lunes, 25 de diciembre de 2023

LA CHICA DEL BAÑO

 

¿Eres fan de la mitología japonesa? Si así es, quizá hayas oído hablar de la niña del baño. Si no, bueno, ahora voy a relatar de qué va esta leyenda. La trama que contaré obviamente es falsa. Pero ¿el mito será cierto? Quién sabe. Comprobarlo es bastante fácil. Aunque demostrarlo quizá no tanto.

Todo empezó una tarde de Viernes en un pueblo cualquiera de Japón. No, no vamos a poner Tokio, demasiado visto ya. La protagonista de esta historia, es una joven de doce años de edad con el cabello negro corto. Se llamaba Sonoko.

Sonoko había salido a hacer unos recados a su madre, cuando de repente le entraron ganas de ir al baño. Su instituto estaba cerca así que fue allí.

El instituto estaba prácticamente vacío y aquello la amedrentó un poco. De no ser por las ganas de orinar, se habría marchado enseguida. El servicio de las chicas, lejos de estar impoluto, estaba muy sucio. Polvo, papeles y pañuelos por el suelo, el espejo manchado... casi nada estaba limpio por la de gente que entraba y salía.

— Esto está hecho un asco — dijo la niña indignada.

Apenas sí podía ver su rostro en el espejo: ojos castaños, cabello negro corto. Vestía un vestido azul, su favorito.

De pronto, escuchó un ruido procedente del cuarto cubículo. Aquello la paralizó por un segundo. Luego tragó saliva y se dijo que no podía ser.

— ¿Qui... quien... anda ahí?

Preguntó tímidamente. No hubo respuesta. Trató de calmar su acelerado corazón. Posiblemente solo había sido el viento. La ventana del baño estaba entre abierta. Sin saber muy bien porqué, se dirigió hacia la cuarta puerta. Estaba muerta de miedo, pero su curiosidad era mayor.

La curiosidad mató al gato se recordó la niña. Una vocecita interior luchó contra la razón: Pero el gato murió sabiendo. No se lo pensó más y abrió la puerta.

Y allí estaba ella. Bajita, cabello corto negro. Sus ojos la miraron con un odio ancestral, de hace siglos. La niña, la que miraba a Sonoko, se incorporó lentamente. Llevaba falda roja y la camiseta blanca estaba manchada de sangre. Sus manos parecían garras y estaba llena de heridas. La sola contemplación de la niña dejó petrificada a Sonoko. Ni siquiera podía temblar, del terror que sentía.

Así que es real pensó Sonoko. Hanako San... existe.

Dos profesores estaban conversando cuando escucharon un grito. El grito de Sonoko. Cuando acudieron allí, era demasiado tarde. La encontraron petrificada en el suelo, viva. Sin signos de heridas, ni nada. Solo había un mensaje escrito en sangre que se borró a los pocos segundos:


MI NOMBRE ES HANAKO SAN. Y HAS IRRUMPIDO MI PRIVACIDAD.

Sonoko fue a psicólogos y a todos les contó lo mismo: que había visto a Hanako san. Pero no lo contaría hasta tres años después, cuando empezó a hablar, ya que su visión la dejó tan trastocada que no pudo hablar por todo ese tiempo. Los médicos achacaron que su imaginación le jugó malas pasadas y finalmente Sonoko tuvo que fingir que "se había sanado" para que no la tomaran por loca y encerraran en un manicomio. Pero ella sabía la verdad. Y nunca jamás, volvió a pisar un baño ajeno. Al menos, sola.


EXPLICACIONES SOBRE EL MITO

El mito de Hanako existe desde los años ochenta u cincuenta. Hay varias versiones de como este fantasma empezó a existir. Algunos dicen que su padre era abusivo y la mató. Otros, que una bomba enemiga la mató. Sea cual fuere la versión, la cosa es que suele encontrarse tras el tercer o cuarto cubículo del baño de chicas o de alguno sucio. En Japón se aprovecha esta leyenda para que los niños mantengan limpios los baños.

lunes, 18 de diciembre de 2023

OSCURAS NAVIDADES

 

Eran las dos de la mañana cuando un fuerte ruido me despertó. Me incorporé rápidamente, destapé las sábanas y bajé abajo.

Antes de continuar, os haré una breve presentación sobre mí: me llamo Mike y tengo catorce años. Llevo el cabello castaño corto, ojos negros y uso gafas, ya que tengo un poco de astigmatismo. Vivo con mis padres y hermanita pequeña, de ocho años. Me sorprendió que nadie más se percatara de aquel ruido, aunque la verdad es que yo era el único de la familia que tenía el sueño ligero. Ya podía tocar una orquesta, que no iban a levantarse.

Llegué abajo del todo, al salón, y allí había una extraña figura envuelta en una túnica oscura. De repente, hacía mucho frío. El salón estaba adornado con calcetines en la chimenea, un árbol de navidad y algunos regalos. Pero todo tenía un aspecto siniestro. Las ventanas estaban cerradas, pero era como si el frío de la calle se hubiera colado al salón.

Miré a la figura. De esta sobresalían dos cuernos, pero no podía verle el resto de la cara. Me aterré. De pronto fui consciente de que había un desconocido en la casa. Y me miraba. De algún sexto sentido saqué que aquel era el causante de aquel frío. Dí un paso hacia atrás, involuntario. La figura avanzó hacia mí y de repente un segundo ruido sustituyó al primero y una figura algo regordeta vestida de rojo se abalanzó sobre la oscura figura. El ser desapareció.

Me acerqué a la figura de rojo tímidamente. Al principio no la reconocí, pero no pasó más de un momento hasta que supe quien era. Barba blanca, gorro rojo...

— ¿Papá Pitufo?

El hombre se me quedó mirando un instante. Luego contestó:

— ¿Me ves cara azulada chico?

Perplejo, dije:

— Espera... ¿Santa Claus? ¿Eres tú? Venga ya... no puede ser...

— ¿Era más creíble que existiera Papá Pitufo?

Santa estaba entre divertido y cabreado. No hubiera sabido decir cómo exactamente se sentía. Quería creer que lo confundí con un Pitufo porque estaba medio dormido todavía. Y orinándome. Dios, como no se apartase aquel gordo iba a terminar empapándolo. Lo aparté de un empujón y fui al baño. Cuando salí, lo vi sentado en el sofá comiendo leche y galletas.

— Asquerosas, muy blandas ¿donde las habéis comprado? ¿En Ikea? He comido renos más ricos que estas galletas. Y la leche está pasada.

— Para ser Santa, eres muy desagradecido — le espeté.

— Y tu feo y virgen y no te digo nada.

Aquello me enfadó.

— Bueno ¿va a explicarme que era aquella figura?

Santa escupió un sorbo de leche al suelo.

— Si pregunta tu madre, es culpa tuya. Bien, esa figura — dijo mirándome — era Krampus.

— He oído hablar de él. Es algo así como tu parte opuesta. Va secuestrando niños que no creen en las navidades.

— Como tú. Por eso solo tú te has despertado. Iba por ti.

Tras un momento de silencio, Santa dijo:

— Ya me lo agradecerás luego. Ahora me marcho. He de evitar que más niños que no creen en mí sean asesinados mientras envío regalos y no recibo un maldito centavo porque estafo a hacienda.

— ¿Cómo la estafas?

— A ti te lo voy a decir.

Vi como Santa volvía hacia la chimenea.

— Bueno niño, un placer hablar contigo. No abras los regalos solito ¿eh?

— Santa... ¿sabes que existen las puertas, ¿no? Podría abrirte y tal...

— ¿Y romper una tradición? De eso nada, yo soy muy tradicional.

— ¿En todo? — pregunté con doble intención.

— No quieras saber más de la cuenta niño.

Entonces se me ocurrió algo brillante:

— ¡Espera! Te acompaño.

Santa me miró con desconfianza. Me acerqué a él con carita de niño ilusionado y al tenerlo más cerca pude oler el alcohol emanando de su boca.

Un Santa Claus que parece un Pitufo, borracho, que insulta a los niños y se come sus propios renos. Simplemente genial.

Estaba realmente emocionado.

— No.

Me dijo secamente. Iba a irse, escalando por la chimenea cuando le dije:

— Te doy cien pavos.

Santa resbaló hasta el suelo nuevamente, me miró y me tendió la mano.

— Vale.

Si que está necesitado el gordo este.

Mientras Santa hacía ejercicio escalando (y no adelgazaba) yo salí tranquilamente por la puerta. Santa me recogió en su trineo que tenía aparcado... en el patio de mi casa.

