sábado, 2 de marzo de 2024

LA COSA

 

Nunca olvidaré aquella cosa. Aquel ser amorfo e inmortal. Por más que lucháramos contra él, era imposible de derrotar.

Aquello fue hace años, y el desenlace fue bastante agridulce. Lo que tengo claro es que fue un desafío incluso para la capitana Carol.

Esta historia se sitúa en el espacio profundo. Da igual el año. Porque el planeta Tierra ni siquiera aparece. Dejamos ese hogar hace ya mucho tiempo.

Si bien en el espacio siempre está oscuro (a excepción quizá, de la luz de las estrellas), sabíamos que debía ser de noche en algún lugar, pues nuestros relojes aún seguían el ritmo circadiano de la Tierra.

Yo era bastante joven en aquella época, aunque lo de miedoso no ha cambiado mucho. Vivía en una gigantesca nave espacial, del tamaño quizá de un pueblo pequeño. Si, incluso desde esa perspectiva, la nave era enorme. Yo tenía por aquel entonces unos diecinueve años, mientras que Carol ya rondaba los veinte. Y yo andaba locamente enamorado de ella. Me llamo Charlie, por cierto.

Todos teníamos nuestro propio dormitorio, si bien algunos dormían juntos. Hacía ya años que dejamos la tierra, pues con esto del calentamiento global, acabó por morir, y ahora nos dirigíamos hacia otro planeta, situado a años luz. Para que os hagáis una idea del tiempo que llevábamos en la nave, yo tenía apenas cinco años cuando partimos al espacio. Todo cuanto recuerdo de mi planeta natal fue mares contaminados, animales muertos, plantas marchitas, un cielo gris, lluvias de fuego y ácido y miles de explosiones, entre otras cosas. No puedo decir que echara de menos mi planeta.

Durante todos esos años, la Guardia Espacial, a la cual Carol pertenecía, se había encargado de velar por la seguridad de la nave. Tengo que admitir que, lejos de ser un sistema corrupto, estábamos bastante bien.

Pero cuando esa cosa se coló en nuestra nave, llegó el caos.

Ocurrió esa noche de la que os estoy hablando. Me estaba orinando mucho, así que me levanté de la cama y fui al servicio. Los pasillos de la nave tenían ventanas con cristales de un material que desconocía, pues era prácticamente irrompible. Daba igual que lanzaras una granada, ni las paredes, ni el cristal se agrietarían. La nave estaba fuertemente fortificada. Y sin embargo, nada nos había preparado para aquella criatura.

Hice mis necesidades y tiré de la cadena pero, cuando estaba por salir del baño, escuché algo en el retrete de al lado de mi cubículo. Me quedé en silencio, escuchando atentamente, pero, tras unos segundos que no oí nada, iba a marcharme cuando nuevamente lo escuché.

Y entonces, del retrete surgió una especie de masa amorfa. Parecía una mezcla de gelatina con patas de araña. Tenía un color extraño, entre rosado y marrón. Abrí los ojos, sorprendido y pronto noté el terror invadir cada fibra de mi ser.

Uno de los guardias que pasaba por allí haciendo la ronda se fijó en mi expresión y corrió a socorrerme, cosa que agradecí. Aunque no sirvió de mucho. El guardia en cuestión llevaba la armadura (que a su vez servía como traje espacial) característica. Esta lo protegía de ataques y tenía una válvula de oxígeno, que duraría veinticuatro horas, con una toma de reserva de ocho horas. Llevaba en las manos una escopeta.

¿Estás bien? — me preguntó.

Antes de que yo pudiera responder nada, el guardia se fijó en el ser amorfo. Sin pensarlo dos veces, el guardia disparó con la escopeta. El ruido retumbó las paredes y las llenó de eco. Sangre abundante roja salió de ese ser, que chocó con la pared y quedó inmóvil.

Aquel guardia salvó a la tripulación y todos llegamos felices a nuestro nuevo hogar.


Ojalá hubiera sido tan sencillo ¿verdad? Pero aquella aparente victoria fue efímera. E hizo que todos bajáramos la guardia. Otros guardias aparecieron y mi salvador dio las explicaciones oportunas. Todos nos fuimos a dormir.

En mitad de la noche, me desperté de repente, inquieto. Me había parecido escuchar un grito. Sonó lejano y por unos momentos, creí haberlo soñado. Pero un minuto más tarde, los gritos se fueron intensificando y multiplicando. Me levanté de la cama rápidamente y me vestí. Salí de la habitación al pasillo y corrí dirección a los gritos. Tenía un mal presentimiento.

Más adelante, vi que la cocina estaba en llamas y en el pasillo, a pocos metros de la entrada a la cocina de la nave, se hallaba nuevamente la criatura. Pero ya no tenía forma de araña como antes. En su lugar, había adoptado forma semi humanoide. Su cuerpo era delgado, pero todavía gelatinoso y mantenía el color extraño de antes. Yo lo llamaba color vómito. No podía calificarlo de otra forma. Su cabeza era una masa sin forma, de la cual sobresalían dos grandes cuernos gelatinosos. No tenía piernas, pero sí brazos con forma de garras gelatinosas y en una de ellas sostenía una espada. A sus pies, los cadáveres de dos guardias permanecían inertes, con los ojos abiertos y sin iris, y rodeados por un charco de sangre rojiza.

Con las piernas temblando de puro terror, retrocedí varios pasos. La criatura se abalanzó sobre mí. Me habría matado de no haber aparecido Carol en el último segundo. En la mano izquierda portaba un escudo metálico, que usó para rechazar el ataque del ser. Ella le propinó una patada en la cabeza, pero todo cuánto logró fue atravesar su viscosa carne y ensuciarse el traje. Ella hizo una mueca de asco. La criatura la agarró de la pierna izquierda y la atrajo hacia sí. Creo que pretendía absorberla. Sin embargo, rápida como el pensamiento, Carol sacó su pistola y disparó varias veces a la cabeza de la criatura. Los disparos dieron en el blanco, haciendo que la criatura sangrara y la soltara. No sé porqué, las balas herían a esa criatura, más no la mataban. Una teoría que se me ocurrió fue que quizá tenía que ver con la fuerza y velocidad del impacto del proyectil. Tenía algo de científico, desde luego. Aquella cosa… ¿sería un experimento?

No iba muy desencaminado.

Carol, sin perder un segundo, disparó en más ocasiones. Cada disparo deformaba el cuerpo de la criatura, hasta que se volvió apenas un charco viscoso en el suelo. Ya sin balas en la pistola, Carol la guardó y sacó el subfúsil. Pero tras unos momentos, el charco quedó inmóvil.

¿Se ha acabado? — pregunté, no muy convencido.

Mi voz sonó bajita, revelando mi naturaleza tímida y asustadiza. Ella me miró seriamente y contestó:

Eso parece. Pero por si acaso…

Entró a la cocina. No sabía qué iba a hacer allí pero, segundos más tarde, salió portando una aspiradora. Con ella, atrapó el charco viscoso dentro para acto seguido ir a la sala de Válvulas de escape. Metió allí la aspiradora y eyectó la nave al espacio profundo. Vivo o no, la criatura no regresaría.

O eso pensábamos.

Problema resuelto — sonrió Carol.

Aliviado, emprendimos el camino de regreso mientras otros guardias y personal médico se encargaban de los muertos. Ahora quedaba la peor parte: informar a las familias. Pensarlo hizo que se me formara un nudo en la garganta. Aún asustado por lo que había sucedido, le pregunté a Carol, sin pensar:

Oye Carol, ¿Podría quedarme a dormir contigo?

Ella me miró, algo sorprendida por la pregunta. Enseguida me arrepentí, azorado. Ese tipo de preguntas no se hacían. Menos a la chica que te gustaba con la que no tenías ningún tipo de relación. Pero antes de poder retractarme, ella respondió:

Claro, sin problema. Ha sido una noche dificil. Tengo espacio de sobra en mi cama. Y no te preocupes por los monstruos, yo te protegeré.

