al enterarse de la muerte de su compañero, Santa les había explicado que él se resbaló. Pero nadie le creyó. Al principio si se lo creyeron, pues estaban conmocionados y Santa nunca mentía... o eso habían creído ellos. Pero al inspeccionar el trineo, descubrieron que no había forma posible de caerse. Además, los renos deberían haberlo rescatado enseguida. Pero no lo hicieron. Algo no marchaba bien.

Preocupados, vieron partir a su líder.

Santa reía con maldad en su trineo, pero cuando iba a repartir el primer regalo, Jakie apareció. Todo él era huesos, así que, al principio, Santa se asustó y dijo:

— ¿Quién eres tú?

— Vaya Santa — la voz del esqueleto fingía decepción y contenía ira —, ¿no se acuerda de mí? Creo que la última vez que nos vimos yo estaba cayendo en picado.

Entonces Santa lo entendió. Sus ojos se encendieron de la sorpresa, pero inmediatamente lo dominó la rabia:

— ¿Cómo has vuelto aquí?

— Pronto lo sabrás. Vengo a llevarte.

— ¡Y una mierda!

Exclamó enfadado.

Santa se abalanzó contra Jakie. La pelea duró menos de lo esperado. Forcejearon. Al ser Jakie ahora un saco de huesos, no pesaba nada, pero tampoco se iba a dejar ganar como la otra vez. Así que en el momento en que aquel cuerpo grasiento y gordo lo agarró, Jakie tiró de él hacia atrás y ambos cayeron al vacío. Jakie escuchó el grito desgarrador de la muerte en Santa, aunque no le causó satisfacción alguna.


Me encontré de repente atravesando el portal dimensional que unas horas antes había atravesado y aterricé sobre una montaña de libros. Santa acabó sobre otra montaña. Al incorporarme, vi que Muerte se había acercado a Santa.

— Ha sido muy, muy malo Santa. Manipular los regalos para que estos intoxicasen a los niños y otros regalos explotaran y mataran a los adultos, inculpando a tus duendes... muy mal. Jakie era quien supervisaba esas cosas ¿cierto? con él fuera, ya nada te detendría... excepto Jakie claro.

Santa tragó saliva, pero no dijo una palabra. No suplicó ni nada.

— Bueno... ahora estás muerto — continuó Muerte — y todos se convierten en lo que realmente son ¿sabes por qué Jakie es un esqueleto? Porque no tiene maldad apenas en su interior. Dice lo que piensa, lo exterioriza casi todo. Por eso no tiene carne.

Aquello me asombró. Si me paraba a pensar, era cierto.

— Pero tú... tú mientes, matas, escondes. Eres como... sí — ver a Muerte sonreír de manera maquiavélica era lo más retorcido que había visto nunca —. Como una asquerosa cucaracha.

— No... cualquier cosa menos eso... por favor — Santa se arrastraba por el suelo pidiendo clemencia. Y, sin embargo, nada de aquello me produjo placer.

La venganza es un plato que se sirve frío... pero es un plato vacío, al fin y al cabo.

Muerte lo convirtió en un abrir de ojos en lo que era: una cucaracha. La cucaracha se alejó rápidamente del lugar hasta perderse de vista. Ahora estaría condenado a ser un asqueroso insecto por toda la eternidad.

Me acerqué a Muerte.

— Gracias Muerte.

Este asintió con la cabeza en silencio.

— Has traído a un criminal. Has hecho bien, pero también me has desobedecido y casi haces que el universo explote. Afortunadamente has regresado casi tan deprisa como te fuiste así que apenas ha sucedido nada más que unos terremotos (al matar a Santa, yo pude traerte de vuelta).  Dime Jakie ¿te gustaría convertirte en un Guardián?

— ¿En un qué?

— Los Guardianes es un grupo secreto con poderes que se dedica a traer criminales asesinos al Otro Mundo. Tendrías una apariencia más humana y podrías traer más gente como Santa.

Maravillado, contesté:

— Acepto.

Muerte sonrió.

jueves, 31 de octubre de 2019

ESPECIAL HALLOWEEN: VECINITO VAMPIRITO


Todo empezó un treinta de octubre del año 2014.

Hola, me llamo Malcom, tengo quince años y digamos que soy un poco antisocial (MUCHO). Vivo en un pueblo de EEUU junto a mis padres y mi hermana de diez años, llamada Alicia. A continuación paso a describiros un poco mi físico y el de mi hermana.
Yo tengo el cabello negro, algo despeinado, ya que casi nunca puedo peinarlo bien. Cierto es que soy torpe, pero creo que hasta mi cabello la tiene tomada conmigo. Llevo gafas por causas de astigmatismo y un poco de miopía. Sin las gafas, veo bastante regular, si bien tampoco soy del todo vulnerable.

Mi hermanita tiene el cabello negro como la noche, ojos castaños y un rostro impasible. Es muy lista y se le dan genial las letras y las matemáticas así como el arte. Es esa clase extraña de persona que puede elegir el destino que desee. A mí el arte se me da bien, las letras también pero soy un completo inútil con las mates, apenas sí paso de algunas ecuaciones y problemas realmente complejos (suerte si consigo resolver siquiera dos de ellos).

Pero basta de hablar de mí y mi hermanita. No voy a desprestigiar a mis padres, así que os hablaré de ellos, pero más rápidamente, pues lo que interesa es la historia. Mi padre es empleado en una fábrica de teléfonos y mi madre trabaja de camarera en un restaurante bastante caro.

Todo empezó aquel fatídico día de Octubre, aunque no se extendería más allá de dos días. Fue el día en que se mudó a nuestra calle un nuevo vecino. Y fue Alicia la que me alarmó.
Ella y yo lo vimos a través de la ventana. Como mis padres estaban el noventa por cierto del día fuera (comían fuera y todo) pues casi siempre estábamos ella y yo solos. Vimos su camión aparcar, a él (al vecino) sacar cajas junto a sus ayudantes; entrando y saliendo de la casa y del camión.

El vecino tenía el cabello negro, ojos rojos y la piel muy pálida.

Un vampiro.

Dijo mi hermanita. Solo tenía diez años, así que hice caso omiso de sus palabras. Cuan equivocado estaba...

Aquella noche mis padres avisaron de que no vendrían, así que mientras mi hermana dormía, yo me encerré en mi cuarto a jugar a la Xbox. No juego Online. Soy antisocial hasta para eso, así que en su lugar estuve dándole caña a la campaña de un Shooter. Para los que no lo sepan, un Shooter es un juego de disparos ya sea en primera o tercera persona.

Era la una de la mañana cuando empezaron los ruidos.