Todo el lugar estaba repleto de nieve y hacía mucho frío. Iniciamos el viaje repartiendo regalos y esquivando a Krampus (el cual trataba de atacar a los niños que no creían en navidad) hasta que llegó el amanecer y entregamos los últimos regalos en una casa de campo donde tan solo vivían un padre y sus hijas pequeñas.

Allí nos encontramos a Krampus nuevamente.

— ¡Ya vale Krampus! No puedes llevártelo solo porque no creyera en la navidad. Sabes que ahora sí cree.

Pero Krampus no parecía compartir el mismo pensamiento y nos atacó. No voy a aburriros con detalles de la pelea, más que nada porque solo fue un montón de empujones, golpes y una mordida en el trasero por parte de Santa. Finalmente lo ahuyenté con un mechero y un desodorante que encontré. Un lanzallamas casero y efectivo. Dejamos los regalos y dije:

— Bueno, no ha estado mal ¿eh? hemos salvado la navidad. ¿Santa?

Miré alrededor al ver que no me contestaba. No lo vi por ningún lado. Investigué por la casa, pero se había marchado. Me dejó tirado el maldito gordo. En medio de Rusia.

Para regresar a casa tuve que mendigar y robar lo que pude. Así me pagué un billete de avión de vuelta a casa. El cómo les expliqué a mis padres la ausencia fue diciéndoles que me habían secuestrado y soltado en Rusia. En mi cuarto encontré una nota en mi hucha, que decía que aprovecharía bien los cien "pavos".

Maldito gordo.

domingo, 26 de noviembre de 2023

CRÓNICAS ELEMENTALES 1: PRÓLOGO

Antes de empezar el relato, me llena de alegría informarles de que ya está a la venta en formato físico mi novela Crónicas Elementales 😊.

Esta fue de las primeras historias que inventé, desde que era pequeño y ha ido creciendo conforme yo lo hacía. Inicialmente era una historia de terror, pero fue evolucionando hasta convertirse en una fantasía épica con tintes de fantasía urbana. En un mundo totalmente ficticio, que mezcla nombres ya existentes y otros inventados. Espero que este pequeño relato os enganche y os apetezca darle la oportunidad a este humilde escritor indie, que apenas empieza a dar sus primeros pasos en este mundillo. Si bien el libro está correctamente configurado, aún puede notarse ligeramente diferente a los libros fisicos ya acostumbrados. Esto es lógico, teniendo en cuenta que aún soy novato en este formato y es el propio Amazón el que se encarga de todo el proceso. 

Por supuesto, iré mejorando con el tiempo hasta que poco a poco pueda ofreceros un formato físico que sea igual o superior al de una editorial, al punto que resulten indistinguibles. Pero por ahora, no soy más que un bebé en esta etapa escritoril. Siento la chapa, me pongo a escribir y no paro...

Disfrutad de la historia y os animo a comentar lo que os ha parecido, siempre desde el respeto y con críticas constructivas. También os animo a compartirlo en vuestras redes sociales, para que llegue a más gente. Y sin más, vamos allá...


Lily se hallaba leyendo tranquilamente tumbada en la cama de su habitación, cuando de repente escuchó un estruendo. El libro se le cayó de las manos; la tierra entera tembló, ocasionando que algunos libros, lápices y objetos de diferentes tipos y tamaños se cayeran de su lugar. Preocupada por lo que pudiera haber sucedido, Lily se acercó a la ventana, solo para quedar horrorizada por lo que vio a continuación:

La ciudad donde estaba situada su casa se encontraba en llamas. Varias casas y árboles de un bosque cercano que los rodeaba estaban en llamas. Y por si aquello no fuera suficiente, afuera se escuchaban lamentos y rugidos. Lily intuía de qué se trataba, pero se negaba a aceptarlo. Necesitaba verlo por sí misma sin importar cuán peligroso fuera.

Se calzó unos leggins, una camiseta de tirantes y unos botines blancos y salió disparada. Lily tenía catorce años; el cabello castaño recogido en una coleta. Sus ojos eran negros como la noche, temibles cuando se enfadaba. Medía 1’63 y su rostro era angelical. Si bien en aquellos momentos estaba asustada, la curiosidad podía más. Además, no iba indefensa. Sabía buenos hechizos aprendidos en la Torre de Hechicería Avidense. Aquella torre era el único lugar en toda Alavir al que los magos podían acceder para aprender sus hechizos a menos que algún mago o brujo les enseñara por su cuenta. Si bien pudieran parecer que mago y brujo eran lo mismo, estos en realidad no eran una forma más que de diferenciar grados. En el nivel más básico estaban los magos: seres humanos con capacidades mágicas básicas: atacar, defender, curar. Luego se encontraban los Hechiceros, que podían crear complejos hechizos y por último estaban los brujos: Estos eran capaces de crear complejas redes de hechizos que ningún mago o hechicero podía realizar, como el arte de revivir a los muertos o crear vida, siendo estos dos casos muy extremos. A menudo se usaba mago como sinónimo de todo.

Lily llevaba un año en la escuela y en otro año podría acceder al título de hechicera. Y tras unos pocos años más, al de bruja.

Afuera imperaba la noche oscura sin estrellas; solo iluminada por las llamas. El caos era peor de lo que había imaginado. Lo primero que vio para su mala suerte fue como un hombre era masacrado por una extraña bestia que ella jamás había visto. Era grande, de al menos dos metros del alto, de piel totalmente negra y robusta rodeada de pinchos gruesos que tenían la habilidad de estirarse y atravesar enemigos por lo que vio Lily. El ser rugió mostrando unos dientes afilados como cuchillos y ojos rojos que se fijaron inmediatamente en ella. Paralizada de terror, Lily no supo qué hacer. Afortunadamente para ella cuatro guerreros se interpusieron de inmediato ante la criatura portando lanzas y espadas. Lily no quería saber cómo acababa aquello, así que corrió y se dispuso a investigar cómo se encontraba el lugar. Mirara donde mirara todo estaba lleno de criaturas extrañas. Vio unos seres encapuchados de piel grisácea. Todo aquel que se acercó a ellos murieron. Lily, siendo joven maga, sintió una magia muy oscura en el interior de aquellos seres y decidió que no quería toparse con ninguno. Vio a otro ser más lejos tocando a un hechicero, que se desplomó inerte. Lily tragó saliva y siguió corriendo. No iba ciega: sabía lo que buscaba: a sus padres. Por lo que sabía, aquella noche debían encontrarse en el consejo de Luxbe, la ciudad de la luz, donde ella se encontraba ahora mismo. Allí se reunía el consejo, el cual lo formaban la reina Isabel, gobernanta absoluta de Alavir, junto a otros guerreros y brujos de rango alto. Si hoy se había reunido el consejo y se estaba ocasionando aquella batalla, no podía ser mera coincidencia pensaba Lily. Estaba indudablemente relacionado y aquello implicaba nada bueno. Siguió corriendo mientras veía a algunos magos y guerreros destruir sombras, zombis e inclusive vampiros. Había escuchado hablar de aquellas criaturas en clase, pero desconocía quienes serían los tipos grises o aquellas bestias con pinchos. Pero de una cosa estaba convencida: todos esos seres provenían del Inframundo.

El Inframundo era el submundo, adonde iban las almas muertas y estaba divida en dos zonas: el Hades y Elíseo. Al primero iban los que cometían maldades y al segundo los que habían sido en su mayor parte buenos. Los que se arrepentían de corazón solían tener una reencarnación para tener una segunda oportunidad, aunque decían que sus vidas eran más cortas que antaño. Y el Hades tenía no solo criminales, sino también monstruos. Eran el hogar natural de los vampiros, los licántropos, los zombis, las brujas de cuento (abreviadas simplemente brujas, ya que tenían el aspecto de las brujas típicas de cuentos de hadas) así como otras criaturas como bestias de sombras (criaturas hechas de oscuridad) y Si’loc (seres similares a cucarachas que iban a pie como los humanos). Si esas criaturas estaban en Luxbe significaba que un mago negro muy poderoso acababa de liberarlas.

Los magos negros se desprendían totalmente de grados. Mago, hechicero o brujo negro significaba todo lo mismo. Los había más poderosos y más débiles, pero todos tenían en común lo obvio: usaban magia oscura. Exclusivamente.

Lily escuchó entonces a un niño gritar. Se detuvo y miró en dirección al grito, hacia su derecha. Sobre una fuente se hallaba tirado un chico de cabello negro vestido con cota de malla. Se encontraba temblando, con la espada lejos de su alcance.

Pobrecillo, seguro que intentó ayudar y se murió de miedo se apiadó Lily. No sabía la edad del joven, ya que no podía verle la cara debido a que estaba agazapado, pero lo que sí tenía claro era al atacante del muchacho: una bestia de sombras.