Me guiñó el ojo. Su voz sonó dulce y cariñosa. Aquella me hizo sentir bien y me relajé. Llegamos a la habitación de Carol. Su cama medía 1,35 y como era de esperar, estaba deshecha. Sin desvestirme, me tumbé cuidadosamente sobre la cama de Carol. Ella fue al baño a cambiarse. Al salir, ya sin el traje espacial, no pude evitar sentir algo en el estómago. Carol dormía con un top gris de tirantes y un pantalón corto del mismo color. Se tumbó a mi derecha. Yo estaba en posición fetal. Ella se puso de cara a mí y sonrió al tiempo que me acariciaba con suavidad el cabello. Noté que me ruborizaba pero, si ella se dio cuenta de eso, no lo demostró.

¿Eras Charlie, cierto?

Yo asentí.

Si, te he visto alguna vez, por los pasillos. ¿Qué hacías levantado?

Oí un grito. Fui a investigar.

La próxima vez que oigas un grito, avísame. Iremos juntos a verlo. Pero no vayas tú solo. Es peligroso que un cívil vaya a la hora de dormir a investigar ruidos extraños.

¿Qué era esa cosa? — no pude evitar preguntar, aunque tenía serias dudas de que ella lo supiera.

La verdad, no lo sé. Nunca había visto un alien así. Su cuerpo es muy extraño. Además, ha cambiado de forma por alguna razón.

¿Crees que estará muerto?

Tras un instante de vacilación, respondió:

Sino lo está, lo estará. O no sobrevive en el espacio o no sobrevive encerrado en esa capsula.

Mi yo interior chillaba que le dijera cuánto la amaba. Pero no era el momento. Apenas si nos conocíamos. Me conformé con cerrar los ojos y escuchar, antes de caer dormido un dulce “buenas noches”, por parte de Carol.

Pero la pesadilla estaba lejos de terminar.

Al día siguiente todo transcurrió con normalidad. Yo fui a mi entrenamiento militar, para ser guardia espacial, y vi a Carol observarme con una sonrisa. En aquel momento yo todavía no lo sabía, pero ella ya me había pillado mirándola. Yo era un chico muy reservado, tímido. No tenía muchos amigos, salvo a Ned, un chico de cabello negro y tez oscura, que era mi único amigo desde hacía unos años. También tenía algo de relación con Nerea, una amiga de Carol, la cual tenía el cabello lleno de rizos negros. Ned era el cocinero de la nave mientras que Nerea se encargaba de dar clases a los más pequeños. Ese día, almorcé y cené con Carol y luego nos fuimos cada uno a nuestro dormitorio.

Pero, cuando estaba llegando a mi dormitorio, quedé paralizado.

Allí de pie, intimidante, se hallaba la criatura. Había adoptado la forma inicial, pero ahora tenía el tamaño de una tarántula gigante.

Quedé paralizado del terror. ¿Cómo había logrado sobrevivir en medio del espacio? ¿Acaso esa cosa podía sobrevivir sin oxígeno? El ser me atacó. Yo, paralizado de terror, habría muerto de no ser porque Carol apareció de repente y disparó varias veces, hiriendo a la criatura, que se volvió nuevamente un amasijo sin forma. Carol siguió disparando. Sin embargo, al mismo tiempo, el ser empezó a tomar forma de nuevo. ¿Qué aspecto obtendría esta vez?

¡Atrás, Charlie! — la voz de Carol era puro pánico.

Di varios pasos atrás. La criatura volvió a adoptar la forma humanoide y portaba su espada gelatinosa. Ahora parecía más resistente. Atacó a Carol, quien saltó hacia atrás. Trató de disparar nuevamente, pero se había quedado sin munición, de modo que tiró el arma contra esa cosa, que la esquivó con suma facilidad. Aquella criatura, además de poder sobrevivir sin oxígeno, era increíblemente resistente a cualquier ataque. Era imparable. ¿Cómo deteníamos a una criatura así? Debería poder morir, pensé, solo que no sabíamos como matarlo. Observé su cuerpo gelatinoso. Ciertamente, parecía tener un cuerpo semi líquido o líquido completo. Era algo así como gelatina.

Entonces caí. Quizá pudiéramos matarlo si…

Debía funcionar. Mientras Carol luchaba contra esa criatura, yo corrí a la armería. Allí encontré lo que buscaba: el desintegrador. Regresé corriendo y encontré a Carol recibiendo un golpe de la criatura.

¡Eh, pedazo de gelatina!

La llamé. Esta se giró hacia mí al tiempo que yo activaba el desintegrador. Un rayo azulado salió disparado contra la criatura, que soltó un chillido agónico antes de desaparecer para siempre.

Solté el desintegrador y me acerqué a Carol, quien se incorporó, algo desorientada.

¿Estás bien?

Ella asintió. Sin esperarmelo, me agarró el rostro y me plantó un beso en los labios. Noté sus dulces labios pegarse a los míos, cosa que me dejó sin aliento por un momento. Luego me abrazó. Mi rostro se pegó al de ella, muy cerca de su cuello. Olía a sudor debido a la pelea, pero me dio igual. Notaba su respiración agitada. Me acarició el pelo con dulzura y dijo:

Has sido muy valiente, Charlie.

Sonreí.

Habíamos ganado, cierto. Pero como dije, la victoria fue agridulce. Muchos guardias y civiles fueron asesinados antes de ganar. No sabíamos de dónde había salido aquel ser, pero lo que teníamos claro es que era algún tipo de bactería, que había tomado un tamaño enorme y vagaba por el espacio. Y parecía ser que lo habían creado en algún planeta…

Pero esa historia será contada en otro momento. Lo que sí os puedo decir, es que Carol y yo somos pareja, que me ascendieron en la Guardia espacial, que vivimos más aventuras y acabamos descubriendo el origen de aquella criatura.


¿CONTINUARÁ?


miércoles, 14 de febrero de 2024

EL DESEO

 

Naomi iba caminando por la calle, a altas horas de la noche, cuando, en el suelo, justo al lado de su casa, encontró una especie de botella.

Le llamó la atención porque la botella era roja y tenía inscripciones en árabe. Trató de abrirla, pero no lo logró. Intrigada sobre quién y porqué alguien habría dejado aquella botella allí, decidió llevársela a casa. La botella parecía en perfecto estado e impoluta.

Naomi tenía veintiocho años y era programadora informática. Su tez era oscura, igual que su cabello y era alta, de 1,80.

Dado que era conocida por su insaciable curiosidad, Naomi investigó en internet sobre la botella. Ella sabía inglés y francés, pero ni papa de árabe, así que decidió traducirlo en google. Y leyó en voz alta lo que decía:


Aquel que logre descifrar el acertijo de la botella, será bendecido con la generosidad del Djinn.


Y entonces, ella escuchó un “click”. Por puro instinto, probó a abrir la botella y esta vez, pudo hacerlo. De ella salió un humo rojizo, del mismo tono que la botella y rápidamente tomó la apariencia de una mujer. O eso parecía.

Iba ataviada con una gran túnica gris oscura que le tapaba todo, hasta el rostro. Su larga cabellera negra ayudaba a tapar su cara. Sin embargo, el miedo atenazó a Naomi, pues las manos de aquella mujer parecían garras. Tragó saliva y, antes de que pudiera decir nada, una voz escalofriante salió de la garganta de aquella mujer y dijo:

Soy el genio de la lampara. Como agradecimiento por liberarme de mi prisión, te concederé un deseo.

Un deseo… ¿Puedo pedir lo que quiera?

La mujer asintió. La voz de la mujer heló la sangre de Naomi y encendió todas sus alarmas. Algo no marchaba bien. Aquello no era buena señal. ¿Quién querría librarse de esa botella? ¿Porqué dejarla en su casa?

Quería preguntar todas esas cosas, pero satisfacer esas necesidades podía ser interpretado como un deseo, y no quería malgastarlo así. Lo investigaría por sí misma, se dijo. Tenía que pedir un deseo, y sabía bien qué pedir.

Había una cosa que deseaba desde hacía mucho tiempo:

el amor del hombre del que llevaba enamorada dos años. Él nunca la correspondió, porque él tenía novia. Se casarían pronto. Aquello había roto su corazón en mil pedazos. Y por más que intentó conocer a otras personas, nadie era como él. Y aunque sabía, en lo más hondo de su ser, que lo que estaba a punto de pedir, no estaba bien, sus sentimientos bloquearon su lógica y dijo:

Deseo el amor del hombre al que amo.

No sabía si el genio entendería su deseo. Pero lo entendió perfectamente. Nuevamente, el genio volvió a asentir. Chasqueó los dedos y luego desapareció.