Al principio solo fue un ruido aislado y casi ni me enteré. Aún así, yo, curioso, me puse a investigar. El ruido provenía de la calle, la cual se encontraba completamente desierta. No había luces, ni coches pasando. Supongo que por eso lo escuché. Estaba todo en un silencio sepulcral. La casa del vecino estaba completamente a oscuras, tal como las demás. Pero los dos siguientes ruidos que escuché provenían de ahí. Era como si alguien se golpeara con un mueble y gimiera. Curioso, me aseguré de que mi hermanita dormía plácidamente y salí afuera, llaves en mano. Las guardé en el bolsillo del pijama.

Entré en la propiedad de mi vecino (si, ya sé que eso se considera allanamiento de morada, pero deseaba saber que ocurría) y me puse a investigar. Al investigar una ventana, vi a mi vecino y un bulto en el suelo. Como estaba oscuro, no sabía qué era ese bulto. Ya os lo imaginaréis supongo. Sí, era un cadáver.

No llegué a ver el cuerpo de quien era, pero sí supe quien era al día siguiente. Lo que en ese momento llegué a ver fueron los colmillos de mi vecino llenos de sangre, sus ojos inyectados en sangre y una mirada astuta y sanguinaria. Se volteó hacia mí, pues había sentido mi presencia. Yo, cagado de miedo, me aparté inmediatamente y volví a casa lo más veloz que pude, escondiéndome de las ventanas. Al entrar en casa, vi a mi hermana de pie en la entrada.

¡Jesús! — exclamé en un susurro.

Nunca daba buen rollo ver una niña pequeña en medio de un pasillo en mitad de la noche, sin luz alguna.

Ya te lo dije: es un vampiro — me dijo.

Llegó el día de Halloween. Durante la mañana, me dediqué a espiar a mi vecino, pero este no movió un pie a ninguna parte. Aunque todas las ventanas estaban destapadas, había una, seguramente su cuarto, que tenía las cortinas corridas.

Seguro que el tío está durmiendo ahora que es de día. Jesús, María y José.

Jamás había rezado. Pero en aquel momento lo necesitaba más que nunca. Aprovechando que mi enemigo estaba dormido, salí a comprar agua bendita, madera, ajo y lo que fuera. No sabía qué era real y qué era mito, pero había que probar. Ya de paso compré algo para comer.

De vuelta a casa, me informé sobre vampiros en Internet. Algunos decían que eran reales, otros que no... nada me quedaba claro. Pero me fié de lo clásico. Pillé un mechero de casa y mi desodorante. Lanzallamas casero. Tallé dos estacas. Cogí también una espada de madera. Para el agua bendita, cogí una pistola de agua y coloqué el contenido del frasco en ella. Pistola, estacas y espada de madera, además de un collar de ajos. Más preparado no podía estar.

A quien el vampiro había matado se trataba de mi vecino de enfrente, un pastelero. Decían que le había dado un infarto. Solo tenía cuarenta y tres años y hacía ejercicio siempre. Por no decir que era vegetariano. Ignoro si a pesar de todo eso a alguien le podía dar un infarto, pero desde luego, el hombre estaba más sano que yo.

No, yo sabía que había sido el vampiro.

Llegó al fin la noche. Antes de salir, bebí un poco de agua y comí algo.

Afuera, la fiesta de Halloween ya había empezado. Los niños chillaban, corrían de un lado para otro; otros solo caminaban. Múltiples timbres llamando, muchos "trato o truco" por allí y allá...

Alicia, disfrazada de brujita, me acompañaba portando la pistola de agua y una estaca, además de ajo escondido bajo el disfraz. Ambos nos enfrentaríamos al vampiro. Cuando la noche anterior me descubrió regresando aterrorizado, le pregunté cómo sabía del vampiro. Ella solo me respondió:

Los niños siempre ven cosas que los adultos no.

Así pues decidí llevarla conmigo. Era sumamente inteligente y ambos nos protegeríamos las espaldas. Además no podía dejarla sola, pues seguro escaparía y vendría conmigo. Intenté que se quedara, de verdad, pero la conocía demasiado bien para saber que no obedecería.

Antes de enfrentarnos a una posible muerte, llamamos a algunas casas. Media hora después fuimos a por el vampiro. Intenté entrar de día, pero algunos vecinos salían a la calle y podían acusarme de homicidio si encontraban el cadáver del vampiro (a menos que se redujera en polvo, pero de aquello no andaba seguro) y de allanamiento. Y por si fuera poco, la puerta andaba bien cerrada y las ventanas lo mismo. Ahora en Halloween, era el único momento. Cuando él mismo nos abría las puertas. El agua bendita no solo sería excelente para averiguar si de verdad era vampiro, sino que si no lo era, no pasaría nada, y si lo era, le haríamos un buen golpe. Llamamos a su puerta. Dimos el trato o truco y mi hermanita, de acuerdo al plan, entró a la casa cuando mi vecino saludó.

¡Alicia! — dije fingiendo enfado.

Entré yo también en su busca. Me miró traviesa, como si estuviera haciendo la mejor broma del mundo.

Venga, hay que seguir recogiendo caramelos...

Le estaba diciendo cuando de repente ella le echó agua al vampiro.

¡QUEMA!

Gritó con una voz antinatural cuando el chorro le golpeó el pecho. El vampiro cerró la puerta y yo, rápido como el pensamiento, lancé mi estaca hacia su corazón. No obstante el vampiro era muy rápido, más de lo que yo me pensaba y arrojó la estaca. Entonces me aventuré con el mechero y el desodorante. Lo tenía guardado en una bolsita colgada al cinto. No, no se me quedó atascado el mechero como pasa en muchas series y películas "casualmente". Acerté, aunque solo lo golpeé parcialmente. Mi hermana entonces lanzó más agua bendita directa al vampiro. Este la alcanzó y antes de que yo pudiera hacer nada, la mordió. Usé el lanzallamas para alejarlo y, ya conseguido, seguí atacando pero el vampiro me golpeó en las costillas. Era tan rápido que apenas sí podía prever sus movimientos. Pero cuando no era uno, era el otro quien atacaba y en ese momento fue mi hermana. El vampiro se alejó y entonces ella y yo combinamos nuestros poderes. Usamos agua bendita y fuego. El vampiro chilló de dolor, pero nuevamente nos esquivó.

Maldición

Por si no fuera ya suficientemente difícil acabar con un vampiro, encima era realmente esquivo y frustrante. Saltó, corrió y acabó golpeándonos a mi hermana y a mí. Yo sangraba por la nariz; mi hermana estaba inconsciente... o muerta. No quería pensar eso último. De todas maneras casi no tuve tiempo de pensar, el vampiro se abalanzó sobre mí. Lo esquivé en el último segundo pero aún así me agarró. La velocidad vampírica era extremadamente superior a la humana. Quizá si hubiese previsto su movimiento dos segundos antes no me hubiera agarrado, pero esa es otra diferencia del humano con el vampiro: tardamos más en ver venir las cosas.