Las bestias de sombras eran pura oscuridad, con dientes afilados como cuchillos y garras oscuras. Eran en extremo poderosos al usar pura energía oscura, pero tenían una debilidad mortal: no podían sobrevivir a la luz. Un hechizo simple de luz los exterminaba. Corrió hacia el chico rápidamente. Se interpuso entre él y la bestia, que rugió amenazante. Aunque aterrorizada, Lily hizo acopio de su poder, exclamó unas palabras apuntando con ambas manos hacia el ser y un haz de luz destelló de la palma de sus manos. La criatura rugió de dolor antes de desintegrarse por completo. Lily se sintió un poco cansada. Usar magia utilizaba energía del cuerpo, pues la magia era en sí misma energía que algunos humanos tenían el don de poder manipular. Lily se volvió al chico y le preguntó:

  • ¿Estás bien?

El muchacho se incorporó y Lily quedó impresionada cuando vio de quien se trataba. Cabello negro, ojos azules… rostro ovalado. No cabía duda alguna, se trataba ni más ni menos de Jorge, el hijo de la reina Isabel. Tenía fama en el reino de ser un cobarde, pero tenían la esperanza de que se le pasase. Sin embargo, tenía dieciséis años y Lily dudaba de que fuera a cambiar.

  • Gracias por salvarme señorita — le dijo Jorge —. De no ser por usted yo ahora estaría muerto.

Ella necesitó un momento para deshacerse de la impresión y contestar:

  • No es nada… Príncipe ¿qué hace fuera? Corre peligro ¿Y sus guardas?

  • La bestia los asesinó. Estaba preocupado por mi madre y ordené que me escoltaran al consejo.

  • Lamento la pérdida de sus guardas… Yo voy para el consejo. Puedo protegerle.

Lily habló con seguridad, pero en realidad se sentía muy insegura. Pero no podía dejar al príncipe a su suerte y de todas formas tanto él como ella iban al mismo lugar y no estaban ya muy lejos.

  • Está bien, vamos.

Y juntos se dirigieron hacia el consejo. Esquivaron sombras, muertos vivientes y demás seres hasta finalmente llegar al consejo. Este se encontraba en un enorme edificio de aspecto griego similar al Partenón. A ese edifico se le llamaba Panteón debido a que se construyó en honor a todas las diosas que crearon el reino Alavir. Eran un total de seis, las cuales tenían un hermano malvado llamado Hades, quien era el que regentaba el Inframundo. En el pasado, al inicio del mundo las diosas crearon Alavir. Celoso, Hades creó el Inframundo y a sus monstruos y los liberó por todo el mundo provocando el caos. Como castigo, las diosas desterraron a sus criaturas y al mismo dios al Inframundo y colocaron pesadas cadenas para que él jamás escapase.

Pero si ahora un mago había roto esas cadenas…

La entrada al Panteón no fue sencilla. Tuvieron que esquivar de muy cerca criaturas encapuchadas de manos grisáceas y otras muy similares de manos negruzcas, como quemadas, a la vez que subían escalones hacia la entrada. Cuando finalmente llegaron a la entrada, vieron que las puertas habían saltado por los aires. Se encontraban en el suelo, rotas en pedazos. El interior, antaño bonito, era ahora feo y sucio.

El pavimento blanco era ahora gris y negro cubierto de sangre y motas de polvo. Los cristales que tenían a las diosas pintadas estaban rotos y la araña del techo pendía de un hilo. El lugar estaba lleno de muertos y solo tres personas quedaban con vida. La primera una mujer vestida con cota de malla, portando una espada con protección para la mano. Su cabello era negro y sus ojos, grises. Su mirada dura. El segundo un hombre de aproximadamente la misma edad que la mujer, con barba blanca recortada, calvo y ojos negros como los de Lily. Vestía armadura y portaba una espada en ambas manos. Y por último un joven con aspecto de lobo. Tendría unos veinte años más o menos y el cabello negro y largo. Su rostro era feroz y sus dedos parecían garras. Se trataban de Isabel, Fran y Licántropo. Fran era el padre de Lily. A Licántropo Lily lo conocía de vista. Lo único que sabía de él es que era un poderoso brujo. Los tres combatían contra un ser que parecía humano, pero Lily sabía que no lo era. Medía al menos tres metros de alto, su cabello corto era cobrizo y sus ojos, negros. Su expresión era dura e impasible. Su vestimenta totalmente negra. A Lily le llamó la atención uno de los cuerpos que estaban cerca de aquel desconocido. Era un cuerpo familiar para Lily y cuando lo reconoció, se derrumbó toda. Todas las fuerzas la abandonaron y un débil “no” salió de sus labios al tiempo que caía de rodillas al suelo. Jorge se inclinó sobre ella preguntándole que le sucedía, pero su voz le sonaba muy lejana. Porque el cuerpo que estaba ante ella era el de su madre, Eva. Tragando saliva y forzándose a no derramar lágrimas, se incorporó ignorando por completo al príncipe de Alavir y fue hacia su madre, quien se encontraba tendida sobre el suelo, inerte. Su expresión era puro terror. Eso significaba que había muerto con miedo. Aparte de algunas heridas leves, no había marca de herida mortal.

¿Cómo la mataron? ¿Fue ese tipo? Lily miró al monstruo que tenía delante. La ira empezaba a bullirle, pero era consciente de que no podía culpar a aquel ser sin pruebas. Pero sí que descargaría su ira contra él. Eso sí. Furiosa, gritó y se abalanzó sobre el desconocido descargando con sus manos un gran haz de luz obligando a Isabel, Licántropo y su padre a apartarse.

  • ¿Hija? — preguntó sorprendido Fran.

La reina puso una mueca de asombro, pero no dijo nada. Licántropo se mantuvo impasible. Lily atacó sin cesar a la criatura, pero no le hizo nada, para asombro de Lily. La furia dio paso al miedo.

  • No… como…

Antes de que pudiera hacer nada el desconocido le propinó una patada que la envió a la pared con la cual chocó violentamente. Quedó tumbada en el suelo muy malherida. Aquel desconocido la había golpeado con una fuerza inusual, lo que confirmaba que no era humano en absoluto. Aparte parecía tener una resistencia inusual a la luz. Notaba la impresionante energía oscura en aquel ser, mayor que la de los seres grisáceos. Como norma general, los monstruos eran débiles a la luz, pero había otros, como ese, que eran excepcionalmente resistentes.

  • ¡Conmigo! — ordenó la reina.

Licántropo y Fran asintieron y rápidamente rodearon al desconocido. Entonces, Licántropo e Isabel lanzaron un potente chorro de luz que cegó al enemigo, permitiendo a Fran acercarse a él y atravesar su corazón. El ser soltó un grito inhumano al tiempo que humo oscuro salía de sus orejas y boca. Cuando desapareció la oscuridad, el cuerpo estalló.

Aquello fue lo último que vio Lily antes de que su visión desapareciera.



La reina se acercó a su hijo. La expresión de ella era furiosa.

  • ¿¡Cómo te atreves a desobedecerme!?

Acto seguido le dio una colleja.

  • ¡Auch! — se quejó Jorge.

  • Ni auch, ni aoch. Suerte tienes que no sea más que una colleja. ¡Podrían haberte matado!

  • Pero… quería asegurarme de que estabas bien…

La reina suspiró de impaciencia y abrazó a su hijo, para sorpresa de este.

  • Eres igual que tu padre.

  • ¿Qué está sucediendo? — preguntó Jorge.

  • No lo sabemos. Estábamos en la reunión cuando de repente ese monstruo entró junto con otros monstruos y masacraron a los demás.

Antes de que pudiera Jorge decir nada, algo estalló afuera y todos corrieron a mirar menos Fran, que fue a recoger a su hija. La alzó en brazos y salió afuera con los demás. Al salir, la reina quedó petrificada. En el cielo, unos rayos habían aparecido y tronaban con fuerza. Y en el centro de estos, elevado en el aire, se encontraba un hombre de unos treinta años; cabello castaño corto vestido con túnica morada. Aquella túnica implicaba sin lugar a dudas su rango como brujo supremo. Isabel supo, antes de que aquel brujo abriera la boca, que era el culpable de todo cuanto estaba sucediendo.

  • Mi nombre es Zodiac— se presentó —. Y juro por el dios oscuro que Alavir va a ser mío.


sábado, 25 de noviembre de 2023

ÁNGEL GUARDIÁN 1: SOBRE ÁNGELES Y DEMONIOS

 

Ariel y Jesús caminaron deprisa un rato más hasta que finalmente la chica decidió que era buena idea salir de las vías del tren. Se veían las calles de Dos Hermanas a lo lejos.

  • Por aquí — indicó ella aún sin soltar su mano. Se sentía cálida.