¿Ya se había cumplido su deseo? Naomi se quedó allí plantada, en la soledad de su habitación, con cara de tonta. A lo mejor la habían engañado y su deseo no había surtido efecto. Comprobó su teléfono, pero él no le escribió. Tampoco por ninguna otra red social.

Se acostó, agotada de cansancio, y no notó, hasta la mañana siguiente, que la botella había desaparecido. No la encontró por ningún lado y asumió que la botella desaparecía con el genio. También investigó sobre los genios y encontró respuestas inquietantes:

Por lo visto, los genios, o Djinn, concedían deseos sí, pero estos no eran como en Aladdín, sino que sus deseos solían tener consecuencias nefastas. Y no era posible revertirlos sino se encontraba nuevamente la botella. Algunos Djinn concedían un deseo, otros, tres.

Y en cuestión de días, ella no cesó de buscar la botella por su barrio, pero también, el hombre que amaba empezó a hablar con ella. Le empezó contando que tenía problemas con su pareja, quien se pensaba que él era infiel por haberle pillado con prendas de otra mujer (según él, su hermana). Luego, unos días más tarde, alrededor de dos semanas después de haber pedido el deseo, la novia del hombre al que amaba, cuyo nombre de ella era Amanda y el de él Arturo, tuvo un trágico accidente. Por lo visto, su coche se despeñó por un barranco, Naomi fue al funeral y consoló a Arturo, mientras por dentro, empezó a removerla la conciencia. Si, ahora podría estar con Arturo, pero había provocado primero una discusión entre ambos, que ella sospechara que él era infiel y posteriormente, la muerte de esta.

Naomi siguió sin encontrar la botella. Tampoco tenía fotografías ni nada, así que no podía enseñársela a nadie y no quería hablar con nadie del tema, por temor a que la tomaran por loca.

Pero poco a poco, ella fue consolándolo, salieron a comer, al cine, rieron juntos, y poco a poco, con el pasar de los meses, ambos fueron olvidando a Amanda. Naomi decidió enterrar todo ese dolor y decidió, egoístamente, que no era culpa suya. Si ella pidió el deseo, pero no pidió que la mataran ni que ambos discutieran. Así transcurrieron dos años, hasta que Naomi encontró restos de carmín en la camisa de él. No queriendo repetir lo de Amanda, decidió investigar en silencio. Otro día llegó con olor a otra mujer y ella le preguntó al respecto. Él se puso muy nervioso y llegó al punto de darle una bofetada. Ella lo miró anonadada y él se disculpó. Fue entonces cuando ella contrató un detective privado y descubrió, con todo el dolor de su corazón, que él tenía una doble vida. Tenía otra mujer, y un hijo y ella, al igual que Amanda, habían sido “la otra”. Así pues, Naomi reveló el pastel y provocó la separación de él con su auténtica mujer y ella misma.

Fue entonces cuando las cosas se pusieron todavía más siniestras. Y Naomi solo se salvó de su fatal destino porque tuvo un presentimiento. Una mañana que iba a arrancar su coche para salir, se acordó de Amanda y decidió revisar los frenos, movida por una inquietud.

Estaban cortados.

Notó como la respiración subía y bajaba de su pecho.

Amanda no tuvo un accidente comprendió horrorizada. Fue asesinada.

Para que ella pudiera estar con Arturo, el hombre que había amado durante años, había tenido que provocar que él fuera infiel y asesino y matara a Amanda, transformando las vidas de ellos y los de alrededor en una verdadera tragedia.

Necesitaba arreglarlo. Necesitaba al genio de nuevo. Pediría volver atrás. Si, eso haría. Así todo se arreglaría.

Pero ahora le quedaba otra cuestión. ¿Cómo encontrar la lámpara? Se le ocurrió que tal vez, habría alguna forma de invocarlo sin ella, suponiendo que, como ya conocía su existencia, quizás sería más sencillo. Escuchó leyendas que hablaban de lámparas mágicas en el desierto. Cierto que podía usar sus ahorros. También investigó a gente que aseguraba tener lámparas de djinn. Dio entonces, por internet, con un vendedor que aseguraba que su lámpara era cierta. Quedó en un callejón con él por la tarde y, en lugar de pagar, allí mismo decidió probarlo.

¡Y era cierto! El vendedor no esperó ni el dinero, inmediatamente huyó del lugar.

El humo negro se disipó y un genio distinto al anterior salió de la lámpara. Este tenía el aspecto de un hombre forzudo, de tez oscura. Una capucha tapaba su rostro. Ella rápidamente le explicó la situación. Y luego dijo:

Deseo poder retroceder en el tiempo tres horas antes de pedir mi deseo.

Eso es. Si volvía unas horas antes, podía retirar la lámpara y así ella nunca la encontraría, lo que significaría que jamás habría pedido el deseo. Todo se evitaría. Sin embargo, y una vez más, no tuvo en cuenta las consecuencias, y que los djinn no tomaban al pie de la letra el deseo.

Pronto todo a su alrededor se apagó y Naomi perdió la consciencia.

Cuando despertó, se encontraba tumbada en un sofá negro. El suelo estaba alfombrado. Era una especie de apartamento, pero ella nunca había estado ahí. Se incorporó. Había un baño y una cocina, pero nada más. No había ventanas, ni puertas.

¿Dónde estoy? Pensó asustada.

Cuando se miró al espejo del salón, lo entendió todo. Y gritó.

Sus brazos eran ahora grisáceos y sus dedos parecían garras. Su rostro era del mismo tono y sus dientes parecían sables. Sus ojos estaban inyectados en sangre.

Llevaba la misma ropa que la Djinn que invocó la primera vez.

Mejor dicho: ELLA era la Djinn.

No lo entiendo…

Trató de serenarse. Empezó a atar cabos. Ella deseó viajar en el tiempo. Pero claro, si ella impedía el deseo, entonces no habría motivo para viajar. Así que lo que el genio hizo, para evitar una paradoja fue transformarla en un genio y enviarla atrás en el tiempo. Ahora ella misma se concedería a sí misma el deseo.

Pero ahora puedo evitarlo. No lo concederé pensó decidida.

Pero, cuando se cumplieron las tres horas, ella notó una corriente de aire que la expulsó al techo. Aunque al mirar arriba inicialmente, no había visto más que una simple pared, su cuerpo (o espíritu, ya que no estaba claro si los Djinn estaban vivos o eran simples espíritus) salió afuera. Su capucha tapaba su rostro y pronto se encontró con ella misma, flipando. Naomi trató de hablar con su yo del pasado, pero notó, horrorizada, que las palabras no le salían. No podía comunicarse. Tampoco moverse. Es como si la lámpara le impidiera comunicarse de ninguna forma. Claro, esas lámparas mantenían presos a los Djinn. Obligándolos a conceder deseos. Escuchó el deseo de su yo del pasado y trató de no concederlo. Fue entonces cuando notó un dolor atroz en todo su ser.

Si tengo que morir para evitar que el deseo se cumpla, así sea…

pero, aunque para su yo del pasado fueron unos segundos, para ella fue eterno. Un dolor que se fue volviendo cada vez más insoportable y finalmente pensó:

¡Está bien, está bien! Joder…

Y tal como recordaba, chasqueó los dedos para cumplir el deseo.

Luego volvió a encontrarse en el sofá, respirando con dificultad. Le ardía todo el cuerpo. Sollozó. Al final, había resultado ser peor el remedio que la enfermedad y su castigo por querer a alguien que no podía corresponderle fue esa prisión eterna. No había podido cambiar el pasado y todo volvería a repetirse, como en un bucle.

Sería un genio para siempre. Y esa su prisión.

sábado, 3 de febrero de 2024

NARA

 

Eran las once de la noche en Dos Hermanas, Sevilla. Ainara (comúnmente llamada Nara), una chica de trece años comía junto a su amiga Lana, de su misma edad. Fue entonces cuando a Nara le entraron ganas de ir al servicio.