El vampiro fue a morderme...

Lo vi hacerse cenizas.

Parpadeé. Vi a mi hermanita, estaca en mano. Rostro impasible. Pero supe que estaba muy asustada. La abracé. Aún tenía la marca del vampiro en el cuello, dos pequeños agujeros en la yugular, del que manaba mucha sangre.

Intenté curarla. De veras que lo hice. Pero no hay cura. En cuanto el hambre la atinó, no pudo resistirlo y devoró a su primer ser humano: un joven de treinta años (supuse). Y entonces su transformación se completó. Al parecer, según leí en libros que tenía el vampiro en casa, una transformación no se completa sino se bebe sangre humana. Hasta entonces, una vez mordida, pasan varios minutos antes de que la sangre del vampiro y su saliva hagan efecto en la sangre humana. Se mezclan y entonces ya no hay cura. La única cura sería que aquella sangre infectada no se mezclase. Vamos, abría que sacarla. Desde entonces, mi hermana Alicia desapareció en la oscuridad. A veces la veo asomarse a mi ventana, otras, esta tan cerca de mí... me huele, huele mi miedo, mi tensión. Sabe que estoy despierto, que no quiero moverme. Cuando encuentro el valor para hacerlo, ella ya se ha ido. Y siempre me da un beso en la frente antes de marcharse. Mis padres lloraron amargamente su perdida. Solo saben que desapareció la noche de ellos volver. Y que nunca volvió. Pero ella me escribe notas. Notas que no puedo enseñar porque no me creerían. En una de ellas me cuenta que se ha unido a un clan de vampiros al norte de la ciudad. Cazan de noche, matan, mutilan... y que le encanta.

Y eso significa que tengo trabajo.

Te quiero hermanita. Por favor, perdóname.

lunes, 7 de octubre de 2019

MIEDOS INFANTILES


— Tranquila Susanita, no te pasará nada.

Escuchaba la pequeña niña mientras esperaba sentada en una silla de la sala de espera del dentista. Ella y su pequeño osito de peluche marrón eran los únicos presentes en la estancia.

Susanita tenía dentista a esa hora y estaba aterrada. Estaba completamente segura de que aquel dentista quería dañarla. Su mamá la había dejado allí sola en compañía de su osito para que este la protegiera.

— ¿Porqué mami se ha ido? — Quiso saber la niña.

— Mucho trabajo tesoro. Pero tranquila, aquí estoy yo para protegerte.

Ella asintió. Su osito Lulú siempre la protegía, incluso de los monstruos que trataban de dañarla bajo la cama y de las pesadillas.

Susanita tenía tan solo diez años, pero era una niña muy valiente, aunque se asustaba tanto como cualquier niño y sentía una curiosidad aún mayor que su valor y pavor. Su cabello era rubio y ligeramente trenzado, con unos hermosos ojos azules. Vestía una camiseta azul con vaqueros. La puerta del dentista se abrió y un señor de unos cuarenta años, cabello negro corto, vestido entero de blanco (con una mascarilla y gorro incluidos), dijo:

— Adelante Susanita, ya puedes pasar.

La pequeña, atemorizada, entró en la sala con Lulú en brazos. Se sentó en la camilla con su osito y el dentista dijo:

— Lo siento cielo, pero el osito debe quedarse en la silla — señaló una, varios metros alejada de ella —. Para poder hacer la operación es necesario.

— No, quiero a mi osito. Lulú — la niña se resistió.

No obstante, el dentista logró convencerla (aunque no demasiado) al decirle que podría salir lastimado sin querer. Aunque Susanita lo vio como una amenaza, aceptó. En cuanto el dentista regresó con Susanita, los brazos de Susanita y sus pies fueron abrazados por grilletes metálicos. La niña se resistió.

— ¿Qué es esto? ¡Suélteme!

La niña chilló al ver como el dentista reía malévolamente y agarraba una motosierra (Susanita no tenía idea de donde la había sacado) y la arrancaba. El sonido de aquel aparato aterró a la pequeña, que se retorció inútilmente. Empezó a llorar de miedo mientras el malvado dentista se dirigía a la niña y decía:

— Abre esa boquita cielo...

De repente, el dentista quedó inmóvil, soltó la motosierra y cayó desplomado al suelo. Encima de él, a la altura de su corazón se hallaba Lulú con un cuchillo en la mano. El osito usó la sierra para liberar a Susanita, apagó la herramienta y la tiró a un lado.

— ¡Lulú! — gritó la niña de emoción abrazando a su osito.

Susanita despertó. Abrió los ojos con fuerza y empezó a respirar con dificultad a la vez que sudaba . Su osito estaba a su lado. Todo había sido una pesadilla. Miró en la oscuridad de su cuarto. Todo estaba tan negro... notó entonces algo. Al mirar a su izquierda pudo ver una sanguinolenta mano con dedos como garras.

Susanita chilló. Vio como lentamente el monstruo iba surgiendo de debajo de su cama. Una criatura horrenda, sin pelo, toda piel quemada y ensangrentada. La criatura gemía conforme se arrastraba lentamente por la cama, dejando regueros de sangre y rasgando las sábanas. Susanita acabó en el suelo, golpeándose la cabeza. Se arrastró llorando por el suelo mientras el ser se acercaba a ella. Y cuando por fin la alcanzó, cuando ella lo tuvo encima, pudo verlo. Vio su horrenda boca rugir, vio su lengua bípeda que la enrolló por el cuello y comenzó a asfixiarla; vio sus colmillos casi morderla el cráneo. Y vio como se evaporaba como niebla de repente. Ya no sentía el peso de aquel ser, ni su aliento a podredumbre. En su lugar, Lulú se encontraba ante ella, con el cuchillo con el que la había salvado del dentista.

Solo que no fue un sueño.

Susanita recordó. Tras el abrazo se había desmayado y acababa de despertar.

Su osito la había vuelto a salvar. Contenta, lo abrazó.

1 mes más tarde.

Los padres de Susanita veían a su pequeña charlando con Lulú. Escuchaban como agradecía haberla salvado de todos aquellos monstruos. La madre de Susanita lloraba. Se parecía a su hija, con el cabello castaño recogido en un moño, algo rechoncha de cuerpo. El padre era más delgado, calvo. Y al lado de ambos se encontraba un médico, todo vestido de blanco, con el cabello canoso.

— ¿Doctor, qué podemos hacer? — Preguntó la madre entre lágrimas.

— Solo el tiempo dirá — contestó el médico con pesar —. Su hija... se ha dejado llevar demasiado por la imaginación. Asesinando ella sola al dentista con una herramienta y a su hermana mayor (la cual, tristemente acababa de sobrevivir a un incendio) con un cuchillo que tenía escondido. Sufre de una severa esquizofrenia y no estoy seguro de si se llegará a recuperar algún día. Arrebatarle al oso puede ser... contraproducente. Lo tomaría como una amenaza.