Jesús había renunciado hacía rato a que le soltara. Al principio había resultado ser algo incómodo, pero ahora lo tranquilizaba. Le aportaba seguridad.

  • ¿Podrías decirme al menos hacia dónde vamos? — inquirió Jesús.

Ella resopló. Estaba claro que no quería decirle nada, pero era consciente de que tarde o temprano acabaría averiguándolo de todos modos, así que dijo:

  • A una iglesia.

  • ¿Necesitas rezar? — preguntó con sarcasmo Jesús.

  • Algo así — respondió la chica muy seria.

Jesús se preguntó si habría captado su sarcasmo.

Se adentraron en la ciudad campo a través y para cuando Jesús se quiso dar cuenta, se hallaban próximos al barrio La Motilla. Realmente no estaba cerca, pero se veía lo suficiente a lo lejos como para que Jesús lo considerara “cerca”. Si bien cerca podía ser un kilómetro, perfectamente. El nerviosismo de Jesús iba en aumento. Así debió de notarlo Ariel, porque esta comenzó a hablar para, supuso Jesús, distraerlo del peligro que en realidad les pisaba los talones. Las piernas de Jesús le comenzaban a doler y no sabía cuánto tiempo más resistiría.

  • Aguarda — le dijo ella —. En menos de una hora llegaremos a nuestro destino.

  • ¿Pero a qué iglesia te diriges? — la curiosidad del muchacho era ya gigantesca.

  • Ah, pronto lo sabrás.

  • ¿Por qué tanto misterio? — quiso saber él.

  • Porque si no se acabaría la sorpresa — le respondió ella guiñándole un ojo.

Jesús se quedó un poco confundido. ¿Sorpresa? ¿Porque aquella iglesia era tan especial?

Como supuso que pronto lo averiguaría, decidió no insistir más.

Ariel había aflojado el ritmo, lo cual Jesús agradeció. Un poco más y le habría dolido menos una amputación de ambas piernas. También el semblante de la chica para estar más apacible. Atravesaron la ciudad con un calor abrasador de treinta grados. Jesús habría agradecido ponerse unas bermudas, pero en su lugar había optado por pantalón largo, así que tuvo que aguantarse. De todas formas, no tuvo que aguantar demasiado el calor, pues Ariel buscó enseguida algo de sombra. Si bien el muchacho sudaba a mares, a Ariel no se la veía para nada cansada ni sudada. Toda ella era impoluta. Atravesaron el centro del pueblo, esquivando bares (con su correspondiente olor a pescado y carne, que hizo que le rugiera el estómago a Jesús) y las personas que regresaban a sus hogares. Llegaron a la plaza de la constitución. Se detuvieron frente a la Iglesia Santa María Magdalena.

  • Hemos llegado — anunció ella.

  • ¿Es aquí? — preguntó Jesús algo confundido.

Ariel tan solo asintió.

  • Es mi hogar.

  • ¿Tu hogar? ¿Me estás diciendo que vives aquí? — Preguntó con incredulidad.

Jesús no sabía si echarse a reír o no. Una mirada seria de Ariel le bastó para que le confirmara que hablaba en serio. Tal vez en otras circunstancias, habría pensado que estaba pirada. Pero después de haber sido atacado por un sabueso del infierno y haber visto el arma de su salvadora, ya no tenía tan claro quién era el falto de cordura.

Ariel suspiró. A su alrededor había muchas personas almorzando. Las tripas de Jesús rugieron otra vez y Ariel debió escucharlo, porque sonrió traviesa.

  • Será mejor que te lo cuente con el estómago lleno.

Jesús lo agradeció. Se moría de hambre. Pidieron unos bocadillos con jamón en un bar cercano y unas botellas de agua fría. Se sentaron en un banco de la plaza.

  • Soy un ángel.

Aquella afirmación casi hizo que Jesús se atragantara con el pedazo de bocata que había tragado. Unas palmaditas por parte de Ariel y un poco de agua solucionaron el asunto.

  • ¿Dices literalmente?

Ella asintió.

  • ¿Recuerdas la espada que mostré antes? — Jesús dijo que sí —. Bueno pues, es un arma angelical. Los ángeles somos los guerreros de Dios. Os protegemos a todos los seres vivos, especialmente a los humanos.

  • La especie favorita de Dios — dedujo él.

Ariel carraspeó divertida.

  • No exactamente.

  • ¿A qué te refieres? — quiso saber Jesús.

  • Dejemos eso para otro momento ¿vale? Hay asuntos más urgentes.

La voz de Ariel sonó firme, pero amable. Jesús decidió que obedecerla en aquel momento era lo mejor, a fin de cuentas, no era un asunto tan importante como otros que tenían entre manos. Como, por ejemplo:

  • ¿Porque me ha atacado ese perro?

  • Quería llevarte al infierno.

Aquella revelación le heló la sangre. Ariel pareció darse cuenta, porque dijo:

  • Lo lamento, no se me da muy bien esto del tacto... quizás no debería haberte dicho eso.

  • No, no. Está bien saberlo.

La sola idea de ir a un lugar como el infierno no le agradaba nada. Y más si era como decían las leyendas.

  • Imagino que será un lugar tan terrible como cuentan — dijo Jesús.

  • Es aún más horrible. No existen palabras para describir lo que hay allí abajo.

Un escalofrío inundó el cuerpo de Jesús. Ariel le acarició el cabello. Jesús se sintió incómodo por este gesto, pero al mismo tiempo le gustaba. Si Ariel notó algo, no lo dijo, porque siguió acariciándolo unos segundos más y luego se detuvo.

  • ¿Y cómo es que apareciste de repente? No te vi subir al tren.

  • Ah eso. Jesús hay algo que deberías saber.

Jesús aguardó mientras ella se preparaba para decirle lo que sea que fuera a decirle.

  • Entre los ángeles existen varias categorías ¿de acuerdo? Estamos los Ángeles Guerreros que, básicamente somos todos, pero hay un grupo especial. Uno del que vosotros los humanos habéis oído hablar miles de veces.

  • ¿Cuál es? — preguntó, altamente intrigado.

  • Los Ángeles Guardianes. O de la guarda, como muchos decís. Os vigilamos, y procuramos que estéis bien. Aunque a veces no podamos interferir.

  • ¡Guau! ¿y tú eres el mío?

Ella asintió. Jesús no pudo evitar que asomara una leve sonrisa de satisfacción.

La chica que me gusta me protege le gustaba aquello, decidió. Vio que Ariel también sonreía.

  • ¿Y observáis desde el cielo, siempre?

Ella negó con la cabeza y luego respondió:

  • Estamos siempre en La Tierra. Así podemos estar más cerca vuestra. Os vigilamos incluso cuando creéis que nadie os mira. Por eso a veces sentís presencias u observados. Generalmente somos nosotros.

  • Ah, así que esos escalofríos que a veces noto...

  • Por lo general era yo, sí.

  • Y... ¿Siempre estás conmigo? ¿Las veinticuatro horas del día? ¿Todos los días?

Ariel volvió a mostrar aquella sonrisa traviesa, que parecía más propia del diablo que de un ángel y contestó:

  • Si a lo que quieres que responda es si he llegado a ver tus “asuntos”, diría que sí. Con mucho detalle, además. No tenía ni idea de que te gustara ver ese tipo de cosas...

  • Vale, vale — la cara de Jesús estaba rojísima de vergüenza. Su ángel solo se rio con dulzura y le acarició el cabello.

  • Tranquilo, Jesús, no pasa nada. No es pecado ni haces daño a nadie.

  • Bueno... — la cara de Jesús era algo menos roja, pero su voz temblaba de vergüenza — según la iglesia no.

  • Ya, bueno, la iglesia se tomó algunas licencias — Ariel parecía ligeramente molesta con ese tema, aunque Jesús no podría haberlo jurado completamente —. No miente en general, pero hay algunos tecnicismos. Las famosas contradicciones. ¿Crees que Dios habría puesto eso como pecado y os habría dejado las manos tan cerca de vuestro “amigo o amiga”?

  • Eso tiene sentido — reflexionó él.

  • Te conozco desde siempre — le dijo ella —. Desde que naciste. He estado cuidándote, y asegurándome de que estuvieras bien, la mayor parte del tiempo. Aunque hay cosas en las que un ángel no puede interferir, como en el libre albedrío. No puedo evitar que una persona quiera herirte si desea hacerlo, pero sí puedo minimizar los daños o “atar hilos”, por decirlo así, para que puedas encontrar la ayuda necesaria para afrontar ese daño. E inclusive si te hieren gravemente, puedo hilar un poco las cosas para que aparezca alguien que pueda llevarte al hospital. O llevarte yo misma.