El restaurante de comida rápida donde ambas estaban cenando se encontraba dentro de un centro comercial, y el cuarto de baño se hallaba fuera del restaurante. Para llegar a él, Nara atravesó el silencioso pasillo rodeado de tiendas cerradas. El silencio era inquietante y Nara solo oía sus pasos resonar en el suelo. Llegó al cuarto de baño y se lavó la cara en el lavabo, donde vio su aspecto: una chica que medía 1,50 y cuyo cabello negro estaba recogido en una trenza. Llevaba leggins y una sudadera. Parpadeó y visualizó sus propios ojos color verde.

Escuchó petardos.

Ni siquiera ha llegado navidad y ya están tirando petardos. Podríais meteroslo por el culo.

Se metió en el cubículo e hizo sus necesidades. Para cuando ya estuvo listo para salir, escuchó unos pasos.

En principio, aquello no tendría importancia (sería alguien que también necesitase ir al servicio), pero por alguna razón, algo en lo más profundo del subconsciente de Nara le dijo que no se moviese. Quizás, su instinto de supervivencia.

Fuera quien fuera aquella persona (ni idea de si era hombre o mujer), debía ser alta. Llevaba botas negras que bien podrían ser unisex. Sus pasos eran tranquilos y, por alguna razón, aquello la puso nerviosa. Tragó saliva. Tenía el presentimiento de que algo no iba bien. Escuchó como aquella persona llegaba al final del baño, para posteriormente, abrir agresivamente la puerta. Luego silencio.

La siguiente puerta debía estar abierta, porque pasó directamente a la tercera y la abrió más suavemente. Nara se subió con lentitud a la tapa del retrete, con el fin de que aquella persona no la viera en el baño. Tenía el pestillo puesto, así que le sería imposible abrir la puerta. Espero que no pensara que había alguien dentro.

Finalmente llegó a su puerta. Se detuvo, con las botas mirando en su dirección y trató de empujar la puerta. Esta no cedió. Creyó que se iría, pero, en su lugar, vio como se arrodillaba.

En una fracción de segundo, asomaría su cabeza y descubriría (o tal vez no) la identidad de aquella persona, que parecía estar buscando a algo o a alguien, quien sabía con qué fin.

Rápidamente, Nara tomó impulso y se agarró a la pared de al lado, que daba al cubículo de al lado. Dado que ya había mirado ahí, era improbable que regresara nuevamente. Se agarró del borde, metió una pierna y luego la otra justo cuando aquella persona agachaba la cabeza y miraba con sus inquietantes ojos azules. Pero eso fue todo cuanto ella pudo ver, pues aquella persona llevaba la máscara de una calavera, tapando su rostro.

Eso le recordó que halloween estaba al caer. Se sostuvo del borde de la pared del cubículo. Notaba como los brazos se le entumecían. Temía que, si se dejaba caer, el ruido de sus pies aterrizando en el suelo, por mínimo que fuera, alertara a aquella persona siniestra. Sin embargo, aquel rostro cubierto por una máscara se retiró tan rápido como apareció y luego escuchó como los pasos se alejaban lentamente del baño, hasta perderse en la lejanía. Solo entonces, Nara se atrevió a posar sus pies en el suelo mientras sus piernas temblaban como mantequilla y su cuerpo también temblaba, pero violentamente. Los nervios le erizaron la piel y la boca se le secó.

Con precaución y el corazón en un puño, Nara salió lentamente del cubículo y finalmente del baño.

Pero cuando llegó al restaurante, se quedó helada.

Su amiga y todos los demás clientes, incluyendo los trabajadores, estaban muertos. Parecían haber sido asesinados por un arma de fuego, a juzgar por la cantidad de sangre y las heridas que vio. Se acercó, temblando de pánico, al cuerpo de su amiga, cuyos ojos sin iris revelaban sorpresa.

Escuchó el sonido de un arma. Alzó la vista. Allí estaba la figura, tapada no solo por la máscara, sino también por una gran túnica negra con guantes negros. Era alto, de al menos, 1,80. En sus manos sostenía una escopeta.

Apuntó con su escopeta a Nara y disparó. Nara se movió rápidamente hacia un lado, esquivando la bala, que destrozó el mostrador. El sonido fue más potente que un petardo y provocó que los oídos de Nara pitaran durante unos angustiosos segundos. El asesino (porque eso es lo que era) volvió a disparar.

O lo intentó, porque cuando apretó el gatillo, no salió ninguna bala. Parecía ser, que ya había gastado todas las balas antes. En un momento de valentía, Nara se abalanzó sobre él y ambos rodaron por el suelo. El asesino le propinó una patada en el estómago enviándola a la pared más cercana, donde se golpeó. Gimiendo de dolor, Nara se incorporó al tiempo que veía al asesino sacar un cuchillo de carnicero de debajo de su túnica. Al parecer, había sido previsor.

El asesino se abalanzó sobre Nara, que, aterrada, quedó paralizada mientras observaba, como si fuera a cámara lenta, como su asesino se acercaba a velocidad vertiginosa hacia ella. En el último segundo, tal vez por instinto, se agachó y golpeó la entrepierna del asesino. No sabía su sexo, pero en cualquier caso, esperaba pararlo con eso.

Y funcionó. El asesino soltó el cuchillo, que cayó al suelo con un repiqueteo metálico al tiempo que se agachaba y caía al suelo entre gemidos de dolor. Sin pensarlo, Nara agarró el cuchillo y retiró la máscara.

No conocía a aquel tipo de nada. Lo único que sabía, es que era hombre, tenía cuarenta años, barba y pelo negro y era un peligroso asesino en serie que se había fugado de prisión hacía dos días. Mataba por el simple placer de hacerlo.

Nara nunca había matado a nadie. Pero, dada la masacre que provocó (y que había provocado en el pasado), no sintió remordimiento alguno cuarto le rajó la garganta. Una especie de placer sádico se incrustó en ella mientras veía la vida de aquel monstruo apagarse rápidamente, hasta que dejó de retorcerse.

La policía lo vio como un caso de defensa propia. Sin embargo, aquella noche fue algo con lo que Nara cargó el resto de su vida y que solo pudo superar gracias a una intensa terapia.

lunes, 25 de diciembre de 2023

LA CHICA DEL BAÑO

 

¿Eres fan de la mitología japonesa? Si así es, quizá hayas oído hablar de la niña del baño. Si no, bueno, ahora voy a relatar de qué va esta leyenda. La trama que contaré obviamente es falsa. Pero ¿el mito será cierto? Quién sabe. Comprobarlo es bastante fácil. Aunque demostrarlo quizá no tanto.

Todo empezó una tarde de Viernes en un pueblo cualquiera de Japón. No, no vamos a poner Tokio, demasiado visto ya. La protagonista de esta historia, es una joven de doce años de edad con el cabello negro corto. Se llamaba Sonoko.

Sonoko había salido a hacer unos recados a su madre, cuando de repente le entraron ganas de ir al baño. Su instituto estaba cerca así que fue allí.

El instituto estaba prácticamente vacío y aquello la amedrentó un poco. De no ser por las ganas de orinar, se habría marchado enseguida. El servicio de las chicas, lejos de estar impoluto, estaba muy sucio. Polvo, papeles y pañuelos por el suelo, el espejo manchado... casi nada estaba limpio por la de gente que entraba y salía.

— Esto está hecho un asco — dijo la niña indignada.

Apenas sí podía ver su rostro en el espejo: ojos castaños, cabello negro corto. Vestía un vestido azul, su favorito.

De pronto, escuchó un ruido procedente del cuarto cubículo. Aquello la paralizó por un segundo. Luego tragó saliva y se dijo que no podía ser.

— ¿Qui... quien... anda ahí?

Preguntó tímidamente. No hubo respuesta. Trató de calmar su acelerado corazón. Posiblemente solo había sido el viento. La ventana del baño estaba entre abierta. Sin saber muy bien porqué, se dirigió hacia la cuarta puerta. Estaba muerta de miedo, pero su curiosidad era mayor.

La curiosidad mató al gato se recordó la niña. Una vocecita interior luchó contra la razón: Pero el gato murió sabiendo. No se lo pensó más y abrió la puerta.

Y allí estaba ella. Bajita, cabello corto negro. Sus ojos la miraron con un odio ancestral, de hace siglos. La niña, la que miraba a Sonoko, se incorporó lentamente. Llevaba falda roja y la camiseta blanca estaba manchada de sangre. Sus manos parecían garras y estaba llena de heridas. La sola contemplación de la niña dejó petrificada a Sonoko. Ni siquiera podía temblar, del terror que sentía.