— Entonces... habrá que esperar.

El médico asintió.

— No debí dejarla sola — se culpó la madre entre llantos —. El dentista era amigo de la familia y no...

— Nadie podría haber predicho eso amor — la consoló su marido abrazándola.

Y así, los tres se quedaron observando a la pequeña Susanita. La niña, advirtiendo su presencia les dedicó una mirada. Y esa mirada estaba llena de resentimiento, odio y una promesa.

Una promesa de muerte.

viernes, 13 de septiembre de 2019

VIERNES 13


Era medianoche en Londres. La luna llena era muy clara en un cielo sin estrellas. El autobús dejó a Emma cerca de Picadilly. Era el último de la noche. Emma era una joven de dieciséis años. Cabello castaño, ojos verdes. Vestía vaqueros y camisa azul marino acompañados de unos zapatos negros. Sus pasos eran silenciosos. Nadie había allí esa noche, a pesar de ser viernes. Viernes 13. A Emma no le gustaban las calles solitarias y oscuras. Le fascinaban en las pelis de terror, no ahí.
Entonces escuchó pasos. Detrás de ella caminaba un hombre con máscara de hockey, vaqueros, deportes y camisa roja. Sus vaqueros tenían salpicaduras rojas. Emma no sabía de qué. ¿Sería carpintero tal vez? ¿Albañil? No lo sabía, pero ese hombre le inquietaba sobremanera. Se encontró caminando más veloz. Luego más y más.
Y de repente lo escuchó gritar. Al darse la vuelta, vio que llevaba encima una motosierra enorme y su sonido era horripilante. Emma gritó y corrió como nunca antes en su vida. Escuchaba el sonido de la motosierra al tiempo que corría. Las pisadas de Emma eran ahogadas por la motosierra.
Siguió corriendo, llegando de alguna manera al Big ben. Por las calles seguía sin encontrarse a nadie. Siguió corriendo mientras escuchaba a aquel siniestro hombre y su horripilante motosierra. La sola idea de morir por aquel instrumento la aterraba sobremanera. Aceleró más. Nunca pensó que pudiera correr tanto. Nunca había hecho una maratón ni nada parecido. Era bien cierto entonces que cuando tu vida peligraba, corrías lo que hacía falta.

Debo llegar a casa o encontrar a algún policía se dijo.

Aunque no se encontró ningún policía para su desgracia. Si vio en cambio un callejón oscuro. Sabía que no era buena idea, pero si seguía recto, aquel tipo acabaría por alcanzarla tarde o temprano. Ya notaba su corazón desbocado latiendo a mil por hora y estaba convencida de que aquel horrible hombre podía escucharlo latir. Se metió por el callejón.

El asesino que perseguía a la muchacha se detuvo ante el callejón. La había visto entrar ahí y él también entró. La escena lo sorprendió. Ante él se encontraba un hombre cuyo rostro no pudo ver debido a las sombras. Iba ataviado con gabardina y un cuchillo ensangrentado sostenido con fuerza en la mano izquierda. Y a los pies de aquel individuo, la muchacha a la que perseguía estaba muerta. Le habían cortado la garganta y su cuerpo yacía inmóvil, con el iris de sus dos ojos apagados. El de la gabardina y el de la motosierra se quedaron mirando breves instantes. Para cuando se quiso dar cuenta, el asesino del cuchillo se había esfumado.


martes, 10 de septiembre de 2019

EL SABUESO INFERNAL


Todo comenzó con una joven de catorce años llamada Laura, la cual tenía el cabello largo castaño y los ojos del mismo color. Desde hacía unas semanas, ella ansiaba tener un perro para jugar con él, cuidarlo y todo eso. No obstante, cuando hizo la petición a sus padres, estos se negaron en rotundo:

— No tenemos dinero hija — quiso hacerle entender su madre con la voz más amable que pudo —. 

Quizá más adelante podamos cariño, no te apures.

Laura se quejó, pero no dio más la lata. Al menos en unos días. Cuando ya insistió varias veces, sus padres hartos, le dijeron:

— ¡Basta! ¡Hemos dicho que no puede ser y punto! ¿A qué te quedas sin perro?

Enfadada, la niña se fue a su habitación. Estuvo enfurruñada toda la tarde mientras buscaba por Internet como podía conseguir perros sin que sus padres lo supieran. Le salía de todo: desde respuestas de Yahoo diciendo a quien hubiera escrito la pregunta (ya que no era ella quien preguntaba, sino que leía por Internet) que era tonta y una egoísta, a foros por la red diciendo que podía adoptar uno de la calle y guardarlo en alguna parcela o colarlo en casa por la cara.

Pero finalmente encontró un foro que se llamaba " Web del diablo". Cuando pinchó en él, una oscura página surgió, con llamas como única decoración y letras rojas. Inmediatamente se abrió un chat que dijo:

Tengo entendido que buscas un perro.

La niña se quedó petrificada. "¿Cómo sabe quien quiera que esté en la pantalla que busco perro?" 

Laura casi entró en pánico, cuando el chat volvió a llenarse de palabras. Con temor, la niña leyó:

No temas. Puedo darte lo que deseas. Tan solo has de pedirlo.

Sin poder contenerse, Laura escribió en el chat:

¿Cómo sabes lo que quiero si no te lo he dicho?

¿Quieres tu perro o no?

Si hubiera sido más adulta, o si hubiera hecho caso a su instinto, hubiera cerrado la página web enseguida, pero sus ganas por tener un perro la superaron y dijo:


Bien. Lee entonces lo que voy a escribir ahora y pronuncialo en voz alta de la forma que voy a explicarte.

La niña lo hizo, pero al leer, hizo una mueca de disgusto.

Este solo quiere tomarme el pelo. Intentó cerrar la página, pero descubrió con horror que el ratón no obedecía. Por más que pinchaba en la equis situada en la esquina superior derecha, no sucedía nada. El tipo misterioso volvió a hablar:

¿Te vas? ¿No deseas ese perro?

Asustada, la niña desenchufó el cable del ordenador. Pero la pantalla seguía estando ahí y el tipo hablando. Y ya no era amable.

¿De veras crees que puedes esquivarme a mí? Esto te pasa por ser tan egoísta. Haz el favor de hacer lo que te he pedido o habrá consecuencias.

Atemorizada, procedió a obedecer.

Siguiendo sus indicaciones, se colocó en el centro de su habitación, extendió ambos brazos, separó las piernas y dijo con voz alta y clara mientras daba giros cada vez más deprisa:

— ¡Oh Lucifer, señor de los Infiernos, dame un perro! ¡Yo te lo suplico!