Jesús se quedó pensando acerca de lo que Ariel le acababa de decir. Mucha información, se dijo.

  • Creí que los ángeles teníais alas — comentó Jesús de repente.

Aquello le provocó una carcajada a Ariel.

  • Es un mito. A medias. Digamos que podemos “volar” o, mejor dicho, teleportarnos de un lugar a otro. Pero no lo hacemos muy a menudo. No es un poder que se utilice a ligera. Por eso no lo utilicé antes. Echar el vuelo con alguien que no está acostumbrado puede ser peligroso.

  • Ah — dijo Jesús azorado.

  • Creo que es hora de que entremos en la iglesia — decidió Ariel.

Jesús la siguió. Ambos se levantaron y se dirigieron a las puertas de la iglesia. La atravesaron.























viernes, 24 de noviembre de 2023

JUGUETELANDIA (1ª Parte)

 

Elisabeth apuntó con la linterna en la penumbra. Le había parecido ver algo. Pero era solo su imaginación.

Tranquila chica se dijo. Solo llevas una hora aquí. Solo estás tú en esta juguetería.

Elisabeth, o Eli, como la llamaban sus amigos, tenía treinta años y el cabello rubio a la altura de los hombros. Sus ojos eran del color del mar. Ella era vigilante de seguridad, vestida con su uniforme. Era delgada, pero ligeramente musculosa, resultado del ejercicio diario. También era alta, alrededor de 1,80. llevaba la linterna en la mano izquierda, y llevaba en el cinturón un taser y una porra.

La juguetería donde trabajaba de noche no era muy grande, apenas ocho pasillos, con una puerta que daba al almacén y a los baños y otra a la sala de emergencia. Todas ellas cerradas, pero ella tenía la llave. Todo lo que tenía que hacer era vigilar las cámaras de seguridad desde su pequeño despacho o bien dar una vuelta por la tienda si lo veía preciso. También tenía un pequeño teléfono para llamar a su jefe en caso de que fuera vital. Lo que no le habían especificado es que debía llamar solo si alguien había logrado entrar.

Un trabajo sencillo y tranquilo.

Sí, demasiado tranquilo pensó hastiada Eli. Era un trabajo tan tranquilo que la agobiaba. No había nada por hacer, salvo mirar una pantalla o dar una vuelta. Si, podría rendirse a la tentación de mirar el teléfono, pero entonces no estaría atenta y cualquier despiste podía ser fatal. Dado que podía rebobinar las cámaras, no pasaba nada si tenía que ausentarse al servicio. Miró el reloj: las once de la noche. Su turno no acabaría hasta las seis de la mañana. Un poco antes, en realidad, pues el primer empleado llegaría alrededor de las cinco y media para que ella pudiera marcharse y mientras, ese empleado limpiaría la tienda hasta las ocho, hora que abría la tienda. No estaría solo, pues el jefe de ambos llegaría a la misma hora.

Pero por ahora ella si estaba sola.

No supo si fue su imaginación, pero le pareció ver algo moverse en el pasillo cuatro, a través de las cámaras. Parpadeó, pero no volvió a notar ese movimiento.

De seguro lo he imaginado pensó, tratando de calmarse.

Seguramente seria eso. No podía negar que no estaba acostumbrada a ese tipo de trabajo, aunque ya había sido vigilante de seguridad en una gasolinera. Ella antes trabajaba como cajera en un supermercado.

Escuchó lo que pareció algo caerse en el pasillo dos. Sintió el corazón encogérsele y un nudo en la garganta. ¿Se habría colado alguien? ¿Cómo? No había despegado la mirada de las cámaras y no se había ausentado ni un solo instante.

Mejor lo compruebo.

Era mejor asegurarse, se dijo. Así pues, agarró el táser y salió de su despacho lentamente. La puerta apenas si crujió cuando la abrió y sus pasos no resonaron en el frío suelo hecho de mármol. Con ayuda de la linterna, la cual sujetó con la mano derecha (aunque ella era zurda y por eso tenía el táser en esa mano), alumbró los pasillos. Pronto encontró la causa del ruido: una muñeca que había caído al suelo. Aliviada, Eli guardó el taser y recogió la muñeca. Llevaba un vestido negro y tenía la apariencia de una niña de cinco años. Sus ojos eran azul cielo y su cabello dorado.

Dejó la muñeca en su sitio, aunque le extrañó que se hubiera caído.

Cosas que pasan pensó.

Ya más tranquila, decidió regresar a su despacho para vigilar las cámaras de seguridad, si bien desde donde estaba podía darse una vuelta y verificar la tienda de igual forma. Cambiando de idea, optó por hacer eso. Sus pasos resonaron en el suelo, pues ya no trataba de ser sigilosa. Aún con el taser guardado en su cinturón, alumbró los pasillos de la tienda y el mostrador. Alumbró la puerta principal, la cual era de cristal y tenía la persiana echada hasta abajo del todo para evitar que entrara ningún ladrón. Decidió ir al baño a lavarse la cara.

Pero cuando abrió la puerta y encendió la luz, se quedó petrificada.

En el espejo del baño, con sangre fresca, había escrito un mensaje:


TU TAMBIÉN SERÁS UN JUGUETE


Asustada, le hizo una foto con su teléfono para tener pruebas y entonces, escuchó un estruendo.

En la persiana de la tienda.

Lentamente, y con temor, se acercó hacia la puerta de entrada. Alumbraba con la linterna cada rincón de la tienda. De nuevo el estruendo. Ella pegó un brinco. Notaba todo su cuerpo tembloroso, y el sudor de las manos hizo que casi se le resbalara la linterna. Afortunadamente, la asió con firmeza y no se le cayó. Era lo que le faltaba, quedarse sin luz.

Cuando llegó a la reja, los ruidos dejaron de emitirse. Estuvo durante diez largos minutos esperando, pero los golpes parecieron cesar. Fue entonces cuando creyó notar un movimiento a su espalda.

Se giró rápidamente y notó un movimiento, aunque no vio sombra alguna. Se acercó lentamente a donde había escuchado el ruido, que era en el pasillo contiguo. Allí, de pie, vio un juguete.

Se trataba de un muñeco con pecas, un niño. Su pelo era verde y sostenía un cuchillo de cocina de plástico en la mano izquierda. Iba vestido con camisa a rayas y vaqueros. A la espalda tenía un mecanismo que le permitía moverse si lo girabas. El muñeco era grande, de al menos cuarenta centímetros de altitud.

Este muñeco está defectuoso pensó Elisabeth.

No era posible que el muñeco se hubiera movido por voluntad propia. Debía ser un error de fabricación. Si, eso debía ser.

Hasta que notó que no estaba sola.

Se dio la vuelta rápidamente. De repente, fue testigo de que había muchos juguetes tras ella.

Eran un total de cinco. Uno era una muñeca barbie, otro se trataba de la muñeca que había caído antes. Otro juguete consistía en un pequeño oso marrón, mientras que los dos últimos juguetes eran la figura de acción de un hombre militar, cuyo uniforme era grisáceo y llevaban fusiles como arma. Todos ellos tendrían un tamaño entre quince y treinta centímetros de altitud.

¿Qué clase de broma es esta? — gimió Elisabeth, asustada.

De pronto, notó un movimiento a su espalda. Al mirar, descubrió que el muñeco con el cuchillo se movía sola.

¿Qué… qué está pasando?

Pero más se asustó cuando el muñeco del cuchillo habló:

Hola Elisabeth.

¿Ahora los juguetes tienen mecanismos para hablar?

Elisabeth alzó la voz y dijo:

¡Esto no tiene gracia! Quien quiera que haya diseñado esta broma que pare ya o habrá consecuencias legales.

Escuchó las risitas siniestras y burlonas de los juguetes y un escalofrío recorrió el cuerpo de la joven. Solo entonces comprendió que aquello no era ninguna broma. Aquellos juguetes estaban vivos de verdad.

Pobre Eli — dijo el muñeco —. Cree que todo esto es una broma.

¿Quiénes sois? ¿Cómo podéis estar vivos?

Trató de que no se notara el temblor en su voz, pero fue inútil. El que parecía ser el líder (el muñeco del cuchillo) dijo:

¿Has oído hablar de la cirugía plástica?

Ella lo miró extrañada y negó lentamente con la cabeza. Todo su cuerpo temblaba como un flan, sentía los musculos agarrotados y rígidos. Por mucho que quisiera, no podía moverse. Estaba paralizada del terror. El juguete del cuchillo continuó hablando:

Esto no tiene nada que ver con magia cariño. Es ciencia. Lo que en las pelis se llamaría Ciencia ficción. Y una nueva amiga siempre es bienvenida…

Fue entonces cuando los juguetes se abalanzaron sobre ella. Nadie escuchó los gritos de Elisabeth.