Así que es real pensó Sonoko. Hanako San... existe.

Dos profesores estaban conversando cuando escucharon un grito. El grito de Sonoko. Cuando acudieron allí, era demasiado tarde. La encontraron petrificada en el suelo, viva. Sin signos de heridas, ni nada. Solo había un mensaje escrito en sangre que se borró a los pocos segundos:


MI NOMBRE ES HANAKO SAN. Y HAS IRRUMPIDO MI PRIVACIDAD.

Sonoko fue a psicólogos y a todos les contó lo mismo: que había visto a Hanako san. Pero no lo contaría hasta tres años después, cuando empezó a hablar, ya que su visión la dejó tan trastocada que no pudo hablar por todo ese tiempo. Los médicos achacaron que su imaginación le jugó malas pasadas y finalmente Sonoko tuvo que fingir que "se había sanado" para que no la tomaran por loca y encerraran en un manicomio. Pero ella sabía la verdad. Y nunca jamás, volvió a pisar un baño ajeno. Al menos, sola.


EXPLICACIONES SOBRE EL MITO

El mito de Hanako existe desde los años ochenta u cincuenta. Hay varias versiones de como este fantasma empezó a existir. Algunos dicen que su padre era abusivo y la mató. Otros, que una bomba enemiga la mató. Sea cual fuere la versión, la cosa es que suele encontrarse tras el tercer o cuarto cubículo del baño de chicas o de alguno sucio. En Japón se aprovecha esta leyenda para que los niños mantengan limpios los baños.

lunes, 18 de diciembre de 2023

OSCURAS NAVIDADES

 

Eran las dos de la mañana cuando un fuerte ruido me despertó. Me incorporé rápidamente, destapé las sábanas y bajé abajo.

Antes de continuar, os haré una breve presentación sobre mí: me llamo Mike y tengo catorce años. Llevo el cabello castaño corto, ojos negros y uso gafas, ya que tengo un poco de astigmatismo. Vivo con mis padres y hermanita pequeña, de ocho años. Me sorprendió que nadie más se percatara de aquel ruido, aunque la verdad es que yo era el único de la familia que tenía el sueño ligero. Ya podía tocar una orquesta, que no iban a levantarse.

Llegué abajo del todo, al salón, y allí había una extraña figura envuelta en una túnica oscura. De repente, hacía mucho frío. El salón estaba adornado con calcetines en la chimenea, un árbol de navidad y algunos regalos. Pero todo tenía un aspecto siniestro. Las ventanas estaban cerradas, pero era como si el frío de la calle se hubiera colado al salón.

Miré a la figura. De esta sobresalían dos cuernos, pero no podía verle el resto de la cara. Me aterré. De pronto fui consciente de que había un desconocido en la casa. Y me miraba. De algún sexto sentido saqué que aquel era el causante de aquel frío. Dí un paso hacia atrás, involuntario. La figura avanzó hacia mí y de repente un segundo ruido sustituyó al primero y una figura algo regordeta vestida de rojo se abalanzó sobre la oscura figura. El ser desapareció.

Me acerqué a la figura de rojo tímidamente. Al principio no la reconocí, pero no pasó más de un momento hasta que supe quien era. Barba blanca, gorro rojo...

— ¿Papá Pitufo?

El hombre se me quedó mirando un instante. Luego contestó:

— ¿Me ves cara azulada chico?

Perplejo, dije:

— Espera... ¿Santa Claus? ¿Eres tú? Venga ya... no puede ser...

— ¿Era más creíble que existiera Papá Pitufo?

Santa estaba entre divertido y cabreado. No hubiera sabido decir cómo exactamente se sentía. Quería creer que lo confundí con un Pitufo porque estaba medio dormido todavía. Y orinándome. Dios, como no se apartase aquel gordo iba a terminar empapándolo. Lo aparté de un empujón y fui al baño. Cuando salí, lo vi sentado en el sofá comiendo leche y galletas.

— Asquerosas, muy blandas ¿donde las habéis comprado? ¿En Ikea? He comido renos más ricos que estas galletas. Y la leche está pasada.

— Para ser Santa, eres muy desagradecido — le espeté.

— Y tu feo y virgen y no te digo nada.

Aquello me enfadó.

— Bueno ¿va a explicarme que era aquella figura?

Santa escupió un sorbo de leche al suelo.

— Si pregunta tu madre, es culpa tuya. Bien, esa figura — dijo mirándome — era Krampus.

— He oído hablar de él. Es algo así como tu parte opuesta. Va secuestrando niños que no creen en las navidades.

— Como tú. Por eso solo tú te has despertado. Iba por ti.

Tras un momento de silencio, Santa dijo:

— Ya me lo agradecerás luego. Ahora me marcho. He de evitar que más niños que no creen en mí sean asesinados mientras envío regalos y no recibo un maldito centavo porque estafo a hacienda.

— ¿Cómo la estafas?

— A ti te lo voy a decir.

Vi como Santa volvía hacia la chimenea.

— Bueno niño, un placer hablar contigo. No abras los regalos solito ¿eh?

— Santa... ¿sabes que existen las puertas, ¿no? Podría abrirte y tal...

— ¿Y romper una tradición? De eso nada, yo soy muy tradicional.

— ¿En todo? — pregunté con doble intención.

— No quieras saber más de la cuenta niño.

Entonces se me ocurrió algo brillante:

— ¡Espera! Te acompaño.

Santa me miró con desconfianza. Me acerqué a él con carita de niño ilusionado y al tenerlo más cerca pude oler el alcohol emanando de su boca.

Un Santa Claus que parece un Pitufo, borracho, que insulta a los niños y se come sus propios renos. Simplemente genial.

Estaba realmente emocionado.

— No.

Me dijo secamente. Iba a irse, escalando por la chimenea cuando le dije:

— Te doy cien pavos.

Santa resbaló hasta el suelo nuevamente, me miró y me tendió la mano.

— Vale.

Si que está necesitado el gordo este.

Mientras Santa hacía ejercicio escalando (y no adelgazaba) yo salí tranquilamente por la puerta. Santa me recogió en su trineo que tenía aparcado... en el patio de mi casa.

Todo el lugar estaba repleto de nieve y hacía mucho frío. Iniciamos el viaje repartiendo regalos y esquivando a Krampus (el cual trataba de atacar a los niños que no creían en navidad) hasta que llegó el amanecer y entregamos los últimos regalos en una casa de campo donde tan solo vivían un padre y sus hijas pequeñas.

Allí nos encontramos a Krampus nuevamente.

— ¡Ya vale Krampus! No puedes llevártelo solo porque no creyera en la navidad. Sabes que ahora sí cree.

Pero Krampus no parecía compartir el mismo pensamiento y nos atacó. No voy a aburriros con detalles de la pelea, más que nada porque solo fue un montón de empujones, golpes y una mordida en el trasero por parte de Santa. Finalmente lo ahuyenté con un mechero y un desodorante que encontré. Un lanzallamas casero y efectivo. Dejamos los regalos y dije:

— Bueno, no ha estado mal ¿eh? hemos salvado la navidad. ¿Santa?

Miré alrededor al ver que no me contestaba. No lo vi por ningún lado. Investigué por la casa, pero se había marchado. Me dejó tirado el maldito gordo. En medio de Rusia.

Para regresar a casa tuve que mendigar y robar lo que pude. Así me pagué un billete de avión de vuelta a casa. El cómo les expliqué a mis padres la ausencia fue diciéndoles que me habían secuestrado y soltado en Rusia. En mi cuarto encontré una nota en mi hucha, que decía que aprovecharía bien los cien "pavos".

Maldito gordo.

domingo, 26 de noviembre de 2023

CRÓNICAS ELEMENTALES 1: PRÓLOGO

Antes de empezar el relato, me llena de alegría informarles de que ya está a la venta en formato físico mi novela Crónicas Elementales 😊.

Esta fue de las primeras historias que inventé, desde que era pequeño y ha ido creciendo conforme yo lo hacía. Inicialmente era una historia de terror, pero fue evolucionando hasta convertirse en una fantasía épica con tintes de fantasía urbana. En un mundo totalmente ficticio, que mezcla nombres ya existentes y otros inventados. Espero que este pequeño relato os enganche y os apetezca darle la oportunidad a este humilde escritor indie, que apenas empieza a dar sus primeros pasos en este mundillo. Si bien el libro está correctamente configurado, aún puede notarse ligeramente diferente a los libros fisicos ya acostumbrados. Esto es lógico, teniendo en cuenta que aún soy novato en este formato y es el propio Amazón el que se encarga de todo el proceso. 