El texto no tenía mayor complicación que esa. Cuando cesó de dar vueltas (el desconocido le dijo que lo hiciera por diez segundos, que eso bastaría) se sintió mareada y se sentó en el suelo con las rodillas flexionadas a recuperar la compostura. Hubo entonces un terremoto. Los libros cayeron, la mesa y la cama temblaron, los lápices rodaron por el suelo...

Laura se incorporó y notó entonces como el pavimento empezaba a crujir. Siguiendo ya sí, su instinto de supervivencia, saltó hacia la derecha justo cuando el suelo terminaba de romperse completamente, dejando un gran agujero. Movida por la curiosidad, se acercó al agujero a gatas. Se quedo muda de asombro.

Bajo el agujero, podía vislumbrarse lenguas de fuego, tierra calcinada y podía escucharse lamentos. Unos gruñidos atrajo la atención de Laura hacia su derecha. Allí, cerca del borde del agujero, se hallaba el perro más horrendo que Laura jamás hubiera visto: se le veían los huesos en la parte izquierda del lomo, su nariz, medio rota, goteaba sangre; sus ojos eran dos cuencas vacías sanguinolentas. De las comisuras de la boca le chorreaba sangre fresca. Y gruñía amenazadoramente. La chiquilla gritó de terror y antes de que pudiera hacer nada, la bestia se abalanzó sobre ella.

Los padres de Laura corrieron velozmente hacia su habitación en cuanto oyeron el estruendo del agujero. Trataron de abrirla mientras gritaban el nombre de su hija con preocupación. El pomo estaba atascado y fueron necesarios ambos para echar la puerta abajo. Ambos eran padres treintañeros, podían hacerlo sin problemas. Para cuando entraron, el agujero había desaparecido y no había rastro del can ni de la niña... aunque sí un charco de sangre fresca y huesos. La madre gritó de dolor, pues enseguida entendió que había sucedido:

— Mi niña... mi dulce niña...

Sollozaba mientras se dejaba caer de rodillas. Estupefacto, el padre vio la pantalla del ordenador encendida y se acercó a él. La madre, como pudo lo siguió. Ambos leyeron y se quedaron a cuadros. El padre empezó a llorar silenciosamente mientras la mujer lo abrazaba y lloraba, muerta de pena.
Su hija había muerto. Y su última conversación fue una discusión. Aunque se presentó el caso a la policía, esta no daba crédito y finalmente el caso quedó archivado sin resolver. Años después, cuando su mujer ya se había suicidado por sobredosis de pastillas, el padre de Laura aún recordaba las aterradoras palabras de la pantalla:

Querías un perro ¿no? Pues aquí lo tienes. Bienvenida al Infierno.

¿FIN?

domingo, 7 de julio de 2019

URBAN FANTASY: DAMA DE BLANCO



Esto sucedió en una localidad de los Estados Unidos. Esta historia comienza con un hombre conduciendo un coche.

Era de noche, a eso de la una de la madrugada.

El hombre tenía treinta y cuatro años. Pelo negro enmarañado, sin barba. Estaba recién afeitado. Sus ojos grises miraban atentos al camino. Llevaba dos días sin beber alcohol, eso era todo un éxito en él. Supongo que perder a una esposa por cáncer tenía eso. Al menos en su caso. Había sucedido apenas cinco días. Todavía notaba las lágrimas amenazando con salir, pero necesitaba tener los ojos despejados, o tendría un serio accidente. Al menos, no tenía hijos. Tampoco padres, aunque sí amigos. La carretera estaba oscura, pero gracias a las largas podía ver sin problemas. A la izquierda se extendía un barranco, por el que podía visualizarse un pueblo. A la derecha, un oscuro bosque.

Frenó en seco.

— Joder.

Tuvo que decirlo. No era para menos. Frente a él se hallaba una hermosa mujer, de cabello rubio, ojos negros y vestida de blanco. Un blanco impecable, sin manchas, como si estuviera recién lavado. El hombre, llamado Jon, esperó a que la mujer llegara a su ventana. Entonces la bajó y preguntó:

— ¿Te has perdido?

Ella asintió. Jon suspiró, sin estar seguro de qué hacer, pero finalmente dijo:

— Sube anda. Te llevaré a casa.

Ella, sin rechistar, se subió al asiento del copiloto. Para eso primero tuvo que dar toda la vuelta al coche. El momento le pareció eterno a Jon, hasta que finalmente ella se subió. No se abrochó el cinturón, pero Jon tampoco echó cuenta de esto. Se puso en marcha.

— ¿De dónde eres? ¿Cómo te perdiste?

— Solo quiero volver a casa — respondió ella.

Su expresión era seria, aunque Jon no era capaz de adivinar que se escondía tras sus ojos negros.

— ¿Eres del pueblo?

Ella no dijo nada. Entonces, Jon se inclinó hacia la guantera y la abrió, al tiempo que sacaba un libro y decía:

— Perdona pero necesito coger una cosa.

Entonces, sin previo aviso, paró violentamente el vehículo y golpeó a la chica con fuerza en la cabeza con el libro. Se soltó del cinturón, pero ella fue más rápida y lo agarró del cuello, aprisionándolo. Ella se sentó encima de Jon mientras a su vez, iba apretándole la garganta sin compasión. Jon notaba el aire escapar de su cuerpo.

— ¡SOLO QUIERO VOLVER CON MIS PEQUEÑOS! ¿TAN MALO ES ESO?

La voz de la chica era una desgarradora súplica. Jon vio como la mujer lloraba de pena.

— Tus... hijos... están muert... os chica.

Dijo como pudo.

— ¡MENTIRA! Pagarás las mentiras... pagarás lo que le hiciste a tu esposa... ¿cómo te atreves a no concebir hijos? Son lo más hermoso que hay...

Jon logró empujarla hacia atrás. Tosió para recuperar el aire pero la mujer se abalanzó nuevamente.

Esta vez, Jon se apartó a un lado al tiempo que exclamaba:

— ¡Esas no son razones para matar! ¿Qué no te das cuenta? ¡Eres un espíritu!

— Sé lo que soy — la voz de la chica cambió ligeramente. Tenía un tono ahora más sobrenatural —. Seré una Dama de Blanco desde hoy siempre. Castigaré a los tipos como tú.

— Eso no es justicia.

Sin más dilación, la Dama se abalanzó sobre Jon, pero este colocó entonces un crucifijo sobre ella. La Dama chilló de dolor y se esfumó. Jon respiró entrecortadamente. Cuando se recuperó, se puso nuevamente al volante y guardó el libro y el crucifijo, que le había prestado un amigo cura. Ambos, el Cura y él, eran conscientes de que aquella no era la única Dama de Blanco. Había muchas más. Los Cazadores de Damas como él, tenían la obligación de detenerlas. Algunas eran inofensivas, otras malvadas, otras confusas, pero todas tenían que descansar.