Cuando Marcus, el jefe de la tienda, llegó a la mañana siguiente, no encontró a Elisabeth. En su lugar, encontró, encima de la mesa de su despacho, una muñeca vestida de guarda de seguridad, con el pelo rubio recogido en una suave y preciosa coleta. Mediría alrededor de Treinta y cinco centímetros. Marcus sonrió satisfecho.

Lo que muy poca gente sabía sobre Marcus, es que no siempre fue dueño de una juguetería. Él la heredó de su hermano fallecido. Antes, Marcus era cirujano plástico. Aunque fue despedido por sus métodos “cuestionables”. Uno de sus últimos experimentos, y su preferido, de hecho, era verificar si podía sustituir la carne por el plástico o la lana, así como los huesos, para reducir el tamaño. Era una tarea sumamente ardua y extremadamente dolorosa sino se hacía con anestesia. Pero su experimento fue un éxito. Y tuvo éxito en enseñar eso a otros juguetes convertidos. También se había hecho experto en lavado de cerebro. Ya no le era necesario convertirlos él mismo, sus juguetes podían hacerlo por él. Suspiró satisfecho mientras sentaba a la muñeca en una silla de juguete y encendía un proyector. Tenía mucho trabajo por delante.


Minutos antes:

Cuando Elisabeth despertó, le dolía todo el cuerpo. Aquellos juguetes… no, aquellas cosas.

Esas cosas le habían hecho algo, bien lo sabía ella. La habían inmovilizado y empezaron a rajarle la cara y cortar sus extremidades. Todo sin una gota de anestesia. Pudo oír sus risas mientras ella chillaba más y más hasta que el dolor la hizo desmayarse. Frente a ella había un espejo. No podía creer lo que veía. ¿Esa era ella? Se veía mucho más pequeña y parecía estar tumbada en lo que parecía una mesa. Tampoco podía moverse. Le dolía todo el cuerpo y no podía mover su boca ni emitir sonido alguno. Aterrada, comprendió que era ahora un juguete. Escuchó entonces la verja abrirse y vio como entraba Marcus. Trató de pedir auxilio, pero, cuando vio con la delicadeza con la que la sujetó y su rostro satisfecho, comprendió que él también estaba metido en el ajo. Luego la sentó en la silla y la obligó a ver videos que luego no recordaría haber visto. Enseguida supo que se trataba de hipnosis.

Lo que Marcus no sabía, es que ella logró resistir su hipnosis. Y como ella, había algunos juguetes más, apodados “La resistencia”. Tardó un tiempo en acostumbrarse, pero pronto aceptó su nueva naturaleza y, la segunda noche, escapó con la resistencia cuando los otros juguetes trataron de matarla. Lentamente, ella inició su venganza contra Marcus.

Ese cabrón pagará por lo que me ha hecho prometió, llena de odio.


CONTINUARÁ...

domingo, 19 de noviembre de 2023

COMIDA CHINA

 Una pareja caminaba por una calle solitaria por la noche. Se trataba de un joven asiático de 20 años y una chica de España, de la misma edad. Aquella era su primera cita.

Ella lo había invitado a su casa. Entraron.

- ¿Y qué te apetece cenar? - preguntó el chico.

- Comida china - dijo ella mirándolo con picardía.

El, azorado, adivinando sus intenciones, respondió:

- Está bien, voy a llamar...

- No será necesario - cortó ella.

El la miró, confuso, a lo que la chica respondió:

- Ya ha llegado.

Acto seguido se abalanzó sobre la yugular del chico. Nadie escuchó sus gritos.

sábado, 21 de octubre de 2023

ISLA MISTERIOSA

 

Saludos, querido lector. Este relato consta de un hecho real que creo que el mundo debe conocer. Si bien os parecerá imposible, creedme, sucedió realmente.

Preferiría dejar mi nombre en anonimato. Bien, dicho esto, pasaré a relataros qué sucedió.

Iba de camino a unas vacaciones, montado en un avión. Yo trabajaba de abogado. Pero hubo un accidente y acabé varado en una isla desierta.

Me "hospedé" por decirlo de alguna forma, en una pequeña cabaña de madera.

Todo estaba seco: no había agua ni comida, ni siquiera insectos. Nada. El sitio estaba sucio, pero libre de bichos... aquello me pareció muy raro. También había una mesa y una cama sucia. Cuando me adentré en la selva, vi algún jabalí y ciervo, pájaros... pero poco más. Pillé un par de manzanas y un puñado de plátanos, lo que pude llevar. Lo dejé en la cabaña y me puse a buscar agua. Encontré un pequeño arroyo. Bebí hasta saciarme y entonces pensé que me vendría genial algo donde guardar el agua. Una botella o algo. Pensé que no hallaría nada, pero una lata vacía de coca cola apareció. Eso me produjo la siguiente interrogante: ¿había o hubo alguien en la isla? Busqué, pero no hallé a nadie y como estaba oscureciendo, decidí volver. Además, estaba muerto de hambre. Volví a beber hasta saciarme y luego rellené la lata tras lavarla bien. De vuelta a la cabaña, decidí colocar una mesa a modo de pestillo, por si acaso.

Como empecé a notar frío, encendí un fuego con un par de piedras y cené una manzana y plátano. No creáis que no comí nada durante el día, pues durante mi búsqueda de comida y agua, una naranja y una manzana acabaron en mi cuerpo. Otra cosa no, pero estaba comiendo más sano que en toda mi vida. Entonces escuché algo.

Por supervivencia, apagué el fuego y la estancia quedó a oscuras. Me escondí bajo una ventana y allí escuché otro ruido. Eran pisadas, pero no veía de quien. ¿Del tipo de la coca colas? Quizá quedó otro superviviente del avión.

Y le vi.

O más bien, vi "algo". Era un hombre, de pelo y barba desaliñados. Saltaba a la vista que hacía semanas que no se bañaba. Pero lo que me hizo encogerme de terror, no fue únicamente su andar tipo zombi, sino sus ojos.

No tenían iris.

La noche la pasé fatal. Al menos la mayor parte de esta no dormí y me levanté cerca de las once de la mañana. Supongo que os preguntaréis que sucedió con el ser que vi. Bueno, finalmente fue todo bien y él no me vio. Apenas un minuto después él se marchó, no sin antes mirar por una de las ventanas de la cabaña. Tuve suerte de estar bajo una. Así no me vio.

Pero ahora estaba aterrado. No sabía si ese ser reaparecería de nuevo o no, si habría más o no. Temía salir y encontrármelo. Pero necesitaba salir. Necesitaba escapar de ahí. No estaba seguro de poder sobrevivir más tiempo en aquella isla.

Desayuné y luego salí. Necesitaba un arma, pero no tenía nada con qué cortar. Lo único que pude coger fue un trozo de rama y un cristal procedente del avión. Eso era todo. Al menos, era algo. Continúe mi camino, más en silencio que nunca, temiendo encontrar al ser nuevamente. Lo que más temía era pasar una nueva noche. Decidí que, si tenía que hacerlo, lo haría durmiendo bajo la puerta. Esperaba no roncar... Comí una manzana y bebí agua del arroyo. Busqué algún recipiente más donde llenar agua, pero no vi nada. Decepcionado, seguí mi camino adelante. Quería conocer la isla, saber que contenía. Tras varias horas, llegué por fin a lo que era mi destino: un poblado.

Me quedé sorprendido al verlo. Estaba derruido y se notaba que hacía varios años que nadie vivía ahí. Sin embargo, era algo. Podía haber comida, documentos de qué había sucedido y quizá alguna barca para regresar a casa.

Me adentré en el poblado. No era muy grande, y estaba bastante destrozado por el paso del tiempo. Vi varias cabañas y entré en todas ellas. Encontré comida, pero salvo algunas latas en conserva, todo estaba caducado. Sustituí mi cristal y mi rama por un par de cuchillos oxidados y luego me entretuve leyendo un diario de una niña que no decía nada que ocasionara lo de aquel ser. Leía escondido, por si acaso aquel tipo reaparecía. Según el reloj, eran ya las cinco de la tarde. El cielo andaba con nubes grises, amenazando con llover. Comí una lata en conserva y guardé el resto en una mochila asquerosa que encontré. Al menos pude llevar también una jarra vacía y un par de vasos de cerámica. Tras andar lo suficiente, me quedé nuevamente de piedra. Pues frente a mí había un edificio moderno. Tuve la impresión de que era un laboratorio y no me equivocaba, pues al entrar, vi que el lugar estaba completamente destrozado y sucio. La entrada era una sala enorme, llena de escritorios. El suelo, antaño azul, estaba ahora lleno de polvo y suciedad, al igual que las mesas. Al revisar los cajones vi unos papeles que sin duda explicarían que sucedió. Empecé a leer los informes.