Por supuesto, iré mejorando con el tiempo hasta que poco a poco pueda ofreceros un formato físico que sea igual o superior al de una editorial, al punto que resulten indistinguibles. Pero por ahora, no soy más que un bebé en esta etapa escritoril. Siento la chapa, me pongo a escribir y no paro...

Disfrutad de la historia y os animo a comentar lo que os ha parecido, siempre desde el respeto y con críticas constructivas. También os animo a compartirlo en vuestras redes sociales, para que llegue a más gente. Y sin más, vamos allá...


Lily se hallaba leyendo tranquilamente tumbada en la cama de su habitación, cuando de repente escuchó un estruendo. El libro se le cayó de las manos; la tierra entera tembló, ocasionando que algunos libros, lápices y objetos de diferentes tipos y tamaños se cayeran de su lugar. Preocupada por lo que pudiera haber sucedido, Lily se acercó a la ventana, solo para quedar horrorizada por lo que vio a continuación:

La ciudad donde estaba situada su casa se encontraba en llamas. Varias casas y árboles de un bosque cercano que los rodeaba estaban en llamas. Y por si aquello no fuera suficiente, afuera se escuchaban lamentos y rugidos. Lily intuía de qué se trataba, pero se negaba a aceptarlo. Necesitaba verlo por sí misma sin importar cuán peligroso fuera.

Se calzó unos leggins, una camiseta de tirantes y unos botines blancos y salió disparada. Lily tenía catorce años; el cabello castaño recogido en una coleta. Sus ojos eran negros como la noche, temibles cuando se enfadaba. Medía 1’63 y su rostro era angelical. Si bien en aquellos momentos estaba asustada, la curiosidad podía más. Además, no iba indefensa. Sabía buenos hechizos aprendidos en la Torre de Hechicería Avidense. Aquella torre era el único lugar en toda Alavir al que los magos podían acceder para aprender sus hechizos a menos que algún mago o brujo les enseñara por su cuenta. Si bien pudieran parecer que mago y brujo eran lo mismo, estos en realidad no eran una forma más que de diferenciar grados. En el nivel más básico estaban los magos: seres humanos con capacidades mágicas básicas: atacar, defender, curar. Luego se encontraban los Hechiceros, que podían crear complejos hechizos y por último estaban los brujos: Estos eran capaces de crear complejas redes de hechizos que ningún mago o hechicero podía realizar, como el arte de revivir a los muertos o crear vida, siendo estos dos casos muy extremos. A menudo se usaba mago como sinónimo de todo.

Lily llevaba un año en la escuela y en otro año podría acceder al título de hechicera. Y tras unos pocos años más, al de bruja.

Afuera imperaba la noche oscura sin estrellas; solo iluminada por las llamas. El caos era peor de lo que había imaginado. Lo primero que vio para su mala suerte fue como un hombre era masacrado por una extraña bestia que ella jamás había visto. Era grande, de al menos dos metros del alto, de piel totalmente negra y robusta rodeada de pinchos gruesos que tenían la habilidad de estirarse y atravesar enemigos por lo que vio Lily. El ser rugió mostrando unos dientes afilados como cuchillos y ojos rojos que se fijaron inmediatamente en ella. Paralizada de terror, Lily no supo qué hacer. Afortunadamente para ella cuatro guerreros se interpusieron de inmediato ante la criatura portando lanzas y espadas. Lily no quería saber cómo acababa aquello, así que corrió y se dispuso a investigar cómo se encontraba el lugar. Mirara donde mirara todo estaba lleno de criaturas extrañas. Vio unos seres encapuchados de piel grisácea. Todo aquel que se acercó a ellos murieron. Lily, siendo joven maga, sintió una magia muy oscura en el interior de aquellos seres y decidió que no quería toparse con ninguno. Vio a otro ser más lejos tocando a un hechicero, que se desplomó inerte. Lily tragó saliva y siguió corriendo. No iba ciega: sabía lo que buscaba: a sus padres. Por lo que sabía, aquella noche debían encontrarse en el consejo de Luxbe, la ciudad de la luz, donde ella se encontraba ahora mismo. Allí se reunía el consejo, el cual lo formaban la reina Isabel, gobernanta absoluta de Alavir, junto a otros guerreros y brujos de rango alto. Si hoy se había reunido el consejo y se estaba ocasionando aquella batalla, no podía ser mera coincidencia pensaba Lily. Estaba indudablemente relacionado y aquello implicaba nada bueno. Siguió corriendo mientras veía a algunos magos y guerreros destruir sombras, zombis e inclusive vampiros. Había escuchado hablar de aquellas criaturas en clase, pero desconocía quienes serían los tipos grises o aquellas bestias con pinchos. Pero de una cosa estaba convencida: todos esos seres provenían del Inframundo.

El Inframundo era el submundo, adonde iban las almas muertas y estaba divida en dos zonas: el Hades y Elíseo. Al primero iban los que cometían maldades y al segundo los que habían sido en su mayor parte buenos. Los que se arrepentían de corazón solían tener una reencarnación para tener una segunda oportunidad, aunque decían que sus vidas eran más cortas que antaño. Y el Hades tenía no solo criminales, sino también monstruos. Eran el hogar natural de los vampiros, los licántropos, los zombis, las brujas de cuento (abreviadas simplemente brujas, ya que tenían el aspecto de las brujas típicas de cuentos de hadas) así como otras criaturas como bestias de sombras (criaturas hechas de oscuridad) y Si’loc (seres similares a cucarachas que iban a pie como los humanos). Si esas criaturas estaban en Luxbe significaba que un mago negro muy poderoso acababa de liberarlas.

Los magos negros se desprendían totalmente de grados. Mago, hechicero o brujo negro significaba todo lo mismo. Los había más poderosos y más débiles, pero todos tenían en común lo obvio: usaban magia oscura. Exclusivamente.

Lily escuchó entonces a un niño gritar. Se detuvo y miró en dirección al grito, hacia su derecha. Sobre una fuente se hallaba tirado un chico de cabello negro vestido con cota de malla. Se encontraba temblando, con la espada lejos de su alcance.

Pobrecillo, seguro que intentó ayudar y se murió de miedo se apiadó Lily. No sabía la edad del joven, ya que no podía verle la cara debido a que estaba agazapado, pero lo que sí tenía claro era al atacante del muchacho: una bestia de sombras.

Las bestias de sombras eran pura oscuridad, con dientes afilados como cuchillos y garras oscuras. Eran en extremo poderosos al usar pura energía oscura, pero tenían una debilidad mortal: no podían sobrevivir a la luz. Un hechizo simple de luz los exterminaba. Corrió hacia el chico rápidamente. Se interpuso entre él y la bestia, que rugió amenazante. Aunque aterrorizada, Lily hizo acopio de su poder, exclamó unas palabras apuntando con ambas manos hacia el ser y un haz de luz destelló de la palma de sus manos. La criatura rugió de dolor antes de desintegrarse por completo. Lily se sintió un poco cansada. Usar magia utilizaba energía del cuerpo, pues la magia era en sí misma energía que algunos humanos tenían el don de poder manipular. Lily se volvió al chico y le preguntó:

  • ¿Estás bien?

El muchacho se incorporó y Lily quedó impresionada cuando vio de quien se trataba. Cabello negro, ojos azules… rostro ovalado. No cabía duda alguna, se trataba ni más ni menos de Jorge, el hijo de la reina Isabel. Tenía fama en el reino de ser un cobarde, pero tenían la esperanza de que se le pasase. Sin embargo, tenía dieciséis años y Lily dudaba de que fuera a cambiar.

  • Gracias por salvarme señorita — le dijo Jorge —. De no ser por usted yo ahora estaría muerto.

Ella necesitó un momento para deshacerse de la impresión y contestar:

  • No es nada… Príncipe ¿qué hace fuera? Corre peligro ¿Y sus guardas?

  • La bestia los asesinó. Estaba preocupado por mi madre y ordené que me escoltaran al consejo.