Próximo destino: Brasil.

jueves, 27 de junio de 2019

MALVADO ZOMBIE


Hoy voy a contaros una historia. La historia de cómo morí y regresé a la vida. Era una noche oscura cuando esto sucedió. Era sábado; medianoche. Iba caminando solo mirando el teléfono. Tenía por aquel entonces diecisiete años. Cabello rojo y tez blancuzca. Mis ojos eran verdes. Era alto, de metro ochenta y dos y delgado como una hoja. De repente resbalé. No había visto un socavón que había delante de mis narices. Tropecé, con tan mala suerte que mi cráneo golpeó la superficie de una roca. Y mi conciencia se apagó.

Cuando desperté, seguía siendo de noche. No obstante, me notaba torpe. Al mirar mis brazos, vi que estaban podridos. Como si los gusanos se hubieran comido su carne. Mi piel era verdosa y podía ver literalmente el hueso bajo mis tendones. Dos de mis dedos derechos (concretamente índice y pulgar) eran simples huesos.

¿Qué... qué está pasándome? Al principio pensé que simplemente era una pesadilla. Pero enseguida lo descarté. Era demasiado real para serlo. Me incorporé como pude. Me notaba extremadamente torpe. Mi cuerpo reaccionaba de forma errática. Lo achaqué a la caída. Mi ropa (vaqueros y sudadera) estaba raída. No entendía porqué. El socavón era pequeño, tan solo dí un traspié y quedé sin conocimiento un rato. No encontré mi móvil a pesar de que lo busqué. Tenía intención de llamar a urgencias.

Tendré que ir yo mismo Fue lo que pensé. Al salir del socavón, un nuevo pensamiento me inundó. Pensé en los médicos y pacientes que habría en el hospital. Me relamí. Por un segundo saboreé ganas de comer carne humana...

¿Qué dices? Idiota. La verdad era que tenía mucha hambre. Y eso que había cenado hacía poco... aunque claro, sin hora, era difícil saber cuanto rato llevaba inconsciente. Donde yo estaba ahora, no había nadie. Era una calle vacía, con una carretera al lado y nada más. Las viviendas estaban un poco más lejos. Caminé hacia adelante rodeando con cuidado el socavón. Mis movimientos eran erráticos. Parecía un zombi.
Mientras caminaba, me crucé con un hombre. Tenía aspecto fornido, se notaba que iba al gimnasio. Cabello negro, bien afeitado y vestido de traje. Sería abogado o vendedor de casas a lo mejor.

En cuanto lo vi, el hambre se apoderó nuevamente de mí y me abalancé sobre él sin pensarlo. Apenas era consciente de lo que hacía al tiempo que escuchaba las súplicas de aquel hombre y devoraba sus entrañas. Tenían un sabor exquisito. Me relamí, dominado por el hambre mientras regresaban a mí los pensamientos de ir al hospital. Sin duda ahí habría más gente... Y allí me dirigí. Cuando llegué, solo recordé el caos que hice. Gritos, sangre... mi conciencia iba haciéndose más difusa a cada paso que daba o mejor dicho, a cada trozo de carne que tragaba. Recuerdo ver a los S.W.A.T. Disparándome. Sus balas me perforaban las entrañas, pero ninguna me hería ni mataba. Y a cada herida, un sentimiento de ira se iba añadiendo. Eran demasiados, por lo que me obligué a huir. Pero había mucho odio en mi interior. ¿Cómo se atrevían a herirme? Para dar salida a esa furia, me permití cantar. Aún recordaba hacerlo.

Iba caminando por una calle oscura.
Me resbalé, me caí, me partí la cabeza, me desperté y me convertí
¡EN UN MALVADO ZOMBIE!
¡UN MALVADO ZOMBIE!

Descubrí, mi gusto por la carne humana, la sangre y las visceras.
Me alegra oir el terror de las victimas, ver como sufren.
Porque soy
¡UN MALVADO ZOMBIE! ¡MALVADO ZOMBIE! ¡SOY UN MALVADO ZOMBIE!
Yeah.


Después de cantar, decidí ocultarme. Acecho en las sombras. Si vas por un callejón oscuro, ten cuidado. Yo podría estar al acecho...

sábado, 15 de junio de 2019

EL SER


Rick terminó tarde de trabajar ese día. Para cuando consultó su reloj, eran casi las doce de la noche. El hambre no lo avisó. Su trabajo lo absorbió por completo. No porque le gustara, sino porque era lo que tenía para sobrevivir. Rick era autónomo con treinta y cuatro años y su negocio de vender libros era lo que traía el pan a casa, si bien soñaba con una vida mejor.
Se miró al espejo. Tenía el cabello castaño despeinado y bajo sus ojos negros podía verse las ojeras de dormir menos de seis horas al día. Estaba en octubre, casi en Halloween y últimamente a mucha gente le había dado por ir a comprar libros de terror.

Rick odiaba Halloween. Una fecha donde pasarlo mal no era precisamente su día ideal, aunque al resto de la gente le agradara aquello (cosa que no comprendía).

Aunque la tienda cara al público tenía tan solo cincuenta metros cuadrados, el almacén era mucho más grande, de doscientos metros cuadrados incluyendo cuarto de baño y una sala pequeña con sofá, por si tenía que quedarse hasta tarde. Eso planeaba hacer Rick. Fue hasta la sala, donde sacó de un armario una tortilla prefabricada de ese mismo día. La calentó en el microondas y comenzó a comer. Se dio cuenta de que necesitaba agua y cogió una botella pequeña de agua, también del armario. Y cuando estaba a medio comer la escuchó. Gemidos sobrenaturales. Gemidos que no eran de este mundo. Rick inmediatamente se levantó y llaves en mano, salió disparado de la sala.

No la veía, pero la escuchaba. Y sabía que si lo alcanzaba, todo habría acabado. Se lamentó entonces de haber desperdiciado su día trabajando, porque bien podía ser el último. Cada paso que daba corriendo, hacía un ruido que a Rick le pareció escandalosamente alto. Pero sabía que era producto de los nervios. Igual la criatura lo escuchaba.

Rick sabía que no debería haber hecho ese trato hacía trece días. Pero estaba tan desesperado… No vendía un solo céntimo desde hacía meses y estaba a punto de caer en bancarrota. El alcohol era su mejor amigo desde hacía un mes y si no llega a ser por la pelea de bar que tuvo, nunca hubiese despertado. Comprendió entonces que necesitaba ayuda. Rogar a Dios no fue muy productivo, así que tuvo que recurrir a otras artimañas más oscuras: llamó al 666 y recibió la visita de un hombre. No llevaba cuernos en la cabeza, pero sus ojos rojos despertaban una inquietud mortal. Selló el trato rápidamente con un apretón de manos. Y en tres días empezó a recibir nueva clientela que, motivados por Halloween, querían comprar libros de terror, así como otros enamorados compraban libros de amor y niños querían leer multitud de cuentos.