INFORME I

Los experimentos van bien, al menos por el momento. No hay casos secundarios. Los pacientes se toman el medicamento y vuelven a sus vidas normales.

Rectificación: Han transcurrido dos semanas y es ahora cuando los efectos secundarios toman fuerza. Tendremos que tomar serias medidas. Relataré todo en el siguiente informe.

Pero el siguiente informe no estaba. El resto de papeles hablaban sobre experimentos realizados a insectos y ratas, que murieron en el acto o al cabo del tiempo. Pero al parecer, aquel ser formaba parte de un proyecto que aquel laboratorio sin nombre (probablemente ilegal) estaba ejerciendo. Esta isla... ¿de qué parte del mundo sería? Entonces escuché pasos. Pasos y gemidos.

Los mismos que escuché anoche.

No tardé en esconderme. Me oculté bajo una mesa a toda velocidad, a la vez que escuchaba los pasos. Eran indudablemente pasos de zapatilla. Escuchaba los gemidos cada vez más y más cerca. Temblando como una hoja, esperé.

Tras lo que me pareció una eternidad, lo vi. Era un tipo similar, aunque no el mismo que la otra noche. Era de cabello muy rapado, casi calvo. Vestía de presidiario y su rostro era azulado y blanco como la leche a su vez. Tragué saliva. Le faltaban varios dientes. Caminaba lenta pero inexorablemente. Al principio pensé que solo pasaba por allí, pero pronto comprendí que no era casualidad que ese tipo estuviera ahí.

Entró en la estancia y se puso a buscar con la mirada a la vez que caminaba lentamente. Tragué saliva. Debí de haber hecho mucho ruido, porque no cesaba de buscar. Al cabo de un rato, se marchó. Menos mal que no le dio por mirar bajo las mesas.

Una vez hubo atravesado la puerta principal, suspiré de alivio. Debía tener más cuidado me dije. Necesitaba buscar más información, escapar de ahí y denunciar esto a la policía. A lo mejor había un sistema de comunicaciones por aquí... Sí, eso tenía sentido. Así podría contactar para que vinieran a rescatarme.

Animado por esa idea, salí a rastras de mi escondite. Busqué en los demás documentos informes interesantes, pero aparte de pruebas a sujetos, no describía qué demonios pasaba en esa isla. Sé que esos experimentos extinguieron los insectos e infectaron a la aldea, convirtiéndolos en quienes son ahora, pero no sabía qué clase de experimentos eran, ni como lograron eso. Supongo que eso sería información clasificada y no la iba a encontrar en recepción. Seguramente estaría en alguna sala de alta seguridad. De todas formas, tenía pruebas suficientes de que aquí pasaba algo turbio y oscuro.

Despacio, me encaminé hacia la siguiente sala. Era un pasillo estrecho con luces azules. Aún había electricidad por lo visto. Temía encontrarme con más criaturas y sin duda las encontraría, pero no podía echarme atrás. Debía continuar. Si no, moriría aquí. Hay veces en la vida en la que un hombre ha de jugársela. Y hoy era una de esas veces. Continué caminando hasta abrir la siguiente puerta. En realidad, estaba encajada. Esos tipos parecían tener un mínimo de inteligencia aún, pues sabían abrir puertas. Sería mejor andarse con cuidado.

Nada más acceder a la siguiente sala, vi que esta se encontraba a oscuras. No escuché gemido alguno, así que parecía estar bien. De todas formas fui prudente y no me fie. Caminé lentamente. No se veía nada. Cero. Y no tenía ninguna oportuna linterna ni mechero. Nada. No era como en las películas que el protagonista mágicamente saca justo lo necesario o lo encuentra a medio camino. Mucha suerte había tenido ya con los cuchillos, la comida y el agua. Cuchillo en mano, caminé lentamente por el oscuro lugar. Tanteaba a ciegas, tocando mesas, papeles y objetos que no supe identificar bien (¿una lámpara quizá? ¿o un vaso?). Fuera lo que fuere seguí caminando siempre en línea recta. Me topé con una puerta, pero estaba atascada y no se podía abrir. Escuché pasos.

Pero ningún sonido. Miré a todas partes, nervioso. No escuchaba gemidos pero si pasos arrastrando los pies, como esos tipos. Pero ¿por qué no gemía? Intentando averiguar de dónde provenía el sonido a la vez que tragaba saliva, comprobé que venía justo del otro extremo, unos metros más a la derecha de donde yo había estado antes. No parecía que me hubiera detectado, porque no lo escuchaba dirigirse hacia aquí, pero sabía que, en cuanto me moviera, en cuanto tratara de abrir esa puerta, el ser me localizaría. Y sería mi fin. Aquella puerta estaba atascada y no tenía forma de saber si habría otra. Solo podía hacer una cosa. Respiré hondo y procedí a realizar mi plan, del cual, estaba casi convencido de que fallaría. Si eso pasaba, tendría que salir de aquí, volver a la cabaña y crearme una balsa o algo. Y no es que yo fuera realmente hábil construyendo cosas. Esa era mi última opción. Esta era más arriesgada sí, pero más efectiva. La balsa podía hundirse y quedarme yo varado en el mar.

Me quité los zapatos. Era parte de mi plan para que no me oyera. Con los zapatos en mano, Caminaría despacio, sin hacer ruido hasta la pared del fondo de mi derecha y comprobaría si había otra puerta. Todo salió como esperaba, pero no había puerta alguna. Suspiré, apesadumbrado.

Ese fue mi error.

Escuché los pasos dirigirse hacia mí con decisión, mientras un grito agónico casi me rompe los tímpanos.

La criatura se abalanzó hacia mí como si su vida dependiera de ello. Yo sí que dependía de huir. El chillido aterrador me inmovilizó durante unos instantes, pero por fortuna pronto la necesidad de huir y salvarme me movió y corrí más de lo que creía capaz. Desde luego, cuando tu vida dependía de cuanto corrieras, uno corría lo que hacía falta.

Llegué hasta el único lugar que conocía: la puerta atascada. Solté los zapatos, La abrí de un empujón y la cerré. Al empujarla, esta cedió, que era todo cuanto necesitaba. Dos segundos más tarde escuché pasos fuertes y a la criatura que se estampaba contra la puerta, tratando de abrirla. En uno de sus esfuerzos, vi como agrietaba parte de la pared. Maldiciendo, coloqué una silla cercana en la puerta, pero comprendí que, si no me marchaba enseguida, en nada esa criatura estaría dentro. Y no estaba seguro de querer verla. La zona donde me encontraba era un pequeño pasillo estrecho iluminado. Lleno de cajas y tonterías. Al parecer, había zonas con luz. Abrí la siguiente puerta despacio, a pesar de desear con todas mis fuerzas hacerlo rápidamente, pues la criatura casi había conseguido entrar y se la escuchaba muy fuerte. Llamaría la atención. Sin mirar atrás, entré. La sala estaba aparentemente vacía. Había varias mesas y en ellas se encontraban tijeras, gomas, lápices y folios. Pero también sangre seca. Inmediatamente me agaché y caminé lentamente. Aquí también había luz, pero muy débil. El problema lo encontré al final.

Había un ascensor. Pero este ascensor se encontraba apagado y necesitaba de tarjeta para que funcionara. Resoplando, miré por las mesas pero no encontré nada. Los folios estaban en blanco. Los miré por si decían algo importante pero nada. Los cajones tenían tarjetas, pero ninguna era la adecuada y de todos modos solo encontré cuatro. Manda narices, pensé en ese momento. Tantas tarjetas y ninguna era. Entonces lo entendí. Estaba convencido de que la tarjeta me la dejé atrás. Entonces me percaté en que la criatura no había llegado hasta aquí. ¿Quizá no me vio más y se fue? Fui, con todo el miedo del mundo, a comprobarlo. Al mirar de reojo por la puerta, vi que la criatura ya no estaba. La puerta a la sala oscura se encontraba abierta. No podía arriesgarme a investigar si estaba la tarjeta. Miré si encontraba otra salida pero no. Suspirando de pesar, me arriesgué. Con ambos cuchillos, pasé a la sala oscura. No tardé en escuchar la respiración de aquella criatura. Tragando saliva me alejé y esperé. Un rato más tarde, ya no la escuché más. Busqué entonces la tarjeta y encontré dos. Fui a la otra habitación y ¡Sí! una funcionaba. No sabía si las otras tarjetas las necesitaría así que me las llevé todas. Un total de seis tarjetas. Entonces me subí al ascensor y le di a la planta última. Sin duda la más peligrosa, seguro. El ascensor era de cristal y podía ver todo lo de afuera.