  • Lamento la pérdida de sus guardas… Yo voy para el consejo. Puedo protegerle.

Lily habló con seguridad, pero en realidad se sentía muy insegura. Pero no podía dejar al príncipe a su suerte y de todas formas tanto él como ella iban al mismo lugar y no estaban ya muy lejos.

  • Está bien, vamos.

Y juntos se dirigieron hacia el consejo. Esquivaron sombras, muertos vivientes y demás seres hasta finalmente llegar al consejo. Este se encontraba en un enorme edificio de aspecto griego similar al Partenón. A ese edifico se le llamaba Panteón debido a que se construyó en honor a todas las diosas que crearon el reino Alavir. Eran un total de seis, las cuales tenían un hermano malvado llamado Hades, quien era el que regentaba el Inframundo. En el pasado, al inicio del mundo las diosas crearon Alavir. Celoso, Hades creó el Inframundo y a sus monstruos y los liberó por todo el mundo provocando el caos. Como castigo, las diosas desterraron a sus criaturas y al mismo dios al Inframundo y colocaron pesadas cadenas para que él jamás escapase.

Pero si ahora un mago había roto esas cadenas…

La entrada al Panteón no fue sencilla. Tuvieron que esquivar de muy cerca criaturas encapuchadas de manos grisáceas y otras muy similares de manos negruzcas, como quemadas, a la vez que subían escalones hacia la entrada. Cuando finalmente llegaron a la entrada, vieron que las puertas habían saltado por los aires. Se encontraban en el suelo, rotas en pedazos. El interior, antaño bonito, era ahora feo y sucio.

El pavimento blanco era ahora gris y negro cubierto de sangre y motas de polvo. Los cristales que tenían a las diosas pintadas estaban rotos y la araña del techo pendía de un hilo. El lugar estaba lleno de muertos y solo tres personas quedaban con vida. La primera una mujer vestida con cota de malla, portando una espada con protección para la mano. Su cabello era negro y sus ojos, grises. Su mirada dura. El segundo un hombre de aproximadamente la misma edad que la mujer, con barba blanca recortada, calvo y ojos negros como los de Lily. Vestía armadura y portaba una espada en ambas manos. Y por último un joven con aspecto de lobo. Tendría unos veinte años más o menos y el cabello negro y largo. Su rostro era feroz y sus dedos parecían garras. Se trataban de Isabel, Fran y Licántropo. Fran era el padre de Lily. A Licántropo Lily lo conocía de vista. Lo único que sabía de él es que era un poderoso brujo. Los tres combatían contra un ser que parecía humano, pero Lily sabía que no lo era. Medía al menos tres metros de alto, su cabello corto era cobrizo y sus ojos, negros. Su expresión era dura e impasible. Su vestimenta totalmente negra. A Lily le llamó la atención uno de los cuerpos que estaban cerca de aquel desconocido. Era un cuerpo familiar para Lily y cuando lo reconoció, se derrumbó toda. Todas las fuerzas la abandonaron y un débil “no” salió de sus labios al tiempo que caía de rodillas al suelo. Jorge se inclinó sobre ella preguntándole que le sucedía, pero su voz le sonaba muy lejana. Porque el cuerpo que estaba ante ella era el de su madre, Eva. Tragando saliva y forzándose a no derramar lágrimas, se incorporó ignorando por completo al príncipe de Alavir y fue hacia su madre, quien se encontraba tendida sobre el suelo, inerte. Su expresión era puro terror. Eso significaba que había muerto con miedo. Aparte de algunas heridas leves, no había marca de herida mortal.

¿Cómo la mataron? ¿Fue ese tipo? Lily miró al monstruo que tenía delante. La ira empezaba a bullirle, pero era consciente de que no podía culpar a aquel ser sin pruebas. Pero sí que descargaría su ira contra él. Eso sí. Furiosa, gritó y se abalanzó sobre el desconocido descargando con sus manos un gran haz de luz obligando a Isabel, Licántropo y su padre a apartarse.

  • ¿Hija? — preguntó sorprendido Fran.

La reina puso una mueca de asombro, pero no dijo nada. Licántropo se mantuvo impasible. Lily atacó sin cesar a la criatura, pero no le hizo nada, para asombro de Lily. La furia dio paso al miedo.

  • No… como…

Antes de que pudiera hacer nada el desconocido le propinó una patada que la envió a la pared con la cual chocó violentamente. Quedó tumbada en el suelo muy malherida. Aquel desconocido la había golpeado con una fuerza inusual, lo que confirmaba que no era humano en absoluto. Aparte parecía tener una resistencia inusual a la luz. Notaba la impresionante energía oscura en aquel ser, mayor que la de los seres grisáceos. Como norma general, los monstruos eran débiles a la luz, pero había otros, como ese, que eran excepcionalmente resistentes.

  • ¡Conmigo! — ordenó la reina.

Licántropo y Fran asintieron y rápidamente rodearon al desconocido. Entonces, Licántropo e Isabel lanzaron un potente chorro de luz que cegó al enemigo, permitiendo a Fran acercarse a él y atravesar su corazón. El ser soltó un grito inhumano al tiempo que humo oscuro salía de sus orejas y boca. Cuando desapareció la oscuridad, el cuerpo estalló.

Aquello fue lo último que vio Lily antes de que su visión desapareciera.



La reina se acercó a su hijo. La expresión de ella era furiosa.

  • ¿¡Cómo te atreves a desobedecerme!?

Acto seguido le dio una colleja.

  • ¡Auch! — se quejó Jorge.

  • Ni auch, ni aoch. Suerte tienes que no sea más que una colleja. ¡Podrían haberte matado!

  • Pero… quería asegurarme de que estabas bien…

La reina suspiró de impaciencia y abrazó a su hijo, para sorpresa de este.

  • Eres igual que tu padre.

  • ¿Qué está sucediendo? — preguntó Jorge.

  • No lo sabemos. Estábamos en la reunión cuando de repente ese monstruo entró junto con otros monstruos y masacraron a los demás.

Antes de que pudiera Jorge decir nada, algo estalló afuera y todos corrieron a mirar menos Fran, que fue a recoger a su hija. La alzó en brazos y salió afuera con los demás. Al salir, la reina quedó petrificada. En el cielo, unos rayos habían aparecido y tronaban con fuerza. Y en el centro de estos, elevado en el aire, se encontraba un hombre de unos treinta años; cabello castaño corto vestido con túnica morada. Aquella túnica implicaba sin lugar a dudas su rango como brujo supremo. Isabel supo, antes de que aquel brujo abriera la boca, que era el culpable de todo cuanto estaba sucediendo.

  • Mi nombre es Zodiac— se presentó —. Y juro por el dios oscuro que Alavir va a ser mío.


sábado, 25 de noviembre de 2023

ÁNGEL GUARDIÁN 1: SOBRE ÁNGELES Y DEMONIOS

 

Ariel y Jesús caminaron deprisa un rato más hasta que finalmente la chica decidió que era buena idea salir de las vías del tren. Se veían las calles de Dos Hermanas a lo lejos.

  • Por aquí — indicó ella aún sin soltar su mano. Se sentía cálida.

Jesús había renunciado hacía rato a que le soltara. Al principio había resultado ser algo incómodo, pero ahora lo tranquilizaba. Le aportaba seguridad.

  • ¿Podrías decirme al menos hacia dónde vamos? — inquirió Jesús.

Ella resopló. Estaba claro que no quería decirle nada, pero era consciente de que tarde o temprano acabaría averiguándolo de todos modos, así que dijo:

  • A una iglesia.

  • ¿Necesitas rezar? — preguntó con sarcasmo Jesús.

  • Algo así — respondió la chica muy seria.

Jesús se preguntó si habría captado su sarcasmo.

Se adentraron en la ciudad campo a través y para cuando Jesús se quiso dar cuenta, se hallaban próximos al barrio La Motilla. Realmente no estaba cerca, pero se veía lo suficiente a lo lejos como para que Jesús lo considerara “cerca”. Si bien cerca podía ser un kilómetro, perfectamente. El nerviosismo de Jesús iba en aumento. Así debió de notarlo Ariel, porque esta comenzó a hablar para, supuso Jesús, distraerlo del peligro que en realidad les pisaba los talones. Las piernas de Jesús le comenzaban a doler y no sabía cuánto tiempo más resistiría.