Pero nada nunca es gratis, y Rick lastimosamente lo comprobó al llegar a la verja de su oficina (para mala suerte de él, su oficina no tenía puerta trasera) que iba a pagar cara su desesperación. Mientras la criatura lo agarraba por una pierna y lo arrastraba al suelo, Rick pensó que aquello era un castigo divino. Vio a una mujer de cabello negro corto, desnuda, con dos brazos muy largos y garras en lugar de dedos. Su cuerpo entero estaba cubierto de sangre y sus dientes eran sables. Sus ojos eran dos cuencas vacías. La criatura empezó a aplastar su cráneo y su rostro, desfigurándolo de por vida. Y Rick sintió un dolor atroz mientras cada golpe iba apagando rápidamente su vida. Pero sabía que aquella criatura no solo acabaría con su vida y se alimentaría de su sangre. Su tormento continuaría mucho después, por toda la eternidad.

Esa criatura lo acompañaría en sus torturas más oscuras del infierno…

Por siempre.

lunes, 3 de junio de 2019

DRAGONLAND




Todo comenzó en la hermosa tierra de Dragonland. Como su nombre indica, era un país gobernado por dragones, aunque también existían hechiceros, unicornios y hadas, aunque en menor medida. Los dragones vivían de distintas maneras: en manada (normalmente compuesta por varias familias y/o amigos), en solitario o en familia (con poco más de uno o dos hijos como máximo).
Todo comenzó con Pyrus. Pyrus era un dragón rojo que medía treinta y cinco metros de alto. Su cuerpo no tenía espinas a excepción de la cola, y un par de poderosos y robustos cuernos que adornaban su cabeza. Hasta sus ojos tenían el color de su piel. Pyrus era conocido por su bondad, pero también por su fiereza y sed de venganza.
Pyrus sobrevolaba el aire cuando avistó la enorme cueva en lo alto de las montañas donde vivía junto a su pareja Greenow, una dragona verde de veintinueve metros de alto.
Aterrizó suavemente, aunque aquello no impidió que sus enormes alas levantaran un suave viento. Un humano habría tenido que entrecerrar los ojos, pero la dragona ni se inmutó. Pyrus se acercó a ella y pudo ver con sus propios ojos lo que Greenow escondía bajo la cola: un hermoso huevo metalizado. Los ojos de Pyrus casi se salieron de sus órbitas al ver aquello. Solo podía significar una cosa: que iba a ser un dragón especial.
Hacía eones que no salía un huevo así y la última vez fue un dragón blanco fantasmagórico que era muy sabio. Murió a los mil años.
Esos huevos metalizados eran llamados “Huevos de la fortuna”, ya que era extremadamente raro que naciera uno así. De venderse uno de esos huevos, la suma total podría resolver la vida de millones de descendientes de una sola familia inclusive si estos era extremadamente derrochadores. Jamás les faltaría dinero. Los huevos metalizados no seguían la estela de nacimiento habituales de los dragones (nacían cuatro meses después de ser incubados) y podían nacer en cualquier momento.
— ¡Por las barbas de...! — Pyrus estaba asombrado.
Su boca quedó entreabierta, dejando ver todos sus afilados dientes. Su pareja sonrió.
— Será un gran dragón.
— Solo espero que no salga malvado.
— No digas eso amor. Las malas lenguas suelen cumplirse.
— Cierto. Perdona.
Greenow notó a su pareja sombría. Sin duda tenia sus temores. Solía ponerse en el peor de los casos mientras que ella en el mejor.
Tres días más tarde, Pyrus regresaba a casa después de haber cazado un par de conejos y un ciervo (los conejos los llevaba en la boca agarrados de sus orejas mientras que el ciervo iba en su lomo. Todos muertos). Al llegar, soltó sus presas y anunció que ya había llegado. No obstante nadie respondió. Aquello dio mala espina al dragón rojo, que avanzó rápidamente hacia donde estaba su dragona.
Se encontró su cadáver inmóvil; sin rastro de sangre. Pero tenía los ojos abiertos y estos no tenían vida.
— No... Greenow...
Susurró. La pena inundó su voz y sus pensamientos. Y en cuanto se percató de la ausencia del huevo, la ira se unió a la tristeza.
— Pagará por esto. Ya sean uno o varios los culpables.
Y salió volando de inmediato, abandonando el cadáver de su amada y la caza. Los cadáveres de los dragones, debido a su voluminosidad y a la magia de su interior, tardaban mucho más tiempo que los humanos en empezar a descomponerse.
Pyrus voló sin descanso durante horas, hasta aterrizar en un enorme jardín. En él se encontraban cientos de dragones que lo saludaron, pero este los ignoró. Iba por uno en concreto. Dicho dragón estaba apartado del resto, echando una pequeña siesta. Se llamaba Greyold y era uno de los dragones más sabios del mundo. Debido a su avanzada edad (casi mil años) el color de su piel, antaño rojo vivo (más vivo que el de Pyrus) se había vuelto gris y su tamaño alcanzaba los cincuenta metros de altitud. Dos bigotes enormes sobresalían de sus fosas nasales y tenia perilla bajo el labio inferior. Ambos de color blanco debido a su vejez, que marcaba que su fin estaba próximo, pues cada vez se encontraba más cansado que al día anterior. Sus ojos se estaban apagando también, aunque conservaban el iris almendrado de su época joven.
— Pyrus — saludó el viejo dragón.
— Maestro — respondió Pyrus con voz sombría.
Maestro era el título de mayor respeto entre dragones. Significaba un dragón muy querido y sabio. Pyrus no perdió tiempo y le explicó la situación.
— ¿Y qué me pides que haga? Sabes que ya no puedo pelear. Estoy muy viejo.
— Solo necesito que use su sentido mágico. Usted lo tiene más desarrollado que nadie aquí. Quiero saber si es cosa de magia.
Greyold lo sopesó por un largo rato que se le hizo eterno a Pyrus. Pero no se quejó. La sabiduría requería de paciencia y aunque Pyrus estaba falto de esta, comprendía que ahora la necesitaba más que nunca. Si el dragón no lo ayudaba, tendría que buscar una ayuda menos útil o ir en busca de pistas. Y para entonces el culpable podría haberse escondido lo suficiente. ¿Qué harían con su pequeño? La angustia lo consumió. Trató de concentrarse en cómo iba a castigar al culpable cuando lo encontrara. De otra manera se volvería loco de dolor.
— Lo haré — aceptó finalmente Greyold —. Llévame al lugar.
El rostro de Pyrus se volvió puro alivio.