Cuando el ascensor ya avanzaba, pude oír la puerta volar, la puerta que daba a la habitación que yo dejaba. Escuché el agónico sonido justo antes de pasar de planta. Casi muero de un infarto allí mismo. Miré por la ventana del ascensor. Vi el mar. Era hermoso. En cuanto saliera de la isla (si es que lo lograba) no saldría de casa por días. Finalmente llegué a mi planta. Al abrirse, me encontraba frente a una sala con cámaras de seguridad y en ella se encontraban un guardia de seguridad muerto y dos seres pálidos que me vieron. Gimieron y se dirigieron hacia mí. Yo los observé, muerto de miedo. Era mi fin.

Sin pensar, inmediatamente traté de volver abajo, pero recordé a la misteriosa y terrorífica criatura. No sabía qué hacer, pero tampoco tuve tiempo de pensar. Una de esas criaturas se abalanzó sobre mí, gimiendo. Chillando de pavor, hundí mi cuchillo en su corazón. Al hundirlo, el peso de la criatura cayó sobre mí y ambos acabamos en el suelo del ascensor, que se mantenía estático. Olí el aliento apestoso de la criatura. No era a muerte era... como algo podrido o en mal estado. Pero aquella criatura había estado viva hacía unos instantes. Ahora ya no. Solo era un peso muerto que debía quitarme de encima antes de que el otro ser me alcanzara. Arranqué el cuchillo y lancé el otro al ser, que lo esquivó apartándose vagamente a un lado. El repiqueteo metálico resonó en toda la estancia. Me quité al ser inerte y entonces se me abalanzó el otro, aunque yo ya estaba preparado y hundí mi otro cuchillo al tipo, hundiéndolo también en su corazón. Pronto dejó de moverse. Respiré hondo, aliviado. Me sentía un poco mejor. Había sido capaz de acabar con dos de aquellos monstruos, algo impensable para mí. Pero estaba hecho.

Me incorporé y caminé hasta la sala de control. Aparté al guarda muerto y lo dejé allí, aunque lejos de mí. Me daba mal rollo. Inmediatamente traté de tomar contacto. No pude. Por más que traté de comunicarme por un walkie que encontré o por una radio, nadie contestó. No quedaba nadie vivo en aquella maldita isla y ahora comprendía por qué. Suspiré, desesperado. Aquella había sido mi última esperanza. Solo me quedaba recoger un bote (si es que lo había) y salir pitando de ahí, pero el problema era el mismo: moriría mucho antes de llegar a mi destino.

Antes de que pudiera acabar mis cavilaciones, recibí un mensaje por radio. Enseguida me identifiqué y ellos prometieron que mandarían un helicóptero a la isla en una hora. Estaba salvado. No les dije lo de las criaturas. Solo que andaba perdido. Sabía que me tomarían por loco sino presentaba suficientes pruebas.

Aunque pronto tuve nuevos problemas. Eran dos, de hecho.

Primero: tenía que llegar hasta la orilla, ósea, mi refugio. Y ese lugar estaba plagado de bichos. Además, estaba aquella criatura infernal. No. No podía pasar otra vez por ahí. Era tentar demasiado a la muerte. No creía siquiera que mis cuchillos pudieran protegerme tanto. Si tuviera un arma de fue...

Claro. El guarda. Fui hasta él. No me creía la maldita suerte que tenía. Esto enlaza con el segundo problema. Creo que os lo imagináis.

Segundo: al acercarme al guarda, vi su arma enfundada. Seguro que tenía balas dentro y algún cartucho. Era un revolver pequeño. Siempre fui aficionado a las armas, aunque solo he disparado armas de juguete cuando niño. Fui a coger el arma cuando escuché dos gemidos a mi espalda. Sin poder creerlo, vi como ambos seres volvían a levantarse después de haberse llevado al menos veinte minutos muertos. Y lo peor era que entonces una mano me agarró de la pernera izquierda, tirándome al suelo violentamente, donde me golpeé. Aunque estaba mareado, pude ver al guarda levantarse con ojos inyectados en sangre, dirigiéndose hacia mí.

El guarda se abalanzó por mí y logró darme un duro mordisco en la pierna izquierda. Chillé de dolor y aquello me hizo despejarme y darle una patada al guarda con la otra pierna. No miré la herida, antes me abalancé por el guarda y le di dos patadas más a su cráneo, hasta que dejó de moverse. Por supuesto, sabía que no estaba muerto, pero al menos me dejaría tranquilo un momento. La pierna herida me falló, y enseguida tuve a los otros dos tipos de antes, que se abalanzaron sobre mí antes de que pudiera hacer nada. Uno me mordió el cuello, pero lo quité antes de que me lo desgarrara. El otro mordió un hombro. Me lo quité de encima y le di varias patadas. El otro se abalanzó sobre mí, pero logré esquivarlo y se estampó él solo contra la pared. Varias patadas más. Los otros dos comenzaban a levantarse. Tenía que huir. Pero necesitaba esa pistola. Cogí una taza de café que había allí y la lancé contra el guarda, el cual cayó de espaldas contra la mesa y tuve suerte de que se golpeara contra el pico. Esquivé el ataque del otro y le estampé la cara contra la mesa. Ya no tenía tanto miedo, pues había logrado enfrentarme a aquellas criaturas, pero me habían mordido y no sabía que pasaría ahora.

Cogí la pistola del guarda y le di un tiro a él y los otros dos. No volvieron a despertarse. Mis cuchillos estaban por el suelo. Los recogí. Me disponía a marcharme cuando me encontré cara a cara con una nueva criatura. Tenía el aspecto de un hombre joven y calvo, como si tuviera cáncer. Ojos blancos en su totalidad, uñas largas. Sus dientes eran sierras. Chilló y reconocí a la criatura como la que encontré antes de subir. Lo apunté con el arma y disparé dos veces antes de que la criatura me empujase contra la pared y se abriese un boquete de la fuerza. Antes de que lograra comerme, sin embargo, cayó al suelo, retorciéndose de dolor. Resulta que uno de esos disparos logró acertarlo en su abdomen. Inmediatamente apunté a su cabeza, pero la criatura me esquivó a gran velocidad, desapareciendo de la estancia.

¿Adónde había ido? No lo sabía y tampoco quería saberlo.

Salí del lugar hasta la planta de antes, sangrando. Esperaba no enfermar. Seguí adelante. No vi a la criatura por ninguna parte. Volví a recepción y me detuve a inspeccionar el lugar. Seguía vacío. Recogí varios informes que me ayudarían a explicar las heridas y también a demostrar que yo tenía razón. Entonces caí en la pistola y miré las balas que tenía. Con el cargador extra el policía, aún me quedaban diez balas. Esperaba no tener que usarlas.

Salí al poblado y me encaminé hacia mi cabaña. Comí algo durante el camino y bebí. Era raro, pensé. El lugar ultra moderno que encontré estaba plagado de esas criaturas, aunque abandonado y el resto de la Isla parecía desierta. Entonces lo comprendí. Esas criaturas solo salían en la oscuridad. Y el edificio estaba rodeado de oscuridad.

Llegué sano y salvo a la cabaña. Allí me esperaba un helicóptero. Les enseñé los informes, ellos lo leyeron y volví a casa. No encontraron a los causantes, pero sí supieron quiénes eran: una organización terrorista nueva, fundada hacía menos de cuatro años. Cogieron a una aldea pobre y desconocida por el mundo y les prometieron cosas y los usaron como ratas de laboratorio. Los convirtieron en monstruos, en busca del programa "Guerrero perfecto" para usarlo en una guerra y dominar todos los países posibles, a ser posible, el mundo entero y ser dictadores. Si bien no pescaron a la organización, dos o tres fueron encontrados por ahí, que no lograron ocultar del todo sus huellas, pero ninguno más fue a prisión. Por mi parte, recibí una trágica noticia: esas heridas eran infecciosas. Me convertiría en una de esas cosas al cabo de unos meses. Por tanto, tras mucho meditarlo, he decidido poner fin a mi vida. Estas son mis últimas palabras hacia ti lector. Con mi inevitable muerte (a menos que logren hallar una cura, cosa que dudo, pues me queda menos de un mes y ya noto algún síntoma, como ganas de comer gente, aunque lo controlo) pretendo evitar que esos seres inunden la Tierra.

Hasta siempre.



Notas Después de la muerte del autor:

No lo logró. Aunque murió, mediante eutanasia, se transformó e inmediatamente mordió al doctor. Nadie lo esperaba. Para cuando logramos matarle, ya había infectado a más de diez personas, que deben decidir qué hacer. Pero vivir no es una opción para ellos. DEBEN morir, para preservar la paz.

Yo me encargo de eso.