  • Aguarda — le dijo ella —. En menos de una hora llegaremos a nuestro destino.

  • ¿Pero a qué iglesia te diriges? — la curiosidad del muchacho era ya gigantesca.

  • Ah, pronto lo sabrás.

  • ¿Por qué tanto misterio? — quiso saber él.

  • Porque si no se acabaría la sorpresa — le respondió ella guiñándole un ojo.

Jesús se quedó un poco confundido. ¿Sorpresa? ¿Porque aquella iglesia era tan especial?

Como supuso que pronto lo averiguaría, decidió no insistir más.

Ariel había aflojado el ritmo, lo cual Jesús agradeció. Un poco más y le habría dolido menos una amputación de ambas piernas. También el semblante de la chica para estar más apacible. Atravesaron la ciudad con un calor abrasador de treinta grados. Jesús habría agradecido ponerse unas bermudas, pero en su lugar había optado por pantalón largo, así que tuvo que aguantarse. De todas formas, no tuvo que aguantar demasiado el calor, pues Ariel buscó enseguida algo de sombra. Si bien el muchacho sudaba a mares, a Ariel no se la veía para nada cansada ni sudada. Toda ella era impoluta. Atravesaron el centro del pueblo, esquivando bares (con su correspondiente olor a pescado y carne, que hizo que le rugiera el estómago a Jesús) y las personas que regresaban a sus hogares. Llegaron a la plaza de la constitución. Se detuvieron frente a la Iglesia Santa María Magdalena.

  • Hemos llegado — anunció ella.

  • ¿Es aquí? — preguntó Jesús algo confundido.

Ariel tan solo asintió.

  • Es mi hogar.

  • ¿Tu hogar? ¿Me estás diciendo que vives aquí? — Preguntó con incredulidad.

Jesús no sabía si echarse a reír o no. Una mirada seria de Ariel le bastó para que le confirmara que hablaba en serio. Tal vez en otras circunstancias, habría pensado que estaba pirada. Pero después de haber sido atacado por un sabueso del infierno y haber visto el arma de su salvadora, ya no tenía tan claro quién era el falto de cordura.

Ariel suspiró. A su alrededor había muchas personas almorzando. Las tripas de Jesús rugieron otra vez y Ariel debió escucharlo, porque sonrió traviesa.

  • Será mejor que te lo cuente con el estómago lleno.

Jesús lo agradeció. Se moría de hambre. Pidieron unos bocadillos con jamón en un bar cercano y unas botellas de agua fría. Se sentaron en un banco de la plaza.

  • Soy un ángel.

Aquella afirmación casi hizo que Jesús se atragantara con el pedazo de bocata que había tragado. Unas palmaditas por parte de Ariel y un poco de agua solucionaron el asunto.

  • ¿Dices literalmente?

Ella asintió.

  • ¿Recuerdas la espada que mostré antes? — Jesús dijo que sí —. Bueno pues, es un arma angelical. Los ángeles somos los guerreros de Dios. Os protegemos a todos los seres vivos, especialmente a los humanos.

  • La especie favorita de Dios — dedujo él.

Ariel carraspeó divertida.

  • No exactamente.

  • ¿A qué te refieres? — quiso saber Jesús.

  • Dejemos eso para otro momento ¿vale? Hay asuntos más urgentes.

La voz de Ariel sonó firme, pero amable. Jesús decidió que obedecerla en aquel momento era lo mejor, a fin de cuentas, no era un asunto tan importante como otros que tenían entre manos. Como, por ejemplo:

  • ¿Porque me ha atacado ese perro?

  • Quería llevarte al infierno.

Aquella revelación le heló la sangre. Ariel pareció darse cuenta, porque dijo:

  • Lo lamento, no se me da muy bien esto del tacto... quizás no debería haberte dicho eso.

  • No, no. Está bien saberlo.

La sola idea de ir a un lugar como el infierno no le agradaba nada. Y más si era como decían las leyendas.

  • Imagino que será un lugar tan terrible como cuentan — dijo Jesús.

  • Es aún más horrible. No existen palabras para describir lo que hay allí abajo.

Un escalofrío inundó el cuerpo de Jesús. Ariel le acarició el cabello. Jesús se sintió incómodo por este gesto, pero al mismo tiempo le gustaba. Si Ariel notó algo, no lo dijo, porque siguió acariciándolo unos segundos más y luego se detuvo.

  • ¿Y cómo es que apareciste de repente? No te vi subir al tren.

  • Ah eso. Jesús hay algo que deberías saber.

Jesús aguardó mientras ella se preparaba para decirle lo que sea que fuera a decirle.

  • Entre los ángeles existen varias categorías ¿de acuerdo? Estamos los Ángeles Guerreros que, básicamente somos todos, pero hay un grupo especial. Uno del que vosotros los humanos habéis oído hablar miles de veces.

  • ¿Cuál es? — preguntó, altamente intrigado.

  • Los Ángeles Guardianes. O de la guarda, como muchos decís. Os vigilamos, y procuramos que estéis bien. Aunque a veces no podamos interferir.

  • ¡Guau! ¿y tú eres el mío?

Ella asintió. Jesús no pudo evitar que asomara una leve sonrisa de satisfacción.

La chica que me gusta me protege le gustaba aquello, decidió. Vio que Ariel también sonreía.

  • ¿Y observáis desde el cielo, siempre?

Ella negó con la cabeza y luego respondió:

  • Estamos siempre en La Tierra. Así podemos estar más cerca vuestra. Os vigilamos incluso cuando creéis que nadie os mira. Por eso a veces sentís presencias u observados. Generalmente somos nosotros.

  • Ah, así que esos escalofríos que a veces noto...

  • Por lo general era yo, sí.

  • Y... ¿Siempre estás conmigo? ¿Las veinticuatro horas del día? ¿Todos los días?

Ariel volvió a mostrar aquella sonrisa traviesa, que parecía más propia del diablo que de un ángel y contestó:

  • Si a lo que quieres que responda es si he llegado a ver tus “asuntos”, diría que sí. Con mucho detalle, además. No tenía ni idea de que te gustara ver ese tipo de cosas...

  • Vale, vale — la cara de Jesús estaba rojísima de vergüenza. Su ángel solo se rio con dulzura y le acarició el cabello.

  • Tranquilo, Jesús, no pasa nada. No es pecado ni haces daño a nadie.

  • Bueno... — la cara de Jesús era algo menos roja, pero su voz temblaba de vergüenza — según la iglesia no.

  • Ya, bueno, la iglesia se tomó algunas licencias — Ariel parecía ligeramente molesta con ese tema, aunque Jesús no podría haberlo jurado completamente —. No miente en general, pero hay algunos tecnicismos. Las famosas contradicciones. ¿Crees que Dios habría puesto eso como pecado y os habría dejado las manos tan cerca de vuestro “amigo o amiga”?

  • Eso tiene sentido — reflexionó él.

  • Te conozco desde siempre — le dijo ella —. Desde que naciste. He estado cuidándote, y asegurándome de que estuvieras bien, la mayor parte del tiempo. Aunque hay cosas en las que un ángel no puede interferir, como en el libre albedrío. No puedo evitar que una persona quiera herirte si desea hacerlo, pero sí puedo minimizar los daños o “atar hilos”, por decirlo así, para que puedas encontrar la ayuda necesaria para afrontar ese daño. E inclusive si te hieren gravemente, puedo hilar un poco las cosas para que aparezca alguien que pueda llevarte al hospital. O llevarte yo misma.

Jesús se quedó pensando acerca de lo que Ariel le acababa de decir. Mucha información, se dijo.

  • Creí que los ángeles teníais alas — comentó Jesús de repente.

Aquello le provocó una carcajada a Ariel.

  • Es un mito. A medias. Digamos que podemos “volar” o, mejor dicho, teleportarnos de un lugar a otro. Pero no lo hacemos muy a menudo. No es un poder que se utilice a ligera. Por eso no lo utilicé antes. Echar el vuelo con alguien que no está acostumbrado puede ser peligroso.

  • Ah — dijo Jesús azorado.

  • Creo que es hora de que entremos en la iglesia — decidió Ariel.

Jesús la siguió. Ambos se levantaron y se dirigieron a las puertas de la iglesia. La atravesaron.