Horas más tardes estaban de vuelta en la cueva. Todo seguía exactamente igual, excepto que las moscas y algunos cuervos ya estaban devorando la carne de las presas. Huyeron en cuanto avistaron a ambos dragones. El corazón de Pyrus se hinchó de dolor nuevamente al ver a su amada sin vida.
Te vengaré, lo prometo.
Greyold se acercó al cuerpo sin vida de Greenow. Pyrus no supo exactamente qué hizo, pero regresó a los pocos minutos y dijo:
— Sin duda es obra de un hechicero. El rastro conduce hacia el bosque y se pierde en las montañas. Sin duda, ahí se encuentra el culpable y tu hijo.
Después de agradecer al sabio dragón, Pyrus partió deprisa hacia donde el dragón le indicó. Vio unicornios corriendo y a las hadas plantando nuevos árboles. Dos días después llegó a las montañas. Investigó todas y cada una hasta que comprobó algo: todas las montañas tenían huecos para entrar. Pensó que tal vez pudiera tener algo extraño y trató de acceder a ellas. Estuvo horas investigando en cada cueva y tres días más tarde, dio por fin con la adecuada, pues al tratar de entrar, una barrera invisible se lo impidió.
Magia pensó disgustado.
— ¿Necesitas ayuda? — dijo una voz.
Pyrus se volvió y vio a una dragona azul muy hermosa.
— Aspira.
Ella sonrió. Aspira era su hermana.
— Déjame a mí hermanito.
Pyrus lo hizo. Aspira era apenas unos meses mayor que ella y era muy sabia para su edad. Aspira inhaló y exhaló un chorro de fuego azul. La barrera no se rompió pero si tembló levemente.
— Como imaginaba — confirmó ella —. Como somos pura magia, nuestro fuego puede contra la barrera. El mago parece bastante poderoso. Greyold me contó todo y fui a buscarte. Creo que te vendría bien mi ayuda.
Pyrus estaba contento en parte, ya que aunque podría recibir ayuda, no quería poner a nadie en peligro. Pero si el sabio la había avisado para ayudarlo, suponía que la necesitaría. Además conocía la terquedad de su hermana y sabía que nada la haría cambiar de opinión. Juntos atacaron la barrera y una vez rota, se adentraron.
Nada más entrar se encontraron ante una sala circular. Las paredes eran blancas y el pavimento negro. En el centro de la sala se encontraba un hombre calvo de ojos amarillos vestido con una túnica roja que indicaba que era un mago muy poderoso. Tras el mago se encontraba el huevo de dragón.
La ira inundó a Pyrus.
— Tú...
El mago sonrió.
— Así es. Yo. Sabía que acabarías viniendo y hasta esperaba que tuvieras compañía. Me alegra saber que sois menos dragones de lo que esperaba. Esperaba todo un ejército. Os sobrestimé demasiado, supongo.
Aquello fue demasiado para Pyrus, quien se abalanzó sobre el poderoso mago lanzando una poderosa llamarada y haciendo caso omiso de la advertencia de su hermana:
— ¡No, pyrus! ¡Es una trampa!
El mago bloqueó el fuego con un escudo mágico y luego movió suavemente un par de dedos, lanzando a Pyrus hacia el otro lado del lugar. Chocó contra una columna que se desmoronó y cayó encima del dragón. De ser humano, Pyrus ya estaría muerto. El mago rió y la dragona lo miró con odio pero no atacó de forma imprudente. Sopesó sus posibilidades. Sin alguna duda atacar de inmediato provocaría al mago que la derrotara igual que a Pyrus. Antes de poder pensar en nada, Pyrus atacó nuevamente al mago, tomándola por sorpresa. No obstante, aquella fue una oportunidad de oro que no desaprovechó. Nada más Pyrus fue lanzado nuevamente hacia atrás, ella avanzó adelante y lanzó un poderoso chorro de fuego azul. El mago volvió a protegerse con el escudo y con otro hechizo la lanzó a ella hacia Pyrus.
— Pyrus — susurró Aspira antes de que este se abalanzara hecho una furia otra vez —. Así no ganaremos. Hay que intentar otra cosa.
— ¿Y qué pretendes?
— Tengo una idea — dijo mirando fijamente al hechicero.
Le explicó brevemente el plan. Pero Pyrus rugió:
— ¡De ninguna manera!
Y se abalanzó nuevamente a por el hechicero, quien río satisfecho:
— Bueno me he cansado de jugar ¡Es hora de que muráis!
Y dicho esto lanzó un poderoso hechizo de hielo con la intención de congelar al dragón, pero se sorprendió al ver que la dragona se dirigía hacia él a una velocidad de vértigo y lanzaba una poderosa llamarada conjunta a Pyrus. Fuego rojo y azul. La llamarada fue lo bastante potente para atravesar el hechizo de hielo, que fue devuelto a su dueño junto al fuego. En cuanto recibió el impacto, el mago gritó y su sonido llenó de satisfacción a ambos dragones. Sin lugar a dudas, el plan funcionó. Consistía en que Pyrus fingiera estar en desacuerdo con algo, atacar fingiendo ira y que el mago se confiara. Era la mejor baza que tenían en aquel momento. Un plan hecho de prisas.
No obstante, para su horror, el mago se resistió con un último hechizo de escudo. Ambos dragones estaban complemente petrificados. ¡El mago les había hecho parálisis! Si el mago atacaba, sin duda morirían. Entonces sucedió algo impensable: una tercera llamarada, de color dorado brillante, asomó por la espalda del malvado mago, sorprendiéndolo; provocando que su defensa se debilitara y permitiendo que los dos dragones se movieran de nuevo. Tras un segundo de sorpresa, Aspira atacó también y un segundo después la siguió Pyrus, lleno de asombro aún. Destruyeron al mago por completo.
Al mirar más atentamente, tanto Pyrus como Aspira no pudieron contener su asombro y alegría cuando descubrieron que el huevo estaba roto y su misterioso salvador se trataba ni más ni menos que del hijo de Pyrus: un hermoso bebé dragón dorado. Tenía el tamaño de un gato adulto. La boca mostraba una lengua rasposa roja. Pyrus corrió hacia su hijo y este, movido por el instinto, trató de avanzar hacia él, pero como no sabía como moverse, al tratar de avanzar cayó al suelo.
Tras aquella experiencia, Aspira ayudó a vigilar al dragoncito, y Pyrus encontró nueva pareja tres años después con la que tuvo tres dragoncitas. Al parecer, el dragón dorado, al que llamaron Jack, notó que su padre estaba en peligro y salió prematuramente de su cascarón para protegerlo.
Con el tiempo, Jack se convirtió en un sabio dragón que ayudo a derrocar muchos males, pero esa ya es otra historia.